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Rusia calló en 2017 una fuga radiactiva que afectó a casi toda Europa

Quienes vivimos la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 y el posterior desplome del bloque soviético sabíamos entonces que estábamos viviendo la Historia en directo. Medio mundo cambiaba en solo unos meses, y la geografía se reescribía (imagino que, por lo menos, en aquel entonces pocos se quejarían de las actualizaciones de los libros de texto). Pero ¿han sido tantos los cambios?

Recuerdo que por entonces había serias esperanzas de que el mundo entrara en una nueva época de menor tensión. Y sin embargo, los mayores atentados terroristas de la historia aún estaban por estar llegar. Y las guerras continuaron como siempre han sido. Al menos, los ciudadanos del antiguo bloque tras el Telón de Acero son hoy mucho más libres de lo que lo eran entonces, y los rusos pudieron venir a comprarse media costa española. Pero las alianzas tradicionales y las enemistades tradicionales no han variado.

Como tampoco Rusia se ha convertido en un país más transparente que antes de la descomposición de la URSS. Si mucho de lo que allí ocurre llega a nuestros ojos y oídos, continúa siendo, como antes, por quienes destapan los secretos. Y en ocasiones, como hoy, gracias a la ciencia.

El 2 de octubre de 2017, un lunes, una estación de seguimiento atmosférico en Milán (Italia) detectó en el aire un nivel inusual del isótopo radiactivo rutenio-106. El mismo día, la observación se repitió en estaciones de la República Checa, Austria y Noruega, a las que luego se unieron Polonia, Suiza, Suecia y Grecia. Los niveles detectados no eran peligrosos para la salud humana, pero la observación del mismo fenómeno en laboratorios tan distantes entre sí dejaba claro que se trataba de una contaminación a gran escala propagándose por gran parte de Europa.

Cinco días después, la Agencia Internacional de la Energía Atómica abrió una investigación, solicitando a las 43 naciones europeas que detallaran posibles fuentes de aquella contaminación atmosférica radiactiva. Tuvo que transcurrir un mes y medio para que, el 21 de noviembre, las autoridades rusas reconocieran que a finales de septiembre se había registrado una medición de rutenio-106 en la región del sur de los Urales. Sin embargo, los responsables de una posible fuente en aquella zona, el complejo nuclear Mayak en Ozersk, se apresuraron a negar toda relación con el incidente.

Una señal de advertencia de contaminación radiactiva en la zona de Mayak, en Rusia. Imagen de Ecodefense, Heinrich Boell Stiftung Russia, Alla Slapovskaya, Alisa Nikulina / Wikipedia.

Una señal de advertencia de contaminación radiactiva en la zona de Mayak, en Rusia. Imagen de Ecodefense, Heinrich Boell Stiftung Russia, Alla Slapovskaya, Alisa Nikulina / Wikipedia.

Por su parte, los datos facilitados por los países europeos no ayudaron a clarificar el fenómeno. Mientras, Rusia seguía declinando toda responsabilidad y atribuyendo la contaminación a la posible desintegración en la atmósfera de un satélite con baterías de radioisótopos.

Desde entonces, el episodio ha traído de cabeza a las autoridades de seguridad nuclear; hasta ahora, cuando por fin tenemos la respuesta: un estudio elaborado por cerca de 70 expertos de distintas instituciones de Europa y Canadá –con la participación del CIEMAT de España–, dirigido por la Universidad Leibniz de Hannover (Alemania) y publicado en la revista PNAS, ha reunido todos los datos de seguimiento de la nube radiactiva y los ha introducido en un modelo de los movimientos atmosféricos durante los días previos a la detección.

La reconstrucción del crimen apunta al culpable más probable: el complejo ruso Mayak. Según los investigadores, los patrones de distribución vertical del isótopo descartan la hipótesis del satélite o una posible incineración de material radiactivo de uso médico, y en cambio todas las pistas son consistentes con una fuga en Mayak que pronto se extendió hacia el oeste formando una nube del tamaño de Rumanía.

Es más, los científicos han logrado incluso determinar cómo se produjo el escape. Estudiando las características del contaminante y los procesos que lo generan, han llegado a la conclusión de que probablemente ocurrió durante el reprocesamiento de un combustible nuclear gastado dos años antes para producir cerio-144 destinado a un experimento de detección de neutrinos en el laboratorio italiano de Gran Sasso.

Esta hipótesis ya fue propuesta en febrero de 2018 por científicos del Instituto Francés de Radioprotección y Seguridad Nuclear. Entonces, los investigadores franceses sugirieron que los datos apuntaban a Mayak como el origen de la contaminación. Esta compañía, que cuenta con una planta de reprocesamiento de combustible nuclear, había firmado un contrato con el Gran Sasso para la producción del altamente radiactivo cerio-144 requerido para el experimento. Mayak era la única instalación capaz de producir el material que necesitaban los físicos italianos.

Parte de las instalaciones del complejo nuclear de Mayak, en Rusia. Imagen de Carl Anderson, US Army Corps of Engineers / Wikipedia.

Parte de las instalaciones del complejo nuclear de Mayak, en Rusia. Imagen de Carl Anderson, US Army Corps of Engineers / Wikipedia.

Sin embargo, en diciembre de 2017 Mayak comunicó al Gran Sasso que no podía cumplir con el encargo, pero sin decir ni una palabra de que el proceso había fallado y se había producido una fuga. A la teoría de los físicos franceses, el director del Instituto de Seguridad Nuclear de la Academia Rusa de Ciencias respondió diciendo que era una buena hipótesis, pero incorrecta.

Ya entonces, y aunque había constancia de que los efectos de la nube radiactiva eran inocuos para la población europea –la contaminación no llegó a España–, se sugirió que no podía afirmarse lo mismo respecto a los habitantes de los núcleos próximos a Mayak; una instalación que, por cierto, en 1957 fue la sede del desastre de Kyshtym, el tercer accidente nuclear más grave de la historia después de los de Fukushima y Chernóbil, que afectó a un área con una población de 270.000 personas. Aquello fue en tiempos de la Guerra Fría. Pero parece que algunas cosas nunca cambian en Rusia.