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¿Qué le falta a esta música generada por Inteligencia Artificial?

No, no es una adivinanza, ni una pregunta retórica. Realmente me pregunto qué es lo que le falta a la música generada por Inteligencia Artificial (IA) para igualar a la compuesta por humanos. Sé que ante esta cuestión es fácil desenvainar argumentos tecnoescépticos, una máquina no puede crear belleza, nunca igualará a la sensibilidad artística humana, etcétera, etcétera.

Pero en realidad todo esto no es cierto: las máquinas pintan, escriben, componen, y los algoritmos GAN (Generative Adversarial Network, o Red Antagónica Generativa) ya las están dotando de algo muy parecido a la imaginación. Además, y dado que las mismas máquinas también pueden analizar nuestros gustos y saber qué es lo que los humanos adoran, no tienen que dar palos de ciego como los editores o productores humanos: en breve serán capaces de escribir best sellers, componer hits y guionizar blockbusters.

El salto probablemente llegará cuando los consumidores de estos productos no sepamos (no «no notemos», sino «no sepamos») que esa canción, ese libro o esa película o serie en realidad han sido creados por un algoritmo y no por una persona. De hecho, la frontera es cada vez más difusa. Desde hace décadas la música y el cine emplean tanta tecnología digital que hoy serían inconcebibles sin ella. Y aunque siempre habrá humanos detrás de cualquier producción, la parcela de terreno que se cede a las máquinas es cada vez mayor.

Pero en concreto, en lo que se refiere a la música, algo aún falla cuando uno escucha esas obras creadas por IA. El último ejemplo viene de Relentless Doppelganger. Así se llama un streaming de música que funciona en YouTube 24 horas al día desde el pasado 24 de marzo (el vídeo, al pie de esta página), generando música technical death metal inspirada en el estilo de la banda canadiense Archspire, y en concreto en su último álbum Relentless Mutation (Doppelganger hace referencia a un «doble»).

Este inacabable streaming es obra de Dadabots, el nombre bajo el que se ocultan CJ Carr y Zack Zukowski, que han empleado un tipo de red neural llamado SampleRNN –originalmente concebida para convertir textos en voz– para generar hasta ahora diez álbumes de géneros metal y punk inspirados en materiales de grupos reales, incluyendo el diseño de las portadas y los títulos de los temas. Por ejemplo, uno de ellos, titulado Bot Prownies, está inspirado en Punk in Drublic, uno de los álbumes más míticos de la historia del punk, de los californianos NOFX.

Imagen de Dadabots.

Imagen de Dadabots.

Y, desde luego, cuando uno lo escucha, el sonido recuerda poderosamente a la banda original. En el estudio en el que Carr y Zukowski explicaban su sistema, publicado a finales del año pasado en la web de prepublicaciones arXiv, ambos autores explicaban que su propósito era inédito en la generación de música por IA: tratar de captar y reproducir las «distinciones estilísticas sutiles» propias de subgéneros muy concretos como el death metal, el math rock o el skate punk, que «pueden ser difíciles de describir para oyentes humanos no entrenados y están mal representadas por las transcripciones tradicionales de música».

En otras palabras: cuando escuchamos death metal o skate punk, sabemos que estamos escuchando death metal o skate punk. Pero ¿qué hace que lo sean para nuestros oídos? El reto para los investigadores de Dadabots consistía en que la red neural aprendiera a discernir estos rasgos propios de dichos subgéneros y a aplicarlos para generar música. Carr y Zukowski descubrieron que tanto el carácter caótico y distorsionado como los ritmos rápidos de estos géneros se adaptan especialmente bien a las capacidades de la red neural, lo que no sucede para otros estilos musicales.

Y sin duda, en este sentido el resultado es impresionante (obviamente, para oídos que comprenden y disfrutan de este tipo de música; a otros les parecerá simple ruido como el de las bandas originales). Pero insisto, aparte del hecho anecdótico de que las letras son simples concatenaciones de sílabas sin sentido, ya que no se ha entrenado a la red en el lenguaje natural, la música de Dadabots deja la sensación de que aún hay un paso crucial que avanzar. ¿Cuál es?

