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Cuidado con el radón, el monstruo que vive en el sótano

Como en los cuentos de Lovecraft, la amenaza llega desde el submundo. Si usted vive en la franja occidental de la Península que desciende desde Galicia hasta el Sistema Central, esto le interesa. Sepa que tal vez se encuentre en una zona de alta exposición al radón, un gas radiactivo que aparece en el ambiente durante la desintegración del uranio-238 atrapado en el suelo y en las rocas, y que está presente de forma natural en pequeñísima proporción en el aire que respiramos.

Con el radón sucede como con los virus: la percepción pública tiende a desplazarse fácilmente del cero al infinito sin término medio. La mayoría de la gente no conoce el problema de este gas, pero a veces ocurre que quienes se enteran de ello pasan de inmediato al extremo del pánico.

Lo cierto es que el radón es un problema de salud pública reconocido por la Organización Mundial de la Salud, que mantiene un proyecto internacional al respecto. Pero como recordaba el pasado 7 de noviembre (Día Europeo del Radón) el experto del Ilustre Colegio Oficial de Geólogos (ICOG) Luis S. Quindós Poncela, que dirige el Grupo Radón en la Cátedra de Física Médica de la Universidad de Cantabria, lo prioritario es presentar el problema a los poderes públicos y a los ciudadanos para facilitar la información primero, y la actuación después.

El problema con el radón no es que estemos potencialmente expuestos a una fuente de radiación externa, como cuando nos hacemos una radiografía, sino que estamos potencialmente expuestos a contaminación radiactiva: cuando respiramos, introducimos el radón en nuestros pulmones, y así llevamos la fuente de radiación con nosotros. Y si bien el propio gas se desintegra en unos propios días, al hacerlo origina otros compuestos también radiactivos que nos someten a una exposición más prolongada. Esta radiación sostenida puede provocar mutaciones en el ADN cuya consecuencia más fatal es el cáncer.

El radón se filtra al aire desde el suelo, por lo que el riesgo es mayor cuanto más permeable es el terreno bajo nuestros pies. Según Quindós Poncela, las arcillas contienen una concentración de uranio apreciable, pero «su elevada impermeabilidad hace que la cantidad de radón que alcanza la superficie sea muy pequeña». En cambio el granito es más poroso y suele formar paisajes muy rotos, como ocurre en la Sierra de Guadarrama, y es en este tipo de suelos donde «el radón se desplaza más fácilmente y puede alcanzar la superficie del suelo en mayor proporción», añade el experto.

Vías de entrada del radón en una casa. Imagen de la Universidad de Cantabria.

Vías de entrada del radón en una casa. Imagen de la Universidad de Cantabria.

Dado que el radón surge desde lo profundo, las zonas de mayor riesgo en las viviendas son los sótanos y plantas bajas. Suele decirse que a partir del segundo piso ya no existe riesgo, pero no siempre es así: Quindós Poncela advierte de que el suelo no es la única fuente del gas. Los materiales de construcción, si se han extraído de una zona con presencia de uranio, también pueden desprender radón. Además el gas se disuelve en el agua, lo que añade otro factor de riesgo en viviendas que reciban el suministro de un pozo.

Curiosamente, la eficiencia energética de las viviendas actuales es un factor que juega en contra de la seguridad contra el radón. Según Quindós Poncela, la construcción de casas cada vez más herméticas no favorece la eliminación del gas: «Mientras que una vivienda antigua renueva el aire de su interior unas tres veces por hora, una moderna necesita dos horas para llevar a cabo dicha renovación. Este hecho favorece la presencia y acumulación de radón en el interior de las casas», dice.

En los años 90 se emprendió una campaña de medición de radón en viviendas en toda España, gracias a la cual hoy tenemos el mapa de riesgo publicado por el Consejo de Seguridad Nuclear y que pego a continuación. Pero para Quindós Poncela, las 9.000 mediciones tomadas todavía son insuficientes. Y no solo hace falta una mayor vigilancia: el ICOG reclama a las autoridades «que se apliquen cuanto antes medidas constructivas frente al radón (diseño de cimentaciones, ventilación pasiva, análisis de materiales de construcción, etc.), incluyéndolas en el Código Técnico de la Edificación, y mejorando además la definición de las zonas de riesgo en nuestro país».

