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Esto es lo que dice la ciencia sobre la eficacia del mindfulness

Últimamente hay una palabra que se ha convertido en el perejil de todas las salsas: mindfulness, esa técnica de meditación heredada del budismo que se ha extendido desde los gimnasios a los hospitales pasando por las consultas de psicología, y que incluso ha llegado a ámbitos tan improbables como la empresa y el ejército.

Vaya por delante que no tengo nada en contra del mindfulness, ni tampoco a favor. De por sí, digamos que no es el tipo de cosa que va dirigida a la atención del tipo de persona que yo soy, o que la atención del tipo de persona que yo soy no va dirigida hacia el tipo de cosa que es el mindfulness. Pero el fenómeno comienza a interesarme cuando una de las principales bases de datos de estudios científicos recoge casi 5.000 trabajos sobre el mindfulness desde 1980 hasta hoy, casi la mitad de ellos en los últimos dos años, más de 70 solo en este febrero de 2018. Guau. Sin duda son cifras que invitan a detenerse e indagar un poco en ello.

Imagen de pixabay.com.

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Pero lo que ya escapa a todo intento de recuento son las referencias al mindfulness en los medios populares, blogs y redes sociales. Los resultados en Google se cuentan por decenas de millones. Las sugerencias del buscador incluyen entradas como «mindfulness app», «mindfulness libro», «mindfulness qué es y cómo se practica», o incluso «mindfulness para niños». Echando un vistazo a los artículos publicados en webs de belleza y estilo, se encuentran consejos sobre dónde y cómo aprenderlo, cómo sacar minutos de tu día a día para dedicarle, cuáles son las mejores apps y, por supuesto, cuáles son los beneficios que vas a obtener de practicarlo.

Sin embargo, y con la salvedad hecha de que aceptablemente no es esta la función que tratan de cumplir las webs de belleza y estilo de vida, existe un notable agujero en toda esa información proporcionada:

¿Realmente sirve para algo?

Es decir, ¿está científicamente demostrada su utilidad general más allá del placebo, de la anécdota, la experiencia personal y el amimefuncionismo? ¿Se ha comparado objetivamente su eficacia con otras actividades que en épocas pasadas o actuales se han popularizado con fines al menos parcialmente parecidos? ¿Se ha comparado con… digamos, la psicoterapia, el psicoanálisis, el ejercicio físico, escuchar a Mozart, ver Memorias de África o asistir a un concierto de Metallica? ¿Se ha comparado con la oración religiosa? (Nota: se ha demostrado que la experiencia religiosa activa respuestas neurológicas de placer en las personas creyentes).

Quizás a la mayoría de quienes se interesan por el mindfulness esto no les importe demasiado; a muchos les bastará con que alguien cercano les haya elogiado las maravillas de esta técnica, y otros ni siquiera necesitarán esto, sino que se basarán en que tantos millones de personas no pueden estar equivocadas.

Como conté aquí hace un año, un equipo de psicólogos sociales que investiga el fenómeno del movimiento anticiencia señalaba que los seres humanos en general no tenemos una inclinación natural a pensar como científicos, sino como abogados: no sopesamos todas las pruebas disponibles para formarnos un juicio razonado y fundamentado, sino que tendemos a hacer eso que en inglés llaman cherry picking (literalmente, escoger cerezas), y que se traduce más pomposamente como falacia de evidencia incompleta; del mismo modo que quien recoge la fruta del árbol se queda con las piezas más lustrosas, las personas elegimos los indicios que confirman lo que ya pensamos, nuestro pre-juicio, e ignoramos el resto. Un abogado se aferra a las pruebas que apoyan su línea de defensa, por mucho que las contrarias sean más numerosas y concluyentes.

Ni siquiera nuestra tendencia natural a fiarnos del criterio de millones de personas está justificada. Los filósofos también tienen un término para esto: lo llaman sofisma populista o argumentum ad populum. El hecho de que millones de personas apoyen o avalen algo solo demuestra que… millones de personas lo apoyan o lo avalan. No dice nada sobre su validez o certeza. Hay una vieja cita para esto: «come mierda; millones de moscas no pueden estar equivocadas».

Es en este punto donde debo introducir el disclaimer de que no estoy comparando el mindfulness con ninguna clase de excremento, ni estoy afirmando que sea una mojiganga o una engañifa. Hace unos días publiqué un reportaje en otro medio en el que contaba los resultados del mayor metaestudio (estudio de estudios) elaborado hasta la fecha sobre la eficacia del mindfulness. La decisión del medio en cuestión de titular mi artículo con la palabra «timo» levantó cierto revuelo. Algunos defensores del mindfulness me escribieron correos electrónicos; eso sí, muy amables (no pretendo ser cínico, pero de lo contrario habrían contradicho esa afirmación de que el mindfulness apacigua la agresividad).