No lo sé. Pero tengo una impresión personal. Carr y Zukowski cuentan en su estudio que la red neural crea a partir de lo ya creado, lo cual es fundamental en toda composición musical: «Dado lo que ha ocurrido previamente en una secuencia, ¿qué ocurrirá después?», escriben Carr y Zukowski. «La música puede modelizarse como una secuencia de eventos a lo largo del tiempo. Así, la música puede generarse prediciendo ¿y entonces qué ocurre? una y otra vez».

Pero esto ocurre solo un sampleado tras otro, mientras que un tema escrito por un compositor humano tiene un sentido general, un propósito que abarca toda la composición desde el primer segundo hasta el último. Toda canción de cualquier género tiene una tensión interna que va mucho más allá de, por ejemplo, la resolución de los acordes menores en acordes mayores. Es algo más, difícil de explicar; pero al escuchar cualquier tema uno percibe un propósito general de que la música se dirige hacia un lugar concreto. Y da la sensación de que esto aún le falta a la música automática, dado que la máquina solo se interesa por un «después» a corto plazo, y no por lo que habrá más allá. Se echa de menos algo así como una tensión creciente que conduzca hacia un destino final.

Sin embargo, creo que ya pueden quedar pocas dudas de que la música generada por IA terminará también superando estos obstáculos. Ya tenemos muchos ejemplos y muy variados de composiciones cien por cien digitales. Y si hasta ahora ninguna de ellas ha conseguido instalarse como un hit, ya sea entre el público mayoritario o entre los aficionados a estilos musicales más marginales, se da la circunstancia de que tampoco ninguna de ellas ha cruzado la barrera de lo etiquetado como «diferente» porque su autor no es de carne y hueso. Probablemente llegará el momento en que un tema se convierta en un éxito o en un clásico sin que el público sepa que el nombre que figura en sus créditos no es el de la persona que lo compuso, sino el de quien programó el sistema para crearla.

Una vez más: escuchar heavy metal no inclina a la violencia

En 1985 se formó en EEUU el Parents Music Resource Center, un comité encabezado por Tipper Gore –esposa del exvicepresidente y premio Nobel de la Paz Al Gore– cuyo objetivo era, básicamente, censurar la música. A la señora Gore no le gustó nada descubrir un día a su hija escuchando a Prince cantar cómo Darling Nikki se masturbaba una y otra vez, y decidió hacer algo al respecto: aprovechar la influencia de su importante marido, por entonces congresista, para acabar con aquella música obscena y profana.

En concreto, Tipper Gore y sus tres compañeras, también esposas de políticos de Washington, pretendían que la industria musical adoptara un sistema de calificación moral para los discos, que aquellos con portadas «explícitas» se escondieran bajo el mostrador en las tiendas, que las emisoras de radio y televisión se abstuvieran de emitir canciones guarras o violentas, e incluso, por pedir que no quede, que las discográficas rescindieran sus contratos con los músicos ofensivos y que un comité (es decir, ellas) decidiera qué podía publicarse y qué no.

Bloodbath tocando en Alemania en 2015. Imagen de S. Bollmann / Wikipedia.

Fíjense en la fecha: 1985. La nuestra no fue la primera generación en la que los padres se escandalizaban por la música que escuchaban sus hijos; como cuenta la serie Downton Abbey, en los años 20 a los mayores les espantaba el charlestón. Pero en los 80 ya no se trataba solo de que a nuestros mayores les pareciera que «eso no es música, es ruido», sino que además estaban las letras. Si a Tipper Gore le escandalizaba aquella de Prince, alguien tendría que haberle regalado, por ejemplo, el ¿Cuándo se come aquí? de Siniestro Total (en la gloriosa época del gran Germán Coppini), un LP que un servidor tenía que escuchar obligatoriamente con walkman porque las ondas acústicas de aquellas letras no podían profanar el aire de casa.

