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Este es el jefe de medio ambiente de Trump, para quien extraer petróleo es un mandato divino

Les presento a un personaje: Scott Pruitt. Puede que su nombre no les diga nada, pero en EEUU está en boca de todo el mundo. Pruitt es un político republicano estadounidense, antiguo fiscal general de Oklahoma (si los expertos en derecho me aprueban esta traducción de attorney general).

Scott Pruitt en 2017. Imagen de la Casa Blanca.

Scott Pruitt en 2017. Imagen de la Casa Blanca.

A este lado del Atlántico, lo de fiscal general de Oklahoma nos suena como a un tipo con revólver al cinto y brazos en jarras que contempla satisfecho cómo se balancea el cuerpo al extremo de la soga. Pero más allá de la fantasía, lo cierto es que sí, que en Oklahoma no solo está vigente la pena de muerte, sino que –si la Wikipedia no me engaña– es el estado de la Unión con el menú más profuso de opciones de ejecución, incluyendo el fusilamiento.

Pero Pruitt no ha saltado a la popularidad por este antiguo cargo, sino por el actual: es el hombre designado por Donald Trump para dirigir la Agencia de Protección Medioambiental (EPA), un puesto que lleva desempeñando algo más de un año.

Como es lógico, hasta el advenimiento de Trump, el cambio climático era una gran prioridad en la agenda de la EPA. No es un secreto que el actual presidente de EEUU es un ferviente negacionista de la evidencia científica sobre los efectos antropogénicos en el clima, y la huella de la doctrina de Trump en su mandato es más que palpable: en enero la Environmental Data & Governance Initiative, una organización promovida por académicos y ONG, revelaba en un extenso análisis cómo la información sobre el cambio climático ha ido desapareciendo de las webs del gobierno federal, destacando sobre todo la web de la EPA.

Pero los cambios introducidos por Pruitt, cuya dimisión ya piden incluso algunos miembros de su propio partido (¡sí, sí, eso allí pasa!), eran difícilmente inesperados: durante años Pruitt ha pasado por ser el adalid de la industria contra el medio ambiente, poniendo en marcha varias demandas contra políticas medioambientales instauradas por la administración anterior de Barack Obama.

Hace unos meses Pruitt, que en su página de Linkedin se declara un campeón de «la legislación tradicional basada en la fe», venía a decir que la extracción de petróleo es un mandato divino: «la visión bíblica del mundo con respecto a estas cuestiones es que tenemos la responsabilidad de gestionar, cultivar y cosechar los recursos naturales con los que hemos sido bendecidos para realmente bendecir a nuestros semejantes», declaraba a Christian Broadcasting Network. Sin embargo lo cierto es que, bajo este discurso tan extraño a nuestra mentalidad, pero tan aplaudido en EEUU, los medios han desvelado que la gracia de Pruitt hacia las industrias más contaminantes parece tanto o más motivada por el dólar que por la Biblia.

Un manifestante contrario a Pruitt. Imagen de Lorie Shaull / Wikipedia.

Un manifestante contrario a Pruitt. Imagen de Lorie Shaull / Wikipedia.

En su programa Last Week Tonight, el cómico John Oliver –de quien ya les he hablado aquí en alguna ocasión– desvelaba la curiosidad de que en su página de LinkedIn, que no se ha actualizado desde sus tiempos de Oklahoma, Pruitt se presenta como «un prominente opositor contra la agenda activista de la EPA». Pero el hecho de que Pruitt esté ahora dirigiendo el organismo que anteriormente ha tratado de aniquilar no es casual: si uno quiere destruir una organización, ¿qué mejor que ponerla bajo la dirección de su peor enemigo? Obviamente, Pruitt es el hombre elegido por Trump para desmantelar la EPA, al menos tal como solía ser.

Y sin embargo, incluso esto tiene un lado positivo. Mírenlo de esta manera: el hecho de que Trump haya arriesgado poniendo al frente de la EPA no a cualquier mindundi, sino al más potente archienemigo de la propia agencia, sugiere que el más poderoso negacionista del cambio climático del mundo es consciente de estar enfrentándose a un enemigo muy difícil de batir: la ciencia. Los políticos van y vienen, y por mucho daño que estos ocho años de trumpismo puedan hacer a los esfuerzos contra el cambio climático, la designación de Pruitt es un indicio de que incluso el propio Trump reconoce lo complicado que resulta ya negar las pruebas científicas actuales. Y una vez llegado a ese punto, la única salida es la censura.

Lo cual podría llevarnos a una sugerente moraleja, y es que cuanto más fuerte es la pseudociencia, puede ser también un signo de que la ciencia goza de muy buena salud. Es una idea interesante, pero no es mía. De hecho, precisamente la leí hace unos días en un artículo que me ha llevado a conectarlo con el caso de Pruitt, y que mañana les contaré.