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Así es como Thomas Cook impulsó el conocimiento

En las películas sobre el futuro se muestran a veces marcas comerciales que nos resultan conocidas. Imagino que, lógicamente, se trata de patrocinios a golpe de dólar, pero supongo también que los productores tratan con esto de acercar más la historia al espectador para que le resulte más realista. Claro está, debe tratarse de marcas incombustibles, eternas. Pero el tiempo nos ha enseñado que no las hay. Imagino que los productores de 2001: Una odisea del espacio y Blade Runner nunca habrían imaginado entonces que la todopoderosa Pan Am, la mayor aerolínea del mundo, cuya marca aparecía en ambas películas, desaparecería del mapa en 1991.

No recuerdo si Thomas Cook ha llegado a figurar en alguna película futurista. Pero para quienes somos adictos a los viajes, la idea de que la primera agencia turística de la historia y del mundo haya desaparecido de la noche a la mañana es toda una conmoción. Aunque sus problemas vinieran ya de lejos, uno, ignorante en cosas de economía y negocios, siempre espera que aparezca algún salvador al rescate, sobre todo por el bien de sus empleados y clientes.

Thomas Cook inventó el turismo de masas. Y bueno, a nadie nos gusta el turismo de masas. Pero si no fuera por el turismo de masas, quienes no somos millonarios no podríamos viajar a donde lo hacemos a los precios a los que lo hacemos. El mundo sería un lujo económicamente inalcanzable para nosotros. Y por tanto, en lo que vale, le debemos algo de gratitud a aquel ebanista inglés del siglo XIX.

Sin embargo, este no es un blog de viajes, por mucho que esta sea una de las debilidades de su autor. Pero lo que hoy vengo a contarles es una de las historias menos divulgadas en la historia de Thomas Cook y su legendaria, ya difunta, compañía de viajes: cuál fue su papel decisivo en el impulso a la investigación arqueológica en el Oriente Próximo. Incluso aunque sus intenciones fueran realmente otras.

Petra en 1917. Imagen de Wikipedia.

Petra en 1917. Imagen de Wikipedia.

Cook no era un viajero, ni un aventurero, ni un explorador, ni mucho menos un científico. Si dos palabras le definían, eran estas: religioso y abstemio. Baptista estricto, y activista en contra del consumo de bebidas alcohólicas. En 1841 se le ocurrió la idea de organizar el viaje en tren de 500 enemigos del alcohol desde Leicester para un mítin en Loughborough, a solo 11 millas de distancia. Y así fue como comenzó: unos años más tarde ya estaba organizando viajes por Europa y EEUU.

Pero en las décadas posteriores, lo que hizo crecer la compañía de Cook como un hojaldre en el horno fue el destino estrella en la Gran Bretaña victoriana: Egipto. Y sin embargo, aunque el país de los faraones era la fuente más jugosa de ingresos para la compañía, el propio Cook tenía un mayor interés personal en otra región: Oriente Próximo. O sería más adecuado decir Tierra Santa, ya que ese interés no era geográfico, sino religioso: Cook quería utilizar su oferta de viajes a aquella región como una vía de expresión y expansión de sus creencias.

Según contaba Felicity Cobbing en un artículo publicado en 2012 en la revista Public Archaeology, en 1865 se fundó en Londres el Palestine Exploration Fund (PEF), una organización dedicada, escribía Cobbing, a «explorar, mapear y estudiar la Tierra Santa, su historia antigua, arquitectura y arqueología, su historia natural y su población».

En el último cuarto del siglo XIX, el PEF produjo un valioso volumen de documentación sobre toda la región de Tierra Santa, incluyendo mapas, descripciones y estudios sobre todos los aspectos históricos, arqueológicos, antropológicos y naturales. Aunque los intereses del PEF eran sobre todo religiosos y, cómo no, coloniales, aquellos trabajos fueron fuentes imprescindibles para los viajeros, exploradores y científicos que abrieron aquellas tierras al conocimiento occidental.

Pero aunque por entonces las actuales Palestina e Israel eran frecuentemente visitadas por viajeros y estudiosos, en cambio existía un gran desconocimiento sobre la región al otro lado del río Jordán; Transjordania, la actual Jordania. El Oriente Próximo se hallaba bajo el dominio del imperio Otomano. Pero la zona oriental, desde el Jordán hasta el Éufrates, era territorio inexplorado, desconocido, abandonado por las autoridades otomanas y controlado por las tribus locales, en permanente conflicto. Todo esto hacía de la región un lugar extremadamente peligroso, como atestiguan las historias de la época de los pocos pioneros que se atrevían a aventurarse por aquel territorio.

Y entonces llegó Thomas Cook. El ya exitoso empresario de viajes era un devoto miembro del PEF. En 1874, Cook pasó los trastos del negocio a su hijo, John Mason Cook. Durante aquella época, padre y después hijo comenzaron a ocuparse de organizar los viajes del PEF a Tierra Santa, y a proporcionar a sus miembros los famosos cheques de viaje. En 1868, los Cook organizaron la primera expedición a Transjordania, dirigida por el ingeniero militar Charles Warren. Aquella expedición mapeó las ruinas de Jerash (Gerasa) y Amán, pero sobre todo estuvo involucrada en el hallazgo y la investigación de la estela de Mesha o piedra moabita, una valiosa pieza del siglo IX a. C. hoy conservada en el Museo del Louvre.

Posteriormente, la compañía fue extendiendo sus operaciones al este del Jordán. Y tras las expediciones de arqueólogos y cartógrafos, comenzaron a llegar los viajeros de a pie, los primeros turistas. La guía de Cook de Palestina de 1876 ya incluía dos itinerarios en Transjordania, pero fue a partir de 1890 cuando aquella región empezó a convertirse en foco de atracción. A partir de 1907, ya era posible contratar en Thomas Cook & Son un viaje a lugares como Petra, Amán o Jerash. En 1922, la compañía abrió el primer hotel al este del Jordán, el Philadelphia, en la nueva capital de Amán. Al mismo tiempo, la apertura de la región también facilitó a los arqueólogos un estudio más detallado de los restos.

Así pues, quien hoy se acerque a conocer maravillas como la soberbia Petra, las ruinas de Jerash, el desierto de Wadi Rum o el castillo de Kerak (Karak), haría bien en recordar que la posibilidad de visitar aquellos lugares y lo que hoy conocemos sobre ellos se la debemos en parte a un hombre. De no haber sido él, lo habría hecho otro, pero lo hizo Thomas Cook.