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…Y el Bigfoot, de momento, sigue sin existir

Teniendo en cuenta la escasa propensión actual del cine comercial a salirse de los raíles de la secuela, la precuela o el remake, siempre es de agradecer que las producciones de género, esas de palomitas y respingo en la butaca, aborden nuevos temas, aunque sean más viejos que el propio cine. Y más en el caso que vengo a contar hoy, ya que hasta ahora pocas películas de terror (que yo recuerde) se habían acercado al mito del Bigfoot o Sasquatch, la versión norteamericana del Yeti. Ignoro si Willow Creek (2013), estrenada el pasado 6 de junio en EE. UU., llegará a España, o siquiera si llegará a subtitularse o doblarse en castellano. Y es cierto que la fórmula narrativa elegida, la del metraje encontrado, ya ha pasado el cénit de gloria que experimentó en años pasados, y que el tráiler de esta película recuerda demasiado a El proyecto de la bruja de Blair, la cinta que puso de moda el subgénero. Pero dado que, como mínimo, esta producción independiente ha recibido críticas que tienden a lo favorable, cabe pensar que al menos sus artífices han logrado espeluznar al público tomando como premisa el ataque de un fiero Chewbacca de peluche, lo cual tiene suficiente mérito como para que tal vez la película merezca un vistazo.

Como en el caso de Nessie, del que hablé aquí ayer, el de Bigfoot es uno de esos mitos que nunca morirán, no importa cuántas veces las presuntas pruebas de su existencia sean sucesivamente desacreditadas. No importa que algún presunto cadáver de Bigfoot fuera, en realidad, un disfraz de gorila congelado. La más famosa de las criaturas legendarias de Norteamérica no solo vuelve a la vida en esta reciente producción cinematográfica, sino que también ha protagonizado un reciente y descacharrante episodio de pseudociencia con pretensiones de perder el prefijo. Y una vez más, sin cansarme de ello, debo insistir en que la obligación de la ciencia no es desmarcarse de estos asuntos ni llamar crédulos idiotas a sus devotos, sino proporcionar el juicio justo al que toda proclama extraordinaria tiene derecho. Esto es lo que diferencia el pensamiento científico del dogma popular, sea a favor o en contra de estos fenómenos. Y el caso que explico aquí es un brillante ejemplo de ello.

Todo arrancó el 24 de noviembre de 2012, cuando una empresa con sede en Texas (EE. UU.) llamada DNA Diagnostics (cuya web, actualmente congelada como el disfraz de gorila, conoció mejores tiempos) anunció al mundo que había logrado secuenciar el genoma completo del Bigfoot. «Un equipo de científicos puede verificar que su estudio de ADN de cinco años, actualmente sometido a revisión por pares, confirma la existencia de una nueva especie de hominino híbrido, comúnmente llamado Bigfoot o Sasquatch, que vive en Norteamérica», afirmaba el comunicado de prensa. «La extensiva secuenciación de ADN realizada por los investigadores sugiere que el legendario Sasquatch es un pariente humano que surgió hace aproximadamente 15.000 años como un cruce híbrido del Homo sapiens moderno con una desconocida especie de primate», proseguía.

Bien. Como acabo de mencionar arriba, semejante afirmación no es simplemente algo para ignorar, sino que para científicos y adláteres es una golosina a la que hincar el diente, incluso aunque sea para escupirla a continuación. El equipo de DNA Diagnostics, dirigido por una forense llamada Melba Ketchum, se negó en aquel momento a facilitar el estudio, algo que por otra parte es obligado si un trabajo se encuentra en proceso de revisión por pares. Así, todos nos mantuvimos dudosamente esperando a que el estudio superara con éxito esa etapa y emergiera a través de alguna publicación científica acreditada. Y entonces llegó. Pero no de la manera como esperábamos (o realmente, sí).

Cuando el estudio por fin se publicó, lo hizo en algo llamado DeNovo Scientific Journal, una autodenominada «revista científica multidisciplinar que ofrece múltiples plataformas de publicación» y de la que nadie tenía conocimiento previo. Se trataba, al parecer, de una nueva revista online que se inauguraba el 13 de febrero de 2013 con un único estudio, el del Bigfoot (y con una web de apariencia claramente amateur). De entrada, se podía apreciar que el trabajo era real, o al menos lo parecía. En el abstract (resumen) públicamente accesible, los investigadores explicaban que habían reunido 111 muestras de sangre, tejido, pelo y otras fuentes de la presunta especie, de las cuales algunas fueron sometidas a varios procedimientos de lectura de ADN, incluyendo secuenciación del genoma nuclear completo (el que se encuentra en los cromosomas del núcleo de la célula) y del mitocondrial (una cadena circular de ADN situada en unos compartimentos de las células llamados mitocondrias y que se transmite exclusivamente por línea materna). Los investigadores obtuvieron 16 haplotipos distintos (grupos de parentesco) de ADN mitocondrial claramente humano, además de secuencias nucleares que apuntaban a un mosaico entre Homo sapiens y alguna otra cosa desconocida. Los autores concluían que el Sasquatch es un híbrido entre hembras humanas y otra especie de hominino no identificado. En otras palabras: no solo postulaban la existencia del Bigfoot, sino de un ancestro del Bigfoot.

