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Ya tenemos chips a prueba de Venus, pero no tenemos misiones a Venus

Venus fue el primer mundo extraterrestre visitado por un artefacto humano. En 1966, tres años antes del primer viaje a la Luna, la sonda soviética Venera 3 se reventó contra las rocas de Venus, si es que quedaba algo aún intacto al llegar a los 460 ºC y las 90 atmósferas de presión de su superficie.

Imaginen lo que sería encontrarse a cuerpo gentil a 900 metros bajo el mar. ¿Pueden? No, yo tampoco; a un par de metros de profundidad en la piscina ya me viene el recuerdo de que los humanos hemos evolucionado en tierra firme. Tampoco podemos imaginar fácilmente lo que es una temperatura ambiente de 460 grados, casi el doble que el máximo en muchos de nuestros hornos; suficiente para fundir el plomo. Por no hablar del ácido sulfúrico atmosférico que nos disolvería como una couldina en un vaso de agua.

Venus es nuestro vecino más próximo y más parecido en algunos aspectos a nuestro planeta, por ejemplo en masa y tamaño. Pero lo fue aún más: los científicos estiman que tuvo océanos y temperaturas habitables tal vez durante sus primeros 2.000 millones de años, hasta que un efecto invernadero catastrófico fue convirtiéndolo en un infierno. Hoy es el planeta más caliente del Sistema Solar, superando a Mercurio.

Estas condiciones extremas son las que hacen de Venus un planeta difícil de explorar a ras de suelo. Aunque han sido varias las sondas que se han posado en su superficie, el récord de funcionamiento de un aparato en aquel ambiente ardiente y opresivo es de 127 minutos, establecido por la también soviética Venera 13 en 1981.

Fotografía tomada en 1981 por la sonda Venera-13 en la superficie de Venus. Imagen de Wikipedia.

Fotografía tomada en 1981 por la sonda Venera-13 en la superficie de Venus. Imagen de Wikipedia.

Todo esto ha relegado a Venus a un segundo plano en el interés del público con respecto a Marte, más accesible a futuras misiones tripuladas. Y sin embargo, el segundo planeta esconde algunas sorpresas en la manga.

Para empezar, su densa atmósfera permitiría que un globo lleno de nuestro aire respirable flotara en el cielo como un corcho en el agua, y precisamente en una franja de altura en la cual la temperatura es similar a la terrestre. Ya se han enviado globos no tripulados allí, pero la NASA tiene un concepto llamado HAVOC (Concepto Operativo a Gran Altitud en Venus) para misiones tripuladas que incluso sería aplicable a una hipotética colonización de la atmósfera de Venus con ciudades flotantes, como la Ciudad de las Nubes de Lando Calrissian en Star Wars.

Pero por supuesto, es solo una idea que no se llevará a la práctica. De hecho, en su última selección de próximas misiones el pasado enero, la NASA dejó fuera a Venus. Actualmente la única misión planificada específicamente venusiana que parece seguir viva es la rusa Venera-D. Un plan europeo que lleva años circulando parece entre dormido y muerto. La NASA aún tiene en reserva una propuesta que pretende enviar un aparato a la superficie de Venus con el propósito de analizar el suelo, pero para conseguir su aprobación deberá competir con otros proyectos menos complicados.

Otro posible tesoro que podría esconder Venus es el rastro de antigua vida, como conté ayer. Los expertos apuntan que la búsqueda de alguna huella no sería tarea fácil, ya que la mayor parte de la superficie del planeta está formada por rocas recientes de origen volcánico que habrían borrado cualquier posible resto de la época más temprana. Sin embargo, los científicos sostienen que tal vez sería posible encontrar rastros de vida pasada encerrados en algunos minerales especialmente resistentes, como el cuarzo o la tremolita.

Circuito integrado de carburo de silicio, antes (arriba) y después (abajo) de probarse en un simulador de Venus. Imagen de NASA.

Circuito integrado de carburo de silicio, antes (arriba) y después (abajo) de probarse en un simulador de Venus. Imagen de NASA.

Pero si buscar este tipo de indicios ya es complicado en nuestro planeta, hacerlo en la superficie de Venus con una sonda robótica es un «más difícil todavía» que parece casi inalcanzable. Aunque hoy lo parece un poco menos. Un equipo de ingenieros del centro de investigación Glenn de la NASA ha fabricado un microchip capaz de funcionar en la superficie de Venus durante semanas, lo que supone aumentar en dos órdenes de magnitud el tiempo operativo conseguido hasta ahora por las sondas allí enviadas.

El secreto es el material: carburo de silicio, mucho más resistente que el silicio normal empleado como semiconductor en los microprocesadores actuales. Los investigadores probaron los chips en una cámara calentada y presurizada que simula las condiciones de Venus, consiguiendo una resistencia récord de 521 horas, unas tres semanas. Este fue el período que los ingenieros tardaron en cansarse de esperar para analizar los resultados; pero cuando sacaron los chips del simulador venusiano, aún funcionaban. Y esto con los componentes desnudos, sin protegerlos en cápsulas herméticas presurizadas como se hizo en las misiones que anteriormente aterrizaron en Venus.

De modo que ya tenemos las herramientas, pero por desgracia aún no tenemos la misión. Hoy es difícil creer que en algún plazo razonable vayamos a solventar la gran incógnita de si Venus fue alguna vez un planeta habitado. Piénsenlo la próxima vez que contemplen esa brillante chispa en la noche: tal vez allí reposen los restos de nuestros antiguos vecinos, pero tal vez nunca lleguemos a saberlo.

Houston, tenemos un problema: SpaceX

Hace unos días escribí en un reportaje que, 45 años después del último salto del ser humano más allá de la órbita baja terrestre (Apolo 17, en 1972), los viajes espaciales se iban haciendo tan distantes en el pasado como aún nos lo parecen en el futuro. Si no fuera porque el diario en el que escribí esto es digital, haría como el año pasado hizo un columnista del Washington Post, que literalmente se comió sus columnas en las que había asegurado que Donald Trump jamás sería el candidato republicano a la Casa Blanca.

Bien, tampoco es que lo mío fuera exactamente una predicción, sino más bien un comentario colateral, pero confieso que no esperaba tener que informar aquí tan pronto de lo que parece será un muy pronto regreso de los terrícolas al espacio profundo. Si Elon Musk cumple su promesa.

El fundador de SpaceX –entre otros ambiciosos y visionarios proyectos que están dejando a otros famosos genios tecnológicos como simples fabricantes de teléfonos– ha anunciado que su compañía está ya formalmente inmersa en una operación destinada a enviar a dos civiles a un vuelo alrededor de la Luna, como hizo por primera vez la misión Apolo 8 en 1968. La identidad de los dos pasajeros no ha sido revelada, ni he leído que hayan empezado las especulaciones al respecto; lo único que se supone de ellos es su condición de milmillonarios.

Ilustración de la nave Dragon 2 de SpaceX. Imagen de SpaceX.

Ilustración de la nave Dragon 2 de SpaceX. Imagen de SpaceX.

Si tuviera que apostar, y dado que este artículo tampoco se publicará en papel, diría que alguno de los pasajeros de pago que volaron a la Estación Espacial Internacional (ISS), o alguno de los que reservaron billete pero no llegaron a hacerlo, tendría el dinero y las ganas necesarias para ocupar uno de esos dos asientos. Pero ya veremos.

