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«Las próximas décadas no solo serán más cálidas, sino también más enfermas»

En la primera década de este siglo algunas organizaciones médicas, veterinarias y de conservación medioambiental comenzaron a promover una idea a la que se llamó One Health, y a la que pronto se sumaron organismos internacionales como Naciones Unidas, autoridades sanitarias como los centros para el control de enfermedades de EEUU o Europa, y numerosos investigadores e instituciones científicas. One Health no es una plataforma ni una entidad de ninguna clase, sino un enfoque: la visión de que hoy ya no es posible (si es que alguna vez lo fue) considerar por separado la salud humana, la de los animales y la del medio ambiente, ya que las tres están íntimamente conectadas, y lo que afecta a una se transmite a las demás.

One Health no es una pamplina teórica abstrusa para organizar conferencias y llenar informes de palabrería. Es un problema muy real, y la prueba la estamos sufriendo ahora: el SARS-CoV-2 surgió en el pool de coronavirus que infecta a los murciélagos y se transmitió a los humanos a través de una especie intermedia aún no determinada. El salto quizá se produjo en una granja, en un mercado de animales vivos (esta parece hoy la hipótesis más favorecida) o en un laboratorio (poco probable con las evidencias actuales). La falta de higiene y de controles sanitarios en las explotaciones y mercados de muchos países, junto con el tráfico ilegal de especies, facilitan las zoonosis, o transmisión de patógenos de animales a humanos.

Un mercado en Shanghái, China. Imagen de Diana Silaraja / Pexels.

Un mercado en Shanghái, China. Imagen de Diana Silaraja / Pexels.

En cuanto al tercer factor de la ecuación, los ecosistemas son el campo de juego en el que se encuentran animales y humanos. La alteración de la naturaleza crea situaciones nuevas en las que estas interacciones se modifican, creando nuevas oportunidades de transmisión zoonótica que antes no existían o eran muy improbables.

Por ejemplo, la presión de la urbanización desplaza a muchos animales silvestres a los entornos urbanos, donde rebuscan en la basura, entran en contacto con las aguas residuales y reciben alimento de los humanos; se cree que estas situaciones pueden haber causado la gran expansión que ha alcanzado la COVID-19 entre los ciervos en EEUU, un problema preocupante (en Europa aún no se ha detectado esto). Por otro lado, la deforestación también obliga a muchos animales a moverse, ocupando regiones que antes no habitaban y donde pueden encontrarse especies que antes estaban separadas, facilitando nuevos intercambios de virus y posibles recombinaciones entre ellos. Además, la extinción de especies (aunque sea solo en entornos locales) provocada por estas agresiones facilita la proliferación de otras más resistentes y portadoras de patógenos, como las ratas o los murciélagos.

En agosto de 2020, en pleno auge de la pandemia, Nature publicaba un estudio, uno entre muchos otros, que alertaba de cómo la destrucción de los ecosistemas aumenta el riesgo de zoonosis. Los autores analizaban 6.801 ecosistemas y 376 especies de todo el mundo, mostrando cómo los entornos sometidos a la acción humana, como las ciudades y las zonas agrícolas y ganaderas, albergaban entre un 18 y un 72% más especies portadoras de patógenos humanos —sobre todo roedores, murciélagos y aves— y una población de dichas especies entre un 21 y un 144% mayor que los ecosistemas salvajes intactos. En un reportaje que acompañaba al estudio, la codirectora de este, la ecóloga del University College London Kate Jones, decía: «Llevamos décadas avisando de esto. Nadie nos prestó atención».

La atención llegó de la manera que nunca hubiéramos deseado, haciendo realidad los avisos de Jones y otros cientos de científicos con una pandemia que ha matado a millones. Ya no podemos reparar el desastre que ha dejado la COVID-19, pero quizá aún estemos a tiempo de evitar otras futuras pandemias, si el enfoque One Health se toma en serio por parte de quienes tienen que aportar fondos y apoyo a las investigaciones multidisciplinares que se necesitan para que el próximo virus zoonótico no nos pille desprevenidos.

Pero incluso con todo el apoyo posible, hay una amenaza contra la cual nada de esto sería suficiente, porque es mucho más grande que todas las demás, la madre de todas las amenazas: el cambio climático.

¿Puede el cambio climático aumentar el riesgo de zoonosis y llevarnos a futuras pandemias, más frecuentes y habituales de lo que nunca hemos conocido?

