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La cebolla, la tos de los niños, los remedios naturales y la ciencia (y II)

Uno de los objetivos de separar esta historia sobre tos y cebolla en dos capítulos (el primero, aquí) era evidente: restringir la extensión de cada post a un tamaño razonable, porque me conozco. Pero además tenía otro propósito: esperar a que circulara para recibir algunos testimonios de otros padres y madres. Y como ya suponía, la improvisada encuesta me dice que el remedio de la cebolla es inmensamente conocido, y también generalmente aplaudido. Aunque no pretendo que esto tenga ningún valor estadístico (y es de suponer que quien no lo conozca o quien no lo haya encontrado eficaz probablemente no lo dirá), la respuesta ha confirmado mi sospecha. Este era el primer paso de mi indagación.

Cebolla entera, cortada y en aros. Imagen de Donovan Govan / Wikipedia.

Cebolla entera, cortada y en aros. Imagen de Donovan Govan / Wikipedia.

El segundo es internet. Y como era de esperar, descubro primero una infinidad de webs y foros en castellano sobre padres y niños que alaban la cebolla como remedio para la tos. Buscando en webs internacionales, encuentro que en otros países como EE. UU. la costumbre más común es dar a beber un jarabe de cebolla con miel o azúcar como endulzante (recetas aquí). La Wikipedia en inglés menciona el uso tradicional de la ingesta de cebolla como remedio para la tos.

Aquí es importante distinguir entre dos conceptos, la ingesta y la inhalación de vapores. Del primer modo se incorporan al organismo todos los compuestos químicos de la cebolla, mientras que el efecto del vapor debe ser atribuido solo a los gases desprendidos, principalmente el sulfóxido de tiopropanal (comocido como factor lacrimógeno), que solo se produce cuando se rompen las células del bulbo.

El uso de los vapores de la cebolla aparece reseñado en un artículo en la web de salud Everyday Health, en el que un médico estadounidense llamado Stephen Russell aconseja partir la cebolla en cuartos y situarla en un plato junto a la cama. El artículo, escrito por la periodista de salud Madeline R. Vann, señala: «Aunque utilizar cebollas puede sonar nada más que a cuento de viejas, Russell dice que es bastante popular en España y Francia, añadiendo que este remedio casero para la tos es seguro para niños y bebés».

En otra web, una bloguera y escritora freelance canadiense llamada Sharilee Swaity escribe un artículo en el que aconseja cortar una cebolla por la mitad y colgarla en la habitación, y agrega: «Añado información adicional que he recibido de mi abuela. Hablé con ella hace un par de meses y dijo que utiliza el truco de la cebolla, pero cortándola en varios pedazos y poniéndolos en un plato. Lo he probado y realmente también parece ayudar».

En este último artículo, Swaity, que no es especialista en salud ni declara ninguna formación en ciencia, apunta que «existe una razón científica detrás de la cura de la cebolla». A este respecto, la autora precisa que la cebolla contiene vitamina C, que combate el resfriado, y flavonoides, que refuerzan el sistema inmunitario. Sin embargo, respecto a los flavonoides, como la quercetina, ya recogí en mi anterior post que según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) no existen suficientes datos científicos contrastados. Y sobre todo, como ya he explicado más arriba, si hablamos de situar la cebolla cerca del individuo y no dentro de él, solo actúan los compuestos volátiles, entre los que no se encuentran la vitamina C ni la quercetina. Así que la explicación de Swaity no nos sirve.

Hasta aquí, la creencia popular. Ahora, la ciencia. Busco en las bases de datos online de estudios científicos y apenas descubro nada. Curiosamente, encuentro en la revista Science un estudio publicado en diciembre de 1947 titulado Los componentes químicos de los vapores de la cebolla, responsables de propiedades de cicatrización de heridas. El autor es Edward F. Kohman, entonces químico de la compañía de sopas Campbell, la marca que Andy Warhol hizo famosa. Kohman cita un trabajo previo de investigadores soviéticos en plena Segunda Guerra Mundial que habían probado el efecto de los vapores de la cebolla sobre la cicatrización de miembros amputados e infectados, con notable éxito. El detalle más insólito es que los científicos rusos pretendían hacer el estudio con 25 pacientes, pero debieron dejarlo en 11 debido a la carencia de cebollas. Cosas de la guerra…

Reseña de la investigación de Edward F. Kohman aparecida en el diario St. Petersburg Times el 1 de febrero de 1948.

Reseña de la investigación de Edward F. Kohman aparecida en el diario St. Petersburg Times el 1 de febrero de 1948.

Así, Kohman parte del comprobado efecto antibacteriano de los vapores de la cebolla y realiza una serie de reacciones químicas para caracterizar los componentes volátiles y relacionarlos con esa propiedad. Aún no se conocía el sulfóxido de tiopropanal. El químico acaba concluyendo: «Es concebible que comer cebollas crudas tenga un efecto curativo en la garganta irritada como consecuencia de un resfriado». Pero una vez más, y a pesar del título del estudio, ninguna mención al efecto del vapor sobre la garganta. Y en el caso de la tos no parece verosímil que el efecto antibacteriano sea relevante.

