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Cinco ideas erróneas sobre las vacunas de la COVID-19 (1): la vacuna de AstraZeneca

La campaña de vacunación en España avanza a trompicones, sin dar nunca la sensación de llegar a despegar; para el común de los mortales que no pertenecemos a los colectivos de mayor riesgo o a los privilegiados (este segundo grupo incluiría a aquellos sobre los que no existen datos científicos que apunten a un mayor riesgo de contagio ni de padecer enfermedad más grave, pero que ya han recibido la vacuna), el pinchazo aún parece algo muy lejano. Pero al mismo tiempo, y con toda la difusión que están alcanzando las inmunizaciones, algunos medios están cayendo en ciertas ideas erróneas que pueden dificultar aún más el avance de las vacunas, ya que están contribuyendo a crear confusión e incluso rechazo hacia alguna de ellas. Así que, una vez más, conviene desmontar algunas de estas ideas. Empezamos:

1. Esta vacuna es peor, son mejores estas otras…

Ningún medio ha podido resistirse a la tentación de publicar bonitas infografías en las que se comparan los detalles de las distintas vacunas para que el público pueda saber qué vacuna es mejor, cuál es no tan buena, cuánto protege cada una…

Para que se entienda, esto es como elaborar una bonita tabla comparando la gestión de gobierno de, por ejemplo, Carlomagno, con la de, por ejemplo, John F. Kennedy (por utilizar ejemplos políticamente neutros). Cualquiera entiende fácilmente que esto es comparar peras con manzanas. Y esas tablas publicadas en los medios comparando distintas vacunas también están comparando peras con manzanas.

Las distintas vacunas se han probado y validado en condiciones y con criterios muy diferentes. En un ensayo clínico intervienen infinidad de factores, variables que deben elegirse cuando se diseña el ensayo y que en cada caso son muy distintas: tamaños dispares de los grupos, distintos fraccionamientos, diferentes parámetros medidos, distintos umbrales…

En una revisión en la revista Science Advances, un grupo de investigadores de la Universidad de Cornell se ha echado a la espalda la tortuosa e infernal tarea de recoger todos los datos científicos publicados sobre 17 vacunas, incluyendo las que ya están administrando a la población, con el fin de ajustar sus resultados y condiciones para tratar de sacar algo en claro de sus posibles comparaciones.

El producto de esto son 31 páginas de estudio. A lo largo de las cuales los autores repiten infinidad de veces que la disparidad de los datos, las medidas y los formatos impide la comparación directa de los resultados en la mayoría de los casos. Y escriben: «Necesitaremos más datos […] para saber si todas las vacunas de primera generación pueden proteger a niveles de eficacia cercanos al 90%. También debe tenerse en cuenta que las diferencias en la eficacia aparente pueden depender, al menos en parte, de cómo las infecciones sintomáticas se documentan en los distintos ensayos, lo que parece variar«.

Los investigadores ponen el siguiente ejemplo: en los ensayos de las vacunas de Pfizer y Moderna se identificaba a las personas infectadas cuando acudían por propia voluntad a los centros del estudio informando de síntomas y se les testaba la presencia de ARN viral por PCR, mientras que en el ensayo de AstraZeneca se testaba semanalmente a todos los vacunados y se les hacía rellenar un cuestionario de síntomas. Es evidente que se están midiendo cosas diferentes, y esto significa que los datos de eficacia no son comparables. Este es solo uno de los muchos aspectos diferentes de los ensayos de unas y otras vacunas. Y ni mucho menos se conoce aún cómo evolucionarán con el tiempo los distintos componentes inmunitarios involucrados en la protección con una u otra vacuna.

Al final, la única conclusión de esta monumental revisión es que los resultados «en su conjunto implican que la vacunación puede conseguir un alto nivel de protección contra la infección sintomática del SARS-CoV-2. Más aún, hay indicios preliminares de que las vacunas también podrán proteger contra la COVID-19 grave«.

Es por ello que, ante la proliferación de esas tablas e infografías en los medios, no solo en España, alguna revista científica ha tenido que salir al quite: «Por qué es tan difícil comparar las vacunas de la COVID«, titula Nature en un reciente reportaje. «Puede ser tentador, pero simplemente no es posible comparar directamente la efectividad de las vacunas basándonos solo en estos resultados«, dice en el reportaje el investigador de la Pennsylvania State University David Kennedy.