Las letras de aquellas canciones, pensaban Tipper Gore y otros muchos como ella, nos iban a convertir en adultos trastornados, violentos e impúdicos. Durante las sesiones del PMRC, el profesor de música de la Universidad de Texas Joe Stuessy, también compositor e historiador del Rock & Roll, declaró que el heavy metal «contiene el elemento de odio, una maldad de espíritu», expresada en sus letras de «violencia extrema, rebelión extrema, abuso de sustancias, promiscuidad sexual y perversión y satanismo».

Las fundadoras del PMRC se quedaron colgando de la brocha cuando incluso músicos de estilos más tradicionales como John Denver, en cuyo apoyo confiaban, denigraron aquel intento inquisitorial. Finalmente todo quedó en esas pegatinas que decoran las portadas de ciertos discos para advertir de que las letras son “explícitas”, y que normalmente se exhiben más como gancho que como penalización.

Pero parece que, después de todo, no hemos salido tan malos quienes crecimos escuchando aquellas letras que por primera vez se atrevían a llegar años luz más allá del I wanna hold your hand. Trabajamos, tenemos familias, nuestros másteres y doctorados son auténticos, y la mayoría ni siquiera hemos robado jamás un bote de crema facial del súper.

Y a pesar de ello, el espíritu del PMRC ha continuado muy presente en quienes piensan que las mentes de los demás son más simples que las suyas, y que por tanto les basta con escuchar a los Sex Pistols cantando “I wanna destroy the passerby” para salir a la calle con el primer bate de béisbol o cuchillo de carnicero que se encuentre a mano. Aún en pleno siglo XXI, hay quienes sostienen que determinados estilos musicales son potencialmente nocivos para el equilibrio mental.

Por suerte, hoy contamos con algo más que con nosotros mismos como pruebas vivientes; contamos también con la ciencia. Estudiar qué efectos causan los géneros musicales más extremos en sus fanes es un campo de interés para la psicología experimental. Y como ya he contado aquí en varias ocasiones anteriores, los estudios no logran demostrar que el punk o el heavy metal nos conviertan en peligrosos desequilibrados. Más bien al contrario: según revelaba el año pasado un grupo de investigadores de la Universidad Macquarie de Australia (y conté aquí), escuchar death metal aporta alegría y paz interior a sus seguidores.

Los mismos investigadores acaban de publicar ahora un nuevo estudio que trata de ampliar un poco más sus hallazgos anteriores. En esta ocasión se han preguntado si escuchar death metal, con sus letras rebosantes de caos, masacre, sangre y vísceras, puede desensibilizar frente a la violencia. Según los autores, esta línea de indagación merece un enfoque especial dentro del debate siempre actual sobre si la influencia de los contenidos audiovisuales violentos tiene alguna responsabilidad en la violencia del mundo real.

Los investigadores reunieron a un grupo de 80 voluntarios, 32 de ellos seguidores del death metal, y los sometieron a un test consistente en mostrar simultáneamente una imagen distinta a cada uno de los dos ojos, una neutra y otra de contenido violento. La percepción de los participantes, si captaba más su atención la imagen violenta o la neutra, revelaba su sensibilidad a la violencia; y esto se hizo mientras los voluntarios escuchaban una de dos canciones: Happy, de Pharrell Williams, o Eaten, del supergrupo sueco de death metal Bloodbath.

Bloodbath en 2016. Imagen de Markus Felix / Wikipedia.

Bloodbath en 2016. Imagen de Markus Felix / Wikipedia.

La diferencia en estilo musical es evidente. Y en cuanto a la diferencia entre las letras de ambas, esta es Happy

Porque estoy feliz, da palmas si te sientes como una habitación sin techo
Porque estoy feliz, da palmas si sientes que la felicidad es la verdad
Porque estoy feliz, da palmas si sabes qué es la felicidad para ti
Porque estoy feliz, da palmas si sientes que eso es lo que te apetece

…y esta es Eaten:

Desde que nací he tenido un deseo
Ver mi cuerpo abierto y destripado
Ver mi carne devorada ante mis ojos
Me ofrezco como sacrificio humano solo para ti
Trínchame, córtame en lonchas
Succiona mis entrañas y lame mi corazón
Descuartízame, me gusta que me hagan daño
Bébete mi médula y mi sangre de postre

Se aprecian las diferencias, ¿no?