Mapa de riesgo del radón en España. Imagen del Consejo de Seguridad Nuclear.

Mapa de riesgo del radón en España. Imagen del Consejo de Seguridad Nuclear.

En cuanto a las zonas de riesgo, un caso particular estudiado por el Grupo Radón de Quindós Poncela es el de Torrelodones, el pueblo de la sierra madrileña donde vivo, y donde el granito aflora del suelo en cada recodo del paisaje.

Las medidas tomadas en Torrelodones muestran una amplia variación de los niveles de radón, pero en casi todos los casos se mantienen bastante por debajo de los 200 becquerelios por metro cúbico (Bq/m³). En este rango, los expertos recomiendan simplemente «incrementar la ventilación natural de la vivienda para conseguir concentraciones tan bajas como sea posible».

Solo en una ubicación la medida llega a los 266 Bq/m³, y es en la zona de Colonia Varela; si lo conocen, a la espalda del centro comercial Espacio Torrelodones. Pero incluso en este lugar no hay motivo para la alarma: por debajo de 400 Bq/m³ no se considera necesario aplicar medidas de remedio, sino solo aumentar la ventilación, especialmente en sótanos y plantas a ras de suelo.

Es de esperar que la insistencia de los expertos y la divulgación del problema del radón facilite una mayor vigilancia y una ampliación de las mediciones. Pero si viven en una zona propensa a este riesgo y quieren quedarse más tranquilos, ustedes mismos pueden medir el nivel de radón en su casa: la web del Grupo Radón ofrece un kit, con dos detectores y sus instrucciones, por 80 euros más IVA y gastos de envío.

¿Somos el resultado de un bombardeo de radiación extraterrestre?

A nadie se le escapa que la radiación hace daño. Su efecto perjudicial se debe a que rompe la doble hélice de ADN, lo que desemboca en la muerte de la célula –de ahí la pérdida de pelo– o bien en reparaciones erróneas que pueden introducir mutaciones y con ello causar peligrosos desastres celulares, como el cáncer. Sin embargo, desde el punto de vista no de un individuo, sino de la población, la radiación y las mutaciones que provoca pueden ofrecer el sustrato sobre el que actúa la selección natural, acelerando la aparición de nuevas especies. Un ejemplo es la obtención de bacterias intestinales inmunes a la radiación que comentábamos aquí hace unas semanas. Aquellas Escherichia coli ultrarresistentes bien podrían considerarse una nueva especie, aunque no suele aplicarse este criterio cuando se trata de una evolución forzada en el laboratorio.

Ilustración del Brote de Rayos Gamma GRB 080319B, detectado en 2008, con dos rayos en direcciones opuestas. NASA.

Ilustración del Brote de Rayos Gamma GRB 080319B, detectado en 2008, con dos rayos en direcciones opuestas. NASA.

No es habitual que todos los organismos terrestres se vean sometidos a una alta dosis de radiación de forma global y repentina. Pero tampoco es impensable. Ciertas estrellas pueden sufrir una gran explosión que dispara chorros de radiación intensa a través del cosmos. Estos fenómenos, conocidos como Brotes de Rayos Gamma (BRG), se han observado con cierta periodicidad en el universo. Y si por casualidad la Tierra se encuentra justo en la trayectoria de un rayo potente, temblad, terrícolas. Se ha propuesto que los BRG pueden haber causado alguna de las cinco extinciones masivas de la historia de nuestro planeta, como la acaecida entre el Ordovícico y el Silúrico hace 440 millones de años, la segunda más devastadora de las cinco.