¿No es posible entonces obtener una comparación real válida entre distintas vacunas? Podrá serlo, cuando existan estudios que comparen directamente distintas vacunas en un mismo ensayo, con criterios comunes.

Vacuna de la Universidad de Oxford / AstraZeneca. Imagen de Gencat / Wikipedia.

Vacuna de la Universidad de Oxford / AstraZeneca. Imagen de Gencat / Wikipedia.

2. La vacuna de AstraZeneca solo tiene un 60% de… ¿eficacia? ¿Efectividad? ¿Eficiencia?

Incluso algún colectivo de profesionales sanitarios se ha manifestado en contra de recibir la vacuna de AstraZeneca, lo cual ya es para miccionar y no expulsar orina, sobre todo teniendo en cuenta que casi la práctica totalidad de la población, incluyendo sectores que corren serio riesgo de morir por cóvid, aún continúa esperando pacientemente un pinchazo que se les prometió allá por noviembre, pero que parece no llegar nunca. Y teniendo en cuenta que hoy mismo algunas personas se contagiarán y acabarán muriendo de una enfermedad contra la cual ya existen vacunas que podrían salvarles la vida. Quienes van a recibir una vacuna próximamente, sea cual sea, pueden considerarse muy afortunados. La mayoría no tenemos esa suerte.

Ante todo, aclaremos: los ensayos clínicos informan sobre la eficacia de una vacuna. Una vez que esta se administra a la población en el mundo real, se puede medir su efectividad (la eficiencia se refiere a la optimización de la campaña en términos de distribución de recursos, coste y resultados obtenidos).

Eficacia y efectividad pueden ser muy diferentes; por ejemplo, una revisión de estudios de una de las vacunas contra la gripe en niños determinó un 79% de eficacia, pero un 38% de efectividad. Debe entenderse que cuando los resultados anunciados de algunas vacunas contra la cóvid hablan de un 95% de eficacia, esto NO significa que de cada cien personas vacunadas 95 vayan a estar totalmente protegidas y 5 corran el riesgo de infectarse; significa que, en las condiciones ideales del ensayo clínico, se ha observado un 95% de reducción de la enfermedad, definida por unos criterios concretos, en el grupo de las personas vacunadas en comparación con el grupo de placebo. Ni más ni menos.

De esto se entiende que la excesiva difusión que se ha dado a esos numeritos mágicos no hace demasiado bien, ya que no se comprenden. El mensaje que debe quedar es que, si los científicos concluyen de los ensayos clínicos que una vacuna es eficaz, esto significa que su administración a la población general conseguirá proteger a muchas personas directamente, a otras indirectamente gracias a la inmunidad de grupo, y por tanto reducirá enormemente el riesgo epidemiológico para todos. Vacunas como las de la gripe, con efectividades reales muchas veces menores del 50%, salvan miles de vidas cada año.

Con respecto a la vacuna de AstraZeneca, este es el resumen de los datos: un ensayo encontró un 90% de eficacia. Otro determinó un 62% de eficacia (de estos dos datos en conjunto sale el 70% del que se habla). Ambos emplearon distinta dosificación. Ahora, una nueva revisión de los estudios ha encontrado una eficacia del 76% después de la primera dosis. Al administrar una segunda dosis antes de las 6 semanas, se ha obtenido una eficacia del 55%, pero del 81% cuando la segunda dosis se retrasa a más de 12 semanas. Y ¿cuál es la conclusión de todo esto? Que quizá convenga retrasar la segunda dosis.

AHORA BIEN:

Dicho lo anterior, también hay que decir esto. No puede ocultarse que la vacuna de AstraZeneca ha recorrido un proceso accidentado y algo desconcertante. Para empezar, los primeros estudios de vacunación con una sola dosis rindieron una producción de anticuerpos neutralizantes menor de lo esperado. Por algún motivo, los diseñadores de la vacuna decidieron utilizar la proteína Spike o S del virus (la misma que se emplea como inmunógeno en todas las vacunas que han llegado a España) en un tipo de conformación que no parecía la óptima, ya que no incluía ciertos cambios estabilizadores que los experimentos previos sugerían que podían ser ventajosos para mejorar su acción.

Quizá algo sorprendidos por este resultado, los investigadores decidieron sobre la marcha incluir una segunda dosis en el protocolo. Pero por un error, resultó que algunos de los voluntarios del ensayo recibieron en la primera dosis solo la mitad de lo pretendido. Así, hubo un grupo que recibió media dosis + una dosis, y otro al que se le administró una dosis + una dosis.

