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Así es el sistema de guiado de los mosquitos hacia nosotros (y por qué a unos pican más que a otros)

Que levante la mano quien pueda acabar el verano sin una sola picadura de mosquito en su piel. Pero sí, es cierto que no a todos nos pican por igual. En todo grupo humano siempre parece haber quienes son para los mosquitos como la máquina de vending de la oficina.

Antiguamente, y quizá todavía, se decía eso de que hay personas con la sangre más dulce, lo cual es otro más de los mitos del verano, como el corte de digestión. Todo el que se pare un momento a pensarlo se dará cuenta inmediatamente del absurdo: incluso suponiendo que la sangre fuera dulce, que no, y que los mosquitos fueran golosos, que tampoco –en realidad buscan en nuestra sangre las proteínas y el hierro que necesitan para el crecimiento de sus huevos, ya que solo las hembras pican–, ¿cómo iba a saber el mosquito el grado de dulzor de la sangre de una persona sin picarla antes?

Nuestras diferencias personales en el atractivo que ejercemos para los mosquitos se basan, lógicamente, en pistas que pueden percibir antes de picar: señales olfativas, sustancias químicas que produce nuestro cuerpo y que los guían hasta nosotros. Pero no es solo nuestro olor lo que los atrae, ni tampoco se trata de que unas personas suden más que otras. En realidad, los insectos más molestos del verano –y, dicho sea de paso, también los animales que más muertes causan en el mundo– utilizan un complejo y sofisticado sistema de guiado perfeccionado a lo largo de millones de años de evolución.

Un mosquito picando. Imagen de CDC.

Un mosquito picando. Imagen de CDC.

Así es como funciona. Al respirar, emitimos dióxido de carbono, CO2. Esta es la señal primaria que alerta a los mosquitos de que una posible presa se encuentra cerca. Tan eficientes son detectando este gas que pueden percibirlo a 50 metros de distancia. Imaginemos lo que esto supone: aunque normalmente pensemos que solo los mosquitos que vemos posados en el techo son los que nos tienen en su punto de mira, en realidad el gas de nuestra respiración está atrayendo a todos los chupasangres presentes en 50 metros a la redonda. Y no hay nada que podamos hacer para evitarlo… si es que queremos seguir respirando.

A continuación, el mosquito comienza a volar hacia la fuente que está emitiendo ese CO2. Lo cual a veces no es tan sencillo como podría parecer: dado que el gas es transportado por las corrientes de aire, el mosquito tiene que volar en contra del viento, lo que hace moviéndose en zigzag, de forma algo parecida a como hacen los veleros para navegar a contraviento.

Pero mientras tanto, ha ocurrido algo asombroso: el olor del dióxido de carbono ha disparado una señal en el cerebro del mosquito (más complejo de lo que creen quienes lo utilizan como insulto) que activa las neuronas encargadas de controlar la visión. Así, en el momento en que el mosquito huele el CO2, pasa a modo visual: ahora será su visión la que comience a buscar formas que puedan relacionarse con la figura de una presa.

A unos 10 metros de distancia, el mosquito ya puede vernos, pero aún no nos ha identificado como un objetivo. En realidad, su visión es rudimentaria; no pensemos que tiene la capacidad de distinguir a un humano de una barra horizontal en movimiento (un modelo utilizado por algunos investigadores). Por el momento, aún somos solo uno más de los objetos que entran en su campo de visión; todavía no ha localizado la pista de aterrizaje.

Entonces comienza un proceso de eliminación que se basa en señales térmicas, como los sistemas de guiado de los misiles. El mosquito sobrevuela los objetos de su entorno en busca de calor. Nosotros lo desprendemos; nuestro sofá, no. A unos 20 centímetros de distancia, ya puede detectar esta señal térmica y distinguirnos del sofá. Ya está más cerca de su merienda.

En ese momento, el mosquito se olvida por completo del CO2. Al fin y al cabo, no le interesa dirigirse a nuestra boca o nuestra nariz, que son nuestras chimeneas, sino a un lugar accesible de nuestra piel. Y para ello, vuelve a pasar por última vez a modo olfativo: a unos tres centímetros de distancia de nuestra piel es cuando se produce ese “target locked” de los aviones en las películas. Cuando el mosquito integra en su panel de control la señal térmica con la humedad que produce nuestro cuerpo y con el olor de otros compuestos que desprendemos, como ácido láctico, amoniaco, ciertos ácidos orgánicos, acetona y sulcatona… ya no tenemos escapatoria: somos su cena.

Tan asombroso es el sistema de guiado de los mosquitos que incluso puede funcionar prescindiendo de algunas de estas señales. Por ejemplo, incluso aunque pudiéramos dejar de respirar y detener nuestra emisión de CO2, el insecto hace batidas por las formas que detectan sus ojos en busca de señales térmicas, y estas pueden ser suficientes para localizar a su presa.

Todo lo anterior lo hemos ido conociendo en los últimos años gracias a las investigaciones de científicos como Jeffrey Riffell, de la Universidad de Washington, y Michael Dickinson, del Instituto Tecnológico de California. Los experimentos de estos investigadores son para dejar a cualquiera con la boca abierta.

Por ejemplo, la activación del sistema visual del mosquito por las señales olfativas es el resultado de un estudio publicado este mes en la revista Current Biology, y para el cual los científicos han utilizado el siguiente sistema (mostrado en la imagen): un pequeño recinto, tamaño insecto, rodeado por una pantalla circular de LED en la que se proyectan estímulos visuales a un mosquito que permanece en el centro atado con un alambre de tungsteno, mientras un sensor óptico debajo de él registra los movimientos de sus alas, y un tubo le suministra las señales olfativas necesarias. Para observar cómo se activan las regiones cerebrales encargadas del olfato y la visión, los investigadores utilizan mosquitos transgénicos cuyas neuronas se iluminan en color verde fluorescente cuando están en funcionamiento.

Sistema empleado por los investigadores para estudiar el comportamiento de los mosquitos. Imagen de Kiley Riffell/U. Washington.

Sistema empleado por los investigadores para estudiar el comportamiento de los mosquitos. Imagen de Kiley Riffell/U. Washington.

Pero volvamos a lo quizá se estén preguntando: ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo soy esa máquina de vending en la oficina de los mosquitos?

Los investigadores coinciden en señalar que es la fuerza de esas combinaciones de señales la que atrae más a los mosquitos hacia unas personas que hacia otras, sin que probablemente exista un único factor determinante. Un dato curioso es que los mosquitos parecen picar más por igual a los gemelos idénticos que a los mellizos, lo que sugiere la intervención de factores genéticos que probablemente influyan en el olor corporal. Otra pista interesante es que el mayor o menor atractivo de una persona para los mosquitos depende de la microbiota de su piel, es decir, de los microbios que viven sobre nosotros, que a su vez también son responsables del olor corporal. Así que, en definitiva, todo lleva a lo mismo: se reduce a nuestro olor corporal. Para los mosquitos, algunos olemos más apetitosos que otros.

Para terminar, no está de más recordar algo que ya debería ser suficientemente conocido, pero tal vez no: lo único que evita las picaduras de los mosquitos son las barreras físicas y los repelentes químicos (sobre todo el DEET). Los repelentes electrónicos por ultrasonidos no sirven absolutamente para nada, e incluso pueden ser perjudiciales para quienes los utilizan.