Entradas etiquetadas como ‘olas de calor’

Este es el límite de calor que puede aguantar el cuerpo humano

Es curioso cómo tenemos percepciones de distintos factores de riesgo para la salud que no se corresponden con su peligrosidad real. Fumar está prohibido en todas partes, y hay un gran revuelo social con el amianto cada vez que se revela su presencia en cualquier lugar. Pero, en cambio, tomar el sol continúa siendo deporte nacional, pese a que la radiación solar pertenece al mismo grupo de máximo riesgo de cáncer que el tabaco y el amianto. También pertenece a este grupo el alcohol, que bebemos generosamente, mientras al mismo tiempo se monta un gran aparato mediático y publicitario contra compuestos presentes en productos de consumo a los que ni siquiera se les ha demostrado claramente alguna toxicidad.

No seré yo quien vaya a abogar por prohibir el alcohol o tapar el sol a lo Montgomery Burns. Me limito a subrayar estas absurdas inconsistencias, instaladas y favorecidas por la publicidad, los medios y el entorno social. Otra más: parece que ahora acaba de descubrirse que el calor mata, cuando ya mataba a cientos de personas al año. Ha sido necesario que mueran trabajadores en el cumplimiento de sus funciones para que alguien empiece a darse cuenta de que realmente el calor es una amenaza para la vida, más allá del tratamiento ligero y festivo que tradicionalmente se le ha dado en los medios.

Unos jóvenes se refrescan en el río Iregua a su paso por Logroño. Imagen de EFE / Raquel Manzanares / 20Minutos.es.

Sí, hay un límite de calor incompatible con la vida humana. Un estudio publicado en 2010 en PNAS, que a menudo sirve como referencia sobre esos límites, decía: «a menudo se asume que los humanos podrían adaptarse a cualquier calentamiento posible. Aquí argumentamos que el estrés térmico impone un robusto límite superior a tal adaptación».

Los humanos somos eso que en la antigua EGB solía llamarse «animales de sangre caliente» (espero que hoy ya no, porque es nomenclatura anticuada y errónea); homeotermos, es decir, que somos capaces de mantener una temperatura corporal constante —37 °C, grado más, grado menos— con independencia de la ambiental, gracias a nuestro metabolismo y a una serie de maravillosos mecanismos evolutivos.

Contra el frío excesivo contamos además con otro sencillo mecanismo no metabólico ni evolutivo: el jersey. Pero contra el calor, si no podemos apartarnos de él, solo dependemos de nosotros mismos. Cuando el cuerpo se sobrecalienta, los sensores de temperatura de la piel y del interior del organismo envían una señal de alarma al hipotálamo, la central cerebral de regulación de la temperatura. El hipotálamo transmite entonces una orden de vuelta a la piel: sudar. El sudor es uno de esos maravillosos mecanismos, ya que la evaporación en la piel sirve para enfriarnos.

Al mismo tiempo, el hipotálamo ordena a los capilares sanguíneos de la piel que se dilaten para acoger más sangre, de modo que esta pueda enfriarse en la superficie del cuerpo. Entonces la presión sanguínea disminuye, y el corazón se ve obligado a bombear más fuertemente para mantener la circulación. Los músculos se ralentizan, lo que provoca una sensación de fatiga y somnolencia.

Si el calor es extremo y nada de esto consigue rebajar la temperatura corporal a valores normales, el sistema comienza a colapsar. El corazón se ralentiza, se detiene el enfriamiento de la sangre en la piel y se corta la sudoración. Entonces el cuerpo comienza a calentarse sin freno y empiezan a fallar el cerebro y el resto de órganos. En torno a 41 °C de temperatura interna se desata la catástrofe molecular: las proteínas empiezan a desnaturalizarse, a perder su forma. La vida depende de millones de interacciones entre las proteínas cada millonésima de segundo; si esto se para, todo el organismo falla. El ejemplo más típico de desnaturalización de las proteínas por el calor es la coagulación de la clara del huevo al hervirlo o freírlo.

