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¿Realmente Einstein se equivocó?

Cuando en 1919 las fotografías de un eclipse de sol demostraron que la luz de las estrellas se curvaba al interponer la pesada masa del sol, como había predicho la relatividad general de Einstein, la prensa británica y estadounidense anunció una revolución científica liderada por aquel físico que hoy habría cumplido 138 años. A pesar de que pocos realmente entendían en qué consistía: en EEUU, el diario The New York Times publicaba la noticia señalando que «no más de 12 personas en todo el mundo podrían entenderla».

Albert Einstein en 1921. Imagen de Wikipedia.

Albert Einstein en 1921. Imagen de Wikipedia.

Por fortuna, hoy no solo son miles los físicos en todo el mundo que entienden a la perfección el trabajo de Albert Einstein y han construido sobre los cimientos que él sentó, sino que además hay también miles de canales por los que cualquier persona interesada sin conocimientos de física puede hacerse con unos conceptos básicos sobre la relatividad especial y la general.

Y sin embargo, los especialistas continúan hoy desgranando la obra de Einstein, desde sus artículos científicos a su correspondencia, para entender y explicar cuál era su visión de la naturaleza, ese objeto del que trata el estudio de la física. No todo está dicho sobre el trabajo de Einstein. Y de hecho, en algún sentido aún no se le ha entendido bien, a decir de algunos expertos.

Uno de los aspectos más discutidos del pensamiento del científico más famoso de todos los tiempos es su relación con la mecánica cuántica, una disciplina que él contribuyó a crear cuando explicó el efecto fotoeléctrico, lo que le valió el Nobel; pero con cuya interpretación mayoritaria siempre mantuvo una seria discrepancia.

En un reportaje publicado hoy con motivo del aniversario he explicado con más detalle en qué consistía la objeción de Einstein hacia la física cuántica. En pocas palabras y según la versión más corriente, el físico pensaba que la dependencia de la cuántica del concepto de probabilidad revelaba en realidad un agujero en la teoría, un territorio en el que debían existir variables ocultas no contempladas por la interpretación manejada por sus contemporáneos y que eran fundamentales para explicar cómo funcionaba la realidad. En resumen, Einstein no pensaba que la cuántica estuviera equivocada, pero sí incompleta.

Un ejemplo estaba en el principio de incertidumbre o de indeterminación de Heisenberg, según el cual no era posible medir la posición y la velocidad de una partícula al mismo tiempo, dado que la intervención del observador modifica las propiedades del sistema observado. La física cuántica resultaba extraña en su día, y todavía hoy, porque es diferente a la clásica; esta es determinista, mientras que la cuántica es probabilista. El comportamiento de las cosas grandes, que la experiencia nos hace interpretar como de sentido común, no funciona con lo infinitamente pequeño, y viceversa. Pero Einstein pensaba que algo estaba escapando a los teóricos para poder explicar también el funcionamiento de las cosas pequeñas desde una visión realista.

En 1935, y junto a sus colegas Nathan Rosen y Boris Podolsky, el físico publicaba un artículo bajo un título en forma de pregunta que claramente sugería la respuesta: ¿Puede considerarse completa la descripción mecano-cuántica de la realidad física? En aquel trabajo, los tres científicos planteaban un experimento mental que más tarde se conocería como la Paradoja Einstein-Podolsky-Rosen (EPR).

Suponiendo dos partículas que interaccionan entre ellas antes de separarse y cuya interacción vincula entre sí las propiedades de ambas, sería posible conocer la segunda propiedad de una partícula midiéndola en la otra, ya que una vez separadas no hay posibilidad de que la observación de una influya sobre la otra; a menos, claro, que existiera lo que Einstein denominaba una «truculenta acción a distancia» instantánea; pero no hay nada instantáneo, ya que cualquier posible interacción está limitada por la velocidad de la luz.

La Paradoja EPR fue discutida durante décadas, pero hoy hay una potente corriente entre los físicos que considera probada la «truculenta acción a distancia», el fenómeno llamado entrelazamiento cuántico (más detalles aquí y aquí). En los últimos años varios experimentos cada vez más finos y blindados parecen demostrar que las predicciones de la cuántica se cumplen, que las partículas se comunican entre ellas a pesar de estar separadas y que, en consecuencia, Einstein acertó al describir un fenómeno, pero se equivocó al creer que tal fenómeno no era posible.

