La gala de entrega de premios de los Goya, en su edición número 29, volvió a destacar por ser interminable y aburrida. Algo normal cuando se superan de largo las 3 horas, más de 3 horas y media en este caso. Es un mal endémico que afecta a casi todas las ceremonias de este tipo, como sucede en los Oscar. Demasiados premios, inevitables (y lógicos) discursos de agradecimiento, querer amenizarlo con números y escenas de humor o música a veces excesivos, prescindibles. Y estos Goya no fueron una excepción. Se vislumbraba que el tedio se iría apoderando de la función desde la concesión de los primeros galardones a La isla mínima (mejor vestuario, actriz revelación para Nerea Barros, montaje, dirección artística…).
Desde esos momentos, estaba cantado que el thriller de Alberto Rodríguez se haría con un montón de «cabezones», entre ellos al de mejor película, dirección y actor (para Javier Gutiérrez), como así fue. La posible baza de la intriga sobre si Magical Girl o Relatos salvajes le harían sombra quedó disipada en apenas unos cuantos premios iniciales. La isla mínima es muy buena, pero eché de menos que los premios no fueran más repartidos.
El mayor fenómeno en taquilla del cine español de todos los tiempos, Ocho apellidos vascos, de manera sorprendente, pues no estaba nominada a mejor película ni su director Emilio Martínez-Lázaro tampoco entre los finalistas a dirección, se hizo con 3 premios de los importantes, para sus intérpretes: mejor actriz secundaria para Carmen Machi, actor secundario para Karra Elejalde y actor revelación para Dani Rovira.