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El mayor espectáculo del mundo se rompe en dos (dentro de millones de años)

Esta semana ha sido noticia, si bien de las que apenas nos interesan a unos pocos, el arañazo de varios kilómetros de longitud que se ha abierto de repente en el suroeste de Kenya. Ha ocurrido alrededor de la carretera de Mai Mahiu a Narok, una ruta bien conocida para todos los que frecuentamos aquellos lugares, ya que se trata de la vía más directa que une la capital, Nairobi, con la reserva de Masai Mara.

La grieta apareció en realidad hace un par de semanas, aunque la noticia ha tardado algunos días en propagarse a través de la red. El jueves lo contaba mi compadre Miguel Criado en la web de El País. El desgarrón en el suelo puede apreciarse en este vídeo tomado desde un dron para el diario kenyano Daily Nation:

El lugar donde esto ha sucedido es la sede del mayor espectáculo natural del mundo, el Gran Valle del Rift, una fractura en la faz de la Tierra que se extiende a lo largo de unos 6.000 kilómetros, desde Mozambique, al sur, subiendo por la región de los grandes lagos al este de África, cruzando el mar Rojo y terminando en el Líbano. Pero lo que lo convierte en el mayor espectáculo del mundo no es solamente una curiosidad geológica, sino sobre todo la explosión de vida que allí ha tenido lugar y que aún a duras penas se conserva.

En el sector de África Oriental, donde mejor se distingue la geografía del valle, se asientan lagos como Turkana, Nakuru, Elmenteita y Bogoria, que han ido acumulando sales a lo largo de millones de años y que congregan inmensas bandadas de flamencos y otras especies. Los lagos de agua dulce como el Naivasha, el Victoria o el Baringo, junto con sus muchos ríos y arroyos, mantienen una cantidad y variedad de animales que no pueden observarse con tanta facilidad en ningún otro lugar del planeta. La ranura que forma el valle en el paisaje africano se ve agujereada por cráteres de antiguos volcanes como el Suswa o el Longonot.

Y por supuesto, en el ecosistema formado por Masai Mara y el Serengeti se representa año a año el mayor movimiento de megafauna de la Tierra, la Gran Migración de millones de ñus, cebras, gacelas y otros herbívoros siguiendo los ciclos de las lluvias y sirviendo como enorme supermercado para miles de carnívoros. Por si aún fuera poco, durante décadas se ha considerado que el Rift era la cuna de la humanidad, dado que allí se han encontrado los restos de algunos de nuestros ancestros más antiguos. Y aunque hoy existen otras regiones candidatas en el continente africano, incluso si el Rift no llegó a ser el paritorio del ser humano, al menos sí fue el primer parquecito donde aprendimos a jugar, y no podía existir otro mejor.

He tenido la suerte de poder enseñar todas aquellas maravillas a algunas personas que las descubrían por primera vez, y he disfrutado mucho de su pasmo ante el espectáculo; tanto como si les estuviera revelando algo mío propio, que en cierto modo lo es. Mi itinerario favorito es salir de Nairobi directamente hacia el Rift, ya sea a Naivasha, Nakuru y los lagos del norte o a Masai Mara. Desde las tierras altas fértiles que bordean la capital –Nairobi está a unos 1.700 metros de altura–, la carretera se interna en el terreno ondulado y selvático de la escarpadura Kikuyu, hasta que de repente, detrás de una curva, aparece ese gigantesco cañón que se extiende a izquierda y derecha hasta donde alcanza la vista, tapizado de amarillo frente al verde de la meseta y suavemente levantado en algunas cimas mansas. Mientras la carretera se cuelga de la sierra para ir posándose al fondo del valle, hay varios miradores donde detenerse a dejar vagar la mirada por aquel río de polvo y hierba.

