Una fábula sobre la belleza de la vida (‘La tortuga roja’, 2016)

Propuestas de cine

La tortuga roja 2016

( ©Karma Films )

La cuesta de enero, corrupciones políticas, terrorismo yihadista, líderes mundiales que amenazan con poner patas arriba las siempre delicadas relaciones nacionales o internacionales… olvidémonos por un momento de todo. Mejor pongámonos en plan zen e intentemos volver a la esencia de todo. Michaël Dudok de Wit, un artista holandés apasionado de la animación, y ganador de Oscar por el corto Padre e hija (Father and Daugther, 2000), ha puesto toda su sabiduría, con sus más de 60 años a cuestas, para debutar en el largometraje.

A su criatura la ha llamado La tortuga roja (La tortue rouge) y la ido paseando por diversos festivales internacionales de cine seguramente consciente que gran parte de su público lo tendría allí, no en una multisala. Haciendo gala de la recuperación de esa esencia, de Wit ha creado una película que se sustenta en las imágenes, y en la música, sin diálogos ni palabras. Cine mudo, en color y en blanco y negro para las escenas nocturnas. Es más, decidió que habría un único personaje humano (tal vez un par más), pero en principio le valía básicamente con uno y una isla desierta. Un náufrago que cada vez que intenta escapar de su aislado reducto natural se topa con una extraña fuerza de la naturaleza que se lo impide, la tortuga roja del título.

La tortuga roja 2016

( ©Karma Films )

Un Robinson Crusoe para las nuevas generaciones y avalado por un irresistible mecenazgo, el de los estudios Ghibli que coproducieron la película junto con las compañías francesas Why Not Productions (especializada en cine de autor) y la productora y distribuidora Wild Bunch.

Sorprende que su hora y veinte minutos pasen como un suspiro. Agua, aves, peces, tortugas, unos divertidísimos cangrejos, más agua, la delicada música compuesta por Laurent Perez del Mar, la supervivencia, la convivencia y el respeto por la naturaleza o el cómo ingeniárselas para hacer frente a la soledad es una fábula sobre la vida: nacer, crecer, morir y el traspaso generacional. Y otros seres que volverán a empezar el ciclo vital. Aquí, en La tortuga roja, fuera de la sociedad, de manera individual o en «familia», sin más inquietudes ni ambiciones, pero más que suficiente para captar la belleza que también hay simplemente en la propia existencia humana.

El trazo de los dibujos de Michaël Dudok de Wit contiene ese espíritu de Ghibli, pero sobre todo de los animadores belgas, de Tintín o del largometraje de animación Bienvenidos a Belleville (Les triplettes de Belleville, 2003). Posee a la vez algo de rompedor, inquietante y lírico, cercano al arte del francés Jean Giraud «Moebius» (la misma Blade Runner bebió de sus fuentes), de quien de Wit es un admirador. Y en definitiva, para los espectadores interesados, se trata de volver a la esencia también del cine. Pocos la verán en la gran pantalla, pero al menos les sonará cuando llegue a plataformas más caseras y descubrir que delicadeza y sencillez no están reñidas con lo trascendental y el entretenimiento, o el porqué ha levantado más de una insospechada emoción, incluso alguna lagrimita, entre los que ya la hemos visto.

Puntuación:

 

 

 

 

1 comentario

  1. Dice ser Dogui

    No conocía este director, esta noche me veré la de Padre e hija.
    Gracias por el artículo.

    18 enero 2017 | 13:48

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