Contaba François Truffaut, a propósito de La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) de Hitchcock, una anécdota con un crítico norteamericano. En 1962 el director francés estaba en Estados Unidos promocionando Jules et Jim, y muchos periodistas le acostumbraban a preguntar, extrañados, ¿por qué los críticos de Cahiers du Cinéma toman en serio a Hitchcock? Es rico, tiene éxito, pero sus películas carecen de sustancia. Con uno de ellos se había pasado una hora alabando las virtudes de la película, aún así el periodista le soltó un “A usted le gusta La ventana indiscreta porque, no siendo habitual de Nueva York, no conoce bien Greenwich Village”. A lo que Truffaut replicó: “No es una película sobre Greenwich Village, es una película sobre el cine, y yo conozco el cine”.
Con Whiplash, en otro sentido, ocurre algo parecido. Damien Chazelle, con 30 años recién cumplidos, y con experiencia sobre todo como guionista, ha alargado su propio cortometraje y ha mantenido al mismo tirano profesor, y actor, de aquel trabajo. Como fuente de inspiración también dice haberse basado en sus propias experiencias personales de cuando era estudiante de música. En Whiplash, rodada en 19 días y presupuesto muy limitado, plantea un singular enfrentamiento entre alumno y profesor en un prestigioso conservatorio de música y logra momentos de cine adrenalítico y adictivo hecho a base de un montaje irresistible, enfático, en sus escenas más efectivas. Primeros planos de los personajes cansados, atemorizados, planos detalle de platillos empapados en sudor, tambores manchados de sangre, baquetas retocando una y otra vez, y también planos de él… el temible profesor Fletcher.