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Cómo seis pediatras tragaron cabezas de Lego para luego buscarlas en sus heces

¡Ah, la ciencia! Ese ideal de conocimiento y progreso por el que tantos han hecho tantos sacrificios. Como dice el estudio que vengo a contarles hoy, «en el campo de la medicina ha habido una noble tradición de autoexperimentación». Ahí tenemos, como recuerdan los autores, al australiano Barry Marshall, que en 1984 se bebió un cultivo de Helicobacter pylori para demostrar que esta bacteria era responsable de la úlcera gástrica. Aquí he hablado de dos entomólogos que se han dejado acribillar deliberadamente por diversos bichos, y en otro medio conté hace tiempo la historia de los dos médicos británicos que se aplastaban científicamente los testículos para estudiar el dolor. Claro que nada comparable al estadounidense Stubbins Ffirth, que a comienzos del siglo XIX bebía vómito de enfermos de fiebre amarilla para intentar demostrar que la enfermedad no era contagiosa.

Por ello, cuando un grupo de pediatras quiso comprobar cuál es el destino de un cuerpo extraño que se ingiere por accidente, «los autores sintieron que no podían pedir nada a sus sujetos de experimentación que no harían ellos mismos», escriben en el estudio. Y así, decidieron tragarse cada uno la cabeza de una figurita de Lego, para a continuación escrutar sus heces durante el tiempo necesario hasta descubrir unos ojillos mirándoles desde lo más marrón de las profundidades.

La idea es obra de Don’t Forget the Bubbles (DFTB), un grupo de pediatras de Australia y Reino Unido que hace unos años decidieron fundar una web y un blog para servir como referencia online y foro de discusión a la comunidad de pediatría. Según cuentan en su blog, un día se encontraron discutiendo sobre la ingestión de cuerpos extraños, uno de los grandes clásicos en las urgencias de pediatría. Se les ocurrió pensar que se han publicado innumerables estudios sobre el tránsito digestivo de las monedas, el objeto que los niños ingieren con más frecuencia; pero en cambio, apenas se ha publicado algo sobre los juguetes, el segundo tipo de cuerpo extraño que más viaja por los intestinos de los pequeños.

Así que decidieron poner remedio a este vacío científico, y para ello eligieron un juguete representativo y estandarizado: la cabeza de los muñequitos de Lego. Sin pelo ni gorro. Y dado que de ninguna manera podían contar con sus pacientes para el experimento, reclutaron de su propio grupo a seis voluntarios, tres mujeres y tres hombres, gustosos de pasar a la historia de la autoexperimentación científica.

Según cuentan en su estudio, publicado en la revista Journal of Paediatrics and Child Health, durante los tres días previos a la legofagia los voluntarios llevaron un diario de sus deposiciones según la Escala de Heces de Bristol, creada por investigadores de la Universidad de Bristol en 1997 y que sirve para valorar el estreñimiento o la diarrea en función del aspecto y la consistencia de la deyección: con forma de salchicha, como una morcilla, más o menos pastosa… En fin, ya se hacen una idea.

Escala de Heces de Bristol. Imagen de Cabot Health / Wikipedia.

Escala de Heces de Bristol. Imagen de Cabot Health / Wikipedia.

Utilizando la escala de Bristol, los autores del estudio evaluaron el hábito intestinal de cada participante según una puntuación de Dureza y Tránsito de Excrementos, en inglés Stool Hardness and Transit, o SHAT (literalmente, pasado del verbo cagar). Con esta preparación previa para estimar la idiosincrasia excretora de los voluntarios, estos procedieron a la deglución de las cabecitas, como prueba el siguiente vídeo:

Esquema de las cabezas de Lego empleadas en el estudio. Imagen de Tagg et al. / Journal of Paediatrics and Child Health.

Esquema de las cabezas de Lego empleadas en el estudio. Imagen de Tagg et al. / Journal of Paediatrics and Child Health.

Una vez pasado el mal trago, comenzaba la gran aventura de la ciencia. En los días sucesivos, los investigadores participantes debían recoger las emisiones de su esfínter e inspeccionar cada mojón concienzudamente por el método al gusto de cada cual: «Utilizando una bolsa y estrujando, depresores linguales y guantes, palillos chinos… No se dejó ni un zurullo sin remover», escriben los autores en el blog.

Y por fin, las cabezas fueron surgiendo de entre las sombras. Los resultados fueron medidos según el Tiempo de Encontrado y Recuperado, en inglés Found and Retrieved Time, o FART (literalmente, pedo). El tiempo medio de tránsito sorprendió a los investigadores: solo 1,71 días, frente a los 3,1 a 5,8 días que suelen tardar las monedas. Los autores del estudio aventuran que quizá el tamaño y la forma del objeto pueden influir en el FART, y como experimentos futuros proponen ingerir simultáneamente cabezas de Lego y monedas; «idealmente, con una parte del estudio que incluya tragar una figurita de Lego sosteniendo una moneda», escriben.

Sin embargo y a pesar del pequeño número de participantes, se han encontrado curiosas diferencias entre hombres y mujeres: ellas liberaron a Willy de una o dos sentadas, mientras que ellos necesitaron tres. Es más, la cabecita ingerida por uno de los sujetos masculinos, el paciente B, jamás ha podido ser recuperada, a pesar de que el individuo continuó adentrándose en lo desconocido durante dos semanas. De ello los autores concluyen: «Hay indicios de que las mujeres pueden ser más diestras rebuscando en sus excrementos que los hombres, pero esto no ha podido ser validado estadísticamente».

¿Qué fue de la cabeza del paciente B? Jamás se sabrá. Quizá navegó libre hacia el crepúsculo, o tal vez, como escriben los autores en el blog, «algún día, dentro de muchos años, un gastroenterólogo realizando una colonoscopia la descubrirá mirándole». Pero en cualquier caso, los investigadores extraen una importante conclusión, y es que la ingestión de un cuerpo extraño como el utilizado en el estudio normalmente no debe preocupar a los padres: ni causa molestias ni altera el hábito intestinal. Por ello recomiendan a los padres que no se inquieten, y que ni siquiera se molesten en rebuscar: «Si un médico con experiencia y con un doctorado es incapaz de encontrar objetos en sus propios excrementos, parece claro que no podemos esperar que lo hagan los padres».

Pero naturalmente y para aquellos fácilmente escandalizables, es necesario aclarar que el estudio no pretende presentarse como ciencia seria. En ciertas revistas médicas, sobre todo en el BMJ (British Medical Journal), existe desde hace años la tradición de celebrar la Navidad publicando algunos estudios festivos, como el de la imagen de los médicos en los dibujos animados de Peppa Pig que conté aquí el año pasado. Es una costumbre divertida que parece calar cada vez más entre los investigadores y los editores de las revistas. Leyendo algunos comentarios al vídeo de los autores en YouTube, parece evidente que quienes se escandalizan no saben distinguir entre ciencia y truño; o entre cagar y darle cuerda al reloj.