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¿Cuándo puede funcionar la homeopatía? Cuando en realidad no es homeopatía, sino otra cosa (I)

Ayer conté aquí cómo encontré un jarabe homeopático en mi botiquín casero, todo un borrón en mi currículum que asumo con resignación y vergüenza. Pero ¿qué fue de aquel infortunado frasco, caído en manos de alguien que conocía lo que ocultaba (o lo que no) detrás de su vidrio oscuro? Como es lógico, inmediatamente dispuse del contenido de forma adecuada; era demasiado temprano para una copa (3,2 grados de alcohol, casi como una cerveza).

Pero conservé el prospecto. Porque observé en él algo muy interesante que hoy me da pie a explicar esto: la única homeopatía que podría tener algún efecto es aquella que se vende como tal pero que realmente no lo es, y que en casos como este tampoco es otra cosa que muchos de los consumidores de estos preparados esperan que sea. Parece uno de aquellos famosos trabalenguas de Rajoy, pero déjenme que se lo explique.

Homeopatía. Imagen de pixabay.

Homeopatía. Imagen de pixabay.

Para ello debo comenzar resumiendo qué es la homeopatía, esa gran incomprendida: no es una ciencia milenaria como afirmaba la docta Ana Rosa Quintana, sino solo una pseudociencia centenaria. Fue inventada en 1796 por el médico alemán Samuel Hahnemann, quien a partir de una observación errónea concibió la ficción de que una sustancia capaz de provocar ciertos síntomas en dosis normales los curaba si se administraba en cantidades ínfimas, algo que desde la antigüedad otros ya habían propuesto sin éxito (porque no es cierto).

Como en aquellos martinis de Buñuel, en los que todo el vermú necesario era el de un rayo de sol al atravesar la botella de Noilly Prat e incidir en la copa, Hahnemann definió un método de diluciones progresivas que iban reduciendo el principio activo. Entre las diluciones, el preparado debía agitarse según un arcano ritual contra un libro con tapas de cuero con el fin de extraer de la sustancia sus presuntas propiedades. Con estas llamadas sucusiones el preparado se va potentizando, de modo que cuanto menos contiene del ingrediente activo, más potente es.

En tiempos de Hahnemann aún no se conocían las causas de muchas enfermedades; los tratamientos nacían de la experiencia o la intuición y a menudo hacían más daño que bien. El átomo era un misterio, y Hahnemann creía que una sustancia podía dividirse hasta límites casi inconcebibles. Por otra parte, defendía la existencia de factores esotéricos en las enfermedades, y la idea de que las propiedades de las sustancias podían separarse de ellas (una especie de vitalismo, o podríamos llamarlo «espiritismo molecular»).

Pero incluso en el estado embrionario de la medicina de entonces, la homeopatía nació ya cosechando los abucheos de los científicos de la época, dado que no se basaba en nada conocido sobre cómo funciona la naturaleza, ni se tenía noticia de ningún fenómeno que necesitara algo como la homeopatía para explicarse. Es decir, que la homeopatía no tenía ningún argumento ya no solo para ser aceptada, sino ni siquiera para ser refutada.

Pese a todo, el simple avance del conocimiento fue derribando una tras otra las premisas de la homeopatía. A comienzos del siglo XX esta práctica fue cayendo en sus momentos más bajos, hasta que el nazismo la resucitó dentro de su mitología esotérica. En las décadas posteriores comenzó a vivir una edad dorada que perdura hasta hoy, alimentada por la llamada cultura New Age y por la pseudociencia de la quimiofobia (la superstición de lo natural; pero más sobre esto mañana).

Imagen de pixabay.

Imagen de pixabay.

Para su sistema de diluciones, Hahnemann definió la escala centesimal o C, de modo que C1 o 1C consistía en una dilución 1:100, o una parte de la sustancia original (llamada tintura madre) diluida 100 veces en agua o alcohol. Si a continuación se diluía de nuevo 100 veces esta solución, se obtenía una dilución C2 o 2C, y así sucesivamente. Por tanto, el factor de dilución de un preparado homeopático se calcula como 10^-2C, o 0,01^C. En general, Hahnemann recomendaba la dilución C30, equivalente a 10^-60, o 0,00000000000000000000000000000000000 0000000000000000000000001; o sea, una parte de la sustancia por cada 1.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000. 000.000.000.000 partes de agua. En letras, un decillón, o millón de millones de millones de millones de millones de millones de millones de millones de millones de millones. Buf.

Sin embargo, Hahnemann utilizaba diluciones hasta C300. El Oscillococcinum, un preparado homeopático contra la gripe que hoy todavía es muy popular (cuesta creerlo, pero es así), consta de casquería de pato (hígado y corazón) a dilución C200; o sea, y les ahorro los ceros, una parte del supuesto principio original diluida en 10^400 partes de agua, un 1 seguido de 400 ceros, o diez mil… ¿cómo diablos se llama a esto? ¿Hexasesentillones?

Si ya están sospechando que lo anterior empieza a sonar descabellado, lo han adivinado. Después de Hahnemann, los científicos comenzaron a comprender cómo se relaciona la masa de una muestra de sustancia con la cantidad de materia (el número de átomos o moléculas) que contiene. Ambas magnitudes están relacionadas por el número de Avogadro, 6,022*10^23. Así se definió la unidad de sustancia, el mol: un mol de cualquier sustancia contiene siempre 6,022*10^23 átomos o moléculas. En el caso del agua, un mol pesa 18,02 gramos; un mol de sal común (cloruro sódico) pesa 58,44 gramos.

Estos hallazgos permitieron comprender la fantasía que las diluciones de Hahnemann representaban: partiendo de un mol de una sustancia, puede decirse que por encima de C12 ya no queda ni una sola molécula del principio original en el agua.

C30, agua. Imagen de pixabay.