Esta imagen de Google Maps y este mapa (mío propio) les ayudarán a hacerse una composición de lugar. Nairobi aparece abajo a la derecha. El Rift es la franja de color pardo que corre a su izquierda, de arriba abajo, y donde destaca sobre todo el ojo redondo del cráter del monte Suswa. Masai Mara es la región con forma más o menos de trapecio que se ve a la izquierda, debajo de Talek y lindando con la frontera tanzana (la línea blanca). La carretera donde se ha abierto la grieta, la B3, pasa de izquierda a derecha justo al norte del Suswa.

Imagen de Google Maps.

Imagen de Google Maps.

© Javier Yanes / Kenyalogy.com.

© Javier Yanes / Kenyalogy.com.

La noticia de la nueva grieta y el hecho de que haya aparecido en la fractura natural del Rift ha llevado a varios medios a publicar titulares anunciando una casi inminente ruptura de África en dos. Y es cierto que el continente se partirá por esta línea, desgajando la masa de tierra en dos y abriendo un nuevo océano entre ambos bloques. Pero esto no ocurrirá hasta dentro de millones de años, cuando probablemente no quede ningún ser humano aquí para verlo. Y por supuesto, no sucederá de golpe; el Rift se está abriendo, pero a razón de como mucho un par de centímetros al año.

Lo cierto es que hoy los geólogos explican el Rift como una combinación de fenómenos relacionados pero distintos, donde ni todo lo que se ve es, ni todo lo que es se ve. La causa principal de la existencia de esta fractura es la colisión entre las placas tectónicas, los retales flotantes de los que está hecha la superficie terrestre. Desde el este y el norte, la placa India y la Arábiga empujan contra la placa Africana y la están partiendo en dos a través del Rift, donde se abren algunas fallas activas y otras antiguas, ya fosilizadas. El resultado final de este lentísimo proceso serán dos placas separadas que ya tienen nombre, la Nubia al oeste y la Somalí al este. Masai Mara, los lagos del Rift y sus volcanes quedarán entonces sumergidos bajo las aguas.

En cuanto a la nueva grieta, los geólogos ya se han apresurado a aclarar que no, que la idea de que África está comenzando a rajarse rápidamente es una fantasía sin ningún fundamento, y que si bien la trinchera abierta en el suelo de Kenya está relacionada con la inestabilidad del Rift, no es ningún principio de nada cataclísmico.

En el diario The Guardian, el sismólogo Stephen Hicks repasa las pruebas disponibles para concluir que la grieta «no es de origen tectónico», es decir, que no se debe a un brusco movimiento rápido de las placas, sino que probablemente se debe a la erosión por las lluvias recientes. En Twitter, la geóloga Helen Robinson decía: «tras contactar con el director del Servicio Geológico de Kenya a través de mi trabajo en Kenya, se cree que la causa de esto es un rápido flujo de agua subterránea como resultado de lluvias fuertes y repentinas, después de sequías prolongadas».

De hecho, incluso si hubo actividad sísmica en la zona antes de la apertura de la grieta, algo que no parece confirmado, y a pesar de lo que habitualmente podemos ver en las películas de terremotos, el geólogo David Bressan escribe en Forbes: «la idea de que durante un terremoto se abre una gran fisura es más bien una leyenda urbana».

En resumen y según los expertos, esta es la explicación más probable: la grieta no se ha abierto ahora, sino que ya existía, solo que estaba oculta. Tal vez se trate de una falla inactiva fosilizada, que estaba rellena y taponada por materiales sueltos como las cenizas volcánicas de antiguas erupciones. Sobre este suelo inestable se había formado una costra de tierra endurecida por las sequías. Las fuertes lluvias recientes en la región han empapado el suelo y han alimentado corrientes de aguas subterráneas que han arrastrado las cenizas, dejando solo la cáscara superficial que ha terminado por venirse abajo.

De hecho y como también señala Bressan, barrancos como este son frecuentes en la zona y pueden apreciarse incluso en las fotos de Google Maps. Si han visitado aquellos parajes, habrán comprobado que abundan los cauces secos estacionales, pero también que en muchos lugares se abren zanjas en el suelo sin una razón aparente. Y si aún no los han visitado, sepan que no se puede dejar pasar una vida sin conocer el más increíble espectáculo natural del planeta.

