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Miguel Hernández y Javier Gorosabel ya orbitan en torno al Sol

No hace falta que les explique quién era Miguel Hernández ni por qué merece honores. Pero déjenme un momento para contarles que Javier Gorosabel fue un astrónomo vasco, nacido en Eibar (Guipúzcoa) y cuyo trabajo es referencia mundial en el estudio de los Brotes de Rayos Gamma (BRG, o GRB en inglés), un tipo de cataclismo cósmico que ha podido marcar alguna regla del juego en nuestra historia como organismos: se piensa que un BRG pudo ser responsable, al menos en parte, de la extinción masiva del Ordovícico-Silúrico, que hace 450 millones de años comenzó a marcar el declive de los trilobites.

Gorosabel falleció prematuramente en 2015, con solo 46 años, y el Planetario de Pamplona ha querido rendirle un homenaje perpetuando su nombre en un asteroide que a partir de ahora circulará por nuestro Sistema Solar con el nombre de Javiergorosabel.

Les cuento la historia. En 2015, la Unión Astronómica Internacional (UAI) convocó un concurso público llamado NameExoWorlds, destinado a dar nombre a una serie de estrellas y exoplanetas. Primero se propuso a universidades, planetarios y otras organizaciones astronómicas que sugirieran nombres, y luego se abrió a los internautas la votación de los 247 nombres seleccionados. Como resultado de aquello, se nominaron 14 estrellas y 31 exoplanetas.

Algunos de los nombres elegidos por los votantes habían sido propuestos por dos entidades españolas: Hypatia, una asociación de estudiantes de Físicas de la Universidad Complutense de Madrid, puso el nombre de la astrónoma griega a un planeta que orbita en torno a la estrella Edasich o Iota Draconis, a unos 101 años luz de nosotros. Por su parte, el Planetario de Pamplona dedicó todo un sistema solar, a unos 50 años luz, a la cumbre de las letras españolas: la estrella Cervantes (antes llamada mu Arae) y sus planetas Quijote (mu Arae b), Dulcinea (c), Rocinante (d) y Sancho (e) (me pregunto por qué el caballo va antes que el pobre escudero, pero en fin; si es por ser el más pesado y gaseoso, pase).

Como premio por haber triunfado en las votaciones, la UAI decidió conceder a las instituciones ganadoras la oportunidad de nominar 17 objetos menores del Sistema Solar. Y según acaba de hacer público la UAI, el nombre elegido por Hypatia para el asteroide (6138) 1991 JH1 es el de Miguelhernández, mientras que el Planetario de Pamplona ha bautizado al (6192) 1990 KB1 como Javiergorosabel. Ambos son asteroides del cinturón que ciñe nuestro vecindario cósmico entre Marte y Júpiter. Así que, desde aquí, mi enhorabuena al poeta de la Luna y al astrónomo de los BRG.

Imagen de la UAI.

Imagen de la UAI.

En cuanto al resto hasta los 17, otras instituciones premiadas del mundo han seleccionado nombres variados. La Sociedad Astronómica Urania de México eligió el nombre de Andréseloy por el astrónomo aficionado mexicano Andrés Eloy Martínez. Otros nombres se refieren a lugares o a las propias instituciones premiadas.

Claro que los nuevos nombres no han gustado a todos. La web de tecnología Gizmodo publica un artículo titulado «Estos pobres planetas muestran por qué no debería dejarse a internet nombrar cosas». El artículo califica Miguelhernández o Javiergorosabel como nombres «terribles». Pero no dice lo mismo de otros nombres y apellidos también elegidos, como Bernardbowen o Franzthaler. «Está ahora dolorosamente claro que el sistema para poner nombre a los objetos celestiales está roto», escribe el autor. «Hoy nuestro Sistema Solar suena un poco más como una cesta de planetas rechazados de una película de ciencia ficción de serie c», añade.