C30, agua. Imagen de pixabay.

Para calibrar la magnitud del disparate, suele citarse que el universo contiene unos 10^80 átomos, por lo que una sola molécula en un vial del tamaño del universo correspondería a una dilución, por así decirlo, de C40; para que el frasquito de Oscillococcinum contuviera una sola molécula del pato, tendría que tener el tamaño de cien ¿trecincuentillones? de universos. En un preparado C30, para asegurar que un solo paciente deglutiera una sola molécula del principio original, deberían haberse administrado dos mil millones de dosis por segundo a toda la población mundial actual, unos seis mil millones de personas, durante casi toda la historia de la Tierra, cuatro mil millones de años.

Así que no teman por los patos: internet me cuenta que un hígado de pato pesa unos 80 gramos, y un corazón unos 20. Así que, si partimos de unos 100 gramos de casquería de un solo pato, ese material, bien administrado, bastaría para preparar un sesentillón (millón de millones de… así hasta 60 veces) de toneladas de Oscillococcinum.

En la práctica, y dado que el pato se usa fresco, el médico Stephen Barrett citaba un artículo de 1997 publicado en U.S. News & World Report según el cual se utilizaba un pato al año, del cual se obtenía una facturación anual en ventas de Oscillococcinum de 20 millones de dólares. Teniendo en cuenta el coste del otro ingrediente, el agua, se harán una idea del grado de motivación de los laboratorios homeopáticos.

Oscillococcinum, agua y azúcar a más de 16 dólares. Imagen de Afshin Taylor Darian / Flickr / CC.

Oscillococcinum en pastillas, azúcar a más de 16 dólares. Imagen de Afshin Taylor Darian / Flickr / CC.

Estos preparados que no contienen nada más que agua forman el grueso de los remedios homeopáticos a la venta. En el caso de los llamados glóbulos o pellets, se riza el rizo del esperpento: se trata de píldoras de azúcar (normalmente lactosa) que se impregnan con esa agua y después se dejan secar. Con lo que retienen… ¿qué? ¿Agua seca?

Hahnemann desconocía todos estos datos, ya que en su época la composición de la materia aún estaba por definir. Pero los fantasmas de las sustancias que él presentía en las diluciones se han sustituido en la homeopatía moderna por otras fantasías, como la de que el agua recuerda la sustancia que contuvo. Sin embargo y al parecer, el agua tiene una memoria muy selectiva: solo recuerda la sustancia que el homeópata quiere, ignorando otras muchas impurezas que, según detallaba el químico Mark Lorch, se encuentran en el agua purificada a una concentración equivalente a lo que los homeópatas llaman C4 (en tiempos de Hahnemann esto tampoco se sabía). De cualquier modo y según los experimentos, la memoria del agua es mucho más desastrosa que la de aquel pez de Disney: se le olvida absolutamente todo a las 50 milbillonésimas de segundo.

Toda esta explicación me conduce a un objetivo, y es que no todos los productos homeopáticos llevan diluciones tan altas; una pequeña minoría de ellos se basa en diluciones tan bajas que los preparados sí contienen físicamente los principios activos. Al parecer, existe un debate entre ciertos homeópatas de las escuelas vieja y nueva: algunos piensan que solo estos productos con ingredientes pueden ejercer algún efecto real, mientras que aquellos de la línea más pura opinan que no pueden ser efectivos por no estar suficientemente potentizados. Preguntarse de qué parte están la razón y el sentido común es la pregunta más sencilla de la historia de las preguntas sencillas.

Este último es justamente el caso del jarabe para la tos que encontré en mi casa. Mañana seguiremos contando qué implica la presencia de ingredientes activos en ciertos preparados homeopáticos. Pero antes, no resisto la tentación de dejarles con esta genial parodia del programa humorístico de la BBC That Mitchell and Webb Look.

Las pseudoterapias inician su campaña de desinformación

El fin de semana suele ser cuando se reposan y se repasan los asuntos de los cinco días previos, y entre ellos, como conté ayer, está la puesta en marcha del Plan para la protección de la salud frente a las pseudoterapias, anunciada el pasado miércoles por María Luisa Carcedo, ministra de Sanidad, y Pedro Duque, ministro de Ciencia.

Entre esos reposos y repasos, he podido escuchar en la radio, literalmente, la siguiente interpretación de lo ocurrido esta semana: «el gobierno planea prohibir las terapias naturales». Cualquiera que escuche esta versión claramente sesgada llegará a la conclusión de que el malvado gobierno se dispone a clausurar su herbolario favorito e impedirle comprar eucalipto para prepararse unos vahos, o tila para relajarse y conciliar el sueño.

La verdadera información está ahí para quien la quiera: el gobierno informará sobre la eficacia o falta de ella de las distintas alternativas terapéuticas con el fin de que la ciudadanía disponga de los suficientes elementos de juicio para elegir sus opciones. Quien quiera elegir pseudoterapias podrá seguir haciéndolo; pero eso sí, ni a sus prescriptores y practicantes se les permitirá la publicidad engañosa, ni podrán ejercer dentro del sistema sanitario, que como cualquiera puede entender a poco que se lo proponga, debe estar dedicado exclusivamente a la administración de tratamientos terapéuticos que sean probadamente terapéuticos.

Homeopatía. Imagen de MaxPixel.

Homeopatía. Imagen de MaxPixel.

Quisiera equivocarme, pero mucho me temo que el nuevo plan del gobierno puede prender una campaña de desinformación y fake news por parte de los defensores de las pseudoterapias. La anterior interpretación de las intenciones del gobierno es una muestra de cómo la manera de presentar un asunto busca interesadamente provocar una reacción de rechazo en la audiencia: ¡prohibir las terapias naturales! ¡Pero cómo se atreven!