6.200 ñus mueren ahogados cada año para que otros animales vivan

El otro día dejé pendiente contarles un estudio que por primera vez ha puesto cifras a las muertes masivas de ñus en el río Mara y ha analizado qué papel juega esta criba natural de la gran migración en el funcionamiento del ecosistema Serengeti-Mara.

Un equipo de investigadores dirigido por los ecólogos (no confundir con ecologistas; los primeros suelen ser también lo segundo, pero no necesariamente al revés) Emma Rosi, del Instituto Cary de Estudios de los Ecosistemas, y David Post, de la Universidad de Yale (EEUU), en colaboración con los Museos Nacionales de Kenya y Mara Conservancy (la entidad que gestiona el sector occidental de la reserva de Masai Mara), está llevando a cabo el Proyecto Mara (aquí y aquí), destinado a analizar cómo funciona la ecología del río Mara, la arteria fundamental que aporta agua y nutrientes a todo el escenario de la gran migración.

Aves carroñeras alimentándose de ñus ahogados durante la gran migración en el río Mara en la reserva de Masai Mara, junto a la frontera de Kenya con Tanzania. Imagen de Javier Yanes.

Aves carroñeras alimentándose de ñus ahogados durante la gran migración en el río Mara en la reserva de Masai Mara, junto a la frontera de Kenya con Tanzania. Imagen de Javier Yanes.

Rosi, Post y sus colaboradores han recopilado datos históricos de 2001 a 2010 en la reserva de Masai Mara, la parte del ecosistema en territorio keniano. A ello han añadido sus propios estudios de campo de 2011 a 2015, en los que han empleado observaciones sobre el terreno, cámaras de vigilancia y análisis químicos del agua del río, de los peces y de los restos de los ñus.

Estos son los resultados, publicados en la revista PNAS: cada año mueren en el río una media de 6.200 ñus, lo que suma unas 1.100 toneladas de biomasa, el equivalente a diez cadáveres de ballenas azules. Durante el período estudiado por los investigadores, hubo ahogamientos masivos de ñus en 13 de 15 años.

Entrando en los detalles, el primer dato interesante es que solo un 2% de toda esta masacre animal sirve como comida para los cocodrilos. A pesar de lo que suelen mostrar los documentales sobre la gran migración, lo cierto es que los reptiles son una preocupación anecdótica para los ñus.

Como conté anteriormente, la mayoría de los animales mueren ahogados. Las orillas del Mara son muy escarpadas en la mayor parte de su recorrido a través de Masai Mara. Unos pocos ñus se descalabran al descender, empujados por la manada, y quedan abandonados a su suerte en el río. Pero la mayoría de los ahogamientos se producen al pisotearse unos a otros en el agua y, sobre todo, por la avalancha de animales que se acumula en la orilla de destino mientras tratan de trepar por la ribera empinada hacia la seguridad de la llanura. Al contrario de lo que dicen algunas webs, no son arrastrados por los rápidos; el río Mara no suele tener rápidos, al menos con el régimen habitual de lluvias.

Sí hay zonas de rocas, pero sin estrechamientos del cauce, y el caudal normal no suele forzar un régimen de aguas rápidas a través de estos tramos. Uno de ellos es el que, como expliqué ayer, marca el límite sur de Masai Mara y la frontera con Tanzania y el Serengeti. En aquel lugar hay un puente que cruza el río comunicando los sectores oriental y occidental de la reserva. Allí las rocas suelen atrapar los cadáveres que bajan desde el norte arrastrados por las aguas.

Cuando se producen ahogamientos en masa, el resultado es un festín para los carroñeros, sobre todo marabús, buitres dorsiblancos, buitres moteados y buitres encapuchados. Las fotos de esta página muestran uno de esos banquetes junto al New Mara Bridge en 2001. Y aunque aún no se han inventado las fotos con olor, puedo asegurar que era preferible contener el aliento para no vomitar debido al intenso hedor de aquel paisaje de muerte.

