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La falta de vitamina C devastó la primera colonia española en América

Días atrás publiqué aquí un artículo sobre los riesgos para la salud que amenazan a los futuros martenautas y otros tripulantes en viajes espaciales de larga duración. Uno de esos peligros es la malnutrición, algo que tiene un precedente histórico. Durante siglos, los pioneros que se enrolaban en largas travesías por mar tenían que hacer frente a un enemigo fatídico: el escorbuto, una enfermedad que llega a ser letal si no se trata. Por suerte, en esta época que nos ha tocado vivir sabemos que este mal se debe a la alimentación deficiente y podemos conjurarlo con una simple gragea vitamínica. Pero para llegar a este conocimiento tuvo que sucederse un largo tira y afloja científico que no se resolvió hasta bien entrado el pasado siglo XX.

Semillas y carne seca o en salazón componían el menú del día para los antiguos marinos que se embarcaban con rumbo a tierras incógnitas, antes de que existieran los frigoríficos y las latas de atún. Muchos de ellos caían víctimas de una dolencia de la mar que comenzaba con malestar y cansancio, progresaba con sangrados en las encías y mucosas, manchas y heridas en la piel y dificultades para moverse y respirar, y acababa a los pocos meses con fiebre, convulsiones y la muerte. La enfermedad estaba documentada desde el antiguo Egipto y en los estudios de Hipócrates, el padre de la medicina, pero su origen era confuso.

Su incidencia entre los marineros llevó a intuir que se trataba de un efecto de la alimentación deficiente, y ya desde los siglos XV y XVI se descubrió que las frutas cítricas podían curarlo. Por entonces se recomendaba consumir alimentos frescos o beber zumos de naranja o limón para evitarlo, y en 1747 la causa del escorbuto parecía aclarada cuando el escocés James Lind llevó a cabo el que se considera el primer ensayo clínico de la historia de la medicina, demostrando que las frutas cítricas eran el remedio. Sin embargo, había datos contradictorios: en muchos casos los zumos suministrados no eran eficaces, y pueblos como los inuits del Ártico, que solo se alimentaban de carne, no padecían la enfermedad. Algunos la atribuyeron a la comida en mal estado, y no fue hasta 1932 cuando se pudo aislar un compuesto químico cuya carencia se relacionó definitivamente con el escorbuto. Se le llamó ácido ascórbico (literalmente, «que previene el escorbuto»), más conocido como vitamina C.

Llamamos vitaminas a ciertos nutrientes que nuestra factoría bioquímica no puede elaborar y debemos ingerir en la dieta, pero su clasificación obedece a un punto de vista antropocéntrico: los humanos nos contamos entre los pocos seres vivos incapaces de fabricar la vitamina C, motivo por el cual otros animales no sufren escorbuto. El conocimiento moderno de esta sustancia permitió esclarecer las observaciones contradictorias de siglos anteriores. Los inuits, carnívoros estrictos, no padecen la enfermedad porque obtienen la vitamina del pescado y de las vísceras de algunos animales. Y la facilidad con que la vitamina C se oxida al aire era la causa de que los zumos no siempre protegieran a los marinos. Hoy también sabemos por qué el ácido ascórbico es esencial: interviene en la formación del colágeno, esa especie de caucho vivo del que están hechas muchas de nuestras partes, incluyendo los huesos, y es por este motivo que el examen del tejido óseo puede revelar los efectos de la enfermedad incluso en restos humanos antiguos.

Desembarco de Colón en las Indias Occidentales, por John Vanderlyn (1775-1852).

Desembarco de Colón en las Indias Occidentales, por John Vanderlyn (1775-1852).