Musk se propone lanzar esa histórica misión de circunvuelo lunar a finales del próximo año. Un retraso sería esperable; las nuevas compañías espaciales suelen arriesgar en sus anuncios de previsiones. Antes de eso, Musk necesita demostrar que su cohete y su nave funcionan. Respecto a la segunda, la versión 1 de la cápsula Dragon, no tripulada, ya ha volado al espacio e incluso a la ISS. De hecho una de ellas, lanzada al espacio el pasado 19 de febrero, se encuentra actualmente anclada a la estación. Pero la versión tripulada, la Dragon 2, aún no ha debutado; se espera que lo haga en noviembre sin ocupantes en una misión a la ISS, y que en el segundo trimestre de 2018 vuele con sus primeros tripulantes, astronautas de la NASA.

Respecto al cohete, también queda mucho camino por delante. Para la Dragon 1, SpaceX ha estado utilizando su propulsor ligero, el Falcon 9. Pero el monstruo que deberá llevar la Dragon 2 a la Luna, el Falcon Heavy, aún no ha debutado. El cohete más potente que jamás ha volado desde el Saturno V de las Apolo debía haberse estrenado a comienzos de este año. La previsión actual de Musk es que lo haga el próximo verano.

Y la NASA, ¿qué opina de esto? La relación entre Musk y la agencia espacial de su país adoptivo es más que cordial: es comercial. SpaceX es una de las compañías contratadas por el gobierno estadounidense para proporcionar los nuevos vehículos espaciales con los que aquel país evitará tener que seguir comprando carísimos pasajes en las Soyuz rusas. Actualmente SpaceX tiene previstas, según su contrato con la NASA, cuatro misiones Dragon 2 a la ISS cada año, de las cuales tres serán de carga y una de tripulación.

Lo que esto significa es que quien ha pagado el desarrollo de la Dragon 2 es la NASA. Y ahora, de repente, Musk se descuelga con el anuncio de que utilizará su cápsula pagada por los contribuyentes para pasear a millonarios.

No es que la NASA debiera tener objeciones al respecto, dado que los precios astronómicos que (muy apropiadamente) SpaceX cargará a sus dos pasajeros (aún no se han revelado las cifras) ayudarán a reducir los costes para el gobierno a largo plazo, según el comunicado de la compañía.

Y sin embargo, fíjense en lo que dice la segunda de las cuatro escuetas frases con las que la NASA ha reaccionado al anuncio de Musk: «Trabajaremos estrechamente con SpaceX para garantizar que cumple con seguridad las obligaciones contractuales de devolver el lanzamiento de astronautas a suelo estadounidense y continuar transportando suministros con éxito a la Estación Espacial Internacional». No suena demasiado a felicitación, ¿no creen? Yo diría que más bien la frase podría resumirse aún más en solo tres letras: ¿WTF?

Se nos mueren los ‘selenautas’ sin que llegue el relevo

«El desafío de EEUU de hoy ha forjado el destino del hombre del mañana», dijo Gene Cernan, astronauta de la NASA y el último hombre en caminar sobre la Luna.

El astronauta Gene Cernan, en el módulo lunar durante la misión Apolo 17 en 1972. Imagen de NASA.

El astronauta Gene Cernan, en el módulo lunar durante la misión Apolo 17 en 1972. Imagen de NASA.

Cernan ha muerto a los 82 años, de viejo, sin poder entregar el relevo a nadie. Como antes murieron James Irwin (1991), Alan Shepard (1998), Pete Conrad (1999), Neil Armstrong (2012) y Edgar Mitchell (2016). Seis hombres ya fallecidos que cumplieron el sueño de pisar la Luna, y otros tantos que aún viven: Buzz Aldrin, Alan Bean, David Scott, John Young, Charles Duke y Harrison Schmitt. Los más jóvenes, Duke y Schmitt, cumplirán 82 este año, y todos ellos morirán sin llegar a ver ese relevo, salvo que alcancen una longevidad casi sobrenatural.

Es curioso que la frase de Cernan, concebida como un mensaje hacia el futuro, hoy tenga un regusto antiguo. Claro, por entonces se hablaba del «hombre» en lugar de «la humanidad». Pero sobre todo, en aquella época nadie podía seriamente imaginar que aquel destino no fuera el del mañana, ni el del pasado mañana, ni el del otro, el otro y el otro. Muchas ficciones futuristas de la época situaban sus predicciones en torno al año 2000. No iban mucho más allá, porque casi nadie sospechaba que mucho más allá quedara ya mucho más allá por alcanzar.

Cernan viajó al espacio tres veces: con el programa Gemini, en el Apolo 10 que orbitó la Luna antes del primer alunizaje, y finalmente como comandante del Apolo 17, la última misión tripulada a la Luna. Durante este viaje se tomó la famosa fotografía de la Tierra llamada «la canica azul», que mencioné hace unos días.

Cuando Cernan y sus compañeros, Schmitt y Ronald Evans, partieron hacia la Luna en diciembre de 1972, ya sabían que serían los últimos del lote; el plan para la misión Apolo 18 había sido cancelado dos años antes, poniendo fin al programa de exploración tripulada.

Placa de acero que los tripulantes del Apolo 17 dejaron en la Luna en 1972. Imagen de NASA.

Placa de acero que los tripulantes del Apolo 17 dejaron en la Luna en 1972. Imagen de NASA.

Cernan y Schmitt, los dos que descendieron a la superficie lunar mientras Evans se quedaba en órbita pilotando el módulo de mando, dejaron un testimonio que cerraba aquella etapa, una placa de acero con esta inscripción: «Aquí el hombre completó sus primeras exploraciones de la Luna – Diciembre de 1972 d. C. – Que el espíritu de paz en el que vinimos quede reflejado en las vidas de toda la humanidad». Debajo, las firmas de los tres astronautas, sobre la del hombre que estranguló el programa Apolo hasta la muerte: Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos de América.

El caso de Nixon fue curioso. Llegó al despacho oval justo a tiempo para que le cayera en suerte el éxito ajeno, la culminación del programa Apolo impulsado por John F. Kennedy y continuado por Lyndon B. Johnson. Como anécdota, tal vez no resulte raro que Nixon tuviera un discurso preparado por si el Apolo 11 acababa en desastre; aunque sí es curioso que el discurso no fuera genérico, sino que aludiera explícitamente a una circunstancia muy específica: que Armstrong y Aldrin (pero no Collins, que esperaba en la órbita lunar pilotando el módulo de mando) no habían logrado despegar de la Luna y se habían quedado extraviados allí sin posibilidad de rescate. La nota detallaba que el presidente debía telefonear a cada una de las «futuras viudas».

Y si bien es cierto (como cuenta Jason Callahan en este blog de la Sociedad Planetaria) que Nixon no ordenó directamente la cancelación de las misiones Apolo 18 y posteriores, sí fue suya la decisión de recompensar el éxito del programa recortando un 10% el presupuesto de la NASA. Esto llevó al director de la agencia, Tom Paine, a abandonar los vuelos Apolo para concentrarse en el nuevo programa del transbordador espacial.

Pero Nixon ya había intentado antes cancelar las misiones Apolo 16 y 17, temiendo que un fracaso con peor desenlace que el del Apolo 13 afectara a su reelección en 1972. Ambas misiones culminaron con éxito, y Nixon logró en noviembre de 1972 uno de los triunfos electorales más aplastantes en la historia de su país.

Un mes después de su reelección, mientras la última misión Apolo regresaba a casa, Nixon emitió un comunicado en el que decía: «Esta puede ser la última vez en este siglo que los hombres caminen sobre la Luna». No eran palabras proféticas, sino una declaración política, ya que esa decisión dependía directamente de él. Nixon cambió radicalmente el rumbo de la NASA, cegando los ambiciosos objetivos de exploración humana para rebajar las metas del programa espacial a cotas más domésticas. Según Callahan, que cita al experto John Logsdon, autor de un libro sobre el programa espacial de Nixon, el interés de este por el transbordador espacial tampoco tenía una finalidad concreta ni estaba respaldado por una estrategia.