Pero en realidad, ¿qué parte de toda esa masa de ñus muertos consumen los carroñeros? Pues no mucho: según los datos de Rosi y Post, solo entre un 6 y un 9% de los tejidos blandos de los cadáveres. Así pues, ¿qué ocurre con la inmensa mayoría de la materia orgánica que ni los cocodrilos ni los buitres consumen? La respuesta está bajo el agua, y el dato es sorprendente: cuando los restos de los ñus invaden el río, los peces obtienen entre un 34 y un 50% de su dieta de esta fuente de alimento. Así que los grandes devoradores de las víctimas de la migración no son los cocodrilos ni las aves carroñeras, sino los peces.

Sin embargo, no todo este alimento procede directamente de los cadáveres; los investigadores sugieren que es así en parte, pero que el resto procede del procesamiento previo de los restos por parte de otras especies. Rosi, Post y sus colaboradores cuentan que los tejidos blandos de los ñus se descomponen en 2 a 10 semanas, pero después quedan los huesos, y estos pueden persistir en el agua durante siete años, acumulando la mitad de la biomasa total que recibe el río, liberando lentamente sus nutrientes y prestando soporte al crecimiento de tapices microbianos formados por bacterias, algas y hongos.

Según los autores del estudio, algunas de las especies de peces del Mara obtienen su alimento comiéndose estos tapices o devorando los insectos que previamente se han alimentado de los cadáveres. Meses después de un ahogamiento masivo, entre un 7 y un 24% de la dieta de los peces aún procede de estos tapices, según revela el análisis de isótopos realizado por los científicos.

«Este dramático aporte libera nitrógeno, fósforo y carbono terrestres a la cadena alimenticia del río», dice Rosi. «Primero, los peces y los carroñeros se ceban en los tejidos blandos, y después los huesos de los ñus liberan lentamente nutrientes al sistema, alimentando a las algas e influyendo sobre la cadena alimenticia en una escala de décadas».

Aves carroñeras alimentándose de ñus ahogados durante la gran migración en el río Mara en la reserva de Masai Mara, junto a la frontera de Kenya con Tanzania. Imagen de Javier Yanes.

Aves carroñeras alimentándose de ñus ahogados durante la gran migración en el río Mara en la reserva de Masai Mara, junto a la frontera de Kenya con Tanzania. Imagen de Javier Yanes.

El trabajo de estos investigadores subraya aún más la necesidad de preservar un fenómeno hoy casi único en la Tierra, pero que solía ser común en los ríos de un planeta aún no tan alterado por el ser humano como el que nos ha tocado vivir. Según la primera autora del estudio, Amanda Subalusky, «lo que ocurre allí es una ventana al pasado, cuando los grandes rebaños migratorios eran libres para recorrer los paisajes, y los ahogamientos probablemente desempeñaban un papel importante en los ríos de todo el mundo».

Tristemente, se da la circunstancia de que actualmente la segunda mayor migración terrestre del mundo tiene lugar en el Parque Nacional de Bandingilo, un enclave situado en un país asolado por la guerra y el hambre como es Sudán del Sur; y lógicamente, uno de los parques nacionales menos visitados del mundo, que sin embargo podría ser una fuente de riqueza para el que se ha convertido en un Estado fallido desde su independencia en 2011. A la tragedia humana, que siempre es la preocupación prioritaria, se superpone la pérdida de la biodiversidad cuyos efectos son mucho más sutiles e indirectos, pero cuyas consecuencias a largo plazo, como los huesos en el río, continuarán liberando un legado de muerte durante décadas.