A los agentes de la desinformación se ha sumado, de momento, la presentadora Ana Rosa Quintana. Como informó esta casa el pasado viernes, Quintana defendió las pseudoterapias en su programa, afirmando que «la homeopatía o la acupuntura son ciencias milenarias». Es evidente que la opinión de Quintana sobre estos asuntos debería pesar tanto como su hipótesis sobre el origen y la causa de los Fast Radio Bursts, potentes ráfagas de emisiones de ondas de radio de procedencia aparentemente extragaláctica.

Pero también es evidente que no es así, sino que opiniones como la suya pesan; y obviamente Quintana ignora o bien lo que son la homeopatía y la acupuntura (no son ciencias), o bien lo que es la ciencia (la homeopatía y la acupuntura no lo son), o ambas cosas, y desde luego parece desconocer por completo que los 222 años de existencia de la homeopatía no cuentan como un milenio.

Otro indicio de que la maquinaria pseudoterapéutica puede preparar una intensificación de su campaña de fake news me lo ha proporcionado una persona, defensora de la homeopatía, que parece haberse propuesto espamear mi correo. A su primer mensaje respondí amablemente explicándole qué es la homeopatía, que no cura y por qué no cura, como creo que es mi obligación y hago con gusto siempre que se trate de ayudar a fomentar la información y la cultura del pensamiento. Pero descubrí entonces que esta persona no solo es inmune a la información, sino que ahora parece decidida a dejarme en el correo periódicas notas sobre su visión del mundo.

En su último correo (de los dos que me ha enviado esta misma mañana), me informa de que «la homeopatía ya es legal en Suecia», adjuntándome un enlace y añadiendo que «como siempre, en España somos más listos». Sobre lo de si somos más listos y como ya sugerí ayer, la idea de que debemos mimetizarnos con la manera que en otros países tienen de hacer cualquier cosa sí que tendería a indicar que somos menos listos; si no fuera porque no existen datos que demuestren diferencias de capacidades intelectuales al sur y al norte de los Pirineos.

Pero por supuesto, merece la pena indagar en el caso. El enlace me lleva a una publicación en una web de homeopatía en la que, bajo el título «Fin de la prohibición: en Suecia la homeopatía ya es legal», se cuenta que el Tribunal Supremo de Suecia ha tumbado una sentencia que condenaba a un médico por haber tratado con homeopatía a un paciente. «Los jueces están convencidos de que el médico actuó en interés del paciente y aplicó el medicamento que según los conocimientos del médico era más adecuado para el paciente», dice el texto.

Caramba –viene a pretender que interprete mi comunicante–: mientras que en España se planea restringir la homeopatía, justo ahora en Suecia se le da un empujón validando su eficacia. ¿No?

Bueno, lo cierto es que… no. En primer lugar, y aunque resulte muy oportuno pretender que Suecia ahora se pronuncia en favor de la homeopatía, no es exactamente así: al indagar un poco, descubro que en realidad la noticia original se publicó el 24 de septiembre de 2011. Fue hace siete años cuando el Tribunal Supremo sueco anuló la sentencia que sancionaba a este médico. Y en realidad, como voy a explicar, no se ha producido ningún cambio en el estatus legal de la homeopatía en Suecia, al contrario de lo que mi comunicante pretende hacerme creer.

La sentencia original en cuestión (no tengo la menor idea del idioma sueco, pero este enlace al traductor de Google me ofrece una traducción al inglés razonablemente legible) dice lo siguiente: «El Comité Nacional de Salud concede que los remedios homeopáticos no tienen impacto negativo en el organismo humano. Debe considerarse que el tratamiento homeopático no tiene efecto alguno, pero en general se acepta el positivo efecto placebo que se produce cuando el paciente por sí mismo adopta la iniciativa de tomar un tratamiento que cree que pueda tener un efecto en su enfermedad».

En resumen, la sentencia absuelve al médico de negligencia porque le estaba administrando al paciente un tratamiento que no cura, pero que tampoco le perjudica, y que no hay fundamento para una sanción que solo debe aplicarse cuando un profesional «actúa poniendo en peligro la seguridad del paciente», dice la sentencia. En otras palabras, este es el gran triunfo enarbolado por los defensores de la homeopatía: en Suecia se dictaminó (hace siete años) que administrar agua o pastillas de azúcar a un paciente no pone en riesgo su salud.

La sentencia añadía además un detalle. Basándose en ese posible efecto placebo, que no cura, pero que puede favorecer la percepción de bienestar del enfermo, los jueces citaban la postura del Comité Nacional de Salud y Bienestar de Suecia según la cual «en casos excepcionales los remedios homeopáticos pueden aceptarse como un suplemento a la medicina académica». Pero añadía: «Esto no se aplica al tratamiento sistemático o al tratamiento DE MENORES».

Las mayúsculas son mías; y es que, como ya comenté ayer, la defensa de la libertad de elección solo puede aplicarse a adultos que toman sus propias decisiones sobre su propia salud. Parece que no solamente Suecia no mantiene una postura más favorable a la homeopatía que España, sino que además allí existe un especial énfasis en la protección de los niños contra las pseudoterapias que aquí, al menos según lo presentado en las directrices del nuevo plan del gobierno, aún no se ha contemplado.

Pero insisto: la postura oficial sueca no es más favorable a la homeopatía que la española. Dos años después de aquella sentencia, el Comité Nacional de Salud, a resultas de una investigación encargada por el Ministerio de Asuntos Sociales (traducción al inglés aquí), insistía en la excepcionalidad de la administración de homeopatía: «Las ocasiones en las que los profesionales de la salud pueden desviarse de la ciencia y la experiencia demostrada son, por ejemplo, si un paciente terminal ha probado toda la medicina académica y quiere probar los preparados homeopáticos».