Pero lo más interesante del affaire Ketchum no es el análisis de los resultados científicos. A este respecto, y desde su publicación, el estudio ha sido revisados por numerosos expertos que coinciden en una misma conclusión: cualquier análisis ciego de los datos genómicos presentados debería concluir que corresponden simplemente a un desastroso y caótico pastiche de muestras de varias especies, algunas identificables y otras no tanto, mezcladas por contaminación y sin ningún sentido evolutivo ni encaje en ningún árbol de parentesco. Esta, y no las que voy a comentar seguidamente, debería ser la única razón para que el estudio fuera rechazado por un número indeterminado de revistas científicas establecidas antes de que Ketchum decidiera autopublicarse.

Y sin embargo, son probablemente esas otras razones las que afectan en mayor grado a la credibilidad del trabajo y a la de su autora principal. No es estrictamente el hecho de que Ketchum sea una veterinaria y genetista forense sin cualificaciones científicas reconocidas; ni que el estudio se haya llevado a cabo sin el apoyo de instituciones o firmas autorizadas (pero sí con el de conocidos bigfootólogos); ni que la directora del estudio haya jugado al mismo tiempo al alarde y a la ocultación, promoviendo todo un circo mediático a la vez que dificultaba el acceso a sus datos; ni que Ketchum afirme haber avistado personalmente las criaturas objeto de su trabajo; ni que se haya comparado a sí misma con Galileo (un equivalente científico de lo que en la calle viene a ser creerse Napoleón Bonaparte); ni que ciertas opiniones le atribuyan una sospechosa intención de lucrarse a costa de su circo. No es ninguno de estos motivos por separado, aunque sí todos en conjunto.

Pero repito, todo eso no es lo más interesante, sino el hecho, y es la lección más importante del caso, de que el asunto Ketchum es un ejemplo modélico de mala ciencia. El método científico no es un ritual arbitrario como las instrucciones para bailar la samba, sino un edificio metodológico esencial para garantizar que toda conclusión científica es objetivable, verificable y rebatible. Cuando un científico evalúa la hipótesis de que ha descubierto una nueva especie no extinguida, parte de la premisa de un espécimen tipo, extrae muestras de él en condiciones controladas y reproducibles, las secuencia, las compara con genomas ya conocidos y, en su caso, asigna una nueva denominación que encaja en la taxonomía previamente avalada por otros miles de estudios. Alternativamente, una muestra de procedencia desconocida puede servir para intentar identificar su parentesco, por ejemplo cuando se trata de una especie probablemente extinta; pero incluso cuando las pruebas son firmes, coherentes y no contradicen paradigmas vigentes, el recorrido hasta la catalogación como nueva especie es largo y arduo. Un ejemplo de esto último es el hominino de Denisova, aún sin nombre formal.

Frente a todo esto, Ketchum y su equipo han procedido quedándose con la parte mollar que les interesa y apartando el resto: parten de la premisa (no hipótesis) de que el Bigfoot existe, para justificar que las muestras recogidas de procedencias variopintas y desconocidas pertenecen evidentemente a esta especie; así, aunque las secuencias obtenidas inviten a concluir otra cosa, se construye un puzle imposible que corresponde al genoma de esa especie. Ergo, dado que la secuencia genómica procede de muestras de Bigfoot, se prueba que el Bigfoot existe, como queríamos demostrar. Desde el punto de vista lógico, el estudio de Ketchum es una tautología, un argumento circular: el Bigfoot existe, luego el Bigfoot existe. Del mismo modo, los investigadores podrían haber probado la existencia de los centauros, con solo recoger y secuenciar muestras de ADN de unas caballerizas. La ciencia no funciona así y, pese al victimismo que exhibe la veterinaria, un estudio con semejante construcción lógica nunca será aceptado por la comunidad científica, con independencia de la calidad de los datos genómicos.

El asunto aún no ha concluido, y es de esperar que en los próximos meses sigamos oyendo hablar de Ketchum y de sus Bigfoot. Si alguien está interesado en seguir el hilo de la historia, tiene una cobertura completa (en inglés) en las actualizaciones publicadas periódicamente por la escritora de ciencia Sharon Hill en su web Doubtful News; no solo del asunto Ketchum, sino de otros casos, porque el de la tejana no es el único proyecto vivo sobre el Sasquatch. Como tampoco Willow Creek es la única producción actual que aborda el tema: Tom Biscardi, el bigfootólogo que compró el cadáver congelado de la criatura para descubrir que había adquirido el disfraz de gorila más caro de la historia, ha emprendido su propio proyecto cinematográfico, Pursuit («Persecución»), un falso documental que… adivinen y pásmense: utiliza la fórmula del metraje encontrado. En su web, Biscardi advierte: «En el estilo de El proyecto de la bruja de Blair«. Temblad, humanos. Temblad, Bigfoots.