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¿Hay relación entre violencia y ciertos tipos de música?

Mi afición a la música y mi trabajo en esto de la información científica me llevan a curiosear en todo aquello que los estudios tienen que decir sobre el fenómeno musical. Uno de los avances más interesantes del conocimiento en las últimas décadas es el encuentro entre ciencias y humanidades, tradicionalmente separadas por esa frontera artificial y artificiosa del ser de letras o de ciencias. Fíjense en las tertulias radio/televisivas: ¿verdad que en alguna ocasión han escuchado a alguno de sus participantes decir «yo no sé nada de ciencia?» ¿Y alguna vez han escuchado a uno de sus participantes decir «yo no sé nada de historia/arte/literatura/música/filosofía»?

Hoy cada vez es más habitual encontrar estudios firmados al unísono por filólogos y científicos computacionales, historiadores y químicos, o arqueólogos y físicos, porque las ciencias experimentales están aportando enfoques y técnicas que permiten profundizar en las investigaciones humanísticas de una forma antes inaccesible. La frontera se ha derribado; hoy el conocimiento es multidisciplinar. Ya no es posible saber mucho sin saber algo de ciencia. Y por cierto, este es precisamente el motivo que da a este blog el título de Ciencias Mixtas.

El grupo de Black Metal Gorgoroth, cuyo exlíder Gaahl (en el centro) fue encarcelado dos veces por agresión y ha alentado a la quema de iglesias. Imagen de Wikipedia / Alina Sofia.

El grupo de Black Metal Gorgoroth, cuyo exlíder Gaahl (en el centro) fue encarcelado dos veces por agresión y ha alentado a la quema de iglesias. Imagen de Wikipedia / Alina Sofia.

En lo referente a la música, tengo amplias tragaderas. Digamos que desde Mozart a System of a Down, me cabe mucho (aunque desde luego no todo, ni muchísimo menos). Pero como he contado aquí regularmente y sabrá cualquier visitante asiduo de este blog, tengo una especial preferencia por ciertos estilos de música que convencionalmente suelen considerarse extremos, como el punk o el metal. Mis raíces estuvieron en lo primero, y lo segundo me lo aportó la otra mitad con la que comparto mi vida desde hace ya décadas.

De hecho, creo que mi caso no es nada original: en el mundo de la ciencia es frecuente encontrar gustos parecidos, y algunos científicos han llegado incluso a triunfar en estos géneros musicales; aquí conté tres casos, los de Greg Graffin (Bad Religion), Dexter Holland (The Offspring) y Milo Aukerman (Descendents). Sí, sí, también está Brian May (Queen), pero ya en otro estilo musical, alejado de los extremos y mucho más mayoritario.

El líder de Bad Religion, Greg Graffin (en el centro), es doctor en biología evolutiva. Imagen de Wikipedia / Cecil.

El líder de Bad Religion, Greg Graffin (en el centro), es doctor en biología evolutiva. Imagen de Wikipedia / Cecil.

Respecto a esta relación entre ciencia y punk (que es bastante profunda), lo que era solo mi impresión personal quedó curiosamente refrendado por un estudio que conté aquí hace algo más de un par de años, y que descubría una asociación entre los perfiles de personalidad más analíticos y el gusto por géneros musicales como el hard rock, el punk o el heavy metal; y dentro de otros géneros menos extremos, con sus versiones más duras; por ejemplo, John Coltrane y otros intérpretes de jazz de tendencia más vanguardista.

Y sin embargo, suele circular perennemente esa idea que asocia este tipo de géneros, digamos, no aptos para el hilo musical del dentista, con tendencias violentas y criminales, delincuencia, conductas antisociales y vidas desestructuradas.

No vamos a negar que el rock en general tiene su cuota de existencias problemáticas. Pero si hay adolescentes que se suicidan después de escuchar a Judas Priest, a My Chemical Romance o a Ozzy Osbourne (o a Iggy Pop, como hizo Ian Curtis de Joy Division), o desequilibrados que matan inspirándose en Slayer o en Slipknot, en ninguno de estos casos pudo sostenerse responsabilidad alguna de la música o de sus creadores. Si existe un desequilibrio ya prexistente, puede buscar un molde en el que encajarse. Y esos moldes pueden ser muy diversos: el asesino de John Lennon, Mark Chapman, que venía tarado de casa, encontró su misión precisamente en la música del propio Lennon.

Slipknot. Imagen de Wikipedia / Krash44.

Slipknot. Imagen de Wikipedia / Krash44.