La responsable del estudio, Lisa van Duin, decía: «Entonces, los profesionales legítimos de la salud no pueden decir que se niegan a la homeopatía, sino que en cambio pueden ayudar a que se practique con seguridad», añadiendo que «los tratamientos de medicina alternativa no deben interferir con la medicina de modo que suponga un riesgo para el paciente».

Homeopatía. El preparado Aconitum C30 ha sido el probado en el experimento. Imagen de pxhere.

Homeopatía. El preparado Aconitum C30 ha sido el probado en el experimento. Imagen de pxhere.

La realidad es que Suecia, como el resto de los países de la Unión, se ciñe a las actuales normativas comunitarias sobre pseudoterapias. Y para saber cuál es el estado actual de la homeopatía en aquel país, nada mejor que consultar la web de la Agencia Sueca de Productos Médicos (MPA), que por suerte sí ofrece información en inglés. Y este es el estatus actual de los remedios homeopáticos en Suecia: «Deben registrarse en la MPA para poder venderse en el mercado sueco», dice la web.

¿Y qué necesita un producto homeopático para registrarse en la MPA sueca? La web cita los artículos 14 y 15 de la Directiva 2001/83/EC del Parlamento Europeo, así como el 17 y el 18 de la Directiva 2001/82/EC, para el caso de los productos veterinarios. Y aplicando dichas directivas, se exige a todo producto homeopático «la calidad y seguridad del producto final», «que la fabricación se produzca en condiciones aceptables de calidad», que «la fabricación cumpla con los métodos homeopáticos» y que «la materia prima se haya utilizado previamente en homeopatía». Es decir, ni una palabra sobre su eficacia. O sí, pero no en el sentido en que pretenden los propagadores de fake news. La web añade: «La MPA sueca no evalúa la eficacia de los productos homeopáticos. No se requieren estudios clínicos o literatura científica de apoyo para demostrar el efecto de un producto homeopático. Aún más, no pueden sostenerse indicaciones o efectos para un producto homeopático».

Es decir, la ley sueca tolera la venta de productos homeopáticos, aunque no curen, sin importar que no curen, pero únicamente siempre que no se afirme que curan. Respecto a qué tipo de productos homeopáticos pueden venderse, la MPA especifica que estos «no contengan más de una parte en 10.000 del principio original (equivalente a D4 en el producto final)» y que «si se emplea una sustancia activa empleada en un fármaco que requiere receta, el producto homeopático debe diluir este principio al menos 100 veces respecto a la dosis más baja que requiere prescripción».

¿Y por qué esa dilución D4? Bueno, sencillamente porque es la dilución mínima a la que se ha probado que no existe ningún resto del principio original; en otras palabras, la ley sueca garantiza que los productos homeopáticos que se venden contienen exclusivamente agua (o azúcar, en el caso de las pastillas). Y asegurado esto, nadie puede impedir a nadie que compre agua embotellada o caramelos, aunque sea en dosis muy pequeñas a precios comparativamente astronómicos.

Bienvenido el plan contra las pseudoterapias, pero ¿quién protegerá a los niños?

La ciencia y la medicina no son de izquierdas ni de derechas. Y por tanto, la pseudociencia y la pseudomedicina tampoco lo son. Podría hacerse un retrato simplista de los grupos anticientíficos a los dos lados del arco: la derecha milagrera y la izquierda feng-shui (como acuñó el periodista Mauricio-José Schwarz). Estos grupos existen, pero sería muy aventurado decir que son algo más que estereotipos. Lo cual no significa que los estereotipos no existan. Pero no es un carnet político lo que da la razón, ni tampoco lo que la nubla.

En algunos casos sí son factores culturales, anclados en la tradición de un pueblo. En EEUU nadie consigue limitar la tenencia de armas, a pesar de lo probadamente nocivo de la barra libre, no porque lo diga la Constitución de aquel país, sino porque lo hace el espíritu que inspiró esa Constitución. En el terreno de las pseudoterapias, países como Francia y Alemania arrastran una inercia difícil de romper: el inventor de la homeopatía, Samuel Hahnemann, era alemán; y la mayor multinacional del mundo de esta pseudoterapia fraudulenta, Boiron, es francesa.

En este país nuestro existe un consolidado tic mental de dar por bueno todo lo que se hace fuera, todo lo que viene de fuera. Y este es un argumento al que suelen agarrarse los defensores de las pseudoterapias, su estatus legal o su popularidad en otros países. Noticia fresca: no existe ninguna evidencia de que los españoles seamos menos inteligentes que los extranjeros, ni más propensos a dejarnos llevar por supersticiones, mitos o bulos.

Por lo tanto, legislar sobre las pseudoterapias no debería basarse en ninguna necesidad de mimetizarnos con nuestro entorno. Pero tampoco debería depender de qué color gobierne en cada momento.

La ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, y el ministro de Ciencia, Pedro Duque, presentando el Plan de Protección de la Salud frente a las Pseudoterapias el pasado 14 de noviembre. Imagen del Ministerio de Ciencia.

La ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, y el ministro de Ciencia, Pedro Duque, presentando el Plan de Protección de la Salud frente a las Pseudoterapias el pasado 14 de noviembre. Imagen del Ministerio de Ciencia.

El primer (y esperado) paso del actual gobierno contra las pseudoterapias, concretado esta semana en el anuncio de un plan de regulación, no es un producto de una ideología política, sino del hecho de que por primera vez se da la circunstancia de que los dos puestos de máxima responsabilidad gubernamental en Ciencia y Sanidad no están ocupados por filólogos, financieros o abogados inmobiliarios, sino por dos personas (Pedro Duque y María Luisa Carcedo) guiadas por un criterio que debería exigirse en estos casos, un conocimiento profundo de la ciencia y la medicina, respectivamente.