Pero es innegable que, cuando la industria global de eso que ahora se llama wellness supera los 3,7 billones de dólares, como mínimo es muy probable que pueda encontrarse un cierto volumen de paja (léase engañifa o mojiganga) acompañando al grano. Si es que hay grano.

Como mínimo, pueden encontrarse por ahí opiniones de académicos del mindfulness, quienes de verdad lo entienden, lo estudian y lo sitúan dentro de su contexto original del budismo, y que critican lo que Occidente ha hecho de ello: lo llaman McMindfulness, una especie de comida rápida más en el menú de la autoayuda, más profuso que la carta de los 100 Montaditos, donde hoy el mindfulness es la oferta del día, que en unos pocos años quedará obsoleta ante la pujanza de la próxima nueva moda.

Imagen de pxhere.com.

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Estos expertos suelen advertir de que el mindfulness no se aprende en el móvil con una app, y de que también lo hay en versión lado oscuro, como la Fuerza de Star Wars: por ejemplo, cuando un francotirador trata de emplearlo para mejorar su puntería y su templanza a la hora de disparar. En su libro de 2017 A Political Economy of Attention, Mindfulness and Consumerism (Una economía política de la atención, el mindfulness y el consumismo), el profesor de la Queen’s University de Belfast (Reino Unido) Peter Doran, republicano irlandés y practicante de mindfulness, criticaba cómo en su opinión el capitalismo ha hackeado el mindfulness en su propio beneficio, convirtiéndolo en una herramienta al servicio de un neoliberalismo despiadado, orientada a aumentar la productividad empresarial bajo una creciente presión y sirviendo para tamponar (en sentido químico) la ausencia de una ética corporativa.

Pero más allá de todo esto, ¿hay grano? Es decir, ¿avala la ciencia los presuntos beneficios del mindfulness?

El metaestudio que mencionaba más arriba, publicado este mes en la revista Scientific Reports de Nature, concluye esto: analizados estadísticamente en conjunto, los estudios publicados hasta ahora no sostienen que el mindfulness sea más beneficioso en aspectos como la compasión, la empatía, la agresividad o los prejuicios que otras actividades como charlas o ver documentales de naturaleza.

Cuando le pregunté sobre posibles beneficios personales de otro tipo al director del estudio, el psicólogo portugués de la Universidad de Coventry (Reino Unido) Miguel Farias, investigador de la psicología de las creencias, me dirigió a un metaestudio anterior publicado en 2014 por otros autores y según el cual el mindfulness no es mejor para la salud mental que otras intervenciones como la psicoterapia o el ejercicio físico.

Claro que incluso con todo esto, y sabiendo que los efectos del mindfulness pueden variar de persona a persona, la respuesta de muchos sería que no hace ningún daño probar. Pero esto es precisamente lo que más preocupa a Farias, y es que en algunos casos esporádicos sí lo hace. El psicólogo menciona algún estudio anterior en el que un pequeño porcentaje de practicantes de mindfulness ha sufrido efectos negativos en forma de ataques de pánico, depresión o ansiedad.

Según Farias, después de la publicación en 2015 de su libro The Buddha Pill: Can Meditation Change You? (La píldora de Buda: ¿puede cambiarte la meditación?), recibió varios correos con testimonios personales de este tipo. Y el hecho de que se trate de datos anecdóticos es lo que le produce mayor alarma: no tanto que los posibles beneficios del mindfulness se estén sobrevendiendo, sino que existiendo casos reportados y algún estudio aislado en los que no ha existido beneficio sino perjuicio, la investigación científica sobre estos potenciales daños aún sea prácticamente inexistente.

De todo lo anterior no debe concluirse que el mindfulness no sirve para nada. En ciencia generalmente es imposible demostrar un negativo, y en todo caso es probable que muchos de sus practicantes sí obtengan beneficios reportables, sea cual sea el mecanismo que los causa, aunque para otros resulte inútil. No olvidemos aquel viejo chiste estadístico: si yo como un pollo y usted no, estadísticamente cada uno hemos comido medio pollo.

Pero probablemente un consumidor informado y con mentalidad crítica haría bien al menos en evitar tragarse esas píldoras tal cual tratan de vendérselas quienes viven de vender esas píldoras, y buscar su propio camino. Para algunos tal vez sea el mindfulness. Pero si se trata de perseguir la alegría, la energía y la paz interior, otros encuentran todo esto en… el death metal. Sí, en serio. Si les apetece, vengan de nuevo mañana y se lo cuento.