Hay una escena en la que Jane Wilde, futura primera esposa de Stephen Hawking, o mejor dicho la actriz que la interpreta, Felicity Jones, descubre los efectos que causa la ELA (esclerosis lateral amiotrófica) en el cuerpo, que no la mente, del hombre que ama. Se produce mientras este juega al croquet y sus pies apenas pueden sostenerle; balanceándose, luchando por mantenerse erguido mientras golpe las bolas para pasarlas entre los arcos anclados en el césped de Cambridge. La enfermedad degenerativa ha iniciado su demoledor secuencia de parálisis muscular. Ante lo que están viendo, los ojos de Felicity Jones, y sin mediar palabra alguna, son capaces por si solos de transmitir la sorpresa, lástima, cariño y el dolor que siente su Jane. Es el momento, a la media hora de proyección, que definitivamente hace que como espectador uno también caiga rendido ante ella.
Ya se ha dicho en muchas reseñas, y no les falta razón. La auténtica figura de esta película biográfica sobre Stephen Hawking no es tanto él mismo, que sí, sino Felicity Jones haciendo de la mujer que estuvo casada con él durante dos décadas y media. La compañera, esposa y cuidadora que tuvo que dejar muy a un segundo plano sus inquietudes y estudios (filología y la fascinación por la literatura medieval española, entre ellas), para dedicarse en cuerpo y alma a su marido, y a los 3 hijos que iría teniendo con él. No en vano, La teoría del todo, dirigida por James Marsh, se basa en el mismo libro autobiográfico que ella misma escribió, Travelling to Infinity: My Life with Stephen. Deben saber que Hawking, el real, cuando visitó el set de rodaje de la película, antes de dar su opinión sobre todo aquello, el muy pillo, sonrió y pidió a Felicity que le diera un beso.