Es decir, no basta con la titulación adecuada, que es el primer requisito esencial; como suelo pregonar aquí, nadie aceptaría a alguien al frente del Ministerio de Economía que no fuera economista, o del de Justicia sin titulación en Derecho. Pero no es un secreto que existen numerosos profesionales de la Sanidad que no solo defienden las pseudoterapias, sino que las prescriben. Hace unas semanas se publicó la estrambótica noticia de que una institución denominada Ilustre Academia de Ciencias de la Salud Ramón y Cajal ha premiado a un homeópata. Lo cual resulta aún más esperpéntico teniendo en cuenta lo que Santiago Ramón y Cajal escribió sobre la homeopatía en su último libro, El mundo visto a los ochenta años:

¿No curan lo mismo hoy los homeópatas, la Christian science de Baker-Eddy y el psicoanálisis de Freud? El hombre dispone de reservas inagotables de fe en lo sobrenatural o simplemente en el absurdo.

(La Christian science era un presunto método de sanación espiritual creado por la estadounidense Mary Baker Eddy, fundadora de la Iglesia de Cristo, Científico, y muy en boga en tiempos de Ramón y Cajal; por su parte, el psicoanálisis ha recibido acusaciones de pseudociencia desde su invención.)

Pero además, al poder y el saber debe sumarse el tercer factor: querer. La voluntad de cambiar el actual estatus de las pseudoterapias no solo se enfrenta a la inercia del sistema, sino también a los numerosos intereses económicos implicados, incluyendo grandes negocios como el de la homeopatía y la penetración de sus practicantes y prescriptores en los órganos de decisión de ciertas organizaciones profesionales.

En resumen, el plan anunciado por el gobierno analizará las propuestas terapéuticas desde el único prisma posible, el de la evidencia científica, para informar a la población sobre las diferencias entre las terapias de eficacia comprobada y las que no la tienen ni se basan en pruebas científicas. Se combatirá la publicidad engañosa de las pseudoterapias, algo espinoso pero muy necesario, y tanto las pseudoterapias como sus practicantes quedarán fuera de los centros sanitarios y de las titulaciones universitarias.

En la presentación del plan el pasado miércoles, Pedro Duque resaltaba que no se trata de dirigir las creencias de cada cual, sino de que nadie elija una pseudoterapia por una falta de acceso a la información veraz. Y si alguien quiere jugar con su salud en contra del conocimiento, que lo haga bajo su propia responsabilidad, a sabiendas de que atenta contra sí mismo.

Sin embargo, este planteamiento deja una vía de agua, y es una de extrema gravedad: ¿quién protege de las pseudoterapias a aquellos que no pueden protegerse por sí mismos? La homeopatía encuentra uno de sus filones en la pediatría, y esto es algo que el enfoque del plan no contempla, como tampoco el hecho de que son los padres quienes toman la decisión de no vacunar a sus hijos. Si se trata de proteger la salud contra las pseudoterapias, la libertad de elección no puede amparar la desprotección de la infancia.

#StopPseudociencias: nada que celebrar, mucho que lamentar y perseguir

Termina una semana que se ha cerrado con el triste colofón de la campaña #StopPseudociencias en Twitter, una iniciativa que sus organizadores planificaron con una duración de 12 horas el pasado jueves y que la comunidad tuitera prolongó espontáneamente durante todo el día de ayer viernes. Hoy sábado aún continúan goteando incesantemente los tuits bajo este hashtag.

Pero he dicho «triste» colofón. Y es que, pese al enorme éxito de visibilidad en Twitter –y en varios medios que se hicieron eco–, esto no puede ni mucho menos considerarse una celebración o una victoria. No es el Día de la Bicicleta, o ni siquiera el del Orgullo (aunque este último también tenga un potente ingrediente de denuncia de las fobias contra las minorías sexuales). Un día de #StopPseudociencias no es una ocasión festiva, no hay carrozas, ni verbenas, ni bailes. No se trata de una comunidad de escépticos resentidos echándose a las calles de internet para reivindicar sus opiniones o su visión del mundo, como algunos aún parecen interpretar.

Homeopatía. Imagen de MaxPixel.

Homeopatía. Imagen de MaxPixel.

Para explicar la diferencia, valgan algunos ejemplos. Durante el curso de la campaña hemos conocido un caso expuesto por Joaquim Bosch-Barrera, oncólogo del Institut Català d’Oncologia y profesor de la Universidad de Girona. Bosch-Barrera contó cómo, durante una guardia en Urgencias el pasado diciembre, atendió a una mujer que llegó con un pecho «totalmente putrefacto» por un cáncer de mama que se estaba tratando con pseudoterapias, probablemente homeopatía. La paciente había rechazado el tratamiento médico por indicación de su curandero. Cuando Bosch-Barrera vio el espeluznante estado del pecho, en carne viva, con necrosis y una infección abierta y sangrante, le preguntó a la paciente:

–¿Y tu terapeuta alternativo, qué te dice de esto?

–Dice que si sale fuera de la piel es bueno, porque significa que se está oxigenando.

La mujer falleció hace dos semanas, según contaba ayer el oncólogo. El caso se difundió extensamente en Twitter (aún hoy se está haciendo) y varios medios lo recogieron (como aquí y aquí). Ante la enorme resonancia del caso, Bosch-Barrera decidió retirar la impactante fotografía por respeto a la paciente y su familia (no se le veía el rostro, pero sí el catastrófico estado de su pecho), aunque aún aparece en Twitter y en los medios.

También durante la campaña se han recordado otros muchos casos, como el de otra mujer que había tratado de combatir su cáncer de mama con ayurveda, ingesta de orina y ese preparado ilegal de lejía llamado MMS. O el caso, también muy divulgado en su día, de Mario Rodríguez, el estudiante de físicas que murió tras rechazar el tratamiento médico de su leucemia y ponerse en manos de un curandero. O el del bebé envenenado por el plomo de una pulsera homeopática que sus padres le daban a morder como remedio contra el dolor de la dentición.