La gran migración: cuándo y dónde

Después de presentarles la gran migración y antes de contarles un estudio que la explica, se me ocurre que tal vez a algunos de ustedes les apetezca orientarse un poco más sobre el terreno, sobre todo si el tema les interesa o si piensan viajar allí próximamente. Lo que les dejo aquí son algunos mapas básicos de elaboración propia. Los hice años atrás para mi web de Kenya Kenyalogy.com, actualmente cerrada por falta de recursos pero que sin duda algún día volveré a abrir (y el escribir de nuevo sobre ello me recuerda que debo hacerlo).

Este primer mapa muestra el esquema general de la gran migración entre el Serengeti y Masai Mara. Las reservas aparecen pintadas en rosa, a ambos lados de la línea fronteriza artificial que separa Tanzania, al sur, de Kenya, al norte. Masai Mara ocupa el extremo superior del ecosistema.

Esquema de la gran migración en el ecosistema Serengeti-Mara. Imagen © Javier Yanes.

Esquema de la gran migración en el ecosistema Serengeti-Mara. Imagen © Javier Yanes.

Entre noviembre y abril, los rebaños de ñus están concentrados al sur del Serengeti y en sus reservas adyacentes. La estación de cría tiene lugar entre enero y febrero, y en cuanto los recién nacidos que han logrado sobrevivir están en condiciones de comenzar la migración, los animales empiezan a marchar hacia el norte, concentrándose en el sector noroccidental del Serengeti entre mayo y junio. En esta época, las lluvias en Masai Mara están haciendo brotar la hierba nueva.

Atraídos por el alimento fresco, los ñus cruzan la frontera hacia el norte para recorrer las praderas de Masai Mara entre julio y octubre, uniéndose a otro pequeño contingente que llega a la reserva desde las llanuras de Loita, al este. El río Mara entra en Masai Mara desde el norte, recibe varios afluentes y cruza la frontera tanzana para seguir camino hacia el oeste y desembocar en el lago Victoria. Pueden verlo con un poco más de detalle en este mapa de la región de Masai Mara, que muestra las carreteras de acceso a la reserva desde Nairobi y otras áreas cercanas.

Mapa de la región de Masai Mara. Imagen © Javier Yanes.

Mapa de la región de Masai Mara. Imagen © Javier Yanes.

Finalmente, este mapa muestra la geografía de Masai Mara y los principales lugares de interés. La lista de los lodges, o alojamientos de safari, no está actualizada. Algunos de los que figuran en la lista han desaparecido o cambiado de nombre, pero sobre todo en los últimos años han surgido muchos otros nuevos en las zonas adyacentes a la reserva; hoy son más de cien.

Mapa de la reserva de Masai Mara. Imagen © Javier Yanes.

Mapa de la reserva de Masai Mara. Imagen © Javier Yanes.

Lo más importante es notar que el río Mara corre de norte a sur, dividiendo la reserva en dos sectores de tamaños desiguales llamados tradicionalmente Narok (este) y Trans Mara (oeste). Ambos están gestionados por entidades distintas, y cada una cobra su propia entrada para acceder a la zona del parque que controla.

Como pueden ver en el mapa, la única comunicación por carretera entre los sectores occidental (también llamado Mara Triangle) y oriental se encuentra justo donde el río cruza la frontera entre Kenya y Tanzania, o Masai Mara y el Serengeti. Allí existe un puente llamado New Mara Bridge, que vadea el río sobre una zona de cauce rocoso. Aparte de este paso, el Mara solo puede atravesarse en un vehículo por otro puente al norte, fuera de los límites de la reserva.

Por otro lado, la reserva es solo una pequeña parte del ecosistema del Mara; los territorios colindantes al oeste, norte y este pertenecen a las comunidades maasáis locales. Estos Group Ranches, que así se llaman, albergan la mayor parte de los lodges, y también cobran una entrada a los visitantes que se alojan en ellos.

Este año la migración ha llegado a Masai Mara en junio, antes de lo habitual. Los grandes rebaños ya están presentes en la reserva y cruzando sus cauces cuando se topan con ellos a lo largo de su camino. Aunque esto ocurre en todas las corrientes de agua, marcadas en azul en el mapa, las travesías más espectaculares se producen en el propio Mara, que lleva el caudal más abundante.