La única revisión publicada que parece abordar la cuestión de los vapores de la cebolla y la tos es obra de un pediatra español especializado en alergología y medicina respiratoria, Antonio Martínez Gimeno, actualmente en el Servicio de Pediatría del Hospital Virgen de la Salud de Toledo. En 2009, Martínez Gimeno publicó en la revista Allergologia et Immunopathologia un artículo titulado Cebollas, mitos, creencias, moda y realidad en el asma. En su trabajo, Martínez Gimeno menciona el remedio de la cebolla cortada, y escribe: «Como con la mayoría de las creencias populares, su eficacia se evalúa por la experiencia personal, muy influida por cuánto cree el evaluador en la intervención». «Una madre (el evaluador) con suficiente fe en la intervención como para poner un plato de cebolla en la mesilla junto a la cama de su hijo probablemente sería muy propensa a una evaluación positiva de su eficacia (sesgo por entusiasmo)», añade el pediatra.

En la línea de esto último, acaba de publicarse un estudio muy interesante que me ha señalado vía Twitter Guillermo Peris, profesor de la Universitat Jaume I de Castellón. El artículo, publicado en la revista JAMA Pediatrics, resume un ensayo clínico que investiga el efecto placebo en el tratamiento de la tos en niños muy pequeños. Los autores, de la Facultad de Medicina Penn State (EE. UU.), sometieron a un grupo de 119 niños de 2 a 47 meses de edad y con tos nocturna a un tratamiento con jarabe de ágave (una versión más ligera de la miel) o con un placebo, manteniendo un grupo de control sin intervención. Los resultados revelan que tanto el placebo como el jarabe aliviaron la tos frente al grupo de control, y con la misma eficacia en ambos casos. Los investigadores concluyen que los niños y los bebés también son susceptibles al efecto placebo.

La conclusión no es del todo sorprendente; cualquiera que tenga hijos conoce el milagroso poder analgésico de un beso en una pupa. Pero lo más extraño del estudio de Penn State, y que arroja una importante duda sobre las conclusiones, es un detalle que queda enterrado en el artículo y que solo se destaca en un editorial que acompaña al estudio. En este texto, dos médicos de la Universidad de Washington en Seattle (EE. UU.) escriben: «En realidad, lo que los investigadores observan en este estudio es un efecto placebo en los padres que evaluaron el resultado en los niños del estudio a través de un cuestionario de síntomas de tos». Es decir, que la evaluación de la eficacia de los tratamientos no la realizaron los propios investigadores, sino los padres, por lo que es imposible saber si la mejora de los síntomas era real o si se trataba del sesgo por entusiasmo al que alude Martínez-Gimeno. Y no cabe duda de que esta será siempre una interferencia en nuestra experiencia personal, dado que quizá los padres tenderemos a dormir más tranquilos –y por tanto, a no oír la tos de nuestros hijos– una vez que hemos colocado el plato con cebolla.

Lo anterior continuará siendo una incógnita mientras nadie demuestre –o compruebe la ausencia de– un efecto bioquímico de los vapores de la cebolla sobre la irritación de la garganta. Al igual que yo, Martínez-Gimeno no encontró nada sobre esto publicado en la literatura científica, como tampoco dio con ninguna revisión sistemática, metaanálisis (estudios de estudios) o ni siquiera ensayos clínicos. Al pediatra no le queda otra que zanjar la cuestión así: «Empleando lenguaje técnico, podríamos concluir que no hay suficientes pruebas para apoyar (o descartar) su eficacia y que para llegar a una conclusión se necesitan más estudios clínicos. Aunque insisto en mi abordaje relativista al clasificar las creencias en mitos o realidades, la cebollaterapia puede considerarse un paradigma de creencia popular sin confirmación ni prueba científica alguna», escribe Martínez-Gimeno.

Resumiendo, de momento el interrogante sigue pendiendo sobre nuestras cabezas, o más bien picado y descansando en un plato junto a nuestra cabecera. Dado que la cebolla no es marca registrada ni está sujeta a propiedad industrial, es poco probable que alguna compañía financie un estudio científico sobre el asunto. Y tampoco parece viable que nadie solicite fondos públicos para trabajar en una línea de investigación que no salvará vidas y cuyas únicas referencias se remontan al año 47 del siglo pasado. Pero hay una última cuestión que merece la pena subrayar, una que los autores del estudio de JAMA Pediatrics insinúan y que los editorialistas exponen así: «[Los investigadores] sugieren que usar un placebo deliberadamente para tratar los síntomas del resfriado en niños pequeños puede constituir buena medicina». Cuando pregunté al pediatra de mis hijos sobre el remedio de la cebolla, su respuesta fue: «Me lo preguntan mucho. No hay datos científicos, pero no hace daño, así que, por qué no». El propio Martínez-Gimeno escribe que el presunto tratamiento «puede considerarse una intervención inocua (aunque con el mismo grado débil de prueba) siempre que no sustituya a una atención médica adecuada».