También hemos sabido de individuos que pretenden curar el autismo, o de sujetos que culpan a los propios pacientes de sus enfermedades por sus “conflictos emocionales” y que recomiendan a los enfermos que imaginen a un animal devorando su cáncer. Y de canciones sanadoras, curación por imposición de manos, cristales o flores. Y se nos ha recordado que toda esta mojiganga no es inocua, sino que los pacientes que siguen terapias alternativas además de su tratamiento médico duplican su riesgo de muerte.

Un curioso cartel contra la homeopatía en la isla de Antigua. Imagen de David Stanley / Flickr / CC.

Un curioso cartel contra la homeopatía en la isla de Antigua. Imagen de David Stanley / Flickr / CC.

Frente a todo esto, en Twitter han aparecido reacciones diversas. Los más nihilistas y misántropos hablan de darwinismo, de dejar que las personas que se dejan atrapar por estas pseudoterapias eliminen sus propios genes del pool humano, alegando que legislar contra ello es paternalista y que se trata de una cuestión de libre elección. Es tanto como culpar al paciente de su suerte, al timado de dejarse timar, al allanado de no haber instalado una alarma en su casa, al atracado de caminar de noche por lugares oscuros o a la violada de no haberse resistido lo suficiente o de llevar minifalda. Legislar contra el abuso, el engaño y la agresión no es paternalismo, sino la obligación de los gobernantes de proteger a sus gobernados, y es nuestro derecho exigir que se nos proteja.

El argumento nihilista se apoya también en la abundancia de información que hoy existe para quien libremente quiera buscarla y asimilarla. Pero mercachifles, timadores y vendedores de humo sin escrúpulos se están lucrando a costa no tanto de la superstición o la ignorancia, sino sobre todo de la desesperación. Como ya he explicado aquí anteriormente, los estudios muestran que las personas que caen víctimas de las pseudoterapias no tienen estadísticamente un nivel educativo inferior a la media de la población, y ni siquiera un menor interés por la ciencia. Sin embargo, en muchos casos sí están desesperadas.

Los mecanismos por los cuales las pseudociencias triunfan entre la población mejor educada y formada de la historia, y por los cuales parte de esa población cree en su eficacia, reciben nombres como sesgo cognitivo, ilusión causal, ilusión de control o confusión entre causalidad y correlación, y todo esto es algo que no se arregla solo con información y divulgación. Con motivo de la campaña en Twitter, la psicóloga de la Universidad de Deusto Helena Matute nos lo ha recordado rescatando este artículo que recomiendo y del que cito unos párrafos:

El ejemplo clásico son las antiguas danzas de la lluvia. Cuando nuestros antepasados no sabían cómo producir lluvia se dedicaban a inventar métodos para lograrlo. Y alguien descubrió la danza de la lluvia. Lo curioso es que solía coincidir. Si un día bailaban, normalmente llovía el día siguiente, y si no el siguiente, o a lo sumo quizá hubiera que repetir el ritual al cabo de unas semanas, pero al final llovía. Así es, más o menos, como funciona nuestro sistema de asignación de causas a efectos. El primer día coincide por puro azar el evento deseado con algo que acabamos de hacer. Por tanto, repetimos esa conducta y antes o después volverá a coincidir, por lo que la asociación (ilusoria) entre nuestra conducta y el resultado esperado se irá fortaleciendo.

Así es como funcionan también muchas pseudociencias. Alguien nos comenta que determinado medicamento alternativo le ha curado. Lo probamos y nos funciona. Pero no nos damos cuenta de que cuando decimos “me funciona”, si solo tenemos un caso, dos, unos pocos, no es fiable. Lo único que podemos decir es: “ha coincidido”. Eso no es causalidad.

Para saber si A causa B debemos conocer con qué frecuencia ocurre B cada vez que ocurre A, pero también con qué frecuencia ocurre B cuando no ocurre A. Cuando un supuesto medicamento no acaba de ser reconocido oficialmente como medicamento, es porque no acaba de demostrar que la probabilidad de curarnos cuando tomamos ese medicamento sea mayor que la probabilidad de curarnos cuando lo que tomamos es un placebo. Un placebo es un producto inocuo (por ejemplo, una pastilla de sacarina), pero si nos lo dan de forma que parezca un medicamento efectivo (por el envase, el tamaño, el precio, y otra serie de factores que hacen que aumente la percepción de eficacia), y si además nos lo recomienda alguien en quien confiamos, tiene un efecto beneficioso, ante dolencias leves, y a menudo reduce también el dolor. Este efecto es psicológico, es real y está bien comprobado. También funciona con animales y con bebés. Un producto que no demuestre ser mejor que el placebo no puede ser reconocido como medicamento. Pero a menudo nos los venden en farmacias. La ley lo permite.

En este sesgo cognitivo a menudo tiene mucho que ver el rechazo al establishment médico y a la industria farmacéutica. Curiosamente, he podido comprobar que a menudo quienes repiten ese eslogan del capitalismo atroz y los abusos de las farmacéuticas no solo no son capaces de citar un solo caso concreto de corrupción o escándalo protagonizado por estas empresas, sino que, sin internet a mano, ni siquiera son capaces de citar correctamente el nombre de dos o tres compañías farmacéuticas.

Por supuesto que el abuso y la corrupción existen en la industria farmacéutica. Como en la telefonía móvil, la construcción, los hipermercados o los automóviles. Pero no parece que las ventas de coches en general hayan disminuido tras el escándalo de las emisiones (en el caso de las farmacéuticas, se repercuten los casos individuales en todo el sector). El comportamiento de una industria no anula la validez de sus productos. Ni el hecho real de que son los únicos que curan. En el fondo, e incluso con los casos reales en la mano, el argumento de la Big Pharma no es una razón motivadora, sino una justificación para tratar de disfrazar de racionalidad un sesgo cognitivo.

