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Isaac Newton y los dragones

Se ofenda quien se ofenda, tan risibles, ridículas y banales me parecen esas descacharrantes palabras del obispo de Córdoba al definir la fertilización in vitro como un «aquelarre químico» contrario al «abrazo amoroso» del que, según él, deben nacer los hijos (ahí tendrás a muchas pobres chiquillas temiendo quedarse embarazadas por un abrazo), como la arrogancia cristianofóbica de quienes todos los años y tal día como hoy, cumpleaños de Isaac Newton, aprovechan la ocasión para ciscarse en las libres creencias de otros. Allá cada cual, pero los fanatismos son fanatismos, ya los inspire la religión o la ciencia.

Isaac Newton en 1689 por Godfrey Kneller. Imagen de Wikipedia.

Isaac Newton en 1689 por Godfrey Kneller. Imagen de Wikipedia.

Hay algo que sí me gustaría recomendar a estos últimos (sobre el primero creo que no es preciso añadir nada más): que indaguen un poco más en el perfil biográfico de aquel a quien parecen venerar como príncipe de la razón. Newton fue teólogo además de científico, y estuvo a un pelo de ordenarse como pastor anglicano. Hoy se le considera un hereje por su postura antitrinitaria, que comprensiblemente ocultó, y que dominó su pensamiento religioso desde el centro de su esfuerzo intelectual.

Pero fuera de esta ineludible vertiente religiosa de Newton, que en realidad no incumbe a este blog, vengo a destacar otra faceta de su pensamiento que sí entronca con la ciencia, pero que tampoco cuadra con la imagen del racionalista puro con la que muchos parecen identificarle erróneamente. Lo cierto es que Newton fue un tipo fascinante y algo loco. Entre sus facetas menos conocidas se cuenta que, durante su cargo como director de la Casa de la Moneda en Gran Bretaña, inventó las estrías en el canto de las monedas que hoy son tan comunes. Entonces las monedas se fabricaban con metales preciosos, y el propósito de esta innovación fue evitar que los falsificadores rasparan los bordes para sisar una parte del oro.

Esta y otras historias de Newton como el Sherlock Holmes que perseguía a los falsificadores de moneda se cuentan con la tensión narrativa de los mejores thrillers en el libro de Thomas Levenson Newton y el falsificador, publicado en castellano por la editorial Alba en 2011. Un buen regalo para estas fiestas.

Pero Newton también era un ocultista apasionado. Hay quien le ha definido como el último de los alquimistas. Probablemente no lo fue, pero tal vez sí el último de los grandes alquimistas. Newton, como Harry Potter, perseguía la piedra filosofal, como conté con detalle en este reportaje que publiqué en 2010. El economista John Keynes, gran conocedor de la figura de Newton, le definió así:

Newton no fue el primero de la Edad de la Razón. Fue el último de los magos, el último de los babilonios y los sumerios, la última gran mente que miró al mundo visible e intelectual con los mismos ojos que aquellos que comenzaron a construir nuestro mundo intelectual hace menos de 10.000 años.

Naturalmente, la visión de Keynes no es compartida por todos. Hay quienes ven en el trabajo alquímico de Newton un esfuerzo precursor de la química moderna, ya que las transmutaciones metálicas de los alquimistas anticiparon el estudio de las reacciones químicas. Pero esta visión también estaría, para mi gusto, un poco sesgada, ya que en tiempos de Newton hubo otros científicos como Robert Boyle o su tocayo Hooke que realmente sí estaban transmutando la vieja alquimia en la química moderna, al distinguir entre magia y ciencia. Y mientras tanto, Newton escribía cosas como esta:

Nuestro esperma crudo fluye de tres sustancias, de las que dos se extraen de la tierra de su natividad por la tercera y después se convierten en una pura Virgen lechosa como la naturaleza obtenida del Menstruo de nuestra sórdida ramera. Estos tres manantiales son el agua, la sangre (de nuestro León verde totalmente volátil y vaciado de azufre metalino), el espíritu (un caos, que se aparece al mundo en una vil forma compacta, al Filósofo unida a la sangre de nuestro León verde, del que así se hace un león capaz de devorar a todas las criaturas de su clase…).

Una de las ilustraciones de los dragones alpinos en la obra de Johann Jakob Scheuchzer.

Una de las ilustraciones de los dragones alpinos en la obra de Johann Jakob Scheuchzer.

Pero hay un último aspecto de Newton que se ha divulgado y estudiado aún menos, y en el que posiblemente todavía quede un filón biográfico para quien quiera explorarlo y documentarlo. Contemporáneo de Newton fue un médico y científico suizo llamado Johann Jakob Scheuchzer. Entre los trabajos de Scheuchzer destaca uno titulado muy sencillamente Ouresiphoites Helveticus, sive itinera Alpina tria: in quibus incolae, animalia, plantae, montium altitudines barometricae, coeli & soli temperies, aquae medicatae, mineralia, metalla, lapides figurati, aliaque fossilia; & quicquid insuper in natura, artibus, & antiquitate, per Alpes Helveticas & Rhaeticas, rarum sit, & notatu dignum, exponitur, & iconibus illustratur. O de forma algo más breve, Itinera alpina tria, sus viajes alpinos.

Durante sus viajes por los Alpes, entre 1702 y 1704, Scheuchzer describió la naturaleza que observaba a su paso. Pero sus méritos como naturalista han sido puestos en duda por el hecho de que incluyó referencias a la presencia de dragones en los Alpes; no observados por él directamente, sino por testigos, pero sí con todas sus especies alpinas representadas en láminas en su obra. El suizo describía el método para dormir a un dragón con hierbas soporíferas y aprovechar su sueño para cortarle de la cabeza una piedra que poseía enormes propiedades curativas.

Pues bien, el principal patrocinador de la expedición y de la obra de Scheuchzer para la Royal Society londinense no fue otro que nuestro buen amigo Newton, quien según algunas fuentes era también un defensor de la existencia de los dragones. La creencia en estos animales míticos tradicionalmente vino alimentada por el hallazgo de fósiles que hoy conocemos como dinosaurios, sobre todo en China. En tiempos de Newton aún no se conocía el origen de aquellos huesos, pero sí su existencia; en Europa se les atribuían orígenes diversos, desde elefantes de guerra empleados por los romanos hasta gigantes humanos. ¿Creía Newton que los fósiles europeos de dinosaurios eran restos de dragones? ¿Hasta qué punto llegaba su creencia en estas criaturas míticas? En cualquier caso, todo esto no hace sino aumentar el atractivo de un personaje tan genial como conflictivo para quienes pretenden hacer de él un ser unidimensional.