Logsdon sostiene que Nixon dio así forma a lo que ha sido la visión de la NASA durante casi el último medio siglo. Una visión que Cernan y otros veteranos del Apolo, como el también fallecido Neil Armstrong, no compartían. Ambos se opusieron públicamente a la cancelación en 2010 del programa Constellation por el casi ya expresidente Barack Obama. Constellation tenía como objetivo regresar a la Luna antes del fin de esta década, algo que quizá los últimos supervivientes del programa Apolo habrían llegado a ver.

Lo cierto es que Obama no pudo jugar con otras cartas: no había fondos suficientes para metas tan altas, y además al presidente saliente le ha tocado vivir tiempos más prosaicos. El programa Apolo subió de la nada a la Luna en diez años. El nuevo programa de naves tripuladas de la NASA, Orión, lleva dando vueltas desde la pasada década y no admitirá pasajeros al menos hasta comienzos de la próxima, pero solo para amagar una vuelta a la Luna y regresar. Poner el pie de nuevo allí no está en el horizonte, y de Marte ya ni hablamos. Si al menos tuvieran razón los demagogos, y la cancelación de las misiones tripuladas al espacio profundo hubiera servido para eliminar el hambre en la Tierra…

«Seguir sin agencia espacial es perder cuatro años más»

Vía libre a ExoMars 2020, la segunda fase del gran proyecto europeo de exploración marciana. Esta fue la decisión tomada la semana pasada por el Consejo Ministerial de la Agencia Europea del Espacio (ESA), entidad participada por 22 países (y NO dependiente de la UE), entre ellos este en el que estoy ahora sentado.

Ignacio Arruego, ingeniero del INTA, junto a un modelo de Schiaparelli. Imagen de I. A.

Ignacio Arruego, ingeniero del INTA, junto a un modelo de Schiaparelli. Imagen de I. A.

Les pongo en antecedentes: en marzo de este año se lanzó la primera fase de ExoMars, un proyecto nacido de la colaboración entre la ESA y Roscosmos, la agencia espacial rusa. Este primer volumen constaba a su vez de dos fascículos: primero, la Trace Gas Orbiter (Orbitador de Gases Traza o TGO), un satélite destinado a estudiar los gases raros de la atmósfera marciana con especial atención al metano, posible signo de vida.

Segundo, Schiaparelli, un platillo volante de un par de metros que debía posarse en el polvo de Marte para catar el ambiente, pero que sobre todo debía servir de ensayo general para la segunda fase. Previsto para 2020, el segundo volumen de ExoMars pretende poner un vehículo rodante o rover en el suelo marciano.

Además de su carácter científico y tecnológico, la misión ExoMars tiene bastante de revancha histórica; porque hasta ahora el nuevo mundo marciano tiene un dueño exclusivo, Estados Unidos. Como ya he repasado aquí y en otros medios, las misiones de aterrizaje en Marte han tenido una tasa de éxito inusualmente baja en comparación con los proyectos a otros destinos, como la Luna o Venus, pero este premio de lotería no ha estado muy repartido: mientras la NASA ha dado en el clavo en la gran mayoría de sus intentos, Rusia y Europa han fracasado. La primera solo logró 14,5 segundos de transmisión con su sonda Mars 3 hace 45 años. Por su parte, Europa perdió en 2003 su Beagle 2, y el pasado octubre Schiaparelli se estampó contra su objetivo.

Uno de los afectados directamente por este reciente desastre es Ignacio Arruego, ingeniero del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) responsable del equipo que desarrolló el Sensor de Irradiancia Solar (SIS). Este aparato, que debía medir la transparencia de la atmósfera de Marte (la luz del sol que llega a su superficie), formaba parte del instrumento principal de Schiaparelli, el DREAMS (Dust Characterisation, Risk Assessment, and Environment Analyser on the Martian Surface). El equipo del INTA participa también de forma destacada en la instrumentación del rover de ExoMars 2020.

Portada de 'El medallón de Santiago', novela de Ignacio Arruego.

Portada de ‘El medallón de Santiago’, novela de Ignacio Arruego.

Y por cierto, aprovecho la ocasión para contarles que, entre proyecto y proyecto, Arruego también encuentra algún rato para escribir. Su novela de debut, El medallón de Santiago, es una intriga con trasfondo histórico muy viajero que cuenta la investigación de sus dos protagonistas en busca de un antiguo y misterioso medallón que perteneció al apóstol Santiago.

Arruego me dice que está satisfecho con la decisión del Consejo Ministerial de la ESA de mantener la financiación de ExoMars. Pero no tanto con las palabras del ministro Luis de Guindos, que presidió la reunión debutando en este campo, tras asumir en el nuevo gobierno las competencias del sector espacial que antes recaían en Industria. Una carencia clásica de España es la falta de una agencia espacial, algo que tienen las principales potencias con actividades en este terreno. Según Arruego, las declaraciones de Guindos tras la reunión afirmando que España no necesita una agencia espacial han sentado muy mal en el sector. Esto es lo que me ha contado:

¿Por qué Guindos no quiere una agencia española del espacio?

Es gracioso, porque en cambio sí reconocía que hace falta coordinación entre todos los actores espaciales en España. Pues eso es precisamente, entre otras muchas cosas, lo que haría una agencia. Yo creo que siguen pensando que supondría un coste, y no se dan cuenta de que realmente existen ya todos los actores necesarios en España para hacer una agencia de verdad, ¡y por tanto una buena coordinación podría incluso disminuir gasto! Debería ser no un mero órgano gestor, sino una agencia con capacidad técnica y tecnológica, que defina y desarrolle programas propios tirando de la industria nacional, y estrategias internacionales y especialmente en la ESA; que aúne ingeniería de sistemas, I+D tecnológico y científico, la gestión económica, las relaciones con la ESA… En fin, una Agencia con mayúsculas.

Una pena. Lo considero otra oportunidad perdida por la falta de visión de nuestros políticos, sin duda mal asesorados. Otros cuatro años perdidos para que España termine de situarse en el mapa espacial internacional.

¿Hay nuevos datos sobre qué le ocurrió a Schiaparelli?

Como ya sabrás, se produjeron fundamentalmente dos eventos que provocaron la colisión: la suelta prematura del paracaídas y el corto encendido de los retrocohetes. Se ha especulado mucho sobre un fallo del altímetro radar, pero no parece estar allí el problema. Analizada la telemetría de la Unidad de Medida Inercial (IMU) que mide las aceleraciones de la nave durante el descenso, se observa que hay un breve lapso de tiempo (inferior a un segundo) en el que una de las medidas está saturada. Dado que el ordenador va calculando la orientación de la nave en base a las medidas acumuladas de esta IMU, durante el tiempo que ésta se satura no dispone de una información fidedigna. Ese dato de la IMU te permite saber cómo está orientada la nave respecto al suelo, y el radar te da la distancia al mismo según avanza la nave. Al estar equivocado el dato de la orientación, la nave llegó a obtener un valor que indicaba que la distancia real (en vertical) al suelo era negativa. Es decir, que había aterrizado. Y por eso cortó los retrocohetes.

Otra cosa que hizo, y esto es curioso, fue encender DREAMS, la estación meteorológica que transportaba y en la que participaba el INTA. DREAMS no debía encenderse hasta después del aterrizaje, pero como el ordenador pensó que había aterrizado aún estando a unos tres kilómetros de altura, nos encendió. Hay unos 40 segundos de telemetría relativa al estado de DREAMS, que era cien por cien nominal. Podemos decir que hemos llegado a Marte, pero poco rato.

¿Se ha averiguado algo sobre cuál fue la causa de ese error de percepción de Schiaparelli?