Bien, es cuestión de gustos, y cada uno es libre de manifestar los suyos. Pero no puedo resistir la tentación de devolver un revés. Y es que, mientras uno lee el artículo de Gizmodo, a su izquierda aparecen anuncios de Google en los que una tal Deborah ofrece clases para la sanación espiritual de heridas y traumas, o se ofrecen «cuatro poderosas técnicas de sanación por energía» para «mejorar tus relaciones, dinero, propósitos y salud», o se advierte al usuario de que la frecuencia de su vibración personal puede estar perjudicando su éxito en la vida y su felicidad.

Ya, ya, sé que nada tiene que ver una cosa con otra, y que tampoco el autor del artículo puede elegir los textos de los anuncios que aparecen junto a su obra (soy consciente de que corro el riesgo de verme en otra igual). Pero solo se me ocurre una respuesta, y ni siquiera es una palabra: ¡pffffff…!

Nota añadida: acabo de ver esos mismos anuncios junto a mi artículo, lo cual me ha desatado una carcajada por ser, creo, mi predicción más prontamente acertada. Pero lo cual a su vez refuerza la tesis que defendía aquí ayer, y en la que aprovecho para insistir.

¿Volverá Plutón al club de los planetas?

Muchos podrán arguir que el estatus de Plutón como planeta o como otra cosa diferente importa un ardite. Que no va a cambiar la vida de nadie. Que no va a afectar al precio de las hipotecas, ni a la supervivencia de los afectados por ébola, ni a los índices de paro, ni a la evolución de la guerra en Irak y Siria. Y tienen razón. Pero tampoco afectan a ninguna de estas variables las pataduras de meta (como ella diría) de una ahora más que famosa presentadora de televisión y sin embargo todo el mundo parece seguirlas con fruición, mientras que yo me he enterado de este nuevo fenómeno mediático a través de unos buenos amigos y colegas periodistas que vinieron el domingo a comer a mi casa. Cierto que ella, la presentadora, también cobra de mis impuestos. Pero quisiera conocer las cifras de audiencia de su programa antes y después de todo el revuelo tuitero. Y si no me equivoco, de eso trata la televisión, para quien la quiera.

En fin, cada uno a lo suyo. A diferencia del caso del nuevo monstruo popular, la historia de Plutón al menos enseña ciencia. Ilustra sobre la historia del descubrimiento científico, sobre cómo se crean y se derriban dogmas, sobre cómo se establecen los consensos gracias a las discusiones entre los expertos, y sobre lo mucho que hemos avanzado en el conocimiento desde finales del pasado siglo XX. Por todo esto, el caso merece cierta atención, dejando de lado el hecho de que para algunos frikis de los que conocimos a Plutón como planeta la degradación de categoría supuso un ultraje a la memoria de nuestros días de mocos y zapatos Gorila, como si de repente se decidiera que Roger Moore no fue digno del papel de 007 y sus películas se doblaran de nuevo para renombrar al personaje como el agente 00235.

Para quien no sepa de qué estoy hablando, explicaré que en tiempos de mi infancia existían nueve planetas en el universo. El conocimiento de estos compañeros de la Tierra en su viaje cósmico es casi inmemorial, ya que existen registros de observaciones de los planetas interiores desde tiempos de los astrónomos babilonios en el segundo milenio antes de nuestra era. De los exteriores, Urano y Neptuno tuvieron que esperar hasta los siglos XVIII y XIX, respectivamente. Plutón llegó el último, en 1930, por lo que solo los más ancianos recordarán haber estudiado en su infancia un Sistema Solar con ocho planetas. Pero entretanto se fue descubriendo otra multitud de objetos en nuestro vecindario espacial, muchos de ellos de apariencia esférica y algunos, como Eris, rivalizando en tamaño con el más pequeño y lejano de los planetas de pleno derecho.

Impresión artística de Plutón. Imagen de JHU/APL.

Impresión artística de Plutón. Imagen de JHU/APL.