Nuestro verano es invierno en Masai Mara. Aunque la reserva se encuentra próxima a la línea ecuatorial, el régimen climático de Kenya se ajusta más al patrón de estaciones del hemisferio sur. Sin embargo, las diferencias de temperatura entre el verano, de diciembre a marzo, y el invierno, de junio a septiembre, son mucho menores que en nuestras latitudes. En octubre, con la llegada de las grandes lluvias de la primavera, los rebaños comenzarán a invertir su camino de regreso al sur, donde llegarán a tiempo para que en enero una nueva generación de ñus venga al mundo, tomando el relevo de un asombroso ciclo natural que se repite año tras año sin principio ni fin.

Este es el mayor espectáculo natural del mundo, y está pasando ahora mismo

Si hubiera que escoger un espectáculo natural que todo ser humano debería contemplar antes de abandonar este mundo, mi recomendación es esta: la gran migración anual en el ecosistema Serengeti-Mara, un movimiento animal en masa a través de un pedazo de tierra africana que una línea en el mapa divide entre los territorios no históricos, sino deliberadamente artificiales, de Kenya y Tanzania. Y aunque el Serengeti es más popular en los documentales, mi elección particular es la reserva de Masai Mara, en Kenya; un país al que llevo viajando ya un cuarto de siglo.

Algunas imágenes de la gran migración en Masai Mara (Kenya). Fotos de Javier Yanes.

Algunas imágenes de la gran migración en Masai Mara (Kenya). Fotos de Javier Yanes.

Ya sé, ya sé: reconozco ostensiblemente que no todo ser humano puede costearse semejante viaje. Pero un poco más abajo voy a explicarles por qué sería un desastre que todo ser humano pudiera costearse semejante viaje. Y de todos modos, admitámoslo: posesiones o experiencias son dos enfoques distintos de la vida, a menudo incompatibles para la sufrida clase media a la cual la mayoría pertenecemos. En las numerosas ocasiones en que tratamos de convencer a amigos para que nos acompañen a Kenya, las objeciones al precio suelen venir cuando la factura se suma a los gastos del apartamento en la playa, el coche de marca, la moto, el equipo de esquí o la bicicleta de carreras. La vida es cuestión de prioridades.

Eso sí; uno de los atractivos de la gran migración es al mismo tiempo un inconveniente para quienes vayan a viajar allí solo una vez: su imprevisibilidad. Durante unos 15 años mantuve mi web sobre Kenya, Kenyalogy.com, un recurso gratuito con toneladas de información para viajeros que hoy está desactivada porque ahora me es imposible mantenerla mínimamente actualizada (pero que algún día regresará). Y entre los cientos o miles de consultas a las que respondí, la migración era uno de los temas recurrentes: ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?

Pero la gran migración no tiene horarios, ni pases, ni convocatorias, ni recintos acotados. Es un fenómeno natural variable sin garantías ni derecho a devolución. Y parte de la gloria del espectáculo depende de cómo vengan las lluvias ese año, lo que determina el caudal del Mara y de sus tributarios como el Talek o el Sand River.

De julio a septiembre, ahora mismo, es la época ideal para encontrar los grandes rebaños de ñus merodeando plácidamente por los pastos de Masai Mara, atravesando los territorios de los clanes de leones que los acechan al amanecer y al atardecer. Cuando se topan con la escarpada orilla del río Mara o de sus afluentes, se acabó la placidez: los animales comienzan a apelotonarse y a mugir nerviosamente, hasta que la necesidad vence al miedo y se lanzan en tropel a vadear el cauce. No todos lo consiguen; algunos mueren ahogados bajo la avalancha de la manada, y otros son arrastrados bajo el agua por los cocodrilos que vigilan la escena.