Y es que, en el fondo, si de lo que se trata es de que nuestros hijos se sientan mejor, y de que ellos y nosotros podamos dormir plácidamente, y muchos coincidimos en que la cebolla picada lo consigue, ¿importa mucho si el lugar donde actúa la cebolla está en la garganta o en nuestro cerebro?

La cebolla, la tos de los niños, los remedios naturales y la ciencia (I)

Pregunto a quien lea estas líneas: si yo le sirviera un alimento que contiene 1-sulfinilpropano, ácido pantoténico, 2-(3,4-dihidroxifenil)-3,5,7-trihidroxi-4H-cromen-4-ona, y 5,7-dihidroxi-2-[3-hidroxi-4-[(2S,3R,4S,5S,6R)-3,4,5-trihidroxi-6-(hidroximetil)oxano-2-il]oxifenil]-3-[(2S,3R,4S,5S,6R)-3,4,5-trihidroxi-6-(hidroximetil)oxano-2-yl]oxicromen-4-ona…

…¿Usted se lo comería?

Si ha respondido que jamás de los jamases, se equivoca, a no ser que nunca haya probado la cebolla. El 1-sulfinilpropano o sulfóxido de tiopropanal es el gas que nos hace llorar cuando la cortamos. El ácido pantoténico se conoce también como vitamina B5, sin la cual no podemos vivir. Los dos compuestos de nombres imposibles son, respectivamente, la quercetina y un derivado suyo. La quercetina es un componente al que se le atribuyen beneficios para la salud como antioxidante, antiinflamatorio y otros antis, efectos que según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) no se sostienen con los datos científicos disponibles.

Cebollas de varios tipos. Imagen de Colin / Wikipedia.

Cebollas de varios tipos. Imagen de Colin / Wikipedia.

Sin embargo, no cabe duda de que muchas personas creen en las propiedades saludables de la cebolla, como tampoco cabe duda de que nadie objetaría comer un alimento si se le mencionara que contiene vitamina B5 y quercetina, un nombre derivado de Quercus, el género de árboles que incluye los robles y las encinas. El nombre lo es todo. No hay más que cambiar la denominación química sistemática de un compuesto por otra más sencilla y que suene a algo «natural», y de inmediato desaparece toda aversión. Pocos se atreverían a hincar el diente a un alimento que contuviera ácido 2-hidroxipropano-1,2,3-tricarboxílico, y menos aún si se rebautiza con el nombre maldito de E330. En cambio, si lo llamamos por su apelativo más popular, ácido cítrico, nadie recela de comerse una naranja.

Ya he señalado aquí en alguna ocasión mi empeño personal, al que preveo un escaso éxito, de desbancar ese lenguaje falaz tan en boga hoy que diferencia lo «natural» de lo «químico». Todo en la naturaleza es química. No existe nada que no sea química. Y es precisamente porque tanto nosotros como el mundo a nuestro alrededor somos química que muchos productos de la naturaleza pueden ejercer efectos sobre nuestra salud, ya sea para curarnos o para matarnos.

En China se ha manifestado en los últimos años una cierta voluntad por parte de algunos de sus científicos de poner a prueba en el laboratorio ciertas proclamas saludables de su medicina tradicional. Y curiosamente, algunas han resistido el test, revelando mecanismos bioquímicos que apoyan científicamente los usos clásicos de ciertos productos naturales. Un ejemplo que comenté aquí recientemente es el de la madreselva como remedio contra la gripe. Solo de esta manera, a través de la química, puede la llamada medicina natural dejar de ser una oscura y arcana alquimia con fuerte olor a placebo y a estampita para convertirse en un verdadero enriquecimiento para la medicina.

Como prueba de que en occidente no estamos haciendo lo mismo, pongo el ejemplo de la cebolla, y en concreto de un uso tradicional que personalmente he aplicado infinidad de veces. Hace unas semanas mi hijo pequeño (dos años y medio) agarró uno de esos virus de guardería que parecen criarse solo en las escuelitas y a los que no les falta de nada, en lo que se refiere a síntomas: resfriado, fiebre, vómitos, diarrea y tos. Una de esas noches, después de acostarle, mi hijo tosía sin cesar, así que hice lo que tantas otras veces he hecho con él y con sus hermanos cuando eran más pequeños: abrí la nevera, saqué una cebolla, piqué media en un plato y lo coloqué junto a su cama. Y como tantas otras veces, la tos desapareció en un santiamén.

Posiblemente quienes aún no hayan criado se preguntarán de dónde demonios he sacado esta especie de ritual chamánico. Pero apuesto mi reino y mi caballo a que no hay madre o padre que nunca haya oído hablar de este remedio de abuelas. Por mi parte, confieso que creo en su eficacia por lo que mi experiencia personal me ha demostrado. Si lo utilizara para mí mismo podría achacarlo al efecto placebo, pero lo he empleado con niños demasiado pequeños como para enterarse, sin informarles de lo que hacía y sin que ellos fueran conscientes del plato de cebolla en su habitación. Es lo más parecido que tengo en mi mano a un experimento.

Pero como excientífico, como periodista y como descreído, no me conformo, y he tratado de indagar sobre el tema. En el próximo post contaré el resultado de mis indagaciones.