Sin embargo, tal vez no todo es realmente lo que parece, o lo que asume la versión corriente. Hace unos días estuve hablando con Don Howard, profesor de filosofía de la Universidad de Notre Dame (EEUU) especializado en filosofía de la ciencia, y en concreto en el pensamiento de Einstein. Howard me contaba un detalle tal vez poco conocido, y es que en realidad la mayor objeción del alemán a la cuántica no era la ausencia de determinismo; pero es que su mayor objeción no estaba reflejada en el estudio EPR por una razón: «como sabemos por su correspondencia posterior, Einstein de hecho no escribió el EPR, sino que lo hizo Podolsky, y realmente no le gustaba el estudio».

Según Howard, «en una carta a Schrödinger poco después de la publicación del estudio EPR, Einstein explicaba que el punto principal quedaba enterrado por la erudición o por el excesivo formalismo del estudio». Para Einstein, el artículo se había centrado en justificar que la cuántica estaba incompleta basándose en la existencia de un caso especial de la realidad física que no tenía cabida en la teoría, pero su verdadera objeción era más profunda y general; la cuántica no era incompleta por no poder explicar algo muy concreto, sino más bien por no poder explicarlo todo en su conjunto.

Einstein veía más bien que la cuántica solo podía explicar la realidad si se prescindía de rasgos esenciales de la realidad tal como es, tal como él la había descrito a través de la relatividad aplicable a las cosas grandes. Podría decirse que los cuánticos describían retratos mediante ecuaciones, pero no narraban el relato de la realidad; por ejemplo, no tenía cabida hablar del pasado de una partícula; no sale en el retrato.

¿Estaba Einstein realmente equivocado? Desde luego, no creía en el entrelazamiento cuántico entre partículas separadas (que los físicos llaman no-localidad). Y para Howard, en esto hoy se habría rendido a las pruebas: «creo que habría cedido, por dolorosa que fuera esa concesión», dice. «¿Por qué? Porque, como dejó claro en muchas ocasiones, al final es la prueba empírica la que decide las cuestiones sobre la elección de teoría». Einstein era un realista, y hoy parece cada vez más claro que el entrelazamiento cuántico es real.

Pero según la visión de Howard y otros pensadores sobre cuál era el verdadero sentido de la objeción de Einstein a la cuántica, se entiende que históricamente tal vez un solo árbol, la paradoja EPR, ha tapado todo un bosque. Lo cierto es que hoy los físicos aún continúan batallando por darse la mano uniendo los dos túneles perforados desde ambos extremos, el de la cuántica y el de la relativística. Y está claro que Einstein acertó cuando escribió:

En cualquier caso, en mi opinión, uno debería guardarse de comprometerse dogmáticamente con el esquema de la teoría actual en la búsqueda de una base unificada para la física en su conjunto.

Salvando las distancias en física cuántica (II)

He aquí un motivo por el que algunos físicos aún no creen que los experimentos de entrelazamiento cuántico, como el de Hanson que mencioné ayer, demuestren la acción a distancia entre partículas: las mediciones sobre estas se llevan a cabo solo unos nanosegundos después de que ambas se hayan separado. Esto, sostienen los críticos, podría dar pie a que recuerden esa programación previa, ese guión que ambas estarían interpretando según lo acordado.

Así pues, lo único que un investigador puede hacer es tratar de fijar condiciones experimentales restrictivas en exceso, de una forma que convenza incluso a los más escépticos; como si un mago actuara desnudo para demostrar fehacientemente que no lleva nada escondido en la ropa. Para muchos físicos, la prueba de Hanson llega a este nivel, y por tanto basta para certificar oficialmente el nacimiento de la acción a distancia. Pero no para todos.

Ilustración artística del cuásar ULAS J1120+0641, el más distante conocido hasta ahora. Imagen de ESO/M. Kornmesser vía Wikipedia.

Ilustración artística del cuásar ULAS J1120+0641, el más distante conocido hasta ahora. Imagen de ESO/M. Kornmesser vía Wikipedia.

Con el fin de zanjar el debate, el físico del Instituto Tecnológico de Massachusetts David Kaiser se propone llevar a cabo lo que considera el experimento definitivo: medir dos fotones procedentes de estrellas distantes del universo, dos partículas que han estado separadas durante miles de millones de años. Es del todo imposible, argumenta Kaiser, creer razonablemente que las partículas puedan mantener ninguna clase de coordinación a través de toda la historia del universo. Si funciona, quienes aún creen que la acción a distancia es magia, ese efecto «spooky» o truculento que decía Einstein, deberán aceptar que se trata de ciencia real.

