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Pasen y vean los tiburones que viven en un volcán submarino

Todo el que ha tenido la oportunidad de contemplar una erupción volcánica en directo, incluso una de las tranquilas, sabe que no hay espectáculo más sobrecogedor en la Tierra. Uno adquiere conciencia de repente sobre ciertas cosas en las que normalmente no se piensa, como el hecho de vivir en la fina costra habitable de una enorme masa de magma y la frágil estabilidad de la que dependemos y que casi siempre se mantiene en equilibrio de una forma casi milagrosa. Y también, como (ex)científico, de lo poco que conocemos sobre aquellos lugares adonde los instrumentos de los que disponemos aún llegan con extrema dificultad, o no llegan.

Erupción del volcán submarino Kavachi el 14 de mayo de 2000. Imagen de NOAA.

Erupción del volcán submarino Kavachi el 14 de mayo de 2000. Imagen de NOAA.

Entre esos lugares casi desconocidos por inhóspitos se encuentran los volcanes submarinos, como el Kavachi, situado en el Pacífico sur al este de Papúa Nueva Guinea, en las islas Salomón. En este breve instante en que nos ha tocado vivir (no a nosotros en particular, sino a la especie humana en general), allí estamos asistiendo al nacimiento de una isla. Según los datos del Programa Global de Vulcanismo del Museo Nacional de Historia Natural de la Institución Smithsonian (EE. UU.), la cumbre del Kavachi se encuentra ya a solo 20 metros por debajo del nivel del mar. Es un volcán activo con erupciones frecuentes, por lo que cualquier día sus depósitos de material romperán la superficie marina y tendremos una nueva isla en el mapa, aunque de momento no es previsible que sea un lugar muy hospitalario. Tal vez en un futuro lejano el Kavachi pueda emular al Mauna Kea, en Hawái, que con sus 10.203 metros es la montaña más alta del mundo, aunque no se le reconozca el título porque solo 4.207 emergen sobre el nivel del mar.

Hasta que eso ocurra, los submarinistas han tratado de explorar el interior de su caldera, pero no ha sido posible. Según el oceanógrafo Brennan Phillips, de la Universidad de Rhode Island (EE. UU.), «los buceadores que se han acercado al borde exterior del volcán han tenido que retroceder por lo caliente que estaba o porque el agua ácida les estaba quemando la piel». Phillips participa en una expedición financiada por National Geographic para estudiar los volcanes submarinos. Con el fin de acceder al interior del Kavachi, Phillips y sus colaboradores sumergieron cámaras robóticas aprovechando que no había signos externos de una erupción violenta; aunque tanto las burbujas de metano y dióxido de carbono como los colores del agua, revelando la presencia de hierro y azufre, avisan de que es solo una tregua.

Lo que Phillips y su equipo descubrieron en las imágenes grabadas nunca antes se había observado: grandes animales marinos viviendo en un entorno que se creía inhabitable para estas especies. Medusas, pargos, una primitiva raya llamada Hexatrygon bickelli, y dos especies de tiburones, sedoso (Carcharhinus falciformis) y martillo común (Sphyrna lewini).

Los investigadores no tienen la menor idea de qué es lo que buscan, o lo que encuentran, estas especies en un entorno hostil de agua caliente, ácida y saturada de gases venenosos, pero los tiburones parecen moverse allí con total comodidad. Ambas especies son bastante comunes; el martillo es un animal preferentemente costero y de aguas cálidas y templadas, mientras que el sedoso es un tiburón pelágico que habita toda la franja tropical y se interna hasta el Mediterráneo. Por el momento, se ignora qué clase de adaptaciones les llevan a las aguas del Kavachi. Aunque no sería la primera vez, ni la última, que los animales frecuentan aquellos entornos donde el ser humano no suele llegar, por la sencilla razón de que el ser humano no suele llegar.

