Entradas etiquetadas como ‘FTC’

EEUU pone coto a la homeopatía obligándola a reconocer su inutilidad

Tengo la convicción de que la mayoría de quienes consumen homeopatía lo hacen por desconocimiento. Entiéndase: todos lo hacen por desconocimiento, ya que están consumiendo un simple placebo al que atribuyen propiedades curativas más allá del efecto placebo. Lo que quiero decir es que, intuyo, quienes realmente conocen y aclaman los absurdos principios de la homeopatía son una minoría; el resto creen estar consumiendo algo diferente de lo que realmente están tomando, y muchos de ellos se quedan de piedra cuando conocen la verdad.

Un producto homeopático. Imagen de Wikipedia.

Un producto homeopático. Imagen de Wikipedia.

Extraigo esta conclusión de la pequeña muestra de mi entorno. Si preguntan a algún consumidor de homeopatía que les explique en qué consisten esos productos y cuáles son sus ventajas, probablemente su respuesta se basará en estas dos ideas:

  • La homeopatía es una medicina tradicional, cuya eficacia viene avalada por miles de años de sabiduría popular colectiva.
  • La homeopatía es una medicina natural que emplea hierbas en lugar de productos químicos.

Cuando se quedan de piedra es cuando se les hace saber que ninguna de estas dos ideas se corresponde con la realidad:

  • La homeopatía NO es una medicina tradicional. La inventó un señor concreto con nombre y apellidos, el alemán Samuel Hahnemann, en un año concreto, 1796, cuando aún no se conocían las causas de muchas enfermedades ni se disponía de tratamiento para ellas.
  • La homeopatía NO es el uso de plantas medicinales. Beber una infusión de tila para calmar los nervios NO es homeopatía. Tomar vahos de menta para la congestión NO es homeopatía.

(Nota: la medicina, la de verdad, hunde sus raíces más profundas en el uso ancestral de productos naturales con fines terapéuticos. La farmacología moderna nace cuando la ciencia hace posible aislar los principios activos de estos remedios, identificarlos, recrearlos, sintetizarlos y mejorarlos. Medicamentos como la quinina o la aspirina no cayeron de otro planeta ni se inventaron en las probetas de un científico loco, sino que se descubrieron y se extrajeron de las plantas en primer lugar.)

¿Qué es entonces la homeopatía? Hahnemann creía que las enfermedades estaban causadas por unas entidades misteriosas llamadas miasmas, un término que todavía se empleaba en tiempos de mis abuelos. Las miasmas explicaban para Hahnemann el origen de enfermedades muy variadas cuyas causas concretas aún no se conocían, ya fuera sífilis, cáncer, cataratas o epilepsia. Para tratar estas diversas dolencias, Hahnemann formuló los dos alucinatorios principios fundacionales de la homeopatía:

  • Lo similar cura lo similar: una sustancia que provoca una enfermedad en personas sanas cura esa misma dolencia en los enfermos. Hahnemann llegó a esta disparatada conclusión cuando padeció fiebre tras comer la corteza de la quina, propuesta como remedio contra la malaria.
  • Dilución límite: dado que las dosis altas de las sustancias podían agravar los síntomas, decidió diluirlas sucesivamente en agua con la idea (contraria a la evidencia y al sentido común) de que, a menos dosis, más eficacia. La homeopatía utiliza diluciones tan elevadas de las sustancias de partida que matemáticamente no queda ni una sola molécula de ellas en el agua.

En resumen: los preparados homeopáticos líquidos son solo agua. Cuando se presentan en forma de pastillas, se añade azúcar para que tengan un sustrato sólido. La idea de que los productos homeopáticos son naturales tiene en el fondo una verdad irónica, ya que no hay nada más natural que el agua. Las sustancias de partida son preferentemente (no siempre) de origen natural, ya que en tiempos de Hahnemann no las había de otra clase. Poco importa, ya que en cualquier caso no están presentes en el preparado final que es simplemente agua milagrosa, pero más cara que la de Lourdes.

Todo lo cual, por cierto, me lleva a una reflexión. Algunas organizaciones escépticas han escenificado los llamados suicidios homeopáticos, ingestiones masivas de estos productos para demostrar que carecen de ningún principio activo. Pero si se me permite la ironía, tal vez debería hacerse lo contrario: si la homeopatía afirma que a menor dosis, mayor efecto, los suicidios deberían llevarse a cabo tomando los preparados aún mucho más diluidos de como vienen de fábrica, y en cantidades infinitésimas; idealmente, como en aquel Dry Martini de Buñuel, dejar que un rayo de sol atraviese el frasquito antes de impactar en la boca debería ser mortal de necesidad.

