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¿Nos extinguiremos antes de encontrar vida alienígena?

Decíamos ayer que los tardígrados, esos minúsculos animalitos de ocho patas que viven en el musgo o el césped, pero también en la Antártida, los volcanes y las fosas oceánicas, son los más firmes candidatos para sobrevivir a cualquier cataclismo global y acompañar a la Tierra hasta su destrucción final, esperemos que dentro de miles de millones de años.

Pero la historia de los tardígrados tiene además otro enfoque, no en lo que se refiere a la vida en la Tierra, sino fuera de ella. Si nuestro planeta ha llegado a criar unos seres tan asombrosamente resistentes a cualquier extinción, ¿qué hay de otros lugares del universo? Hoy nadie alberga grandes esperanzas de encontrar algún microbio vivo en Marte; menos aún después de los recientes experimentos que han revelado las condiciones marcianas como más letales de lo esperado para una bacteria especialmente dura como Bacillus subtilis.

Imagen de NASA.

Imagen de NASA.

Pero si el planeta rojo y el planeta azul fueron en sus comienzos mucho más parecidos que hoy; y si, como defienden los biooptimistas (entre los que no me cuento, como ya he explicado aquí), la vida podría ser un fenómeno frecuente en el universo… No olvidemos que Marte es mucho más pequeño que la Tierra y por tanto pudo enfriarse lo suficiente para alcanzar condiciones habitables antes que nuestro planeta. Los tardígrados existen aquí desde el Cámbrico, hace 530 millones de años, pero tal vez en Marte un organismo de este tipo pudo aparecer en una época más temprana, antes de que aquel planeta comenzara a convertirse en un mundo inhóspito.

De hecho, los autores del estudio que conté ayer sobre los cataclismos cósmicos y los tardígrados sugieren que criaturas como estas podrían ser vestigios perdurables de la presencia de vida en otros planetas; incluso aquí, en nuestro Sistema Solar, en mundos con océanos bajo el hielo como las lunas Europa y Encélado.

Quizá también en Marte, bajo la superficie. El subsuelo marciano es todo un misterio, pero por desgracia todo indica que continuará siéndolo, tras el reconocimiento de la NASA (nada sorprendente, por otra parte) de que no tiene dinero para enviar astronautas a Marte. Así que la perspectiva de poner allí un equipo de ¿astroespeleólogos? ¿espeleoastronautas? hoy solo existe en la ciencia ficción y, si acaso, en la imaginación de Elon Musk.

Pero claro, que si existen versiones alienígenas de los tardígrados en otros sistemas estelares, es algo que probablemente jamás lleguemos a saber. Y las esperanzas de que haya algo más evolucionado son solo conjeturas. Últimamente parece haber muchos científicos que se apuntan a la hipótesis del Gran Filtro, la idea de que algo siempre se tuerce antes de que una civilización llegue a estar tecnológicamente preparada para explorar el cosmos.

En nuestro caso, sostienen algunos, el Gran Filtro puede ser el cambio climático, el comienzo del fin de la habitabilidad terrestre causado por la destrucción de la estabilidad del ciclo de carbonatos-silicatos. Una vez que este equilibrio se rompe, sostienen algunos expertos, la Tierra puede entrar en una espiral catastrófica de efecto invernadero como la que sufrió Venus por causas naturales.

No sabemos cuánto tiempo le queda a la humanidad. Nuestra especie tiene 300.000 años de antigüedad, pero para ponernos al borde de nuestra autodestrucción han bastado apenas tres siglos, si consideramos la Revolución Industrial como el momento en que comenzamos a emprender un camino sin retorno. Hoy sería muy optimista pensar que vayamos a seguir aquí dentro de otros 300.000 años. Y aunque fuera así, 600.000 años son un instante en la historia del universo. Algunos proponentes del Gran Filtro piensan que nunca vamos a contactar con otras civilizaciones porque sencillamente es casi imposible que coincidamos en el tiempo; nos abocamos a nuestra propia extinción demasiado aprisa, y no hay motivos evidentes para pensar que otros seres tecnológicos sean más sensatos que nosotros.

Pese a todo, no vamos a darnos por vencidos. El pasado miércoles 12 de julio, el blog del Laboratorio de Habitabilidad Planetaria de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo contó que el inmenso radiotelescopio puertorriqueño detectó el 12 de mayo una extraña señal procedente de la estrella Ross 128, a unos 11 años luz de nosotros. “En caso de que os estéis preguntando, la hipótesis recurrente de los alienígenas está al final de muchas otras explicaciones mejores”, escribían los investigadores. Por ejemplo, no es descartable que en realidad la señal no proceda de la estrella, sino de algo en la misma línea de visión pero mucho más cercano, tal vez un satélite terrestre.

Ayer mismo los investigadores han publicado una actualización en la que cuentan que han vuelto a observar la estrella este pasado fin de semana, y que a ellos se han unido los radiotelescopios de los proyectos SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre) de la Universidad de Berkeley y del Instituto SETI, ambos en EEUU. “Necesitamos tener todos los datos de los otro observatorios para ponerlo todo junto y sacar una conclusión, probablemente al final de esta semana”, han escrito. Esperaremos hasta entonces, pero sin contener la respiración.