Extrañamente, resultó que el primer régimen, el de media dosis inicial, funcionaba mejor. Esto no es del todo incomprensible; de hecho, ya se había observado con alguna otra vacuna. Una explicación posible sería que el vector que transporta la proteína S, un adenovirus de chimpancé, estaba interfiriendo de algún modo en la respuesta óptima buscada. Pero también resultó que quienes habían recibido media dosis habían esperado más tiempo para recibir la segunda, por lo que quizá la diferencia se deba al tiempo entre ambas dosis y no a la dosificación. O tal vez a ambas cosas.

Por último, también resultó extraño que los resultados presentados por AstraZeneca incluyeran dos ensayos separados de los que se obtenía la media. Si no es posible comparar los ensayos de dos vacunas distintas, tampoco lo es comparar dos ensayos distintos de la misma vacuna. Es irregular; un dato promediado entre dos ensayos diferentes no tiene el mismo valor que un solo dato obtenido a partir de un único ensayo.

En resumen, a lo largo del proceso de ensayos, AstraZeneca y la Universidad de Oxford (creadora original de la vacuna) han dado tumbos y bandazos que han desconcertado bastante a la comunidad científica. Pero también debemos entender que el trabajo desarrollado a lo largo del último año por los investigadores de vacunas ha sido excepcionalmente rápido y urgente; antes de esta pandemia, el tiempo medio desde el diseño de una vacuna hasta su aprobación era de 16 años. Y cuando se avanza tan deprisa por territorio desconocido, no tiene nada de raro que surjan problemas e incluso errores a los que hay que reaccionar sobre la marcha. Lo importante es el resultado final. Y la vacuna funciona; ha superado el umbral del 60% que se estableció como objetivo mínimo para las vacunación contra la cóvid.

Por mi parte, puedo decir que estoy incluido en el grupo de edad de los que vamos a recibir la vacuna de AstraZeneca. Y que lo haré con gusto, dado que los recursos disponibles deben distribuirse del mejor modo posible entre la población, y este lo es (dejando aparte una vez más la discusión sobre los grupos privilegiados, en la que prefiero no entrar). Esto, también dejando de lado el problema de las nuevas variantes del virus. En particular, la vacuna de AstraZeneca parece ser mucho menos eficaz contra la variante sudafricana. Pero una vez más, aún no hay suficientes datos. Y en cualquier caso, creo que ya debería haber quedado suficientemente claro que esta pandemia no se acaba para cada uno de nosotros el día que recibamos el pinchazo en el brazo.

3. La vacuna de AstraZeneca no puede usarse con la gente mayor: es peligrosa, no sirve o algo

Los científicos dicen: no existen suficientes datos que permitan validar la vacuna de AstraZeneca en personas mayores al mismo nivel de confianza obtenido para el grupo de población más joven. Los medios entienden: la vacuna de AstraZeneca no sirve para las personas mayores. No funciona. O es peligrosa. O algo.

Pero sí, la vacuna de AstraZeneca se ha probado en personas mayores. De hecho, hubo un estudio específicamente dedicado a esto. La conclusión: la vacuna «parece ser mejor tolerada por las personas de más edad que por las más jóvenes y tiene una inmunogenicidad similar en todos los grupos de edad después de la dosis de recuerdo«. Según resume la reciente revisión de Science Advances citada más arriba, cuando la vacuna «se testó en voluntarios de edades 18-55, 56-69 o mayores de 70, hubo poca o ninguna reducción de la inmunogenicidad dependiendo de la edad«.

¿Por qué, entonces, esta vacuna solo se está administrando en España a los menores de 55 años? En el conjunto de estudios, el grupo de los mayores de 55 solo ha representado hasta ahora el 12% de los voluntarios –y solo un 4% de mayores de 70– con solo uno de los dos regímenes de administración de dosis probados. Dado que existen distintas vacunas y deben repartirse entre los distintos grupos, las autoridades de algunos países han preferido reservar esta vacuna para el sector de población de menor edad a la espera de más datos. Pero según los datos actuales, sí, la vacuna funciona igual de bien en personas mayores. Y por cierto, el criterio de las autoridades españolas contradice el de la Agencia Europea del Medicamento, que ha recomendado esta vacuna para todos los grupos de edad.

(Continuará)