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El científico que sobrevivió al Titanic y escribió el primer testimonio

Anoche se cumplió un nuevo aniversario del desastre que por algún motivo continúa excitando hoy un morbo tan potente como el primer día. Es lógico que entonces, cuando aún no existía acceso global e inmediato a la información en cualquier parte del mundo, causara un enorme horror una tragedia en tiempos de paz que se llevó de un plumazo la vida de más de 1.500 personas.

Pero incluso más de un siglo después, con dos guerras mundiales a nuestras espaldas y otras locales incontables, y cuando todos los días los telediarios nos presentan un amplio desfile de cifras de víctimas de todo tipo, la fascinación por el hundimiento del Titanic sigue tan viva como siempre, sobre todo después de que en 1997 James Cameron convirtiera el episodio en una de las superproducciones más exitosas de la historia del cine.

El hundimiento del 'Titanic'. Dibujo de Willy Stöwer / Wikipedia.

El hundimiento del ‘Titanic’. Dibujo de Willy Stöwer / Wikipedia.

Como soy un tipo curioso, un devorador de conocimientos y de historias, me ha dado por preguntarme: ¿había científicos a bordo del Titanic? Sabemos, en parte gracias a Cameron, que aquel buque era un microcosmos representativo de la sociedad de entonces donde viajaban desde magnates a obreros, compartiendo el mismo casco pero sin jamás mezclarse. Parecería lógico que entre sus pasajeros hubiese también al menos algún investigador científico, pero esto es algo que no suele encontrarse en los relatos al uso.

Por suerte, cuento con la ayuda de la Encyclopedia Titanica, un recurso que contiene una inconcebible cantidad de datos sobre el buque y su primera y única travesía, incluyendo biografías más o menos extensas de todos sus ocupantes. Allí descubro que en el barco viajaban varios ingenieros, profesores, académicos y seis médicos, dos de ellos pertenecientes a la tripulación. Pero ninguno parece haber destacado por una labor investigadora sobresaliente.

Entre los pasajeros había un químico industrial, el francés René Jacques Lévy, de 36 años. El de Lévy fue un caso desafortunado, ya que el suyo no era un viaje de placer, ni debía haber estado aquella noche a bordo del Titanic. Su especialidad era la producción de tintes textiles, un trabajo que había ejercido en Inglaterra antes de regresar a París para casarse. En 1910 emigró con su mujer y sus tres hijas pequeñas a Montreal.

Posiblemente Lévy habría vivido una larga existencia en Canadá, de no haber sido por la circunstancia casual de la muerte de un familiar, que le llevó a viajar a Francia en marzo de 1912. Una vez cumplida aquella desagradable obligación, el químico debía regresar a América el 20 de abril a bordo del France. Pero cuando supo que otro barco le llevaría de vuelta con su familia 10 días antes, cambió su pasaje por uno de segunda clase en el Titanic.

Durante la travesía, Lévy comentó que los cabos para arriar los botes salvavidas le parecían demasiado cortos, y que en caso de accidente preferiría hundirse con el barco que sentarse en uno de ellos. La noche del 14 al 15 de abril, tras la colisión con el iceberg y cuando comenzó la evacuación del Titanic, el químico y sus dos compañeros de camarote se aseguraron de encontrarle una plaza en uno de los botes a una mujer con la que habían coincidido durante el viaje. Desde la cubierta la despidieron con un «au revoir!«, y ese fue el fin de la historia de Lévy. En 2012 la Real Sociedad de Química de Reino Unido concedió a Lévy su premio Presidencial a título póstumo por su «sobresaliente acto de cortesía».

Lawrence Beesley y otra pasajera en el gimnasio del 'Titanic'. Imagen de Central News And Illustrations Bureau / Wikipedia.

Lawrence Beesley y otra pasajera en el gimnasio del ‘Titanic’. Imagen de Central News And Illustrations Bureau / Wikipedia.