Pues bien, los resultados del estudio indican que los fanes del death metal son tan sensibles a la violencia como los no aficionados a esta música, con independencia de si escuchan Happy o Eaten. En cambio, los no aficionados a esta música extrema se muestran más sensibilizados a las imágenes violentas cuando escuchan el fetichismo caníbal de Bloodbath que cuando Pharrell Williams les invita a dar palmas.

En resumen, escriben los investigadores, «la exposición a largo plazo a música con temas agresivos no conduce a una desensibilización general a la violencia mostrada en imágenes». Los resultados del estudio muestran que los seguidores del death metal asocian emociones positivas a su música incluso cuando narra un descuartizamiento; simplemente, no es real. Es solo música.

«De hecho, investigaciones recientes sugieren que los fanes y los no fanes del death metal exhiben la misma capacidad de empatía, lo que cuestiona las graves preocupaciones que se han manifestado sobre los peligros de la exposición a música violenta», escriben los investigadores. Va a resultar que las mentes de quienes escuchan música extrema no son más simples que las de quienes advierten de sus peligros. Y que probablemente Prince no le enseñó nada a la hija de Tipper Gore que ella no supiera ya.

Escuchar death metal aporta alegría y paz interior a sus seguidores

Ayer les contaba aquí que la ciencia aún no ha podido reunir pruebas convincentes de los beneficios específicos del mindfulness, esa técnica de meditación cuya popularidad ha explotado de tal modo que la onda expansiva nos ha alcanzado incluso a quienes estamos en el radio más distante. Pero aclaré también que esto significa exactamente lo que la frase expresa literalmente: la ciencia no niega los beneficios del mindfulness, sino que hasta ahora no ha podido encontrarlos.

Y no puede decirse que no se hayan buscado; como conté ayer, ya se han hecho casi 5.000 estudios. Por supuesto que algunos sí encuentran efectos positivos, pero no así otros, y la ciencia no consiste en lo que en inglés llaman cherry-picking o coger cerezas (aquí tal vez podríamos hablar de coger setas), elegir los estudios que nos convienen, sino en analizarlos todos en su conjunto. Cuando se examinan globalmente los trabajos válidos publicados, esos beneficios no afloran claramente, o al menos no superan a los que pueden obtenerse de otras actividades como la psicoterapia o el simple ejercicio físico. Y si debemos fiarnos de la experiencia, cuando cuesta tanto demostrar algo… tiende a ser más bien improbable que realmente haya algo que demostrar.

Todo lo cual no supone un alegato científico en contra del mindfulness, sino una llamada al escepticismo frente a cualquier tipo de proclama exagerada que pretenda vender esta práctica como el milagro capaz de cambiarnos la vida. A algunas personas tal vez les aporte beneficios. A otras no. Y en cambio, puede que algunas de estas alcancen la alegría y la paz interior con otras actividades tan alejadas del mindfulness como pueden estarlo la meditación y el death metal.

Cannibal Corpse en concierto en Washington en 2007. Imagen de Chris Buresh / Wikipedia.

Cannibal Corpse en concierto en Washington en 2007. Imagen de Chris Buresh / Wikipedia.

No, no es un ejemplo metafórico. Esto es precisamente lo que descubre un estudio elaborado por tres psicólogos de la Universidad Macquarie de Australia y que se publicará próximamente en la revista Psychology of Popular Media Culture. A través de un ensayo experimental y mediante un amplio arsenal de tests y cuestionarios, los investigadores trataron de saber qué tipo de emociones evoca el death metal en un grupo de 48 fans de este subgénero, en comparación con otro grupo de 97 voluntarios que no escuchan este tipo de música.

Quienes visiten este blog de tanto en tanto quizá recuerden que a finales del año pasado publiqué aquí una serie de artículos (que comenzaba aquí) sobre estudios científicos relacionados con la música, y en especial sobre géneros musicales extremos como el metal y el punk. Un viejo cliché asocia estos estilos de música con la agresividad, la violencia, la conducta antisocial y las vidas desestructuradas. Pero la música solo es música, y si en algunos casos es más que música, lo que hay de más no es realmente música. Con esta frase más propia de Rajoy quiero significar que los científicos no parecen encontrar una relación de causa –escuchar decibelios y guitarras distorsionadas– y efecto –acabar tarado–, a pesar de que algunos claramente abordaron sus investigaciones dándolo por hecho.

