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Célula de español científico: no existen las enfermedades «severas» (según el diccionario)

En 2011, cuando Twitter llevaba cinco años funcionando y estaba en pleno auge, la Real Academia Española justificaba la no inclusión en el diccionario de nuevos términos como «tuitear» alegando que «el Diccionario de la RAE recoge el uso real de la lengua, no las modas, que son efímeras. ¿Y si en 2 años ya no «tuiteamos»?», decía.

Pero solo un año después, la RAE anunciaba la incorporación al diccionario de «tuitear» y sus términos relacionados.

La RAE dice tener como objetivo reflejar el uso de las palabras, o sea, un criterio reactivo, y no ordenar estos usos, o sea, un criterio proactivo. Lo cual parece bastante razonable. Pero ¿cuánto tiempo considera la RAE que debe transcurrir para que una moda se convierta en un uso consolidado? ¿Un año? ¿Un siglo? Evidentemente, es imposible objetivar este criterio. Pero ¿por qué la RAE arrincona palabras cuyo uso está más que consolidado por el paso del tiempo, y en cambio solo las contempla precisamente cuando se ponen de moda? Es decir, justo lo contrario de lo que dice hacer.

Un ejemplo: hace unos días la RAE ha anunciado la incorporación al diccionario de varios términos asociados con el uso de las redes sociales o con tendencias que han cobrado fuerza en los últimos años. Entre ellos se encuentran «meme», «selfi», «escrache» o «sororidad».

 

Pero la palabra «meme» no es ni mucho menos nueva. La acuñó en 1976 el biólogo evolutivo Richard Dawkins en analogía a «gene» (gen); del mismo modo que un gen es una unidad de información genética que se transmite, un meme es una unidad de información cultural que se transmite. La teoría del meme se ha discutido durante décadas en los círculos académicos; su uso estaba mucho más que consolidado antes de que se aplicara a los gifs de gatitos. Y sin embargo, la RAE la ha ignorado hasta que se ha puesto de moda a través de las redes sociales.

Casos como este, con las contradicciones que conllevan en el discurso de la RAE, son llamativos cuando ignoran usos consolidados de las palabras que sin duda deberían entrar en el diccionario, pero que no lo hacen por vaya usted a saber qué razones; ¿porque no son trending topic? Y que al no hacerlo están obligando a quienes emplean estos usos consolidados a expresarse incorrectamente.

El ejemplo que traigo hoy aquí es la palabra «severo». Según el diccionario de la RAE, significa «riguroso, áspero, duro en el trato o el castigo», o bien «exacto y rígido en la observancia de una ley, un precepto o una regla», o también «dicho de una estación del año: Que tiene temperaturas extremas. El invierno ha sido severo».

Es decir, que al contrario de lo que ocurre en inglés, según el diccionario oficial del español es incorrecto hablar de una «enfermedad severa» o de «síntomas severos», ya que este uso no está recogido. Una enfermedad como la que en inglés se denomina Severe Combined Immunodeficiency (SCID) en castellano debe traducirse como inmunodeficiencia combinada grave, ya que no puede emplearse la palabra «severa» en este contexto.

Claro que quizá algunos podrían argumentar que, si para este uso tenemos la palabra «grave», que el diccionario sí acepta para referirse a las enfermedades como «grande, de mucha entidad o importancia», y por lo tanto la acepción ya está cubierta, ¿qué necesidad hay de aceptar este mismo significado para el término «severa»?

Sí, claro. Muy razonable. Si no fuera porque los médicos han utilizado «severo» en este contexto durante tanto tiempo que nadie podría discutir que se trata de un uso totalmente consolidado. ¿Y no habíamos quedado en que «el Diccionario de la RAE recoge el uso real de la lengua»?