Un caso particular es el del Black Metal, asociado a cultos satánicos y en algunos casos a grupos neonazis. En los años 90 esta corriente acumuló en Noruega, su cuna de origen, un macabro historial de suicidios, asesinatos, torturas y quema de iglesias; no por parte de los fans, sino de los propios músicos. Pero es evidente que la inmensa mayoría de la comunidad del Black Metal, músicos y fans, no ha hecho daño a una mosca ni piensa hacerlo, por mucho que alguno de sus líderes les anime a ello. No hay más que darse una vuelta por los comentarios de los foros para comprobar que los fans condenan la peligrosa estupidez de algunos de estos personajes, quienes simplemente han encontrado un outlet a su perversidad; parece concebible que, para quien ya viene malo de fábrica, el Black Metal tenga más glamour que la jardinería o el macramé.

Indudablemente, para algunos fans el Black Metal será solo música. Y quien piense que no es posible admirar la creación sin admirar a su creador, debería abstenerse de disfrutar de las obras de los antisemitas Degas, Renoir o T. S. Eliot, los racistas Lovecraft y Patricia Highsmith, el fascista Céline, los pedófilos Gauguin y Flaubert, el machista Picasso, el maltratador y homófobo Norman Mailer, el incestuoso Byron o incluso la madre negligente y cruel Enid Blyton (autora de Los cinco). Y por supuesto, jamás escuchar a Wagner, el antisemita favorito de Hitler. Esto, solo por citar algunos casos; con demasiada frecuencia, una gran obra no esconde detrás a una gran persona.

Una seguidora del Black Metal. Imagen de Flickr / Robert Bejil / CC.

Una seguidora del Black Metal. Imagen de Flickr / Robert Bejil / CC.

También sin duda, habrá en la comunidad del Black Metal quienes se sumerjan en ese culto sectario (no puedo evitar que me venga a la memoria aquel momento genial de El día de la bestia de Álex de la Iglesia, cuando Álex Angulo le pregunta a Santiago Segura: «tú eres satánico, ¿verdad?». Y él responde: «Sí, señor. Y de Carabanchel»). Pero nos guste o no el oscurantismo malvado, mientras mantengan a Hitler y a Satán dentro de sus cabezas, y sus cabezas dentro de la ley, quienes defendemos la luz de la razón rechazamos el delito de pensamiento. Y no olvidemos: ¿cuántos crímenes se han perpetrado enarbolando la Biblia? Culpar a la música es como culpar a la religión musulmana en general de las atrocidades cometidas en su nombre (sí, algunos lo hacen).

Pero en fin, en realidad yo no venía a hablarles del Black Metal, aunque por lo que he podido ver, o más bien por lo que no he podido ver, sobre este género aún hay mucho campo para la investigación; abundan los estudios culturales, antropológicos y etnográficos, pero parece que aún faltan algo de psicología experimental y de sociología cuantitativa que sí se han aplicado a otros géneros.

A lo que iba: últimamente he reunido algún que otro estudio científico-musical que creo merece la pena comentar. Uno de ellos habla sobre esto de los presuntos comportamientos alterados y antisociales en los seguidores del heavy metal. ¿Quieren saber lo que dice? El próximo día se lo cuento. No se lo pierdan, que hay miga.

¿Le gustan el heavy metal o el punk? Dicen que es usted analítico

Nadie tiene que descubrirnos el hecho de que los gustos musicales están relacionados con aspectos de nuestra personalidad. Asociamos músicas a generaciones, tipos sociales, ideologías, niveles económicos… Difícilmente imaginamos a Michael Nyman sonando en una prisión, como tampoco esperaríamos encontrarnos a Lord Everett Wingham Honeycott-Lancaster, si existiera, bailando Los coches de choque de Los Desgraciaus. Decía Woody Allen que escuchando a Wagner le entraban ganas de invadir Polonia. Sin embargo, podríamos llegar a sorprendernos. Si, como dicen, Lady Gaga es fan del heavy metal, ¿por qué entonces hace lo ¡¡&%$&#@!! que hace?

James Hetfield (Metallica). Imagen de Mark Wainwright / Wikipedia.

James Hetfield (Metallica). Imagen de Mark Wainwright / Wikipedia.

Otra cosa es que sepamos en qué consiste y cómo se articula esa relación entre personalidad y música, o por qué algunos estilos nos elevan por la escalera hacia el cielo mientras que otros nos desatan la repulsa desde la fibra más honda de nuestro ser. O por qué hay quienes valoran más el mérito en la composición y/o en la interpretación que la capacidad sensorial, sensual o visceral de la música, o viceversa. O si sentimos más la música en el cerebro o en las caderas. O hasta qué punto nuestras preferencias vienen condicionadas por lo que sonaba en casa, una derivación más del viejísimo debate que en biología se conoce como Nature versus Nurture, o genética contra ambiente.