Si es que en algunos casos existe una relación, tal vez sea de otro tipo; ya sea que ciertas personas de por sí problemáticas encuentren su nicho en el metal o el punk, o que reaccionen inadecuadamente a un estigma social, o incluso que exista un cierto perretxiko-picking a la hora de destacar ciertos rasgos de los protagonistas de sucesos concretos. Creo evidente que la mayoría de quienes hemos frecuentado estos géneros musicales desde hace décadas no hemos salido tan tarados. Incluso en el caso del black metal, que en los años 90 sirvió de escenario a varios sórdidos crímenes en su Noruega natal, es evidente que la práctica totalidad de sus seguidores jamás ha decapitado a nadie.

Los investigadores del estudio que vengo a contar eligieron el death metal por ser uno de los subgéneros que suelen asociarse con contenidos más violentos en sus letras y su iconografía. Esto es más que innegable en algunos (no todos) de los ocho grupos elegidos por los psicólogos, Cannibal Corpse, At the Gates, Arch Enemy, Nile, Autopsy, Obituary, Carcass y Bloodbath. La canción de Cannibal Corpse utilizada para el estudio, Hammer Smashed Face (Cara aplastada por un martillo), describe una repugnante escena de tortura brutal y asesinato a manos de un psicópata que lo cuenta en primera persona.

(Atención: creo que debo advertir de que el siguiente vídeo no es apto para menores, y probablemente tampoco para muchos mayores).

Fuerte, ¿no? Si nos atenemos a la interpretación más simple, cabría imaginar que los fans de Cannibal Corpse están a un hervor de lanzarse a la calle a descuartizar a sus semejantes. Pero naturalmente, el ser humano es bastante más complicado de lo que sugiere esa lógica simple. Como era de esperar, la música provoca emociones diferentes en fans y no fans del death metal: en los segundos predominan la tensión, el miedo y la furia, pero a los primeros la música que escuchan habitualmente les inspira sobre todo fuerza o energía (3,93 sobre 5), alegría (3,58) y paz (2,73). Según los autores, «parece que los fans pueden atender selectivamente a atributos particulares líricos y acústicos de la música violenta de un modo que promueve objetivos psicosociales».

El estudio está en consonancia con otros que he contado aquí anteriormente y que encuentran diferencias parecidas: la escucha de estilos musicales extremos resulta perturbadora y desagradable para quienes no son aficionados a estos géneros, pero a sus seguidores les induce generalmente emociones positivas. Y por otra parte, si alguien decidiera estudiarlo, es bastante concebible que ocurriera justo lo contrario en un análisis inverso, sometiendo a los metalheads a una selección de grandes éxitos de Operación Triunfo.

Según uno de los fans participantes, «tiene algo que ver con el grito primario dentro de nosotros, es una descarga, aceptación y empoderamiento«. Los autores destacan que probablemente los fans del death metal buscan cosas diferentes en la música que los aficionados a otros estilos musicales, y que las letras violentas se contemplan con distanciamiento psicológico porque no son reales.

¿Obvio? Es un caso parecido al de las películas violentas, aunque los autores aciertan al señalar una diferencia: las convenciones del cine establecen unos criterios morales con respecto a la presentación de la violencia en un contexto narrativo que la explica; los malos pierden y sufren castigo, y cuando los buenos son violentos es porque los malos empezaron primero, o para evitar un mal mayor. Sin embargo, nada de esto existe en Hammer Smashed Face.

Pese a todo, esto nos lleva a esa eterna pregunta que ronda las mentes de padres y madres: ¿la violencia audiovisual (películas, música, videojuegos…) lleva a la violencia real? Pero esta es otra historia más amplia, y si acaso ya repasaremos otro día qué dicen los científicos de ello. Por el momento y por si Cannibal Corpse les ha dejado un regusto demasiado visceral (literalmente), les dejo con First Kill de los grandes Amon Amarth, death metal melódico con esas octavas de guitarra que tanto nos gustan a quienes ya peinamos canas.