Aún se desconoce, y dudo que llegue a conocerse con un 100% de seguridad. La nave sufría unas aceleraciones digamos que laterales mayores de lo esperado pero, ¿por qué? ¿Rachas de viento fuerte? ¿Un mal despliegue del paracaídas? Eso no sé si llegaremos a saberlo con seguridad.

ExoMars 2020 sigue adelante, pero ¿en qué afectará el fracaso de Schiaparelli desde el punto de vista técnico?

La ESA trata de ser positiva en su análisis del resultado de ExoMars 2016. La realidad es que TGO está funcionando de momento según lo esperado, lo cual es un gran éxito. Y Schiaparelli, por mucho que suene a excusa, es cierto que era un módulo de demostración con el objetivo de permitirnos aprender a aterrizar en Marte. De alguna manera ha cumplido su misión en ese sentido, pues como ves se ha aprendido mucho de la telemetría enviada durante el descenso. Se reforzarán los ensayos a los elementos críticos y se revisarán algunas secuencias de tomas de decisiones. Se ha aprendido, sin duda.

¿Y este aprendizaje ofrecerá más garantías de éxito a la próxima fase?

Sí, en 2020 deberíamos ser capaces de aterrizar con más garantías. No es trivial, aún así. No sólo porque nunca lo es (el conocimiento de la atmósfera de Marte sigue siendo muy incierto), sino porque la nueva misión es bastante más pesada (algo así como el triple si no recuerdo mal), requiere el uso de dos paracaídas (uno hipersónico y otro subsónico), etcétera. Hay diferencias. Pero hay que ser optimista y sobre todo trabajar duro en los elementos críticos y en sus ensayos. Creo que irá bien.

¿Cuál es tu predicción sobre el futuro de las misiones tripuladas?

Como sabes, hay dos grandes corrientes de pensamiento en torno a cómo ir a Marte. Una pasa por ir llevando todo lo que nos hace falta para volver. Empezando por el combustible para el despegue de vuelta. Se barajan naves muy grandes, a menudo con ensamblajes en órbita porque la capacidad de despegue de la Tierra no daría para lanzarlas de una vez.

La otra aproximación pasa por emplear naves más pequeñas, tripulaciones muy reducidas, y hacer uso intensivo de ciertos recursos existentes en Marte. Por ejemplo, es posible generar el combustible allí para un despegue desde Marte, llevando sólo una pequeñísima parte de sus componentes (hidrógeno, en concreto), y obteniendo carbono y oxígeno de la atmósfera de Marte, rica en CO2.

Yo creo que hasta la fecha siempre se ha hablado más de la primera aproximación. Yo a día de hoy soy más partidario de la segunda. Creo que es la más realista para un primer viaje tripulado, y que terminará imponiéndose. Probablemente la tecnología permita tenerla lista en unos 15 años desde que se decida ponerse con ello. Pero nadie se ha puesto seriamente aún. Existe la Iniciativa Mars Direct desde hace la tira, pero nunca ha sido el enfoque adoptado por las grandes agencias, ni parece que lo sea ahora por gente como Elon Musk. Creo que si hay un cambio de enfoque veremos humanos en Marte bastante antes de la mitad del siglo. Si no lo hay, ya veremos.

Cassini cose su órbita a los anillos de Saturno

El 15 de septiembre de 2017, la sonda de la NASA Cassini se zambullirá a muerte en la espesura gaseosa de Saturno. En sus diez veinte años de vida este aparato ha completado un periplo por el Sistema Solar que está ofreciendo a los científicos un asiento de primera fila en el planeta de los anillos. Su sonda acompañante Huygens, de la Agencia Europea del Espacio (ESA), se posó en 2005 en la luna Titán para enviar la foto más lejana jamás capturada por el ser humano desde la superficie de un mundo extraterrestre.

Pero antes de acabar espachurrado por la presión de Saturno, a Cassini aún le queda tarea. Los responsables de la misión están ejecutando una coreografía que les acercará como nunca antes a los anillos del planeta. A lo largo de este año han modificado la órbita de Cassini inclinándola respecto al ecuador y los anillos, para lograr que la sonda cruce este plano casi en vertical.

Desde el pasado 30 de noviembre y hasta el 22 de abril de 2017, Cassini recorrerá 20 órbitas casi lamiendo el borde externo del anillo F, el más exterior del sistema principal. Durante esta serie de vueltas, sus instrumentos probarán el polvo y el gas de la periferia del anillo, además de estudiar algunas de las lunas más desconocidas del planeta, como Pandora, Pan, Dafne y Atlas.

Los anillos de Saturno, nombrados alfabéticamente según su orden de descubrimiento. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Los anillos de Saturno, nombrados alfabéticamente según su orden de descubrimiento. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

En los próximos meses, Cassini también podrá estudiar los anillos a contraluz del sol para estudiar irregularidades tales como impactos de asteroides, así como unas curiosas manchas con forma de hélice en el anillo A que revelan la probable presencia de diminutas nuevas lunas.

Una vez concluidas todas estas tareas pendientes, los ingenieros de Cassini tienen preparado un espectacular ale-hop para los últimos meses. El 22 de abril, finalizada la última de las órbitas rozando el anillo F, el paso de la sonda cerca de Titán modificará su trayectoria lo justo para que salte los anillos y se enhebre en el ojo de 2.400 kilómetros que separa a estos del planeta.

Como una aguja cosiendo los ojales de un botón, Cassini dará un total de 22 vueltas a través de esa estrecha brecha antes de precipitarse hacia Saturno y acabar aplastada por la presión de sus gases. Durante esa zambullida, aún tendrá tiempo de enviar datos sobre la composición de la atmósfera.

En gris, las órbitas de Cassini rozando el anillo F. En azul, las 22 órbitas previstas entre Saturno y sus anillos. La órbita final figura en color naranja. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

En gris, las órbitas de Cassini rozando el anillo F. En azul, las 22 órbitas previstas entre Saturno y sus anillos. La órbita final figura en color naranja. Imagen de NASA/JPL-Caltech.

La NASA ya ha publicado las primeras imágenes enviadas por Cassini durante la primera de esas órbitas, por encima del polo norte de Saturno. En ellas se aprecia el famoso hexágono polar, un insólito dibujo formado por las nubes. Para hacerse una idea de las dimensiones, cada uno de los lados del hexágono es mayor que el diámetro de la Tierra.

El hexágono del polo norte de Saturno, fotografiado por la sonda Cassini. Cada una de las tomas corresponde a una longitud de onda diferente. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

El hexágono del polo norte de Saturno, fotografiado por la sonda Cassini. Cada una de las tomas corresponde a una longitud de onda diferente. Imagen de NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Asgardia, el país espacial, ya tiene medio millón de ciudadanos

El primer país en el espacio ya tiene más ciudadanos que Islandia, Malta o Bahamas. Aunque en realidad aún no exista, y sea muy dudoso (siendo generosos en la valoración) que jamás llegue a existir.

Imagen oficial de Asgardia, de su Twitter.

Imagen oficial de Asgardia, de su Twitter.

Claro que esto no detiene a sus fundadores, empezando por su cabeza visible, el científico y empresario ruso Igor Ashurbeyli, un señor con aspecto de abuelo de anuncio de Milka que en numerosos medios aparece presentado como «presidente del Comité de Ciencia del Espacio de la Unesco»; esto, si dejamos aparte el hecho de que la web de la Unesco solo recoge una mención a Ashurbeyli a propósito de la concesión de una medalla, y que tampoco incluye ningún comité con ese nombre.