Sin embargo, Hanson no está de acuerdo en que el experimento de Kaiser vaya a demostrar nada que el suyo no haya probado ya. Otro de los críticos de la acción a distancia, el australiano Michael Hall, aducía que es difícil, incluso en un caso como el de Kaiser, asegurar una total independencia de las mediciones, ya que podría existir un sesgo provocado por algún tipo de correlación que se nos escapa entre los aparatos y aquello que miden, las partículas. «Por ejemplo, no todos los fotones detectados podrían proceder de las fuentes cósmicas a las que apuntan los telescopios; algunos vendrán de luz extraviada», me escribía Hall en un correo electrónico. Además, proseguía Hall, «debería tener que asumirse que no se ha actuado de ninguna manera sobre los fotones a través de una causa común en el pasado relativamente reciente de los dos detectores utilizados».

Hanson está de acuerdo en esto último: por mucho que los emisores de las partículas, las estrellas, estén separados en el espacio por miles de millones de años luz, y en el tiempo por miles de millones de años, los detectores no lo van a estar: ambos, y por tanto las partículas al medirlas, estarán aquí, en la Tierra. Con lo cual, razona el físico holandés, y puestos a ponernos escrupulosos, el experimento de Kaiser tampoco descartaría una posible relación causal entre los medidores y los sistemas medidos. «Ningún experimento puede probar que los ajustes de las mediciones fueron elegidos al azar, y ningún experimento puede probar que los ajustes están determinados por la luz estelar de una galaxia distante», dice Hanson.

Para solventar este inconveniente, Hall apuntaba una propuesta: «Sería interesante tener un experimento en el que los propios detectores estuvieran separados por una gran distancia; la distancia Tierra-Luna sería un buen comienzo, ¡si alguna vez conseguimos llevar astronautas ahí arriba de nuevo! Marte sería aún mejor». Pero aunque Hall y Hanson coincidan en la objeción a la propuesta de Kaiser, no lo hacen en sus consecuencias. Para el holandés, la conclusión es que es imposible llevar más allá la finura y la pulcritud de los experimentos de acción a distancia, ni siquiera llevando un detector a Marte: «Uno puede hacer el experimento de forma diferente, pero no será mejor que lo que ya hemos hecho; no queda ninguna fisura que pueda cerrarse experimentalmente».

Lo que subyace a toda esta discusión, opina Hanson, es que algunos de los críticos no están discutiendo posibles deficiencias experimentales, sino la interpretación del propio teorema de Bell, explicado en bruto en mi artículo de ayer y que inspira los experimentos de entrelazamiento cuántico que ponen a prueba la acción a distancia. «Esta es una discusión teórica completamente independiente de nuestro experimento», precisa Hanson. «Uno puede eliminar cualquiera de los muchos supuestos subyacentes en la derivación de la desigualdad de Bell». «Pero estoy bastante seguro de que nadie podría diseñar un escenario que los abordara en ningún otro experimento», prosigue, y concluye: «Nuestro experimento cierra todas las fisuras que pueden cerrarse; el resto no pueden distinguirse experimentalmente, y por tanto son parte intrínseca de las teorías».

Dicho de otro modo: tal vez algunos físicos jamás acepten ninguna demostración empírica del teorema de Bell porque piensan que es indemostrable, o bien porque en el fondo piensan que es incorrecto. Y tal vez es comprensible que exista un cierto horror vacui, un miedo al vacío que el reconocimiento de la acción a distancia abriría en nuestro entendimiento de la física de la naturaleza y que no sería inmediato rellenar, dado que la actual formulación de la mecánica cuántica impide la posibilidad de su existencia.

Uno de los defensores de la acción a distancia, el estadounidense John Cramer, que está tratando de poner a prueba la comunicación no local entre partículas, me hacía notar que el problema parte del hecho de que esta prohibición no es algo que se haya demostrado, sino que se dio por sentado desde el principio y se integró en la definición de las reglas del juego: «Hay pruebas de que los creadores originales de la actual formulación utilizaron la imposibilidad de la señalización no local como directriz, y la incorporaron en el formalismo», decía. «Si se hiciera una reformulación más imparcial de la mecánica cuántica eliminando este sesgo intrínseco, podría proporcionarnos una indicación de cómo se podría llevar a efecto la señalización no local».