En resumen y como subraya Matute en su artículo, además de educar, informar y divulgar, también hay que legislar. No es paternalismo, sino protección de la población contra un abuso que en el peor de los casos mata, y en el mejor despoja a los afectados de su dinero sin ofrecerles ningún beneficio a cambio.

Por todo lo anterior, no hay nada que celebrar. Salvo quizás, un detalle. Mientras lamentablemente gobiernos como el catalán se dedican a hacer stage diving sobre los practicantes de las pseudociencias, los nuevos responsables de Ciencia (Pedro Duque) y de Sanidad (Carmen Montón) del gobierno del Estado se han sumado a la campaña #StopPseudociencias, pronunciándose explícitamente en contra de estos peligrosos abusos. Lo celebraremos cuando consigan, si es que lo consiguen, superar la oposición que van a encontrar entre sus propias filas para que estas posturas individuales se conviertan en leyes y políticas de Estado.

Hoy, día contra las pseudociencias y sus peligros: #StopPseudociencias

Las pseudociencias matan. Los bulos antivacunas matan a niños desprotegidos por la ignorancia de sus padres, e incluso a otros niños protegidos por el buen conocimiento de sus padres, pero desprotegidos por su propio sistema inmunitario. Los fraudes médicos matan a las personas que abandonan sus tratamientos, o les roban preciados meses o años de vida antes de un final igualmente inevitable. Las engañifas de las terapias alternativas matan la esperanza –y en muchos casos los ahorros– de quienes creen que los milagros existen, pero que están silenciados por la enésima conspiración internacional.

Por primera vez en la historia de este país, tenemos a un científico como ministro de Ciencia y a una médica como ministra de Sanidad. Personalmente, durante años en este blog se me han desgastado las yemas de los dedos pidiendo precisamente lo que ahora tenemos, y es una oportunidad que no debemos dejar escapar.

Imagen de Wikipedia / FDA / Michael J. Ermarth.

Imagen de Wikipedia / FDA / Michael J. Ermarth.

Por el momento, resulta esperanzador que se aplique desde un gobierno del Estado un lenguaje claro a probados fraudes de largo recorrido como la homeopatía, que hasta ahora siempre se han tratado aquí con guante de seda, disfrazando medidas favorables a la pseudomedicina con un barniz de presunto castigo para no disgustar a nadie, ni a la potente industria homeopática ni a los defensores de la realidad científica. Aunque, por cierto, a estos últimos no se les consiga engañar.

La ministra Carmen Montón ha dicho que «la homeopatía no cura». El cielo es azul, la Tierra no es plana, los cuerpos caen y el agua moja. El agua moja, pero no cura. En el siempre ambiguo y farragoso lenguaje de los políticos es difícil encontrar manifestaciones tan claras sobre cuestiones tan evidentes que no sean simples eslóganes. Pero ¿llegará a traducirse en medidas y políticas reales?

Hoy, 19 de julio, un grupo de colectivos encabezado por la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP) lanza en Twitter su segunda campaña #StopPseudociencias, después del éxito de la primera edición en febrero de 2017 que dio difusión a casi 2000 reportes de promociones de pseudociencias y pseudoterapias. Para esta nueva edición, los grupos organizadores de la iniciativa han reunido otro par de miles de reportes de este tipo de abusos contra la salud pública.

Este es el propósito de la iniciativa, en palabras de uno de sus organizadores, Emilio Molina, vicepresidente de APETP: «Otro año más, corroboramos que las pseudoterapias no suponen un problema anecdótico, y que tras ellas subyace una marea de desinformación sanitaria y movimientos peligrosos organizados, que siguen generando víctimas silenciosas. Esperamos que el cambio político conlleve una mayor atención ministerial a este problema, tomando acciones de oficio, estableciendo campañas de alerta social contra pseudociencias, facilitando herramientas a Consejerías y Colegios para la lucha contra intrusismo y mala praxis, y controlando la aplicación de las muchas leyes existentes en la materia que se están vulnerando sistemática e impunemente”.

Así, me sumo a la campaña animándoles a que participen, denunciando en Twitter los casos de pseudociencias y pseudoterapias que conozcan, haciéndolos llegar a la ministra Carmen Montón (@CarmenMonton) y/o al ministerio de Sanidad (@SanidadGob) bajo el hashtag #StopPseudociencias. Incluso si no tienen a mano ningún caso particular que quieran difundir, pueden colaborar entrando en esta página y haciendo clic en el botón para compartir en Twitter los reportes que aparecen en ella, reunidos por los organizadores de la campaña: http://stoppseudociencias.gplsi.es/Expendedor.php.

En resumen, la campaña es un clamor para que esta oportunidad histórica no se desperdicie, y para que las intenciones manifestadas por el nuevo gobierno respecto a la ciencia y la pseudociencia lleguen a materializarse en un verdadero cambio de rumbo de la política frente a este tipo de fraudes. Que a los españoles nos temieran los mercachifles de aceite de serpiente, y no solo los equipos deportivos de otros países, sí sería un auténtico motivo para sentirnos orgullosos.

Por qué hacerse la pedicura con peces es una malísima idea

Recientemente se ha publicado en la revista JAMA Dermatology el caso de una mujer que ha perdido las uñas de los pies después de una sesión de pedicura con peces, esos tratamientos de los spas en los que un grupo de pececillos mordisquea bocaditos de piel muerta como método de, según lo llaman sus defensores, exfoliación natural (el “natural”, que nunca falte para vender algo).