La idea de Ashurbeyli es nada menos que fundar el primer país de pleno derecho en el espacio con el reconocimiento de Naciones Unidas. Asgardia, que así se llamará, recibe su nombre de Asgard, el Reino de los Cielos de la mitología nórdica donde se sitúa el Valhalla, el paraíso de los guerreros muertos en combate. El padre fundador de esta aspirante a nación pretende que su primer territorio sea un satélite no tripulado –probablemente un nanosatélite en el que apenas cabría un vikingo muerto, previa incineración–; pero en el futuro, Ashurbeyli confía en poner en órbita una estación espacial habitable con plena soberanía: aprended, nacionalistas terrestres.

Junto a Ashurbeyli se encuentra un puñado de personajes relacionados de un modo u otro con el espacio, como el astrofísico David Alexander, director del Instituto Espacial de la Universidad Rice (EEUU), el jurista Ram Jakhu, director asociado del Centro de Investigación Legal del Aire y el Espacio de la Universidad McGill (Canadá), el ingeniero Joseph Pelton, director emérito del Instituto de Investigación del Espacio y las Comunicaciones Avanzadas de la Universidad George Washington (EEUU), o el cosmonauta rumano Dumitru Dorin Prunariu.

Todos ellos han puesto en marcha una iniciativa presentada recientemente en rueda de prensa, y que ya cuenta con lo básico que se necesita para ser tomado en serio en el planeta Tierra: una página web y una cuenta de Twitter. En el anuncio de la creación de la nueva nación sin referéndum de ninguna clase, Asgardia abrió uno de esos «¡llame ahora!» como los de la teletienda: una barra libre de nacionalidad (sin perder la propia, naturalmente) para los primeros 100.000 solicitantes.

Cuando escribo estas líneas, ya son 531.846 los asgardianos; y por si les interesa, España es el undécimo país con mayor número de solicitantes: 10.462. Con todo ello, Asgardia ya ocupa el puesto 169 del mundo por número de habitantes, justo por debajo de Luxemburgo y por encima de Cabo Verde.

Pero no se me amontonen: debido al efecto llamada que provocó una avalancha de solicitudes, por el momento los gobernantes fácticos de Asgardia (a los que en junio de 2017 sucederá el primer gobierno legítimamente elegido por sufragio y que llenará una docena de carteras ministeriales, entre ellas, ¡sí!, un MINISTERIO DE CIENCIA) han suspendido el registro de nuevos asgardianos. Y tampoco confíen demasiado en que Ashurbeyli les lleve de excursión: «todavía no es posible llevar a todo el mundo al espacio. Así que no hay planes de llevar a los asgardianos al espacio en este momento», dice la web en su sección de preguntas frecuentes.

Por lo demás, Asgardia mantiene un concurso público abierto a cualquier humano con ideas para definir su bandera, su escudo y su himno. Esto último parece especialmente complicado. No solo porque cada vez es más difícil escribir la letra de un himno (que nos lo digan a los de aquí) sin recurrir a esos hoy inaceptables estribillos clásicos sobre pisotear las cabezas de los enemigos y hacer correr su sangre; sino porque ¿qué se puede decir de un país que está en el espacio y, además, no existe? ¡Oh, Asgardia, Asgardia…! ¿…que en el espacio haces guardia?

Porque en realidad, ese el propósito de todo ello. Sí, lo hay, y es actuar como defensa del ser humano en el espacio contra amenazas cósmicas, tales como tormentas solares extremas o asteroides errantes. Pero en realidad hay algo más, el motivo por el que hoy traigo aquí esta curiosa historia.

No piensen que pretendo tomarme a chufla esto de Asgardia. Por mucho que el asunto invite a afilar el colmillo del sarcasmo, y que el adjetivo «inviable» se le quede francamente corto, en realidad la iniciativa de Asgardia es un síntoma más de algo muy interesante, otra señal de que algo por fin se está moviendo.

Durante décadas, desde el fin del programa Apolo de la NASA, y con la excepción de ese carísimo ganso orbital llamado Estación Espacial Internacional, el espacio se ha mantenido como un coto exclusivo de la ciencia y las máquinas (y si acaso, los usos militares).

Por supuesto que la ciencia espacial es inmensamente valiosa y necesaria, y que la mejor manera de hacerla es con sondas robóticas. Pero siempre que el ser humano ha sabido de nuevos mundos, no se ha conformado con verlos desde lejos, ni los ha vedado solo para uso científico. Somos una especie viajera por naturaleza. Y si la carrera espacial pareció propiciar el comienzo de la exploración de esas nuevas fronteras, fue solo una ilusión: se acabó el dinero, cambió la mentalidad, y durante medio siglo hemos mantenido anestesiada esa ambición de llegar a donde jamás hemos llegado antes. El espacio no es solo ciencia: es la continuación natural de la historia humana.

Hace unos días contaba aquí el proyecto del magnate tecnológico Elon Musk de fundar una colonia en Marte. El plan de Musk y la iniciativa Dharma, perdón, quiero decir Asgardia, son solo dos ejemplos de entre otros muchos que están sacando del armario y desempolvando ese viejo anhelo del ser humano. Tal vez piensen que pese a todo aún carecemos de la tecnología, y no les falta razón. Pero si piensan que es la tecnología la que limita la ambición, en esto debo discrepar: pienso que es la ambición la que limita la tecnología. Y ahora, la ambición ha vuelto.

Y perdónenme… pero no puedo refrenarme de terminar con mi propuesta para el himno de Asgardia, a cargo de los inimitables Monty Python.

Arranca la carrera estelar: objetivo, Alfa Centauri

Ya que la semana va de ciencia ficción, con algunos medios (como ya expliqué, no los científicos autores de la propuesta) proclamando la próxima creación de seres humanos de laboratorio, seguimos para bingo: ¿imaginan que la comisión de presupuestos del Congreso ordenara desarrollar un propulsor capaz de alcanzar la décima parte de la velocidad de la luz, y utilizarlo para enviar una sonda al sistema Alfa Centauri?

El sistema triple Alfa Centauri. Imagen de ESO/DSS 2.

El sistema triple Alfa Centauri. Imagen de ESO/DSS 2.

Pues esto es exactamente lo que ha sucedido en EEUU. Only in America. La primera potencia científica del mundo, y también el semillero más fértil para todos los movimientos anticiencia. Mientras un candidato a la presidencia quiere regresar al Pleistoceno, un congresista del mismo partido pide organizar una misión a Alfa Centauri. Como dijo Newton, acción y reacción.

La historia es tal cual. John Culberson, congresista republicano de Texas que preside la comisión de asignación de presupuestos para varias agencias, entre ellas la NASA, ha emitido un informe de recomendaciones presupuestarias en el que propone la adjudicación de algo más de 739 millones de dólares para el desarrollo de nuevas tecnologías espaciales.

Culberson, en nombre de la comisión, subraya que los actuales proyectos de la NASA en materia de sistemas de propulsión, química, solar eléctrica o nuclear, no pueden “acercarse a velocidades de crucero de la décima parte de la velocidad de la luz (0,1c)”. Por ello, “el comité insta a la NASA a estudiar y desarrollar conceptos de propulsión que posibiliten una sonda científica interestelar con capacidad de alcanzar una velocidad de crucero de 0,1c”. Y prosigue: “Estos esfuerzos se centrarán en posibilitar una misión a Alfa Centauri que podría lanzarse en 2069, el centenario del alunizaje del Apolo 11”.

Pero lejos de quedarse ahí, Culberson, al parecer un firme defensor de la exploración espacial, enumera una serie de sugerencias: “Los conceptos de propulsión pueden incluir, pero sin limitación, sistemas basados en fusión (incluyendo fusión catalizada por antimateria y el ramjet interestelar de Bussard); reacciones de aniquilación materia-antimateria; múltiples formas de direccionamiento de energía; e inmensas velas que intercepten los fotones solares o el viento solar”.