En realidad la solución teórica a lo anterior ya podría existir. Algunos físicos han mostrado que ciertas modificaciones a la mecánica cuántica actual (técnicamente se llama no-linealidad) permitirían que la comunicación superluminal –más rápida que la luz– encaje, pero hasta ahora ningún experimento ha demostrado que este enfoque sea válido. Claro que para los partidarios del modelo actual es al revés: dado que la comunicación superluminal no existe, la modificación propuesta no puede ser correcta, y por lo tanto nunca se demostrará. Las apuestas están abiertas.

Todo lo que siempre quisiste saber sobre la Teoría de Cuerdas

Recuerdo una ocasión en la que un físico le explicaba a un amigo: «La materia está formada por cuerdas que vibran de distinta manera». A lo que el amigo replicó: «Vale, eso lo entiendo. Ahora explícame la trompeta».

Este (mal) chiste refleja la (aparente) dificultad de explicar ciencias complejas, como la física, a un público no iniciado (pero interesado). La Teoría de Cuerdas, un modelo aún no probado que lo explicaría (casi) todo, suele citarse como ejemplo. Sin embargo, en mi sola opinión, como un no-físico que ha debido bregarse autodidácticamente unos ciertos conocimientos de esta disciplina a través de la dedicación al periodismo de ciencia, la física tiene otros campos cuyos mínimos fundamentos básicos resultan mucho más abstrusos. Qué decir del Principio Holográfico y la endemoniada Correspondencia Anti-de Sitter/Teoría Conforme de Campos (AdS/CFT), o incluso de ciertos aspectos enrevesados de la fotónica, sobre todo cuando suscitan interpretaciones raras de la cuántica como el Formalismo de Vector de Dos Estados.

La idea esencial, creo, está en la posibilidad de transmitir una imagen mental con la que cualquier persona sin conocimientos técnicos pueda quedarse. Por ejemplo, somos capaces de formarnos una imagen mental del magnetismo porque lo vemos a diario funcionando en la puerta de la nevera. Pero de no ser por nuestra experiencia, nos resultaría muy difícil comprender el campo magnético. En esta entrevista, Richard Feynman desarrollaba un prolijo circunloquio sobre la mujer que resbala en el hielo, el marido y el hospital, para acabar respondiendo al entrevistador: «No puedo explicarle esa atracción [magnética] en términos de ninguna otra cosa que le resulte familiar». «No voy a ser capaz de darle una respuesta a por qué los imanes se atraen unos a otros, excepto decirle que lo hacen».

También habría que añadir que los científicos, como los quarks, vienen en varios sabores. Los hay intensamente concernidos por la disposición o la voluntad de explicar la ciencia al público. Pero también existen los que, por motivos que ellos sabrán, prefieren sentirse parte de una especie de élite intelectual que guarda celosamente sus secretos.

La demostración de que sí es posible formarse una imagen mental de la Teoría de Cuerdas está en este vídeo (con subtítulos en castellano) de Brian Greene en una conferencia TED que pronunció hace diez años. Greene es, además de uno de los principales paladines de la Teoría de Cuerdas, un tipo dotado con esa especial facilidad para transmitir nociones complejas de forma accesible, algo que ha demostrado en sus varias obras destinadas al público en general. En esta charla responde a las preguntas que cualquier persona con curiosidad por la ciencia tal vez se ha hecho al respecto: ¿Qué es la Teoría de Cuerdas? ¿De dónde surge? ¿Qué demonios es eso de las cuerdas? ¿Dónde están? ¿Cómo son (si es que realmente existen)? ¿Por qué la teoría se considera plausible? ¿Por qué requiere la existencia de dimensiones espaciales adicionales? ¿Puede demostrarse?

Respecto a esto último, hay que tener en cuenta que Greene dio esta conferencia cuando el LHC aún estaba en construcción. La comprobación de los efectos que menciona aún no se ha logrado.