Una vez que se ha llegado a estos extremos, ya no hay vuelta atrás. Ni hielo, ni sueros, ni nada. Se trata solo de qué órgano vital fallará primero. El inocente nombre de «golpe de calor» oculta algo que en realidad es un fracaso general del organismo sometido a estrés térmico extremo. Por eso parece inconcebible que esto no se haya tenido en cuenta como riesgo laboral, a juzgar por lo ocurrido en Madrid.

Pero ¿cuánto calor mata? Para evaluarlo, los científicos utilizan un parámetro estandarizado, que es la llamada temperatura de bulbo húmedo (wet-bulb temperature), o Tw. Esta es la temperatura que marca un termómetro envuelto en un paño empapado en agua, que es menor que la medida en el ambiente, debido al enfriamiento causado por la evaporación del agua del paño. La temperatura de bulbo húmedo Tw sería igual a la ambiental si la humedad relativa del aire fuera del 100% (recordemos que un 100% de humedad relativa no significa estar nadando en el agua, sino que es la máxima cantidad de vapor de agua que el aire puede contener).

El motivo de utilizar este valor de Tw es poder definir valores de temperatura máxima soportable por el ser humano sin que el mecanismo de sudoración pueda hacer nada para contrarrestarlo; con un 100% de humedad relativa el sudor no puede enfriar el cuerpo. A humedades relativas decrecientes, la diferencia entre Tw y la temperatura ambiental se va agrandando, de modo que es posible calcular a qué Tw equivale una temperatura ambiental concreta con un grado de humedad determinado.

El estudio citado de 2010 calculaba que en la Tierra la máxima Tw no suele superar los 31 °C, y que el límite posible para la vida estaría en una Tw de 35 °C. Para hacernos una idea, convirtiendo con otros niveles de humedad: con una humedad del 50%, como podría ser la de Madrid, esta Tw letal de 35 °C equivaldría a una temperatura ambiental de 44,8 °C; pero con una humedad del 90%, como podría ser un verano en Alicante, la temperatura ambiental equivalente a esa Tw de 35 °C sería de solo 36,5 °C.

Por cierto, consultando la web de la Agencia Estatal de Meteorología, la previsión hoy en Alicante es de una temperatura máxima de 34 °C y una humedad relativa máxima del 100%. Y aunque estos dos valores máximos no necesariamente tienen que coincidir en el mismo momento del día, si esto ocurriese los alicantinos estarían solo un grado por debajo del límite considerado compatible con la vida humana según el estudio de 2010. Con esto quizá se entienda mejor una de las razones por las que el acuerdo de París de 2015 contra el cambio climático advertía de lo catastrófico que resultará un aumento de 2 °C.

Pero ocurre que ese valor calculado en el estudio de 2010 era más bien teórico. Ahora, un equipo de investigadores de la Penn State University dirigido por el climatólogo Daniel Vecellio y el fisiólogo Larry Kenney ha puesto a prueba los límites reales en experimentos con voluntarios. Y la mala noticia es que ese límite real está por debajo de lo que decía el estudio de 2010.

Los investigadores reclutaron a un grupo de mujeres y hombres jóvenes y sanos, a quienes se les dio a tragar un pequeño termómetro telemétrico en forma de cápsula para poder monitorizar la temperatura interna de su cuerpo. Luego los voluntarios se encerraban en una cámara donde se les sometía a distintas condiciones de temperatura y humedad mientras hacían tareas ligeras como cocinar o comer.

Lo que descubrieron los científicos es que el límite del peligro, a partir del cual la temperatura interna de los voluntarios comenzaba a subir sin que la sudoración pudiese compensarlo, estaba en torno a una Tw de 31 °C. Esto equivaldría a 40,2 °C con una humedad del 50% (Madrid), o a solo 32,5 °C con una humedad del 90% (Alicante).