El caso más notable es el del profesor de ciencias de 34 años Lawrence Beesley. Según la Encyclopedia Titanica, Beesley viajaba en segunda clase en el Titanic para tomarse unas vacaciones en EEUU y visitar a su hermano en Toronto tras haber abandonado su trabajo en Inglaterra. Viajaba solo, ya que había enviudado unos años antes. Según las crónicas, Beesley pasó gran parte de la travesía leyendo en la biblioteca. En esta curiosa foto se le puede ver junto a otra pasajera en el gimnasio del barco, haciendo bicicleta estática con un atuendo dudosamente cómodo.

La noche del 14 de abril, Beesley leía en su camarote. De repente notó un tirón en el movimiento del barco, pero ningún impacto. Al salir al pasillo a informarse, un miembro de la tripulación le tranquilizó asegurándole que no ocurría nada anormal. Pero tras comprobar que se estaban preparando los botes salvavidas, regresó a su camarote a buscar algunas pertenencias y se dirigió a cubierta, notando ya una cierta inclinación anómala en las escaleras.

Cuando llegó a cubierta, se estaba organizando el arriado del bote número 13. Al no haber más mujeres ni niños a la vista, Beesley fue invitado a abordar el bote, de donde él y el resto de sus ocupantes fueron rescatados durante la madrugada del 15 de abril por el buque Carpathia.

La evacuación de Beesley fue sorprendentemente tranquila y sencilla. Solo después supo de la magnitud de la tragedia y, sobre todo, de cómo su caso había sido excepcional: pese a que la película de Cameron se centraba en las diferencias entre primera y tercera clase, en realidad el grupo que se llevó la peor parte fue el de los hombres de segunda clase, de los que solo sobrevivió el 8%, la mitad que en tercera. «Los hombres de segunda clase no tenían el prestigio social y la notoriedad para ser favorecidos por el capitán y la tripulación en la primera oleada del rescate, y al mismo tiempo podían no tener la fortaleza física de algunos de los pasajeros de tercera clase para abrirse camino a través del caos», dice el psicólogo Daniel Kruger en este documental del canal Historia.

Beesley narró su experiencia en el libro The Loss of the SS Titanic: its Story and its Lessons, que se publicó solo nueve semanas después del hundimiento. Fue la primera crónica escrita por un superviviente del desastre, y una de las principales fuentes en las que Cameron se inspiró para su película. Pero la obra de Beesley no es un simple relato de una catástrofe, sino que analizaba también los aspectos técnicos, incluyendo una discusión basada en un artículo publicado en la revista Scientific American sobre la tan cacareada insumergibilidad del Titanic. Gracias a su mentalidad científica, Beesley repasaba los errores y las posibles mejoras, con un alcance que habría sido imposible en una persona sin su formación.

A ese espíritu científico de Beesley debemos agradecerle también que se ocupara, ya en aquel relato temprano, de criticar toda la charlatanería sobrenatural de historias de premoniciones que ya entonces comenzó a aflorar, y que ha persistido hasta hoy. «Una cosa más debe señalarse: la prevalencia de creencias supersticiosas referentes al Titanic«, escribió. «Imagino que ningún otro barco zarpó jamás con tanta tontería miserable vertida sobre él».

Beesley volvió a casarse, tuvo tres hijos más –ya tenía uno de su primera esposa– y vivió hasta los 89 años, falleciendo en 1967. Uno de sus nietos es Nicholas Wade, reputado escritor de ciencia en medios como The New York Times y las revistas científicas Science y Nature.

Pero la historia más extraña de su vida, dejando aparte su afortunada huida del Titanic, tuvo lugar en 1958. Suelen decir los psicólogos que a menudo los supervivientes de tragedias se ven afectados por una especie de sentimiento de culpa por continuar vivos. Tal vez fuera esta la razón, o quizá no. Pero aquel año Beesley servía como asesor en el rodaje en Londres de la película La última noche del Titanic, cuando el director, Roy Ward Baker, le descubrió de repente infiltrado entre los actores durante la escena del naufragio. Cuando Baker le preguntó qué hacía allí, Beesley respondió que en aquella ocasión quería hundirse con el barco. Pero por segunda vez fue desalojado antes del hundimiento, ya que las normas del rodaje impedían la participación de actores no sindicados.

Aún me queda en la recámara una historia más que contarles sobre los científicos y el Titanic. Mañana seguiremos.