Para presenciar estos cruces del río se requieren, sobre todo, paciencia, observación y perseverancia, las dotes del científico; imagino que es esta fusión de viajes, naturaleza y ciencia la que a algunos nos engancha irremediablemente a aquel lugar sobre todos los demás en la Tierra. Claro que quienes viajan con un safari organizado cuentan con la ayuda de los soplos que los conductores profesionales se transmiten unos a otros por radio. Pero créanme, no hay nada como hacerse con un coche de alquiler, un GPS y unos buenos mapas de los de siempre, y ser uno mismo quien descubra aquellas maravillas.

Nos faltarán la experiencia de los profesionales y la ayuda de la radio, pero a cambio podremos contemplar el teatro de la naturaleza durante todo el tiempo que nos apetezca, sin las prisas de un conductor deseoso de tachar cuanto antes todos los animales de la lista para ganarse la propina y terminar su jornada. Recorriendo las sabanas al propio albedrío se disfruta al máximo de la emoción de la búsqueda y el rececho; pero a diferencia de los cazadores, nosotros solo capturamos memorias e imágenes, y solo matamos el tiempo y el hambre de libertad.

La migración del Serengeti-Mara es el mayor movimiento terrestre de animales que los humanos aún no hemos destruido, como ocurrió con las vastas manadas de bisontes que poblaban las praderas de Norteamérica antes de la expansión de los colonos hacia el oeste. África solía albergar varias de estas voluminosas circulaciones cíclicas de herbívoros, la mayoría de ellas hoy desaparecidas excepto por pequeños testimonios residuales en lugares como Amboseli (Kenya), Tarangire (Tanzania) o en otros países del sur del continente.

Tradicionalmente se cifra la muchedumbre bovina en 1,2 millones de ñus, a lo que se añaden grupos numerosos de antílopes, cebras y jirafas; aunque ignoro si alguien ha contrastado recientemente los datos. El ecosistema cuenta con toda la protección teórica que se le puede prestar, pero también está sujeto a múltiples amenazas, desde la construcción de infraestructuras –recientemente se logró impedir la construcción de una carretera de asfalto a través del Serengeti– hasta la expansión de los asentamientos humanos y sus actividades asociadas, como la ganadería. Y cómo no, también la presión turística, promovida por los propios maasáis que habitan la región: en el último par de decenios han proliferado inmensamente los alojamientos de safari, sobre todo en los ranchos colindantes con la reserva, que son propiedad de las comunidades locales.

Tristemente, el ecosistema ha ido transformándose en las últimas décadas en una pequeña ciudad dispersa que cada vez soporta más carga de visitantes; y los conductores de safaris, ávidos de propinas, se saltan los límites de los caminos marcados para acercarse lo más posible a los animales. El tráfico dentro de la reserva crece sin control, abriendo cada vez más cicatrices de roderas en las cada vez menos prístinas praderas, y congregando cada vez más masas de animales de cuatro ruedas en torno a los cada vez menos salvajes y más acosados animales de cuatro patas…

Comprenderán ahora que todo esto debe tener un precio. Si costara como la Costa del Sol, sería como la Costa del Sol. Pero por otra parte, Kenya vive en gran parte de sus visitantes; el país renunció en 1977 a los jugosos beneficios económicos de la caza mayor que otros países africanos sí continúan explotando, pero depende de los ingresos del turismo para salir de una miseria y un subdesarrollo que aún asfixian a la mayoría de sus habitantes. Es un complicado equilibrio, y por ello la armonía entre conservación y explotación turística es el santo grial siempre perseguido por la (siempre corrupta) administración keniana.

Por el momento y pese a todo, el ecosistema se defiende con salud. Mañana les contaré un estudio que pone interesantes datos a lo que cada año, en este ciclo sin fin de la vida, sucede sobre las sabanas de Kenya y Tanzania. Mientras, si aún no han decidido qué hacer este verano y están dispuestos a prescindir del apartamento en la playa y la bicicleta de carreras, anímense a conocer algo que permanecerá en su recuerdo hasta el último día en que la memoria les acompañe.