Los psicólogos hablan de cinco principales factores de personalidad a los que denominan The Big Five: apertura, extroversión, responsabilidad, amabilidad e inestabilidad emocional. Algunos estudios han tratado de vincular estas grandes dimensiones con los gustos musicales, entresacando ciertos patrones. Ahora, el saxofonista de jazz e investigador de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) David Greenberg ha estudiado una relación interesante, la de los estilos musicales con la dicotomía emocional/intelectual.

Para ello, Greenberg ha empleado el modelo desarrollado por Simon Baron-Cohen (sí, a mí también me intrigaba, y al parecer son primos) llamado teoría de empatización-sistematización (E-S). Según Baron-Cohen, los individuos nos situamos en un punto de la escala entre dos extremos, el empatizador, que identifica y responde a las emociones de otros, y el sistematizador, que analiza reglas y patrones. Siguiendo este modelo, los psicólogos emplean cuestionarios para determinar si una persona es empatizadora, sistematizadora o equilibrada entre ambos extremos.

Como muestra de estudio, Greenberg reunió a 4.000 usuarios de la app myPersonality de Facebook, sometiéndolos a diferentes tests para definir su perfil y sus preferencias musicales. Los resultados muestran que los más empáticos prefieren música más blanda, incluyendo estilos como el country, folk, cantautores, rock suave, pop, jazz, Rythm&Blues/Soul, música electrónica contemporánea o ritmos latinos, mientras que los sistemáticos se decantan por los estilos más intensos, como el punk, el hard rock o el heavy metal. De hecho, concluye Greenberg, “el estilo cognitivo [de un individuo] –si es fuerte en empatía o fuerte en sistemas– puede predecir mejor su preferencia musical que su personalidad”.

“Los individuos de tipo E [más empáticos] prefirieron música caracterizada por una baja agitación (atributos de suavidad, calidez y sensualidad), valencia negativa (depresión y tristeza) y profundidad emocional (poética, relajante y amable), mientras que los tipo S [más sistemáticos] prefirieron música de alta excitación (fuerte, tensa y excitante) y aspectos de valencia positiva (animación) y profundidad cerebral (complejidad)”, escriben los investigadores en su estudio, publicado en PLOS One.

Para definir con más precisión los rasgos musicales que más atraen a cada uno de los dos tipos, los investigadores también estudiaron las preferencias dentro un mismo género concreto. De este modo pretendían evitar una posible contaminación por factores personales o culturales, además de huir del convencionalismo de las “etiquetas artificiales desarrolladas a lo largo de décadas por la industria discográfica, y que contienen definiciones ilusorias y connotaciones sociales”. Dicho de otra manera: la etiqueta “rock” es aplicable a estilos tan diferentes como los de Billy Joel o Guns N’ Roses. Incluso en la música clásica, la pasión impura de Tchaikovsky o la grandilocuencia de Wagner están muy alejadas, por ejemplo, del mecanicismo aséptico del barroco.

Así, Greenberg y sus colaboradores han comprobado que, por ejemplo en el caso del jazz, los empáticos prefieren el más suave y dulce, en la línea de Louis Armstrong o del swing de los años 30 y 40, mientras que los sistemáticos se decantan por el más complejo y vanguardista al estilo de John Coltrane. Las conclusiones de Greenberg traen a la memoria casos que conocemos en la cultura popular: el personaje de Hannibal Lechter, un tipo S patológico, se deleitaba escuchando las Variaciones Goldberg de Bach.

El estudio tiene dos posibles aplicaciones prácticas. Por un lado, según Greenberg, “se invierte un montón de dinero en algoritmos para elegir qué música puede apetecerte escuchar, por ejemplo en Spotify y Apple Music. Sabiendo el estilo de pensamiento de un individuo, en el futuro estos servicios podrían ser capaces de refinar sus recomendaciones musicales para cada uno”. Pero más allá de la industria musical, Greenberg augura una posible utilidad de sus investigaciones en el campo del autismo. De hecho, esta es la especialización de Baron-Cohen (Simon, no Sacha), que también ha participado en el estudio y que enfoca este conjunto de trastornos dentro del modelo E-S, por las habituales dificultades de las personas con autismo para empatizar.

Les dejo aquí dos vídeos de sendos grandes temas que Greenberg y sus colaboradores sugieren como modelos: para los más empáticos, Crazy little thing called love, de Queen; y para los más sistemáticos, Enter Sandman, de Metallica.


Noticia fresca: el heavy metal y el punk son buenos para nuestra salud emocional

Lo hemos visto y escuchado mil veces: en las películas de acción, el psicópata viaja en una destartalada furgoneta en la que suenan heavy metal o punk, mientras que los buenos escuchan pegadizos éxitos poperos. La música fuerte, el rock duro en todas sus variaciones, potencia nuestras ganas de pisar cabezas y atropellar ancianas, convirtiéndonos en potenciales delincuentes, si es que previamente aún no existía una ficha policial a nuestro nombre.