Como ocurre con la advertencia de Jones, también los científicos llevan décadas avisando de esto. Y tampoco se les ha prestado atención. Popularmente el cambio climático se asocia a los efectos directos, como el deshielo, la subida del nivel del mar, la ruptura de los patrones climáticos globales, fenómenos meteorológicos extremos, sequías, inundaciones… Pero no están tanto en la mente del público, aunque sí en la de los científicos, las derivadas, los efectos secundarios.

Y uno de ellos es el riesgo de que en los próximos 50 años, como consecuencia del cambio climático, aumenten en unos 15.000 los casos de saltos de virus entre especies de mamíferos. No todos estos virus serán peligrosos para nosotros, e incluso con los que sí lo son, esto no significa que vayamos a tener 15.000 zoonosis, ni mucho menos 15.000 pandemias. Pero el dato parece lo suficientemente alarmante como para tomarlo en serio.

Esta es la conclusión de un nuevo estudio de modelización ecológica dirigido por la Universidad de Georgetown (Washington DC) y publicado en Nature. Los autores han creado una simulación matemática de las redes geográficas de 3.139 mamíferos y los virus que albergan, y la han sometido a un escenario probable de cambio climático y transformaciones del uso de las tierras hasta 2070, ejecutando la simulación durante cinco años.

Lo que ocurre entonces, según el modelo, es que los animales emigran ante estas presiones medioambientales, concentrándose en cotas más elevadas (más frías), en focos de biodiversidad y en áreas muy pobladas de África y Asia, como el Sahel, India o Indonesia. El resultado es que las opciones de transmisión de virus entre especies susceptibles aumentan en miles de casos, ya que se reúnen en los mismos hábitats distintas especies que antes estaban separadas.

Los autores recuerdan que conocemos unos 10.000 virus capaces de infectar a los humanos, pero que la inmensa mayoría de ellos circulan de forma silenciosa en los mamíferos salvajes. Los murciélagos —que suman el 20% de todos los mamíferos— son uno de los mayores peligros, porque no solo albergan infinidad de virus, sino que además vencen fácilmente las barreras geográficas. Pero conviene subrayar aquí que no hay que convertir a los murciélagos en los malos de esta película; si hay que buscar algún malo, ya imaginan cuál es la especie candidata. Los murciélagos son enormemente beneficiosos para los ecosistemas, y no suponen ningún riesgo si se les deja vivir en los ecosistemas que ocupan. Si los destruimos, buscarán otros.

Para empeorar las noticias, los datos de los autores indican que este alarmante aumento de la transmisión viral entre especies ya puede estar ocurriendo, y que para prevenir el escenario definido por el modelo no bastará con mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C, según los objetivos del acuerdo de París de 2015.

En un reportaje que acompaña al estudio, Jones valora esta investigación como «un primer paso crítico en la comprensión del futuro riesgo del cambio climático y del cambio en los usos de la tierra de cara a la próxima pandemia». Aunque ya han sido muchos los estudios que han abordado el impacto de la crisis climática en el riesgo a la salud global, este es el primer modelo que relaciona directamente el cambio climático con los saltos de virus entre especies.

Naturalmente, todo estudio de este tipo tiene sus incertidumbres; la verdad absoluta sobre lo que va a ocurrir en el futuro solo la tienen los horóscopos, los videntes y los exégetas del Libro del Apocalipsis, no los pobres científicos con sus modelos matemáticos. En el reportaje de Nature el ecólogo Ignacio Morales-Castilla, de la Universidad de Alcalá de Henares, advierte de que las predicciones modelizadas a veces tienen que establecer condiciones hipotéticas; por ejemplo, cómo se dispersarán las especies o si se adaptarán a las nuevas condiciones ambientales o serán capaces de cruzar barreras geográficas. Pese a todo, Morales elogia el estudio como «técnicamente impecable».

Y, por supuesto, mucho menos predecible es el impacto que estas transmisiones virales entre especies tendrán en el riesgo de zoonosis; cuántos de esos virus saltarines serán peligrosos para los humanos, qué posibilidades habrá de que acaben llegando a nosotros, o mucho menos cómo esos virus podrán recombinar para producir nuevas variantes más nocivas. Pero en todo caso, el mensaje está claro, y es innegable. Según el codirector del estudio Gregory Albery, «este trabajo nos aporta más evidencias incontrovertibles de que las próximas décadas no solo serán más cálidas, sino también más enfermas». Y, por desgracia, su visión es pesimista: «Está ocurriendo y no es prevenible, ni siquiera en los mejores escenarios de cambio climático».