Es decir, con olas de calor como las que estamos sufriendo, ya estamos más allá del límite. Una exposición prolongada a estas condiciones puede matar, como se está demostrando en la práctica. El experimento de este estudio se hizo con personas jóvenes y sanas; las personas mayores son aún más sensibles al estrés térmico.

Este gráfico de los investigadores muestra el límite crítico de temperaturas y humedades, que sería la frontera entre la zona amarilla y la roja:

Límite crítico (entre la zona amarilla y la roja) de temperaturas y humedades para el cuerpo humano. Imagen de W. Larry Kenney, CC BY-ND.

Tocaría acabar este artículo con una mención sobre lo que se nos viene encima con el cambio climático, y con la previsión que comenté ayer de que estas olas de calor van a ser más frecuentes, duras y persistentes en los próximos años, porque nos ha tocado vivir en la región del hemisferio norte templado más propensa a estos azotes. Pero creo que ya está todo dicho.

Sí, el cambio climático es obra humana; no, no es el culpable de todo lo que pasa, hasta que la ciencia lo demuestre

Escucho esta mañana, en la tertulia radiofónica matinal de Onda Cero, la típica sucesión de especulaciones en torno al calor extremo que estamos sufriendo durante buena parte de lo que llevamos de verano, y en torno a la plaga de incendios forestales. Lo he llamado sucesión de especulaciones a falta de otro nombre mejor, por no llamarlo debate; por mi ya provecta edad llegué a ver en televisión aquellos antiguos programas de La Clave del recientemente fallecido José Luis Balbín. Aquello eran debates, con expertos hablando de su especialidad (aunque por entonces aquello para mí solo era el programa aburrido de gente mayor y seria que ponían un rato después de La pantera rosa). Lo de ahora, pues no.

Entre los tertulianos hay un periodista que avanza por la banda diciendo algo así como que él no va a entrar en si el cambio climático está provocado por los humanos o no, pero que lo importante es cómo está influyendo en todo lo antedicho, el calor extremo y los incendios.

Pues bien, es justo todo lo contrario.

Vaya por delante algo que quizá ya sepan quienes de cuando en cuando se dejen caer por este blog: cuando se trata de desmentir bulos o ideas erróneas, no suelo mencionar aquí el nombre del portavoz concreto que ha motivado el desmentido, y por al menos dos razones. Primera, no se trata de descalificar a una persona porque su ideología no nos gusta, sino solo de descalificar sus afirmaciones porque son erróneas. Los rifirrafes personales no conducen a nada más que el ruido y la furia, como vemos a diario en Twitter. Son la versión real de los Dos Minutos de Odio orwellianos.

Segunda, lo de menos es a quién le he escuchado decir algo que en realidad tampoco es su idea original; esto de, sí, hay un cambio climático que es evidente porque lo estamos viendo, pero no, no es culpa nuestra, es solo la enésima versión del negacionismo que actualmente triunfa. El negacionismo se ha ido adaptando y reformulando para continuar agarrándose desesperadamente a una apariencia de credibilidad, y ahora esta versión parece muy extendida.

Incendio forestal en Mijas (Málaga). Imagen de Daniel Pérez / EFE / 20Minutos.es.

El resumen de por qué es justo todo lo contrario es el que aparece en el título: sí, el cambio climático es obra humana. No, aún no podemos estar seguros de que estos calores sean parte del cambio climático, hasta que los científicos expertos nos digan que sus estudios lo confirman.

Con respecto a lo primero, muchos negacionistas ahora están sosteniendo esa misma versión defendida por el tertuliano; parece que con los extremos meteorológicos que sufrimos, y dado que la percepción de la gente naturalmente tiende a quedarse en lo más evidente e inmediato, ya que la gente no lee estudios científicos, a los negacionistas les resulta cada vez más difícil convencer a alguien de que esto no está pasando. Y por lo tanto, aceptan que está pasando, pero dicen que el ser humano no tiene nada que ver con ello, cosa que puede colar, ya que la gente no lee estudios científicos.