Las sugerencias de Culberson están en la línea de las que se manejan para futuros sistemas avanzados de propulsión. Algunos de ellos, como las velas solares, están hoy en desarrollo, mientras que la aplicación de la antimateria aún es ciencia ficción, como me decía no hace mucho Miguel Alcubierre, el físico mexicano autor de una propuesta teórica de viaje superluminal.

Lo cierto es que hoy los esfuerzos de la NASA se dirigen a otros campos como la propulsión iónica. Pero tanto la idea de ganar las estrellas como la recomendación de explorar tecnologías más ambiciosas probablemente vienen inspiradas por el hecho de que a la NASA le están comiendo el terreno, y esto es algo que a los republicanos no les gusta nada. El pasado abril, el multimillonario ruso Yuri Milner, creador de los premios Breakthrough, anunció el proyecto de lanzar una flotilla de microveleros espaciales que serán propulsados por fotones de láser direccionados desde una estación terrestre.

El Breakthrough Starshot cuenta con el apoyo de físicos como Stephen Hawking y Freeman Dyson, además de un potente equipo de ingenieros y tecnólogos, incluyendo antiguos astronautas y exdirectivos de la NASA. Los expertos ya han hecho notar los grandes desafíos técnicos a los que se enfrentará el proyecto. Pero lo cierto es que no hay nada esencialmente revolucionario, nada que requiera un salto tecnológico inalcanzable hoy.

Así, se diría que podemos estar en los albores de una carrera estelar con visos de culminar a lo largo de este siglo. A 0,2c, como propone Milner, los 4,37 años luz que nos separan de Alfa Centauri se cubrirían en poco más de 20 años en tiempo terrestre. En cuatro años y unos meses más, los datos y las imágenes tomadas por las sondas estarían llegando a la Tierra. Esto significa que los mismos responsables del lanzamiento de la misión tendrían la oportunidad de ver coronado su esfuerzo en vida recibiendo los primeros retratos reales de exoplanetas y de otros soles (no de estrellas, entiéndanme el matiz). Afortunados quienes vivan para verlo.

En cuanto a la propuesta del comité presidido por Culberson, ignoro cuál es el proceso de tramitación de estas cosas; pero si se confirma, el informe ordena que en un año la NASA deberá presentar un estudio de viabilidad tecnológica de la propulsión interestelar y una hoja de ruta del proyecto.

Y todo esto, sin hablar de que aún queda otra vía, muy denostada por los físicos pero que se resiste a morir. Me refiero al propulsor de cavidad resonante de radiofrecuencia, más conocido como EmDrive. Quienes de ustedes sigan estas cosas habrán oído hablar de ese motor cuyo funcionamiento suele calificarse como físicamente imposible, pero que continúa dando guerra con resultados positivos. Curiosamente un nuevo estudio, tan controvertido como la misma idea del EmDrive, explica cómo y por qué a pesar de todo podría funcionar. Tal vez después de todo el EmDrive no sea fantasía, sino solo ciencia ficción. Mañana lo cuento.

La ESA inicia la misión más importante de su historia

No sé si algo ha fallado o faltado en la estrategia de comunicación de la Agencia Europea del Espacio (ESA), porque el inicio de una de las misiones más importantes de su historia –calificarla como la Top 1 es mi apreciación personal que ahora justificaré– ha tenido un rebote mediático mucho más débil que en otros casos. Y eso que la ESA está pareciéndose cada vez más a la NASA en sus amplios despliegues informativos, algo que es de agradecer.

Lanzamiento de ExoMars 2016 desde Baikonur el 14 de marzo. Imagen de ESA–Stephane Corvaja, 2016.

Lanzamiento de ExoMars 2016 desde Baikonur el 14 de marzo. Imagen de ESA–Stephane Corvaja, 2016.

En sus más de 40 años de historia, la ESA tiene un largo currículum de misiones estelares. El encuentro de Rosetta/Philae con el cometa 67P/Churyumov–Gerasimenko abrió telediarios en noviembre de 2014, y desde luego lo merecía; aunque en realidad los medios generalistas no estaban interesados en la ciencia de Rosetta, que después apenas ha trascendido más allá de las páginas especializadas, sino en la proeza técnica de dispararle a un cometa y acertar.

Dentro de esa larga lista de misiones de la ESA, mi favorita personal es Huygens, que el 14 de enero de 2005 aterrizó en Titán. Que alguien lograra posar un artefacto sano y salvo sobre una luna de Saturno es sencillamente escalofriante. Y aunque Huygens solo sobreviviera en su mundo de adopción durante 90 minutos, hoy perdura como el aparato que ha aterrizado más lejos de la Tierra. Y esa sola imagen de los guijarros de Titán (en realidad una composición de varios disparos; Huygens tomó cientos de fotografías, la mayoría durante el descenso) continúa siendo hoy el paraje más distante jamás fotografiado desde suelo firme.

La superficie de Titán, por la sonda Huygens. Imagen de ESA/NASA/JPL/University of Arizona.

La superficie de Titán, por la sonda Huygens. Imagen de ESA/NASA/JPL/University of Arizona.

Pero la misión iniciada hoy por la ESA marca un nuevo hito. Posarse en Marte y sobrevivir al intento no es algo que no haya logrado ya la NASA en varias ocasiones; pero hasta ahora, solo la NASA. El único intento anterior de la agencia europea, el Beagle 2 en 2003, se malogró. Y Rusia, el socio de la ESA en esta aventura, acumula una larga lista de fracasos marcianos.

El lanzamiento de esta mañana desde Baikonur (el cosmódromo ruso en Kazajistán) ha sido el chupinazo del programa más importante en la historia de la ESA, porque romperá por fin la hegemonía de EEUU sobre el suelo de Marte, y porque está muy seriamente destinado a aportar los indicios más firmes hasta ahora sobre la posible existencia de vida marciana, presente o pasada.

ExoMars consta de dos misiones sucesivas. La primera, lanzada hoy, lleva un orbitador llamado Trace Gas Orbiter (TGO) que pretende resolver de una vez por todas si el metano de la atmósfera marciana es o no de origen biológico. La mayoría del metano terrestre lo es, aunque también es posible que sea el producto de una reacción química en los minerales. El instrumento principal de TGO, llamado NOMAD, cuenta con una importante participación del Instituto de Astrofísica de Andalucía, bajo la dirección de José Juan López Moreno.

Solo este objetivo ya justifica el inmenso significado de la misión. Pero además la sonda lleva un adjunto, un módulo llamado Schiaparelli que descenderá a la superficie de Marte para tomar diversas mediciones meteorológicas y eléctricas. Aunque ya existen otras estaciones meteorológicas en aquel planeta, uno de los cometidos más interesantes de Schiaparelli será medir la turbidez de la atmósfera causada por el polvo, y este objetivo estará a cargo de SIS, un sensor desarrollado en el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) bajo la dirección de Ignacio Arruego.

Ilustración de TGO y Schiaparelli separándose antes de llegar a Marte. Imagen de ESA/ATG medialab.

Ilustración de TGO y Schiaparelli separándose antes de llegar a Marte. Imagen de ESA/ATG medialab.

Pero en realidad el fin principal de Schiaparelli es otro; de hecho sus mediciones durarán lo que su batería, unos cuatro días. Sobre todo, el módulo servirá para probar la tecnología que en 2018 se aplicará a la segunda fase de ExoMars, la gran traca final: poner un rover en Marte. Y según me contó Arruego la semana pasada, la participación del INTA en esta próxima etapa será «enormemente relevante». El instituto que nos hace las veces de la agencia espacial que no tenemos desarrollará varios instrumentos para el rover y para el módulo encargado de depositarlo en tierra.