Sin embargo, y dado que la frontera entre extinción y especiación es delgada, algunos científicos juegan con la idea de que un BRG haya podido actuar como motor de la evolución biológica en alguna época de la historia de la Tierra. Y una candidata golosa es la llamada Explosión Cámbrica, un súbito acelerón en la aparición de nuevas especies que ocurrió hace unos 540 millones de años y que sacó del sombrero biológico la mayor parte de los grandes grupos de organismos llamados filos, como los artrópodos, los moluscos o los cordados, a los que pertenecemos. De hecho, la churrera de especies que representó la Explosión Cámbrica se ha denominado el «dilema de Darwin», ya que el propio padre de la evolución por selección natural escribió en El origen de las especies: «A la cuestión de por qué no encontramos ricos depósitos fosilíferos pertenecientes a estos períodos tempranos previos al sistema Cámbrico, no puedo dar una respuesta satisfactoria».

Los físicos Pisin Chen, de la Universidad Nacional de Taiwán y el Instituto Kavli de Astrofísica de Partículas y Cosmología de la Universidad de Stanford (EE. UU.), y Remo Ruffini, de la Universidad La Sapienza de Roma (Italia), han llevado esta hipótesis a la pizarra y han descubierto que las cuentas cuadran. Los autores han tomado como variable el radio mínimo dentro del cual es probable que la Tierra haya sufrido el impacto de al menos un BRG en sus casi 5.000 millones de años de historia, que resulta ser de unos 1.500 años luz.

Reconstrucción de un mar del Cámbrico. Ghedoghedo.

Reconstrucción de un mar del Cámbrico. Ghedoghedo.

Para calcular la dosis de radiación recibida por la Tierra en este supuesto, los investigadores han considerado la densidad atmosférica existente en aquella época. «Las pruebas indican que la atmósfera del Cámbrico contenía sobre todo nitrógeno con una densidad comparable al nivel presente, mientras que la abundancia del oxígeno era solo un pequeño porcentaje del valor actual», escriben los científicos en su estudio, disponible en arXiv.org y aún pendiente de publicación. Con este valor de densidad, Chen y Ruffini calculan que la radiación recibida en la Tierra pudo ser letal para las especies aéreas, pero no para las acuáticas. «Afortunadamente, la mayoría de los organismos en el Cámbrico vivían en aguas someras», escriben. «Los organismos marinos que vivían […] bajo la superficie pudieron sobrevivir al impacto sufriendo mutaciones inducidas en su ADN». Con todo ello, los autores concluyen que «un GRB es la única entre todas las fuentes propuestas, terrestres y extraterrestres, de extinciones masivas que puede proporcionar una explicación a esta génesis en masa».

Chen y Ruffini exploran también las consecuencias de su hipótesis en cuanto a la posibilidad de que en tiempos del Cámbrico pudiera existir vida fuera de la Tierra. «Esto puede tener implicaciones en la extinción de la vida en Marte, cuya atmósfera es mucho más tenue», reflexionan. Por otra parte, sugieren que la idea «impone restricciones» a la teoría de la panspermia, según la cual los microorganismos podrían viajar por el espacio a bordo de asteroides y sembrar la vida en otros planetas. «Los microorganismos primitivos sin protección transportados por rocas interestelares habrían podido quedar esterilizados tras su exposición a un BRG», pero «estas semillas de panspermia podrían haber evitado la destrucción si su velocidad de migración y colonización fuera más rápida que la tasa de BRG».

Con todo, no hay que perder de vista que se trata tan solo de un ejercicio de especulación teórica, aunque las ecuaciones de Chen y Ruffini encajen en la hipótesis como el pie de Cenicienta en el zapato. A su favor, los físicos alegan que «una posible prueba de este origen propuesto para la Explosión Cámbrica sería la abundancia anómala de ciertos isótopos en registros geológicos del período Cámbrico», un indicio que según los autores es coherente con su hipótesis. Pero aún deberá recorrerse un largo camino antes de poder afirmar que los terrícolas somos el resultado fortuito de un bombardeo de radiación extraterrestre.