El headbanging puede dañar el cerebro, y otros riesgos del heavy metal y el punk

Sin duda conocen ustedes el codo de tenista, esa avería de los tendones causada por esfuerzos repetitivos del brazo que no solo afecta a quienes le dan a la raqueta, sino además a los carpinteros y otros trabajadores manuales. También la música tiene una parte de actividad física extenuante que acarrea sus propias dolencias. Un caso típico es la distonia focal, más conocida como distonia del músico, que causa movimientos involuntarios en algún músculo sobreexplotado por el intérprete.

La distonia es un serio problema que puede arruinar una carrera musical. Una revisión de 2015 encontró que afecta a entre el 1 y el 2% de los músicos profesionales, lo cual suma una cifra enorme si se escala a la población mundial. Pero lo curioso de la distonia del músico es que no es una enfermedad del brazo, sino del cerebro. Algunos estudios han revelado que la intensa práctica de los músicos hace que el control cerebral de las extremidades implicadas se desborde hacia otras regiones del cerebro, causando conexiones anómalas entre las neuronas; los músculos están reclutando neuronas que no les corresponden y que no saben hacer lo que se pide de ellas, y así aparecen los movimientos descontrolados.

Headbanging y black metal. Imagen de Wikipedia / Vassil.

Headbanging y black metal. Imagen de Wikipedia / Vassil.

Aunque son más conocidos los casos de pianistas que la sufren en las manos, la distonia puede afectar a intérpretes de cualquier instrumento y de cualquier género. En 2014 se describió en Alemania el caso de un batería de heavy metal de 28 años que había comenzado a sufrirla en su muslo derecho, poco después de haber comenzado a utilizar un pedal doble para el bombo. Este tipo de pedal permite ritmos más rápidos y da una base de percusión más llena también a velocidades más lentas. A costa de un esfuerzo mayor, claro.

Pero respecto a las enfermedades profesionales del heavy metal, si son aficionados al género tal vez se hayan hecho la misma pregunta que yo: si los cantantes, los profesores y otras personas que fuerzan la voz regularmente pueden sufrir problemas de garganta, ¿qué hay de los cantantes de death metal? Si no están familiarizados, les explico que en este subgénero (y en otros relacionados) los vocalistas cantan con lo que se conoce como death growls o death grunts, un gruñido gutural que sale de lo más profundo del ser y que a veces suena parecido a un eructo vocalizado. Es una especie de versión extrema de una forma de cantar utilizada desde mucho antes por músicos como Louis Armstrong, Joe Cocker, Tom Waits y otros.

En fin, es una manera poco natural de emplear la voz, y entre ensayos y bolos, los cantantes de estos grupos pueden estar torturándose la garganta si no recurren a un consejo profesional sobre cómo hacerlo sin dañarse. De hecho, la versión inglesa de la Wikipedia apunta: «El Centro Médico de Nijmegen de la Universidad de Radboud, en Holanda, informó en junio de 2007 de que, debido al aumento de la popularidad del gruñido en la región [por el death metal, se entiende], estaba tratando a varios pacientes que utilizaban la técnica incorrectamente por edemas y pólipos en las cuerdas vocales».

Lo cual debería alarmar a los cantantes de death metal… si fuera cierto. El problema es que no parece haber manera de confirmar estos datos. La fuente de la Wikipedia es un artículo en el diario Nederlands Dagblad en el que el logopeda Piet Kooijman decía estar tratando a varios vocalistas de estos grupos, pero hasta donde he podido encontrar, Kooijman no ha publicado ningún estudio científico al respecto.

De hecho, otros expertos desmienten categóricamente esta afirmación de Kooijman. El laringólogo de la Universidad de Nottingham (Reino Unido) Julian McGlashan ha estudiado la fisiología y la mecánica de la distorsión de la voz en situaciones reales de distintas modalidades de canto, incluido el death metal. Según sus resultados, presentados en varios congresos científicos, los death growls «pueden hacerse de forma segura», siempre que se emplee la técnica correcta con apoyo profesional.