El equipo de Phillips ha hecho otro descubrimiento singular en las mismas aguas. A unos 20 kilómetros de distancia del Kavachi y a 937 metros de profundidad, las cámaras de National Geographic filmaron un tiburón inusual de extraño aspecto. Phillips envió las imágenes a algunos ictiólogos expertos, y estos identificaron la especie: tiburón dormilón del Pacífico (Somniosus pacificus). Lo peculiar del hallazgo es que esta especie, que hasta ahora solo ha sido filmada tres veces, habita en las frías aguas boreales del Pacífico, y jamás se había encontrado tan al sur. En estas latitudes sería más probable descubrir a un primo suyo, el dormilón antártico o meridional (Somniosus antarcticus), pero según los expertos ambas especies se diferencian en rasgos como el color o la longitud de sus agallas.

Es tan poco lo que se conoce sobre los tiburones dormilones que tal vez este descubrimiento obligue a redefinir la clasificación del género. Mientras, Phillips ha declarado que pretende dedicar años a estudiar lo que esconde el Kavachi, su geología y su biología; seguro que sus hallazgos volverán a sorprendernos.

Pasen y vean tiburones y otras bestias de todos los tamaños

A la espera de conocer en junio todo lo que nos traerá el reboot de la saga Parque Jurásico, a lo largo de estos meses hemos ido conociendo algunos detalles, que ya han sido convenientemente comentados/vilipendiados por expertos y aficionados. Uno de los más restregados es el tamaño del mosasaurio, ese monstruoso reptil marino que, ante los ojos atónitos de miles de espectadores, ejecuta un alehop desde el agua para engullir un gran tiburón blanco de ración como si fuera un arenque en la boca de un delfín. De acuerdo a los paleontólogos, el mayor de los mosasaurios conocidos pudo medir unos 18 metros, un tamaño correctamente recogido en la web de la película; pero muy lejos del animal mostrado en el tráiler, al que se le ha calculado el doble o incluso el triple de esa longitud.

Y si aceptamos mosasaurio como animal de 40 o 60 metros, cabe preguntarse por qué los guionistas no se decantaron por otra opción que habría resultado incluso más impactante: un tiburón devorando de un bocado a otro tiburón. El extinto megalodón (Carcharodon megalodon), un posible pariente del gran blanco –su taxonomía aún se discute–, fue una bestia del Cenozoico (el período posterior al Mesozoico de los dinosaurios) que medía entre 16 metros, según las estimaciones más conservadoras, y 25, de acuerdo a las más arriesgadas. El gráfico de comparación de tamaños con otros animales marinos prueba que no habría hecho falta un gran ejercicio de exageración para recrear a un megalodón tragándose a un gran blanco. Y si alguien objeta que el megalodón no es un dinosaurio ni vivió en el Jurásico, tampoco el mosasaurio cumple ninguna de estas dos condiciones. De hecho, las principales estrellas de la saga, como el T-rex y los velocirraptores, tampoco aparecieron hasta el Cretácico, posterior al Jurásico. Puestos a hacer concesiones…

Comparación de tamaño del extinto megalodón (gris y rojo) con el tiburón ballena (violeta), el gran blanco (verde) y un ser humano (azul). Imagen de Misslelauncherexpert, Matt Martyniuk / Wikipedia.

Comparación de tamaño del extinto megalodón (gris y rojo) con el tiburón ballena (violeta), el gran blanco (verde) y un ser humano (azul). Imagen de Misslelauncherexpert, Matt Martyniuk / Wikipedia.

Por mucho que innumerables webs y vídeos en internet juren lo contrario, lo cierto es que el megalodón permanecerá extinguido mientras nadie demuestre otra cosa. Hoy el mayor pez depredador que podemos encontrarnos en los océanos es el tiburón blanco, que con sus seis metros, su prominente dentadura y sus fríos ojos de muñeca ya impone respeto; más aún cuando el cine, con Spielberg a la cabeza, lo ha demonizado como el serial killer de los mares. Y si alguien piensa que en nuestras costas estamos a salvo de aquellos trances en los que se veía envuelto el jefe Brody, que lo piense mejor: el Carcharodon carcharias se encuentra a menudo en el Mediterráneo y, según un estudio publicado en 2003, «parece estar presente alrededor de las islas Baleares durante todo el año». Es más: en marzo de 1969, al suroeste de Mallorca se capturó uno de los mayores ejemplares del mundo, una hembra con una longitud reportada de ocho metros (un tamaño probablemente exagerado, según los autores del estudio).