Algo que nunca he podido comprender es bajo qué justificación las farmacias venden estos productos. Algún amigo farmacéutico me ha confirmado que la (o al menos su) carrera de Farmacia no incluye ninguna enseñanza sobre homeopatía. Pero si algún farmacéutico licenciado tratara de excusarse en este vacío formativo para no descalificar la validez de esta seudociencia, el pretexto no sirve: la ciencia que sí aprendió durante su carrera es suficiente para certificar la absoluta inutilidad de los preparados homeopáticos.

Especialmente, esto me choca con la función que los farmacéuticos defienden para sí mismos como asesores expertos en materia terapéutica. Siempre que a alguien se le ocurre levantar la mano para preguntar por qué aquí las gasolineras y los supermercados no pueden despachar medicamentos sin receta, como ocurre por ejemplo en EEUU, los cuerpos y fuerzas del sector farmacia saltan de inmediato con la cantinela de la asesoría experta. ¿Asesoría experta, alguien que vende agua milagrosa?

Dicen algunas malas lenguas que el margen comercial de estos productos es superior al de los medicamentos, y que las grandes multinacionales de la homeopatía se ocupan de mimar a los farmacéuticos con atenciones –llamémoslas– extracurriculares. Ignoro si será cierto. Por mi parte, y dado que no es fácil encontrar farmacias que no dispensen homeopatía, al menos evito aquellas que la publicitan en sus rótulos, e invito a cualquier consumidor concienciado con el fraude comercial y sanitario a que haga lo mismo.

Por todo ello, la lucha contra el gran negocio fraudulento de la homeopatía está en la información al consumidor. Por mi parte, he conseguido que algún despistado con esa idea errónea de la «medicina tradicional natural» renuncie para siempre a la homeopatía. Es obvio que a los practicantes de esta seudociencia y a las compañías que fabrican sus productos no les interesa nada la divulgación de los fundamentos reales de sus negocios.

Y en cuestión de información, la Comisión Federal de Comercio de EEUU (FTC) acaba de dar un paso ejemplar. En un nuevo dictamen, el organismo regulador estadounidense obligará a los productos homeopáticos a que justifiquen sus proclamas del mismo modo que los medicamentos. Estos están siempre sometidos a rigurosos ensayos que demuestran su eficacia; sin embargo, hasta ahora los preparados homeopáticos podían venderse en EEUU con todas las indicaciones que a su fabricante le apeteciera inventarse sin ninguna obligación de justificar su utilidad, bajo el amparo de una regulación de 1988 de la Administración de Fármacos y Alimentos (FDA) que así lo permitía.

Esto se acabó: la FTC recuerda que sus estatutos prohíben la publicidad de falsas proclamas en la información comercial sobre productos y que por tanto deben aportarse justificaciones razonables. Sin embargo, el organismo reconoce que durante décadas se ha producido una dejación de estas exigencias que debe corregirse.

«La homeopatía, que data de finales del siglo XVIII, se basa en la idea de que los síntomas de enfermedad pueden tratarse con dosis diminutas de sustancias que producen síntomas similares cuando se suministran en dosis mayores a personas sanas», dice la FTC. «Muchos productos homeopáticos se diluyen en tal grado que no contienen niveles detectables de la sustancia inicial. En general, las proclamas de los productos homeopáticos no se basan en métodos científicos modernos y no son aceptadas por los expertos médicos modernos, pero no obstante la homeopatía tiene muchos seguidores».

La FTC no obligará a los productos homeopáticos a nada más ni nada menos que lo obligado para los medicamentos: justificar que funcionan; y si no pueden, confesarlo en sus envases y prospectos. «La promoción de un producto homeopático para una indicación que no esté fundamentada en pruebas científicas creíbles y competentes puede no ser un engaño si tal promoción comunica de forma efectiva a los consumidores que (1) no hay pruebas científicas de que el producto funcione y (2) las proclamas del producto se basan solo en teorías de homeopatía del siglo XVIII que no son aceptadas por la mayoría de los expertos médicos modernos».

Resulta curioso que tenga que ser la FTC y no la FDA quien ponga coto a la homeopatía, pero se trata de un asunto siempre delicado, lleno de resquicios legales por los que esta seudociencia suele colarse aprovechando la completa inocuidad de sus productos y acogiéndose a las políticas que protegen la libertad de información comercial. La FTC precisa que su dictamen es compatible con la regulación de la FDA y con la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU, que garantiza la libertad de expresión. Esperemos que los efectos de esta nueva normativa se noten pronto, y que cunda el ejemplo en otros países.