Inventan el teletransporte certificado, aunque nos servirá de poco

Si las cosas grandes, como nosotros, estamos formadas por átomos, ¿por qué las propiedades de los átomos no iban a ser aplicables a las cosas grandes como nosotros? A lo largo de los años he lanzado esta pregunta a varios físicos. Las respuestas suelen repartirse, en proporciones que no me he preocupado por recoger, entre el «es evidente», el «no lo sé» y el «ni lo sé ni me importa». De lo único que estamos seguros, por citar algunas diferencias entre nuestras vidas y las de las partículas cuánticas, es de que nosotros podemos conocer al mismo tiempo nuestra posición y velocidad (basta un GPS), que no podemos estar al mismo tiempo en dos lugares distintos (o dicho de otro modo, que estamos en un lugar con una probabilidad de 1 y en todos los demás con probabilidad cero), que no podemos estar a la vez en dos estados aparentemente incompatibles, como vivos y muertos (al menos hasta que llegue el apocalipsis zombi tantas veces pronosticado), que no podemos comportarnos como ondas (aunque, sin duda, algunas personas son muy modulables), que cuando alguien nos observa no nos colapsamos (solo nos encanta o nos molesta, según el caso), y que para trasladarnos de Chinchilla a Oslo debemos obligatoriamente recorrer todo el trayecto intermedio. O, empleando los términos genialmente descriptivos de la física Caroline Herzenberg, que las cosas grandes somos «nítidas», mientras que los átomos son «borrosos». En resumen, las cosas grandes somos esclavas de la mecánica clásica newtoniana, mientras que las partículas gozan de las extrañas ventajas de la mecánica cuántica.

Una de estas últimas es la posibilidad del teletransporte. Cuando este fenómeno se describió por primera vez, a principios de los años 90, el hallazgo no solo inspiró la imaginación de los físicos, sino también la del público en general cuando no había artículo en los medios que comentara la noticia sin referencias a Star Trek. Desde entonces, el teletransporte se ha convertido en algo tan rutinario que ya no levanta la misma expectación, salvo cuando algún físico declara que «nada en las leyes de la física previene el teletransporte de objetos grandes, incluyendo a los humanos». En estos casos, el teletransporte resurge en la prensa junto al famoso «¡súbeme, Scotty!». La mala noticia es que tampoco existe ningún principio físico fundamental que excluya la posibilidad de atravesar las paredes, dado que todo montón de átomos está formado en su mayor parte por hueco vacío, y sin embargo no parece probable que el próximo intento vaya a ser más fructífero que todos los anteriores. Lo que me trae a la memoria aquel viejo chiste de un niño que pregunta a su padre, físico teórico, «papá, ¿qué es un caballo?», a lo que el padre responde: «pues mira, nene, supongamos un caballo totalmente esférico y sin rozamiento…».

Un bosque de elementos ópticos en el sistema empleado por Hanson. Hanson lab@TUDelft.

Un bosque de elementos ópticos en el sistema empleado por Hanson. Hanson lab@TUDelft.

La última aparición del teletransporte en los medios a la que me refiero en el párrafo anterior es obra del investigador de la Universidad de Tecnología de Delft (Holanda) Ronald Hanson, que acaba de publicar en la revista Science un estudio informando sobre el nuevo hito en la tecnología del teletransporte cuántico: por decirlo llanamente, Hanson y sus colaboradores han inventado el teletransporte certificado. Es decir, un teletransporte con entrega garantizada en el cien por cien de los casos, suponiendo un servicio postal en el que el correo certificado logre tal cosa (y que, de acuerdo a mi experiencia, no se llama Correos y Telégrafos).

Primero, una breve explicación. Las partículas cuánticas se definen por ciertas propiedades como el espín, que puede tomar un rango de valores. El entrelazamiento cuántico permite crear partículas que comparten propiedades aunque estén separadas entre sí por grandes distancias, de modo que, cuando se modifican las propiedades de una de las partículas, su pareja experimenta la misma alteración sin que la información recorra el espacio que las separa. En esto consiste el teletransporte cuántico, una pirueta física que primeramente se logró dentro de los confines de un laboratorio, pero que después logró extenderse a distancias mayores, incluso con más de cien kilómetros de separación entre las partículas entrelazadas. En realidad no son las partículas quienes viajan, sino sus propiedades; de otro modo, se quebrantaría la inquebrantable ley física de que nada viaja más rápido que la luz.

