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Crítica: ‘Coherence’, ciencia-ficción barata y de culto

Coherence - Emily Foxler

Los amantes de la ciencia-ficción ya tenemos otra obra de culto a la que adorar. Coherence, como toda película de género que se precie, nos coloca en otra dimensión, nos propone enigmas y nos mete el miedo en el cuerpo a nivel ficcional, pero al mismo tiempo sabe conectarlo con la realidad que nos rodea, con nuestras paranoias y temores.

Y es que, ante todo, Coherence (de título irónico) es una endiablada chifladura jugando con esa temática tan propia de la sci-fi como son las paradojas espacio-temporales, de las que te obligan en mayor o menor medida a exprimir neuronas o lidiar con conceptos del tipo “decoherencia cuántica”, “colapso de la función de onda” y “universos paralelos”.

El culpable de todo esto es James Ward Byrkit que se alejó de los presupuestos abultados de una producción de género, y pese a ser un crack del storyboard en anuncios publicitarios o trabajando en superproducciones como la saga Piratas del Caribe o la animación de Rango (en la que también participó en el guión), decidió experimentar utilizando los mínimos recursos posibles. Sólo con 40.000 dólares y usando el propio salón de su casa como escenario principal

Coherence empieza, y sigue, prácticamente como si fuera una película Dogma 95 de Lars Von Trier, con el encuentro de ocho amigos en casa de la pareja anfitriona para cenar (o una de John Cassavettes, dejando improvisar a sus actores). Un par de cámaras en mano Canon 5D, luz natural, cortes de plano bruscos y escenarios mínimos para irnos sumergiendo paulatinamente en un argumento propio de la mítica serie referencial The Twilight Zone (La dimensión desconocida).

Coherence 2013El macguffin, o detonante de toda la historia, es el paso de un cometa denominado Miller, con nocturnidad y alevosía, muy cerca de la Tierra. No conviene desvelar demasiado, pero las pistas, un antecedente acaecido en Finlandia en 1923, cuando el paso del cometa dejó a los habitantes de una población desorientados y dudando de sí la persona que tenían al lado conviviendo desde hace años era el mismo u “otro”.

O el experimento imaginario con el gato de Schrödinger de 1935 tratando de demostrar que pueden coexistir varias realidades al mismo tiempo: un minino encerrado en una caja con un gas letal que puede liberarse o no, las probabilidades de que esté vivo o muerto están al 50%, en ese momento, según Schödinger, el animal está vivo y muerto al mismo tiempo (o lo que es lo mismo, puede estar vivo o puede estar muerto) y sólo al abrir la caja prevalecerá una de las dos realidades.

¿Qué significa? Pues que distintas realidades paralelas pueden convivir desde la perspectiva de la “decoherencia cuántica”. ¿Vaya lío, No? Llegado a este punto, incluso yo me he perdido…

En fin, que lo que hace el malvado de James Ward Byrkit es destapar no una caja con posible gato dentro, sino varias, para hacernos enfrentar no los unos contra los otros, que sería lo más normal, sino contra nosotros mismos. Se trata de perder la noción de que somos un “yo” único y singular, de que existan otros “yo” pérfidos y oscuros correteando por allí. El caos interior como enemigo.

Una paranoia monumental inmiscuyéndose en terrenos que ya pisó la estimable Triangle, la notable Los cronocrímenes de Nacho Vigalondo u otros títulos de culto como son Primer y Otra Tierra, pero con estilo y personalidad propia. Todo por el precio de uno y que incluye el descubrimiento de su protagonista principal, la actriz sueca Emily Baldoni (apellido de casada) que aquí prefiere firmar como Emily Foxler (apellido de soltera americanizado).

Puntuación:

Icono 8

 

 

 

 

Bonus Track:

Y como extras especiales, primero  la canción Galaxies interpretada por la cantautora norteamericana Laura Veirs que se escucha en los títulos de crédito finales.

 

Y la música original compuesta por Kristin Øhrn Dyrud.