Entre estos instrumentos se encuentran de nuevo sensores para medir el polvo y otros parámetros, pero el más destacado es sin duda un espectrómetro Raman. Cuando yo era habitante de laboratorio, un espectrómetro Raman (básicamente, un analizador químico) no era precisamente un aparato que uno pudiera llevarse bajo el brazo. Y sin embargo, numerosos investigadores llevan años proponiendo que este sería *el* aparato para detectar bioquímica –química de origen biológico– en Marte (ver, por ejemplo, aquí y aquí). Así que no puedo sino descubrirme ante los genios capaces de construir un espectrómetro Raman que puede montarse en un pequeño vehículo con destino a Marte.

Más noticias, el próximo octubre. El día 16 de ese mes TGO y Schiaparelli se dirán adiós; la primera se encarrilará hacia su circuito en la órbita marciana, mientras el segundo pondrá rumbo hacia suelo firme. El 19 de octubre sabremos si por fin tenemos un enviado especial de Europa en Marte, aunque sea por unos pocos días.

El ‘Opportunity’ gana el primer maratón marciano

Una de las dos máquinas más fiables del universo está en mi jardín. La otra está en Marte. La primera es una bomba de agua que lleva más de 15 años funcionando casi sin interrupción –salvo ciertos descansos reglamentarios– sumergida en el fondo de un estanque con una buena capa de sedimento, soportando temperaturas gélidas en invierno y el ataque de las raíces de los nenúfares en primavera y verano. De acuerdo, es un mecanismo sencillo, tan solo un motor eléctrico y una rueda con aspas. Pero teniendo en cuenta el constante e incansable trabajo mecánico que lleva a cabo, bombeando día y noche un agua densa de materia orgánica, creo que solo la NASA sería capaz de fabricar algo tan resistente y eficaz.

Y no siempre: de los aparatos que produce la primera agencia espacial del mundo, no todos resultan tan impecables. Pero con el Opportunity dieron en el clavo. El pasado 25 de enero, este robot rodante del tamaño de una mesa de comedor, conocido familiarmente como Oppy, cumplió 11 años en la superficie marciana y sigue funcionando sin haber recibido jamás la visita de un técnico de posventa, ni haber pasado ninguna revisión anual, ni haber necesitado la sustitución de ninguna pieza. Lo cual merece aún más aplauso teniendo en cuenta que debe soportar una radiación inclemente y un arco de temperaturas de 30 a -80 ºC. Y que a su lado incluso los más duros todoterrenos del Dakar caen en la más profunda humillación: la carretera más cercana al Opportunity queda, en el mejor de los casos, a 55 millones de kilómetros. Eso sí es conducir off-road.

Como es lógico, el rover marciano ha acumulado algunos achaques durante su azarosa vida, pero curiosamente, lo que ahora más preocupa a sus responsables son los fallos de su memoria, tal como les ocurre a las personas de larga edad. El ordenador de a bordo del Opportunity funciona con una memoria flash como las de los pinchos USB, pero sus 256 MB no servirían ni para el más rudimentario de los smartphones actuales.

Últimamente un poco eclipsado por el Curiosity, su primo de la siguiente generación, Oppy vuelve a ser noticia porque está a punto de completar el primer maratón extraterrestre de la historia. Según la última actualización de la NASA, el odómetro del rover registra ya 41,97 kilómetros, lo que le sitúa a poco más de 200 metros de los 42,195, la distancia del maratón olímpico. Y el robot logrará esta marca en un lugar que los científicos de la misión han denominado precisamente Valle de Maratón, un emplazamiento en la cresta occidental del cráter Endeavour, de 22 kilómetros de diámetro, donde las sondas orbitales han detectado la presencia de distintas arcillas originadas en el pasado húmedo de Marte.

Y todo ello, con una garantía de tres meses, lo que debía durar la misión inicial del Opportunity. En cambio, su hermano gemelo, el Spirit, solo aguantó hasta 2010, habiendo recorrido 7.730,5 metros. Pero ambos han excedido ampliamente las expectativas de sus diseñadores y han aportado valiosísimos datos sobre nuestro planeta vecino. Los gemelos marcianos pasarán a la historia como los aparatos que confirmaron las huellas del agua en la geología marciana. Con motivo del nuevo récord establecido por el Opportunity, el director del proyecto de los rovers, John Callas, del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, ha aprovechado para presumir de su criatura: «Cuando el Opportunity estaba en su misión primaria hace 11 años, nadie imaginaba que sobreviviría a un invierno marciano, ni mucho menos que completaría un maratón en Marte». Para celebrar la gesta de Oppy, la NASA ha reunido imágenes de una década de exploración de los rovers marcianos.

En estos días se ha vuelto a hablar de la misión planificada por la organización holandesa Mars One, que ha restringido a 100 su lista de candidatos a convertirse en los primeros colonos de Marte. Los futuros pobladores marcianos, si llegan a existir, podrían tener la apasionante tarea, quizá incluso la obligación, de recoger los antiguos artefactos de tecnología terrestre que hayan quedado muertos e inertes sobre la superficie de Marte. Con ellos podrían crear el que sería oficialmente el primer museo extraterrestre (ya que la NASA nunca ha reconocido la existencia del museo lunar). Y quién sabe si en un futuro los humanos viajarán hasta allí para admirar los anticuados restos de los tiempos en que aún éramos una especie de un solo planeta.

Itinerario recorrido por el robot 'Opportunity' en Marte desde su aterrizaje en el cráter Eagle el 25 de enero de 2004. Imagen de NASA / JPL-Caltech / MSSS / NMMNHS.

Itinerario recorrido por el robot ‘Opportunity’ en Marte desde su aterrizaje en el cráter Eagle el 25 de enero de 2004. Imagen de NASA / JPL-Caltech / MSSS / NMMNHS.

Detalle del itinerario recorrido por el robot 'Opportunity' en Marte desde el 24 de diciembre de 2014, a lo largo de la cresta occidental del cráter Endeavour. La franja verde representa el lugar aproximado en el que el robot completará la distancia del maratón. Imagen de NASA / JPL-Caltech / Univ. of Arizona.

Detalle del itinerario recorrido por el robot ‘Opportunity’ en Marte desde el 24 de diciembre de 2014, a lo largo de la cresta occidental del cráter Endeavour. La franja verde representa el lugar aproximado en el que el robot completará la distancia del maratón. Imagen de NASA / JPL-Caltech / Univ. of Arizona.

Por qué Orión es lo más importante desde el «pequeño paso» de Armstrong

Lanzamiento de la nave Orión en un cohete Delta IV Heavy el pasado 5 de diciembre desde Cabo Cañaveral. Imagen de NASA / Bill Ingalls.

Lanzamiento de la nave Orión en un cohete Delta IV Heavy el pasado 5 de diciembre desde Cabo Cañaveral. Imagen de NASA / Bill Ingalls.

Quizá algún visitante asiduo de este blog se pregunte por qué no me he ocupado aquí de la proclama lanzada por la NASA la semana pasada sobre una misión tripulada a Marte prevista para la década de 2030. El proyecto se anunció a bombo y platillo aprovechando la ocasión de la primera prueba de la cápsula Orión, el nuevo vehículo de la agencia espacial estadounidense capaz de acoger tripulación desde la jubilación de los transbordadores, y que en el futuro servirá para enviar astronautas más allá de la órbita baja terrestre por primera vez desde la última misión Apolo en 1972.

