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Huelgas por el clima: ¿sirven para algo?

Hoy se celebra una nueva huelga mundial por el clima, un movimiento que arrancó en 2015 por iniciativa de un grupo de estudiantes, pero que ha cobrado fuerza sobre todo desde 2018 a raíz de las manifestaciones impulsadas por la joven sueca Greta Thunberg. Si una huelga es o no un paso correcto en la dirección adecuada, es algo que podría discutirse. Una gran manifestación consigue el objetivo de la visibilidad, pero si algo requiere la lucha contra el cambio climático, es precisamente mucho trabajo.

Tampoco parece del todo justificado el enfoque de los niños/víctimas protestando contra los adultos/responsables. Todos somos víctimas y responsables al mismo tiempo, ya que las emisiones de gases de efecto invernadero no son solo responsabilidad de los productores, sino también de los consumidores. Sin un consumo responsable, nada cambiará.

Y los niños también son consumidores, hoy más que nunca, y cada vez desde más jóvenes. Un ejemplo: las tecnologías digitales. El inmenso impacto de este consumo sobre las emisiones de gases de efecto invernadero es algo que ya no puede ignorarse: su huella de carbono supera a todo el sector global de la aviación. El uso de un móvil durante una hora al día produce más de una tonelada de CO2 al año. Dos horas, dos toneladas. Tres horas, tres toneladas. Y así. Multiplíquese por los miles de millones de móviles en uso en todo el mundo. ¿Quién está dispuesto a reducir su uso del móvil por el clima?

Greta Thunberg en agosto de 2018. Imagen de Anders Hellberg / Wikipedia.

Greta Thunberg en agosto de 2018. Imagen de Anders Hellberg / Wikipedia.

Pero más que por lo que logran, que es cuando menos dudoso, estas huelgas y manifestaciones son relevantes por lo que muestran. Sirven como termómetro del poder de movilización de la preocupación por el cambio climático: el hecho de que este problema haya logrado permear la sociedad en tal grado, un triunfo logrado después de años de ciencia, divulgación, información y lucha contra la desinformación.

No se trata de que ya no existan resistencias al reconocimiento del efecto de la actividad humana sobre el clima terrestre y sobre la biosfera. Pero hoy estos resistentes difícilmente pueden ya convencer a los demás de que la teoría del cambio climático (una teoría científica es el punto final de la ciencia, “una explicación completa de algún aspecto de la naturaleza que está apoyado por un vasto cuerpo de evidencias”) es una invención ideológicamente propulsada, porque son los demás quienes ya están convencidos de que son esos resistentes los que aún defienden una invención ideológicamente propulsada, la negación del cambio climático.

Pero en fin, nada que objetar a las performances y a los discursos más emocionales que racionales, a veces rozando lo pueril (sí a sus vestiduras anti-Ilustración, pero esta sería otra historia). Todo este folclore forma parte habitual de las protestas por el problema del clima. Pero todo ello no debe distraer de dónde debe estar el verdadero foco de atención: en la ciencia del clima. Y esta semana, este foco está en el Informe especial sobre el océano y la criosfera en un clima cambiante, presentado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en la reciente cumbre del clima celebrada en Nueva York.

El informe del IPCC hace hincapié en un aspecto esencial, un paso en el que quizá aún no se ha avanzado lo suficiente. Aunque la materia del documento, elaborado por más de un centenar de expertos y basado en más de 7.000 estudios, es el estado del océano (uno solo, global) y sus regiones heladas, lo explica el presidente de esta organización, Hoesung Lee:

“Puede que, para muchas personas, el mar abierto, el Ártico, la Antártida y las zonas de alta montaña parezcan muy distantes, pero dependemos de esas regiones, que inciden directa e indirectamente en nuestras vidas de formas muy diversas, por ejemplo, en lo concerniente al tiempo y el clima, la alimentación y el agua, la energía, el comercio, el transporte, las actividades de ocio y turísticas, la salud y el bienestar, la cultura y la identidad”.

El mensaje del IPCC es que la crisis climática debe dejar de contemplarse como un riesgo medioambiental a largo plazo; es una emergencia con impactos concretos actuales que nos afectan a todos. Hasta ahora, quizá la mayor frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, como las recientes lluvias torrenciales en España, es el único impacto que puede palparse de forma directa y sufrirse en propia carne. Por lo demás, cuando los científicos hablan del deshielo del Ártico, la crecida del nivel del mar o la desaparición de islas, puede que todo esto a muchos ciudadanos de los países desarrollados les suene a un cambio ante el cual podemos simplemente adaptarnos y continuar.

Por ello, los autores repasan también todos los impactos cercanos derivados de estos cambios: ciclones, inundaciones, olas de calor, incendios forestales, deslizamientos de tierras y avalanchas, reducción de la pesca, empeoramiento de la seguridad alimentaria, aumento de los microbios patógenos en las aguas costeras, escasez de las fuentes de agua, reducción de la energía hidroeléctrica, deterioro de la agricultura, amenaza a las infraestructuras, el transporte, los recursos turísticos y de ocio…

Los mayores de entre nosotros vivieron la psicosis nuclear de los 60, cuando una guerra a golpe de misil parecía inminente. Visto desde ahora en perspectiva (cuando el riesgo no ha desaparecido, pero no es comparable al de entonces), sería fácil acusar de catastrofismo a quienes advertían del peligro inminente. Pero si entonces no hubo una Tercera Guerra Mundial, no fue porque la tensión se resolviera sola, sino gracias a los inmensos esfuerzos de numerosas partes por promover un clima de distensión y congelar la carrera de armamento nuclear.

La crisis climática debería contemplarse hoy del mismo modo, y afrontarse también con el mismo esfuerzo y urgencia. No, dejar las aulas o los centros de trabajo por unas horas no va a solucionar nada. Pero tampoco va a agravarlo. Siempre, claro, que esas horas no se dediquen en su lugar a disparar el consumo de, por ejemplo, tecnologías digitales…