Pero aunque en estos casos suele decirse que no es tan fiero el león como lo pintan, lo cierto es que el tiburón blanco lo es. O al menos, se destaca en solitario como la especie de tiburón responsable del mayor número de ataques no provocados al ser humano en todo el registro histórico, con 314 (80 muertes), seguido muy de lejos por el tiburón tigre con 111 (31) y el tiburón sarda o lamia con 100 (21), según datos del Archivo Internacional de Ataques de Tiburones, mantenido por el Museo de Historia Natural de Florida. El Mediterráneo es la cuarta región del mundo con más ataques de tiburón blanco, con 26 desde 1876 hasta 2013, solo superado por las aguas del oeste de EE. UU. (101), Australia (64) y Suráfrica (59).

De los tres tiburones más agresivos, el tercero será un desconocido para muchos, ya que no se encuentra en nuestras latitudes. En inglés se le conoce como bull shark, lo que lleva a una frecuente confusión: no es nuestro tiburón toro (Carcharias taurus), el que se puede contemplar en el Zoo Aquarium de Madrid y que en inglés se conoce como sand tiger shark. El sarda o lamia (Carcharhinus leucas), de tres metros y medio, prefiere las aguas tropicales y tiene fama de mal carácter, aunque es posible que muchos de los ataques respondan a encontronazos inesperados debidos a las excéntricas costumbres de este animal: no solo le gustan las aguas someras, sino que tiene una extrema tolerancia al agua dulce y se ha encontrado hasta en la cuenca boliviana del Amazonas, a unos increíbles 4.000 kilómetros río arriba. Prueba del gusto de este tiburón por las aguas poco profundas es el siguiente vídeo publicado este mes, en el que un tiburón sarda de casi tres metros nada junto al embarcadero de una casa particular en Bonita Springs (Florida).

Ejemplar de tiburón de bolsillo hallado en la costa del Golfo de México. Imagen de J. Wicker, NOAA/NMFS/SEFSC/Miami Laboratory.

Ejemplar de tiburón de bolsillo hallado en la costa del Golfo de México. Imagen de J. Wicker, NOAA/NMFS/SEFSC/Miami Laboratory.

Pero no todos los tiburones son enormes y temibles. En el extremo opuesto de la tabla de tallas se encuentra una especie que ha sido noticia estos días por haberse encontrado el segundo ejemplar jamás registrado. Investigadores de la Agencia de Océanos y Atmósfera de EE. UU. (NOAA) y de la Universidad de Tulane han identificado un ejemplar del llamado tiburón de bolsillo (Mollisquama sp.) de solo 14 centímetros, del que hasta ahora solo se había documentado otro espécimen hace 36 años en la costa de Perú. Este segundo ejemplar se capturó por casualidad en 2010 en la costa de Louisiana, en el Golfo de México, donde los investigadores estudiaban los hábitos de alimentación de los cachalotes. Los científicos recogieron muestras de alimento que después congelaron, y el pequeño escualo permaneció allí hasta que le tocó el turno del análisis. Los investigadores han publicado su hallazgo en la revista Zootaxa.

En realidad el nombre de tiburón de bolsillo no hace referencia a su tamaño; el animal capturado es un bebé, y el espécimen peruano medía 40 centímetros. El bolsillo es un orificio que posee junto a la aleta pectoral y cuya función aún es desconocida, como casi todo lo demás de esta especie. De momento, el premio al escualo más pequeño sigue en poder del tiburón linterna enano (Etmopterus perryi). Y en este caso la denominación de linterna tampoco le viene por el tamaño, sino por la luz: este pez de 20 centímetros, que hasta ahora solo se ha encontrado en el Caribe colombiano y venezolano, tiene células luminosas en su cara ventral, algo que seguramente le resulta útil a las profundidades de más de 400 metros en las que se ha encontrado.