30 años de ‘Mi vecino Totoro’ y ‘La tumba de las luciérnagas’

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Hay películas que es mejor ver durante nuestra infancia o en la adolescencia, en esos años de descubrimiento y con argumentos, temáticas y personajes a los que somos más receptivos o con los que podemos empatizar más fácilmente. Otras las valoremos más con el paso del tiempo, desde la perspectiva adulta. Y luego están las que no importa el factor edad. No hay límites de caducidad. Nunca es tarde, nunca es demasiado pronto.

A este último grupo pertenecen La tumba de las luciérnagas (Hotaru no Haka /Grave of the Fireflies) de Isao Takahata y Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro / My Neighbor Totoro) de Hayao Miyazki, aunque la primera, sobre los sobrecogedores efectos de la guerra, está más destinada a un público más adulto; y la segunda es de las que sienta de maravilla verla de pequeño. Ambas, gestadas en los Studios Ghibli, se estrenaron en Japón en la misma fecha, hace 30 años, el 16 de abril de 1988.

La tumba de las luciérnagas

( ‘La tumba de las luciérnagas’ ©Studio Ghibli )

¿Coincidencia? No. Fue deliberado. El doble estreno fue hecho a conciencia por los Studios Ghibli para contrastar una doble visión, una amable y alegre, la otra durísima y oscura. La de Takahata sigue a dos hermanos, Seita un muchacho de 14 años y a su hermana Setsuko, de cinco, entre los parajes desolados por los bombardeos norteamericanos durante la II Guerra Mundial en la ciudad de Kōbe. Los ataques les dejarán solos, con el padre (un oficial de la Armada Imperial japonesa) ausente y la madre agonizando en un hospital.

Intentando sobrevivir, resguardarse y alimentarse, en esa «tierra estéril y quemada» que reflejaba la novela de Akiyuki Nosaka, el espectador puede llegar a sentirse tan vulnerable y, de hecho, tan huérfano como sus dos protagonistas ante esta demoledora historia. Ni era cómoda ni optimista, lo que le valió en su momento un éxito mucho menor que el de su «hermano» Totoro. Pero también era inevitable que, con el transcurrir de los años, llegara a convertirse en un título de culto y referencia.

Totoro en cambio es luz, color, alegría y un poema de amor a la naturaleza. Y sobre todo una de las más bellas miradas hechas sobre la infancia. Su argumento aparentemente no cuenta nada y lo cuenta todo. Volverla a revisar de mayor significa retroceder atrás, a esos años de nuestra niñez. Imposible no sentirse identificado en muchos aspectos.

Corretear por lugares nuevos y dejar correr la imaginación entre ellos. La aventura de crecer, de experimentar emociones y aflicciones. La alegría constante del día a día y la certeza de que tras un nubarrón volverá a brillar el sol a través de este relato protagonizado por dos niñas. Y, naturalmente, el creer en seres mágicos y fábulas encarnadas en ese amigo invisible que representa tan bien el enorme y adorable Rey del Bosque (Totoro), el compañero al que recurrir cuando todo parece irse a pique o nos sentimos demasiado solos.

Mi vecino Totoro

( ‘Mi vecino Totoro’ ©Studio Ghibli )

También corretean por allí los duendecillos del polvo o esa impagable creación del «gatobús». Y no deja de ser elocuente que entre sus personajes secundarios, el de una vecina vieja, fea y con verrugas no se corresponda con el tópico de la bruja malvada o alguien en quien desconfiar, sino todo al contrario, una mujer compasiva y bondadosa.

Pero su gran virtud, además de haber logrado encapsular un fiel e incomparable retrato infancia, es el mimo con el que se hizo. Miyazaki la concibió dándole un colorido bellísimo, empapándola de amor por todos los seres vivos, sean árboles, plantas o animales. Cada uno de sus fotogramas está especialmente cuidado, con meticulosidad y atención por los detalles. Si le sumamos la música del no menos gran Joe Hisaishi el resultado es para ponerle a uno los pelos como escarpias.

Mientras que (re)encontrarse 30 años después con La tumba de las luciérnagas también posee un emotivo significado añadido tras la muerte hace escasos días de Takahata, el pasado 5 de abril. Aunque inmortal quedará su legado, sea con esta o con sus otras obras maestras como ese soberbio testamento cinematográfico suyo que fue El cuento de la princesa Kaguya (Kaguyahime no monogatari, 2013) deliciosamente hecho a mano, dibujado siguiendo las técnicas más tradicionales de la acuarela japonesa y del carboncillo.

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1 comentario

  1. Dice ser Ruben

    La tumba de las luciérnagas estuvo muy bien. El cuento de la princesa Kaguya, fantástico, impresionante. Esta última me cambió la forma de ver la vida. Con Pompoko, llegué a dudar si los mapaches realmente pueden mutar. Que modo de reír con la película.

    Ambientada en la Segunda guerra mundial, hay una película también muy buena llamada En este rincón del mundo, de Sunao Katabuchi. Tiene alguna escena bastante dura.

    De Hayao Miyazaki ¿que decir? Todo lo que ha producido ha sido bueno, perfecto. Mi vecino Totoro es una película alucinante. Me encanta el carácter del padre, su paciencia con las niñas. Y la música, no hay palabras.
    El viaje de Chihiro, obligatorio verla. Si no has visto esta película, entonces te estás perdiendo lo mejor del anime.
    Aunque Miyazaki se retiró, en 2016 se anunció que haría otra película. No se sabe para cuando se estrenará y ya se desmintió que fuera sobre una oruga. Sea para cuando sea y sobre lo que sea, estoy deseando verla.

    16 abril 2018 | 08:54

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