Hasta ahora, el teletransporte cuántico era tan falible que sus posibles aplicaciones futuras se veían seriamente limitadas. «En experimentos previos solo funcionaba una vez de cada mil, o peor», señala Hanson a Ciencias Mixtas. ¿Quién podría sacar partido a un servicio con semejante nivel de fracaso? En su sistema, que utiliza el diamante como soporte, el equipo de Hanson ha logrado el teletransporte sobre una distancia modesta de tres metros, pero con una fiabilidad del cien por cien. «Nuestro trabajo es el primero en el que el teletransporte entre partes separadas funciona cada vez que lo intentamos», resume el investigador. «Este carácter determinista es crucial para las aplicaciones». Próximamente Hanson espera repetir su experimento a distancias superiores a un kilómetro, lo que no solo sería un colosal avance para la física cuántica, sino que refutaría la opinión de Einstein de que tal fenómeno no era posible, con el morbo –y la notoriedad pública para quien lo consiga– que implica refutar a Einstein.

A la izquierda, uno de los dos chips empleados en el experimento de teletransporte (el diamante está en el centro). A la derecha, imagen ampliada del chip de diamante. Los cubits están encerrados en diiminutas cúpulas (la barra representa 10 micras, o 0,01 milímetros). Hanson lab@TUDelft.

A la izquierda, uno de los dos chips empleados en el experimento de teletransporte (el diamante está en el centro). A la derecha, imagen ampliada del chip de diamante. Los cubits están encerrados en diminutas cúpulas (la barra representa 10 micras, 0,01 milímetros). Hanson lab@TUDelft.

Respecto a las aplicaciones a las que Hanson se refiere, atañen principalmente a la computación cuántica. En los ordenadores que conocemos, la unidad mínima de información es un bit, que puede tomar un valor de cero o uno. Gracias a una propiedad llamada superposición, un bit cuántico, o cubit, puede adoptar valores distintos al mismo tiempo, lo que aumenta la versatilidad de los sistemas cuánticos para codificar información y permitiría construir ordenadores ultrarrápidos. Además, dado que el entrelazamiento se destruye al intervenir sobre las partículas, esto aporta una inviolabilidad completa a los sistemas de cifrado basados en cubits. Los más visionarios predicen una internet cuántica del futuro enormemente rápida, inmensamente capaz y cien por cien segura. No sabemos si realmente llegaremos vivos a la fabricación del primer ordenador cuántico, pero al menos la búsqueda de este santo grial, que para Hanson estará en los microchips de diamante, mantiene el impulso de la investigación en información cuántica.

Ahora bien, otra cosa es lo que mantiene el interés de los medios, y por tanto del público, en el teletransporte cuántico. ¿Regresamos a Star Trek? Dado que el teletransporte de información cuántica es una realidad, ¿sería posible destruir a una persona, enviar toda su información a otro lugar y reconstruirla con átomos presentes en el destino? La mala noticia es que, a pesar de lo que se desprende de las palabras de Hanson citadas en algunos medios, la propia nota de prensa emitida por su institución no deja lugar a dudas: «Teletransportar gente a través del espacio, como se hace en Star Trek, es imposible de acuerdo a las leyes de la física». De hecho, existe un pequeño conjunto de teoremas que excluye las aplicaciones más fantasiosas del entrelazamiento cuántico. Uno de ellos, llamado de no-clonación, afirma que es imposible crear copias exactas de un estado cuántico. Aún peor: el teorema de no-comunicación, que ya he comentado aquí anteriormente, impide emplear el entrelazamiento cuántico como medio de establecer un sistema de comunicación más rápido que la luz, por ejemplo a través de años-luz de distancia, ya que la información necesaria para convertir esta transmisión en algo aprovechable debe viajar a la manera clásica, más despacio que la luz. A la pregunta de si continuamos tan seriamente impedidos por estos teoremas, Hanson no duda: «Absolutamente».

Siendo así, ¿para qué nos sirve el teletransporte cuántico certificado? Por desgracia, y aparte de lo mencionado sobre la computación del futuro, para nada que hayamos leído o visto en la ciencia-ficción. Cuentan que, en una ocasión, un periodista preguntó al físico israelí Asher Peres, pionero en este campo, si sería posible teletransportar no solo el cuerpo, sino también el alma de una persona. Con genial ironía, Peres respondió: «No, el cuerpo no; solo el alma». Lamentablemente, tendremos que conformarnos con las aplicaciones más domésticas del teletransporte, como esta.