Hay dos motivos por los que no lo he comentado aquí. El primero es que no se anunció nada nuevo, sino que tan solo se aprovechó la atención popular al despegue de la Orión para pregonar algo ya sabido. Pero sobre todo, el segundo motivo es que no me lo creo. Y si bien es cierto que importa un ardite lo que yo me crea o me deje de creer, se da la circunstancia de que son muchas las fuentes autorizadas del propio sector en EE. UU. las que ponen en duda la viabilidad de lo que se ha acuñado como NASA’s Journey to Mars. Y la cosa cobra una especial relevancia cuando quien tampoco se lo cree es John Holdren, asesor científico principal del presidente Barack Obama. En declaraciones a la cadena pública estadounidense PBS previas al lanzamiento de Orión, Holdren decía:

No creo que los actuales presupuestos alcancen para patear la lata por la carretera [traducción literal]. Alcanzan para, dentro de límites razonables, dar los pasos que necesitamos con vistas a, en último término, ir a Marte. Eventualmente, sí, entre ahora y 2030, necesitaríamos aumentar el presupuesto. Con el presupuesto actual no llegaríamos a Marte, eso es correcto.

Es decir. Que según Holdren, la NASA tiene el proyecto de viajar a Marte del mismo modo que yo tengo el proyecto de construirme una casa en Kenya y marcharme a vivir allí cuando mis hijos crezcan y se emancipen. O sea, una aspiración concebible, pero absolutamente inviable con los presupuestos de la NASA y los míos.

Siendo así, parecería que mis próximos movimientos deberían ser criticar el suflé del márketing de la NASA, tan vacío como la parcela en la que nunca construiré mi casa kenyana, y desacreditar la Orión calificándola como una flecha sin blanco. Pero no. Nada de esto. En cuanto al márketing de la NASA, más abajo explicaré por qué lo considero un instrumento valiosísimo. Y respecto a la Orión, como afirmo en el título de este artículo, es lo más importante que ha sucedido en el espacio desde el «pequeño paso» de Neil Armstrong sobre la Luna.

A EE. UU. le ha costado 42 años poner el primer raíl para comenzar a encaminarse hacia el lugar a donde llegó hace 47 años. No es fácil de comprender. Pero como hace unos días alegué en una respuesta a un comentario en este blog, las varias razones por las que esto ha sucedido pueden resumirse en una palabra, una que representa el gran obstáculo al que el programa espacial de EE. UU. ha tenido que enfrentarse a lo largo de los años. Esa palabra es democracia.

Mientras que la exURSS, hoy Rusia, ha podido mantener una trayectoria más o menos constante y firme en lo que respecta a su presencia en el espacio, la exploración espacial de EE. UU. está sujeta al control de los votantes. A comienzos de la década de 1970, con el fin de la carrera espacial y una guerra en Vietnam que se desplomaba hacia el desastre, ya no era pertinente ni justificable que más del 4% del presupuesto federal fuera destinado a la NASA, como ocurría en los gloriosos tiempos de mediados de los 60. Este es el único y exclusivo motivo por el que a la Luna no siguió Marte como próxima estación: ni teorías de conspiración, ni gaitas. Simplemente, se acabó el dinero, y sin dinero no hay billete.

Desde entonces, EE. UU. renunció a permanecer en el espacio más allá de la órbita baja terrestre. Los nuevos shuttles o transbordadores espaciales fueron vendidos y contemplados en su día como el autobús directo del hombre hacia las estrellas, un clímax de tecnología futurista que adornó incluso una película del mejor 007 que ha existido, Roger Moore (esperen a que me ponga el casco antes de empezar a lanzarme objetos). Pero en realidad, los shuttles fueron una aparatosa cortina de humo y un sistema destinado a periclitar.

A lo largo de las pasadas cuatro décadas, la exploración humana del espacio ha encontrado en EE. UU. escasos apoyos y numerosos detractores, sobre todo entre los científicamente conservadores, que no necesariamente coinciden con los ideológicamente conservadores. Y cuatro décadas es demasiado tiempo para conservar lo aprendido. No es que la tecnología del programa Apolo desapareciera o quedara confinada en ordenadores obsoletos a los que ya no se puede acceder. Según Keith Cowing, uno de los tipos que mejor conocen la NASA en todo el mundo –exempleado de la agencia y fundador del blog NASA Watch–, se trata de una leyenda urbana: todos los planos de las Apolo están microfilmados y los almacenes de la NASA aún conservan toneladas de tecnología de entonces. Pero lo que sí es cierto es que los ingenieros de entonces se retiraron o murieron sin que nadie tomara su relevo, y se dice que hoy no existe una sola persona que conserve todo el conocimiento global de aquellas misiones. Y si una fábrica de zapatos abandona esta actividad y decide dedicarse en su lugar a curar jamones durante 40 años, volver a fabricar zapatos supondrá un regreso a la casilla de salida. Las máquinas seguirán ahí, pero lo que se conoce como know-how se habrá volatilizado.

La cápsula Orión después de su amerizaje en el Pacífico el pasado 5 de diciembre. Imagen de U. S. Navy.

La cápsula Orión después de su amerizaje en el Pacífico el pasado 5 de diciembre. Imagen de U. S. Navy.

Es por esto que el programa Orión ha obligado a la NASA a practicar una verdadera excavación arqueológica en sus archivos y en sus almacenes para alcanzar algo parecido a lo que se logró hace más de cuatro decenios. Por ejemplo, el escudo térmico de la Orión es básicamente el mismo que se utilizó en las Apolo. En 2008, un equipo de la NASA viajó a un almacén de la Smithsonian Institution en Maryland para abrir una vieja caja en la que se guardaban fragmentos del escudo térmico de las Apolo, con el fin de estudiar su diseño y la respuesta de los materiales.

Todo lo anterior explica el inmenso logro que supone haber llegado al momento en que la Orión ya es una realidad, aunque el cohete destinado a llevarla al espacio aún no lo sea. Y que el primer vuelo de prueba de la nave la pasada semana se completara con una perfección milimétrica en todos sus pasos y todos sus sistemas nos confirma que estamos en los primeros días del regreso del hombre al espacio, la exploración humana 2.0.

No obstante, como decía Holdren, para dar el salto efectivo hará falta mucho más dinero. Y es dudoso que el contribuyente actual compre. Sin embargo, en los últimos años otro jugador ha entrado en el tablero de la exploración espacial: el sector privado. La iniciativa empresarial ya ha remolcado al espacio a las agencias estatales en sentido literal, gracias a las misiones privadas a la Estación Espacial Internacional. Pero también en un sentido menos literal, el acceso de las compañías a la carrera de las misiones tripuladas puede remolcar el peso muerto de las agencias estatales que no desean convertirse en actores secundarios, además de suplementar los fondos necesarios. La nueva exploración humana del espacio será en parte privada, o no será. Aunque a muchos no les guste.

Pero decía que iba a elogiar el márketing de la NASA, y con esto termino. Gracias a ese amplio esfuerzo publicitario, quienes tenían uso de razón en julio de 1969 pudieron disfrutar de la retransmisión televisiva más trascendental de la historia. Gracias a ese márketing pudimos seguir en directo la primera prueba de la Orión. Frente a la criticada actitud, digamos traslúcida, de nuestra propia agencia europea del espacio (la ESA), la NASA es una constante ventana abierta hacia el espacio. Digámoslo de esta manera: si algún día los chinos llegan a la Luna, nos enteraremos después y a medias, y difícilmente llegaremos a sentirlo como algo propio. En cambio, la NASA nos sienta a todos en primera fila como testigos directos, nos hace partícipes de sus logros como si realmente representaran a la humanidad en su conjunto. Por algo fueron ellos quienes inventaron Hollywood. En una entrevista el día del debut de Orión, el director de la NASA, Charlie Bolden, dijo: «El mundo quiere que volvamos a asumir el liderazgo en el espacio». Por mi parte, si esto significa que podré verlo en vivo, sí, quiero.