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Pasen y vean a las plantas más temibles de la naturaleza (si eres un insecto)

Solemos pensar en las plantas como adornos vivos, aunque estáticos, que sirven para decorar el paisaje, los hogares o los rincones de las oficinas. Pero ya he contado anteriormente (aquí y aquí) que en los últimos años ha desfilado por las revistas científicas una serie de hallazgos sobre capacidades insospechadas en los vegetales, como los sistemas de comunicación para advertir a sus semejantes de la presencia de un peligro, o la reacción ante las agresiones, lo que deja cada vez menos espacio a quienes piensan que es posible alimentarse sin hacer daño a ningún ser vivo. Las plantas no son agregados de células vivas que pueden cortarse por cualquier lugar sin que afecte a su integridad, sino organismos complejos y completos (aunque descentralizados) que tienen su propia versión química de lo que nosotros sentimos como dolor.

No recuerdo en qué novela o película de ciencia ficción (se agradecería alguna pista) se imaginaba la visita a la Tierra de una raza de alienígenas que se caracterizaban porque su ritmo vital era increíblemente veloz para los estándares terrícolas. Al observar que, de acuerdo a sus parámetros, los humanos no nos movíamos, nos tomaban por objetos inertes y nos cosechaban como alimento. Algo parecido es lo que sucede entre nosotros y las plantas; se trata de una diferencia de escala temporal. Las secuoyas gigantes de California, el famoso drago de Tenerife y tantos otros árboles extremadamente longevos han vivido durante milenios, viendo cómo ante ellos pasaban cientos de generaciones de esas criaturas presurosas y efímeras que somos los humanos.

Tal vez por eso suelen gustarnos las plantas que reaccionan de forma visible ante los estímulos externos, como los nenúfares, que cierran sus flores por la noche, o las mimosas que encogen sus hojas al tocarlas. Casos como estos nos recuerdan que las plantas son seres vivos y que merecen también un cierto respeto. No podemos matar una lechuga antes de comérnosla, pero sí deberíamos tener en cuenta que toda frontera a la hora de establecer qué especies de la naturaleza es lícito emplear para nuestros fines es simplemente arbitraria: necesitamos comer cosas vivas, o exvivas; quien decida situar su propia frontera en una división taxonómica concreta, que lo haga libremente. Pero que deje en paz a quienes opinen de otra manera.

Una de las clases de plantas que suele llamarnos la atención, por esas muestras patentes de que no son objetos inanimados, son las carnívoras. Cuando pensamos en ellas suele venirnos a la mente la Dionaea o venus atrapamoscas, una favorita de los niños que suele venderse en los viveros en pequeños tiestos. Lo más curioso de esta especie es su enorme popularidad en contraste con su escasísima distribución en la naturaleza: es originaria de los humedales de las Carolinas, en EE. UU. donde se estima que no quedan más allá de unas 35.800 en la naturaleza, mientras que los ejemplares cultivados en vivero se estiman en unos dos o tres millones.

El modo de acción de la venus atrapamoscas es bien conocido: en la parte modificada de las hojas que forman sus fauces, son unos pequeños pelos los que actúan como resortes para disparar la trampa, pero es necesario estimular dos pelos distintos en un intervalo de 20 segundos para que las hojas se cierren; de este modo, se evitan las falsas alarmas si lo que cae entre las hojas no es una verdadera presa.

Pero a pesar de la popularidad de esta planta, aún no se conoce en gran detalle el mecanismo molecular que controla la trampa, aunque sí lo suficiente como para entender que su origen es la generación de un potencial de acción por un movimiento de iones a través de las membranas celulares; es decir, algo bastante parecido al principio que activa nuestras neuronas. Una vez que las fauces la han atrapado, la presa ya no puede escapar: su lucha solo conseguirá que la trampa se cierre con más fuerza. Entonces comienza el proceso de digestión gracias a la secreción de enzimas que licúan a la presa, dejando solo sus partes duras. Diez días después, la trampa estará lista de nuevo para otro uso.

Para que disfruten del espectáculo de esta planta, a la que Darwin calificó como “una de las más maravillosas del mundo”, les dejo aquí este vídeo de la BBC que capta todo el proceso de caza en primerísimo plano y muestra la cáscara seca que queda después de la digestión. Y por si alguien se anima a cuidar su propia atrapamoscas, en cualquier vivero podrá encontrarlas; hay incluso una tienda británica que las vende online y las envía a cualquier lugar de Europa.