Este tipo de estudio es el que ha llevado a cabo un equipo de científicos de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán, en México. Y los huesos que han analizado son joyas históricas, ya que sostuvieron a los colonos españoles del primer asentamiento permanente en el Nuevo Mundo. En el actual condado de Puerto Plata, en la costa norte de la República Dominicana, Cristóbal Colón culminó su segundo viaje en 1494 con la fundación de La Isabela, la primera ciudad europea en América, en la bocana del río Bajabonico. La Isabela fue una villa en toda regla, amurallada, con edificios públicos de piedra y viviendas de palma donde residieron unos 1.500 colonos. Sin embargo, después de tanto esfuerzo, fue abandonada apenas cuatro años después. Entre las causas del fracaso se citan la mala administración, la resistencia de los nativos taínos, la ausencia de oro en la región y las malas cosechas. Pero lo cierto es que muchos de sus habitantes no emigraron, sino que sucumbieron a las enfermedades y fueron enterrados en el cementerio situado detrás de la iglesia. La malaria, la gripe y la viruela pudieron diezmar la colonia, pero los investigadores de Yucatán sospechan que todas estas dolencias se cebaron en los isabelinos porque ya estaban debilitados por otro mal más oculto e insidioso, el escorbuto.

Localización de La Isabela en una imagen de satélite de la isla de La Española. NASA.

Localización de La Isabela en una imagen de satélite de la isla de La Española. NASA.

Las excavaciones emprendidas en La Isabela desde finales del siglo XIX han rescatado los esqueletos de algunos pobladores, que hoy se conservan en el Museo del Hombre Dominicano, en Santo Domingo. El equipo de la Universidad Autónoma de Yucatán, dirigido por Vera Tiesler, ha examinado los restos de 27 individuos, revelando que 20 de ellos presentan lesiones en los huesos típicas del escorbuto. El hecho de que en al menos 15 colonos estos signos aparezcan en ambos lados del cuerpo descarta que pudieran corresponder a infecciones óseas, afirman los científicos en su estudio, publicado en la edición digital de la revista International Journal of Osteoarchaeology.

Cabe preguntarse si podrían existir otras causas responsables de las lesiones en los huesos, ya que otras enfermedades como la sífilis también producen daños óseos. Durante años se ha discutido si esta bacteria transmitida por contacto sexual viajó a Europa desde el Nuevo Mundo como polizón en los organismos de los tripulantes de Colón, pero lo que se sabe con certeza es que la enfermedad estaba presente en la América precolombina. Sin embargo, Tiesler y sus colaboradores creen que los huesos muestran claramente lesiones no solo de los efectos del escorbuto, sino también en algunos casos de su cicatrización, ya que la enfermedad remite si se introduce vitamina C en la dieta. Por otra parte, y dado que la enfermedad empieza a manifestarse entre uno y tres meses después de suprimir la ingesta de la vitamina, los científicos creen coherente que los pobladores de La Isabela desembarcaran después de tres meses de travesía con síntomas que luego se agravaron. «El contexto histórico que rodea la muerte de los individuos en el asentamiento europeo y las condiciones y duración del segundo viaje trasatlántico al Nuevo Mundo representan elementos clave en la interpretación de estas lesiones», escriben en su estudio.

Ruinas de la iglesia de La Isabela. Atomische Tom Giebel.

Ruinas de la iglesia de La Isabela. Atomische Tom Giebel.

Llama la atención que el escorbuto pudiera hacer mella en una población rodeada de alimentos naturales que chorreaban vitamina C. Productos locales como la guayaba, la mandioca y la batata, entre otros, podían aportar suficiente ácido ascórbico a los isabelinos para ahuyentar el escorbuto. El estudio sugiere que los colonos se aferraron a su dieta tradicional y apenas consumían frutas y hortalizas que no conocían. «Las pruebas corroboran el conocido error de la tripulación de Colón al no explotar los alimentos locales ricos en vitamina C», señalan los investigadores.

Como conclusión, Tiesler y sus colaboradores apuntan que «el escorbuto probablemente contribuyó de forma significativa al brote de enfermedades y a la muerte colectiva durante los primeros meses del asentamiento de La Isabela». Los científicos proponen que su conclusión «modula la actual discusión sobre el grado de virulencia de las infecciones del Nuevo Mundo que diezmaron a los recién llegados europeos, que estaban ya debilitados y exhaustos por el escorbuto y la malnutrición general».