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Pasen y vean al diablo de las profundidades

Recuerdo que, cuando era pequeño, había una pieza en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid que me tiraba de la imaginación hacia las misteriosas profundidades de los abismos oceánicos, donde acechaban abominables monstruosidades capaces de propinar collejas a los Shoggoths de Lovecraft. De hecho, fue la inspiración para una de mis primeras novelas infantiles, que debía narrar la aventura de un megasubmarino al fondo de la Fosa de las Marianas en busca de un mundo perdido mientras un apocalipsis volcánico asolaba la civilización de la superficie.

La pieza en cuestión no debía de tener gran valor; era un modelo en plástico escayola (gracias a Jesús Dorda por la corrección) de una pareja de Melanocetus johnsonii. Pero todo en aquellos peces parecía fruto de una ficción de John Carpenter: sus ojos vacuos y espectrales, el muestrario de puñales en una boca colosal, la antena luminosa como un faro alienígena. Y la aberrante circunstancia de que el macho no fuera más que una minúscula verruga fusionada al cuerpo de la hembra no hacía sino aumentar el horror de la bestia, que capturaría a los humanos de mi relato para fusionarlos a su abdomen y llevarlos colgando como abalorios de sangre fresca. Por supuesto, habría que multiplicar su tamaño por cien, o por mil, pero de eso se encargaría la radiación abisal. Y al fin y al cabo, Spielberg haría lo mismo con los velocirraptores de Parque Jurásico años después.

Nunca llegué a escribir la novela, pero habría sido una divertida hibridación entre Star Trek, SeaQuest y La cosa. Tampoco sé cuál fue el destino de los muñecos del museo. La historia viene al caso debido a que recientemente se ha publicado este vídeo en el que un sumergible del Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterrey, en California (EE. UU.), ha conseguido filmar por primera vez a uno de estos peces, que allí llaman diablos negros de mar. La secuencia se tomó en el cañón submarino de Monterrey, a unos 600 metros de profundidad. Los científicos aún ignoran tanto de estos habitantes del abismo que ni siquiera saben si llegará a regenerar ese diente que está a punto de perder. Las hipnóticas imágenes de este animal, tan hermoso como horrendo, con ese aspecto de cabeza cercenada suspendida en el océano, nos recuerdan que la naturaleza nos supera inventando monstruos.