Ocurre que, como ya conté aquí, el consenso sobre el hecho de que el cambio climático es consecuencia de la acción humana actualmente lo apoya el 99,9% de la comunidad científica experta, según un estudio reciente. O sea, todos los científicos. Jamás ha existido un consenso científico sobre nada tan ampliamente ratificado de forma explícita. Los autores del estudio escribían que actualmente negar el cambio climático antropogénico equivale a negar la evolución biológica o la tectónica de placas. Pensamiento marginal acientífico que también tiene sus adeptos; en EEUU se niega la evolución en algunas escuelas.

En cambio, y aunque parezca paradójico, cuando salen tantas voces, incluyendo la del propio presidente del gobierno, culpando de todo al cambio climático, los científicos dicen: no tan deprisa.

Es natural que si un medio entrevista a un meteorólogo o climatólogo, este hable de todo lo que está ocurriendo en el contexto del cambio climático. Pero esto no significa que esté estableciendo una relación directa: si en algo insisten siempre los expertos, es en que no debemos confundir meteorología con clima. Los científicos son enormemente cautos a la hora de atribuir cualquier fenómeno meteorológico extremo al cambio climático; y cuando lo hacen, no es vía carajillo en la barra de un bar, sino vía estudios científicos que predicen y encajan esos fenómenos meteorológicos concretos dentro de los modelos matemáticos globales del clima.

Un ejemplo: a comienzos de este mes se publicaba en Nature Communications un estudio del Instituto de Investigación del Impacto del Clima de Potsdam (Alemania). A través de datos observacionales desde 1979 y de un modelo matemático basado en redes neuronales, los autores descubren que Europa occidental es especialmente propensa a las olas de calor extremo de un modo que durante los últimos 42 años ha crecido de 3 a 4 veces más que en otras latitudes medias del hemisferio norte.

A través de su modelo, explican este fenómeno por cambios en la dinámica atmosférica que incluyen un aumento en la frecuencia y persistencia de dobles corrientes en chorro sobre Eurasia, y muestran que este aumento es responsable de la totalidad de ese incremento de olas de calor en Europa occidental, y en buena medida también en el resto del continente.

Cambio climático, ¿no? Pues pese a todo, los autores del estudio no pueden afirmarlo, sencillamente porque no lo demuestran; su estudio no emplea modelos climáticos globales. Y los autores saben bien, como lo sabe cualquiera que haya publicado un estudio científico, que hay unas señoras y unos señores llamados referees que revisan el estudio antes de decidir si debe publicarse o no, y que la inmensa mayoría de las veces deciden que no. Y una de las razones por las que pueden decidir que no es esta: en la línea tal ustedes extraen una conclusión que no se apoya directamente en sus propios datos.

Por ello los autores sugieren, en base a otros estudios previos, que los cambios que reportan y analizan podrían ser consecuencia del cambio climático, pero no pueden afirmarlo sin más. Y concluyen: «Futuros estudios deberán investigar cómo los modelos climáticos capturan los vínculos entre los extremos de calor y las dobles corrientes en chorro, y si alguno de esos componentes cambia en diferentes escenarios forzados. Estos análisis permitirían evaluar si el aumento observado de las dobles corrientes es parte de la variabilidad natural interna del sistema climático o si es una respuesta al cambio climático antropogénico».

Y añaden: «Nuestros datos y otros análisis podrían ayudar a mejorar los modelos climáticos que actualmente están subestimando la observada tendencia al calentamiento en Europa occidental».

O sea, que será aún peor de lo que nos habían dicho. Una y otra vez ocurre que, si en algo están fallando las predicciones sobre el cambio climático, es en que se están quedando demasiado cortas.