Paul Simonon destroza su bajo contra el escenario en la portada del álbum de The Clash 'London Calling'. Imagen de Epic Records.

Paul Simonon destroza su bajo contra el escenario en la portada del álbum de The Clash ‘London Calling’. Imagen de Epic Records.

Sin embargo, los que practicamos este culto casi desde nuestra tierna infancia sabemos que no es así; ni las letras provocadoras e incluso agresivas, ni los guitarrazos contundentes –ya sean rasgando las cuerdas o incluso en el sentido más literal, estrellándola contra la tarima del escenario– sacan de nosotros ningún ánimo socialmente nocivo; como me contaba Milo Aukerman, vocalista de Descendents, con ocasión de un reportaje sobre ciencia y punk, lo que provoca la música visceral es “euforia pura”, una capacidad de “inspirar y excitar”.

Ahora, un nuevo estudio viene a darnos la razón. Dos investigadoras australianas han descrito que tanto el punk como el heavy metal u otros estilos de lo que llaman “música extrema”, como el hardcore, emo, death metal o screamo, “resultan en un aumento de las emociones positivas” y ofrecen “una manera saludable de procesar la furia” para quienes disfrutamos de ellos, según escriben en su estudio, publicado en la revista Frontiers in Human Neuroscience.

Leah Sharman y Genevieve Dingle, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Queensland, en Brisbane, reclutaron a 39 voluntarios aficionados a estilos de “música extrema” de entre 18 y 34 años. En primer lugar, les pidieron que durante 16 minutos rememorasen experiencias personales desagradables que les causaran furia o estrés. Después de este período de estimulación, debían escuchar música elegida por ellos durante diez minutos, o bien permanecer en silencio durante el mismo período. Las investigadoras monitorizaron el ritmo cardíaco de los participantes y al final del experimento los sometieron a un test estandarizado de emociones positivas y negativas.

Las psicólogas comprobaron que la música amansa a la fiera que llevamos dentro. El recuerdo de las experiencias dolorosas elevaba el ritmo cardíaco, que se mantenía alto mientras los participantes escuchaban música que expresaba su estado de ánimo. “La mitad de las canciones elegidas contenían temas de furia o agresión, mientras que el resto contenían temas como, aunque no limitados a, aislamiento y tristeza”, cuenta Sharman en una nota de prensa. Pero el estado final después del proceso era de calma y sentimientos constructivos: “la música regulaba la tristeza y potenciaba las emociones positivas”, dice la psicóloga. “Los participantes manifestaron que utilizan la música para potenciar su felicidad, sumergirse en sentimientos de amor y fomentar su bienestar”. Así, la música ejerce una función “autorreguladora” más beneficiosa que el silencio.

Lo más destacable del estudio es tal vez que las investigadoras encuentren ese factor de inspiración del que hablaba Aukerman. “El cambio más significativo registrado fue el nivel de inspiración que sentían”, señala Sharman. Con todo, las dos psicólogas son conscientes de que su abordaje experimental es limitado y que no examina en detalle los elementos y motivaciones individuales, como tampoco puede generalizarse a un contexto social real.

Pero sus resultados tampoco son triviales: las investigadoras citan una buena lista de estudios anteriores que han tratado de demostrar una traslación directa de estas formas de música en comportamientos hostiles y violentos, delincuencia, abuso de sustancias, conductas suicidas o violencia contra las mujeres. Incluso la Academia de Psiquiatría de la Infancia y Adolescencia de EE. UU. advierte a los padres para que “ayuden a sus adolescentes prestando atención a los patrones de lo que compran, descargan, escuchan o visualizan, para ayudarles a identificar la música que puede ser destructiva”.

Los tópicos pueden ser erróneos, pero hay que demostrarlo, y el estudio de Sharman y Dingle ofrece un buen cambio de rumbo. Por mi parte, solo puedo añadir que a los fans de algunas de esas formas de “música extrema” lo que verdaderamente podría desatarnos comportamientos violentamente hostiles sería que nos obligaran a escuchar a Beyoncé o a Dani Martín.

Aprovechando la circunstancia, les dejo aquí un vídeo grabado por un servidor (la calidad es la correspondiente a un teléfono móvil de lo más básico) la semana pasada durante el concierto de Kiss en el Palacio de los Deportes de Madrid. Que, por cierto, congregó a una amplísima muestra social, incluyendo a muchos niños con sus caras convenientemente pintadas a lo Gene Simmons o Paul Stanley. Disfruten de Love Gun. Paz, hermanos.