 

Esto último creaba cierta confusión e incomodaba a los astrónomos más puntillosos con la cuestión taxonómica. Así que en 2006 la Unión Astronómica Internacional (UAI) organizó un congreso en Praga el que se puso a debate si todo seguía como hasta entonces, si había que admitir nuevos miembros en el club de los planetas, o si por el contrario había que rescindirle a Plutón el carné de socio. Todo dependía de la definición formal de planeta a la que se llegara por acuerdo entre los astrónomos. Y el 24 de agosto de ese año, la asamblea general de la UAI aprobó una resolución por la cual un planeta debe reunir tres características: orbitar en torno al Sol, tener la suficiente masa como para adoptar forma más o menos esférica, y haber limpiado su órbita de otros objetos. Plutón no cumple la tercera condición, por lo que fue inmediatamente despojado de sus galones y rebajado a la categoría de planeta enano de tipo plutoide.

La decisión fue respaldada y respetada por muchos expertos, pero para otros fue como si les arrancaran una pierna; sobre todo para los responsables de la sonda de la NASA New Horizons, que sobrevolará Plutón el 14 de julio de 2015. De repente, los científicos a cargo de la misión habían visto cómo esta pasaba de ser la antorcha que iluminaría para la ciencia humana el último de los planetas del Sistema Solar, a estudiar un simple objeto transneptuniano de segunda división. Otros que se sintieron agraviados fueron los estados de Illinois y Nuevo México (EE. UU.), donde respectivamente nació y falleció el descubridor del ya planeta enano, Clyde Tombaugh. En ambos territorios se aprobaron sendas leyes que restauran el título de planeta para Plutón cuando este atraviesa sus cielos. La controversia llevó a la American Dialect Society a elegir como palabra del año el término «plutoed«, definiendo el verbo «to pluto» como devaluar algo o a alguien. Y me pregunto por qué no habremos adoptado los castellanohablantes su equivalente «plutear», que además tiene un atractivo paralelismo fonético.

Personalmente y sin ánimo de pretender valor estadístico, la mayoría de los expertos con los que he hablado a lo largo de estos años se muestran de acuerdo con la resolución de la UAI, a pesar de que solo un 4% de sus miembros votó el acuerdo. Pero lo cierto es que las principales críticas a la decisión, dejando de lado las sentimentales –para los anglosajones, el antes planeta comparte nombre con el perro de Mickey Mouse–, han venido de la propia comunidad científica. En primer lugar, ciertos astrónomos consideran que la tercera condición deja fuera a otros planetas, incluida la Tierra, que viajan acompañados por miles de objetos en su órbita. Pero sobre todo, objetan algunos, la norma de la UAI olvida los aproximadamente 1.800 planetas extrasolares descubiertos hasta ahora: está claro que ninguno de ellos orbita en torno al Sol y no se puede demostrar que sus órbitas estén limpias.

Es de esperar que el año próximo el acercamiento de New Horizons a Plutón avive la discusión, pero la caída en desgracia del ex-planeta no deja de ser motivo de debate. El último hasta hoy se ha celebrado el 18 de este mes en la sede del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian en Cambridge, Massachusetts (EE. UU.). En el acto participaron el historiador de la ciencia Owen Gingerich, que presidió el comité de la UAI responsable de la definición de planeta, el director asociado del Centro de Planetas Menores, Gareth Williams, y el director de la Iniciativa Orígenes de la Vida de Harvard, Dimitar Sasselov. Este último aportaba la visión del experto en exoplanetas, mientras que Williams representaba la postura oficial. Gingerich admitió que un planeta es un concepto cultural cambiante y se mostró partidario de restaurar la gloria perdida de Plutón, lo mismo que Sasselov, quien definió un planeta como la porción más pequeña de materia esférica formada alrededor de estrellas o restos estelares, lo que se aplica sin reservas al antiguo planeta. El vídeo completo del debate está disponible aquí.

Por fin, al final del acto se invitó a la audiencia a votar, y esta compró la definición de Sasselov. Es decir: al menos para el público que asistió al debate, Plutón sigue siendo lo que siempre fue. «Nada va a cambiar mañana, y la Tierra puede seguir siendo un planeta», bromeó el moderador, David Aguilar. Y nada cambiaría en cualquier caso para casi nadie. Salvo el gasto en nuevos libros de texto, claro.