El daño sufrido por la mujer, de veintitantos años y residente en Nueva York, es reversible, por suerte para ella. En unos meses volverán a crecerle las uñas, se espera que ya sin defectos. La dolencia se conoce como onicomadesis, y aunque en algunos casos puede deberse a una infección, también puede venir provocada por un trauma, como cuando nos pillamos un dedo con una puerta y la uña se nos pone de un negro que asusta para acabar cayéndose. Pero en general, la onicomadesis es lo que en medicina se llama enfermedad idiopática, un término sofisticado que simplemente significa: ¿causa? ¿Qué causa?

Pedicura con peces. Imagen de Tracy Hunter / Flickr / CC.

Pedicura con peces. Imagen de Tracy Hunter / Flickr / CC.

Para ser rigurosos, debe quedar claro que no existe absolutamente ninguna prueba que demuestre la relación de la pedicura de la paciente con su problema en las uñas. No hay tal estudio, sino solamente el informe del caso. Su autora, la dermatóloga Shari Lipner, sugiere la posibilidad de que la causa fueran los peces, una vez descartadas todas las demás opciones. Tampoco existe ningún precedente en la literatura médica de un efecto similar causado por este tipo de tratamiento.

Todo lo cual nos deja el diagnóstico de que la explicación apuntada por Lipner es solo una hipótesis razonable. Pero sirve para llamar la atención sobre una práctica que, con independencia de que fuera o no la culpable en este caso, sí tiene un historial de efectos perniciosos y un claro perfil de riesgos, y en cambio ningún beneficio demostrado, al menos para quien no padezca psoriasis.

Para quien no sepa de qué se trata, las pequeñas carpas de la especie Garra rufa, originarias de Oriente Próximo, se pusieron de moda hace unos años como una nueva excentricidad en la oferta de los spas y salones de belleza. En su estado natural, los peces utilizan su boca succionadora para agarrarse a las rocas y alimentarse de biofilms, películas de microbios que crecen sobre las superficies. Solo comen la piel muerta de los pies cuando se les priva de alimento, algo que ha sido denunciado por organizaciones animalistas como PETA.

Pero dejando de lado la eliminación de pellejos y pese al sobrenombre publicitario de “pez doctor”, solo un estudio piloto de 2006 en Austria ha encontrado algún beneficio para los pacientes con psoriasis, aunque en condiciones clínicas –no en un spa– y en combinación con luz ultravioleta. Sin embargo, es importante recalcar que la psoriasis, una enfermedad de la piel, no se cura, ni con este ni con ningún otro tratamiento.

Un pez Garra rufa. Imagen de Dances / Wikipedia.

Un pez Garra rufa. Imagen de Dances / Wikipedia.

Por lo demás, todas las virtudes atribuidas a la pomposamente llamada ictioterapia son puramente imaginarias. Llaman especialmente la atención dos páginas de la Wikipedia en castellano, una sobre Garra rufa y otra sobre ictioterapia, ambas absolutamente engañosas y acríticas. En una de ellas se afirma que el tratamiento con estos peces mejora la circulación, hidrata la piel, elimina el pie de atleta y hasta el mal olor, y que está especialmente recomendado para personas con obesidad o que pasan largos periodos de pie. Ninguna de estas afirmaciones viene avalada por referencias al pie de la página, por la sencilla razón de que no existen: ninguno de estos presuntos beneficios se apoya en ninguna prueba real.

También aseguran que “el proceso es higiénico y seguro”, y que solo existen riesgos debido al “manejo inadecuado de personas poco profesionales”. No es cierto. Si algo está demostrado respecto a esta pseudoterapia, son precisamente sus riesgos, que no pueden eliminarse del todo con un buen manejo. Por mucho que el agua se cambie y que en ocasiones se utilicen productos sanitarios similares a los empleados en las piscifactorías, por definición los peces no pueden esterilizarse. En una época en que se extrema la higiene en todos los utensilios destinados a cualquier tipo de tratamiento, ¿de verdad alguien está dispuesto a que le arranquen las pieles muertas unos animalillos que antes han mordido los pies de otras personas?

El riesgo no es solo teórico. Se han descrito casos de transmisión de infecciones por micobacterias y por estafilococos (una de las bacterias que también causan la fascitis necrosante de la que hablé recientemente), así como el contagio entre los propios peces de bacterias Aeromonas. En los peces también se han aislado estreptococos y birnavirus. Un extenso estudio de 2012 en Reino Unido encontró en los peces hasta una docena de tipos de microbios peligrosos para los humanos, incluyendo la bacteria del cólera, Vibrio cholerae, y su prima Vibrio vulnificus, causante también de fascitis necrosante. Todas las bacterias detectadas eran resistentes a varios antibióticos, hasta a más de 15 diferentes.

Por este motivo, la pedicura con peces ha sido prohibida en varios estados de EEUU. El Centro para el Control de Enfermedades (CDC) incluso afirma que “la pedicura con peces no cumple la definición legal de pedicura”. Parece que allí existe incluso una definición legal de pedicura, mientras que en nuestro país se permite que esta práctica se anuncie con el engañoso término “ictioterapia”.

Todo lo anterior no implica que usuarios y usuarias de esta práctica corran un riesgo letal. Como suele suceder con muchas zoonosis (enfermedades transmitidas por los animales a los humanos), el riesgo en general “es probablemente muy bajo, pero no puede excluirse por completo”, según concluía un informe elaborado en 2011 por el Servicio de Salud Pública de Reino Unido. Un documento que, por cierto, jamás sugería la posibilidad de transmisión del virus de la hepatitis C o el del sida (VIH), como publicó algún medio en España copiando la (des)información del tabloide sensacionalista británico Daily Mail.

Pero en cualquier caso, está claro que el lugar de un pez no está en una piscina o en un barreño comiendo pieles muertas de los pies de nadie. Como tampoco el lugar de un ser humano racional está metiendo los pies en una piscina o en un barreño para que los peces le coman las pieles muertas. Quien necesite tratamiento, que acuda a un dermatólogo. Y quien busque experiencias exóticas, que viaje.