La banda sueca de death metal melódico Amon Amarth, en Alemania en 2017. Imagen de Wikipedia / Markus Felix | PushingPixels.

La banda sueca de death metal melódico Amon Amarth, en Alemania en 2017. Imagen de Wikipedia / Markus Felix | PushingPixels.

Los resultados de McGlashan están en consonancia con un estudio de la Universidad de Santiago de Chile publicado en 2013. Los investigadores examinaron a un grupo de 21 cantantes de rock que utilizaban gruñidos y falsetes, en comparación con un grupo de control de 18 cantantes de pop. Según el estudio, estas modalidades de canto «no parecen contribuir a la presencia de ningún trastorno en las cuerdas vocales» en los sujetos del estudio. Sin embargo, los autores advierten de que su trabajo no cubre los posibles efectos a un plazo mayor con una dedicación intensa, ya que los cantantes examinados tenían una media de edad de 26 años y pertenecían a bandas amateurs.

Pero los musculares y los vocales no son los únicos posibles riesgos que pueden amenazar a metalheads y punks. Un gran clásico también estudiado por la ciencia es el headbanging, el movimiento violento de cabeza. Aunque algunos le suponen un origen más o menos reciente, fuentes bien informadas sitúan sus comienzos en los conciertos de Led Zeppelin allá por finales de los 60.

Por inofensivo que pueda parecer el headbanging, lo cierto es que hay varios estudios científicos que describen casos de daños ocasionados por esta práctica (para quien le interese, ver por ejemplo la lista de referencias en este caso reciente en Japón). El daño suele ser del mismo tipo, un hematoma subdural, o lesión en las meninges cerebrales. En algunos casos el resultado es fatal, como publicó la revista The Lancet en 1991. Hay al menos un par de casos descritos de rotura de la arteria carótida cerebral debida al headbanging, uno de ellos mortal. En 2005 se dijo que el ictus sufrido por el entonces guitarrista de Evanescence, Terry Balsamo, también fue debido al headbanging. Otro riesgo adicional son los daños en las vértebras cervicales.

Por suerte, en nuestra ayuda vienen Declan Patton y Andrew McIntosh, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Sídney (Australia). En 2008, estos dos investigadores analizaron la biomecánica del headbanging para la edición de Navidad de la revista British Medical Journal, bajo los criterios estandarizados de riesgo de lesiones en la cabeza y la espina dorsal. Patton y McIntosh encontraron que, para evitar daños, a un tempo musical medio de 146 pulsaciones por minuto el ángulo de giro de la cabeza nunca debe superar los 75º. Con ritmos más rápidos, el movimiento debe ser más limitado.

Como alternativas, y ya en un tono más mordaz adecuado a la edición navideña del BMJ, los australianos aconsejaban mover la cabeza solo en un golpe de batería de cada dos, utilizar un collarín, sustituir el heavy metal por Michael Bolton, Celine Dion, Enya y Richard Clayderman, sugerir a bandas como AC/DC que toquen Moon River en lugar de Highway to Hell, y etiquetar los discos de heavy metal con advertencias contra el headbanging.

Los riesgos para los aficionados al metal o al punk aumentan aún más para quienes gustan de sumergirse en esa masa frenética llamada mosh pit, donde se practica el moshing, básicamente empujarse, golpearse y patearse unos a otros en un «estado desordenado similar al de un gas», según un equipo de físicos que lo describió matemáticamente en 2013. Y no necesariamente es una cuestión generacional: en mis tiempos su versión en el punk se conocía como pogo, pero dado que nunca he disfrutado de que me agredan o me escupan, ni de hacérselo yo a otros, cuando la banda actuante era de las que invitaban a ello solía retirarme a un rincón discreto.

Y aún más viendo los adornos que se gastan algunas bandas, como esas muñequeras con clavos afilados que llevan los músicos de black metal. En 2006, dos médicos del Hospital Príncipe de Gales de Sídney (Australia) describieron el caso de un joven de 19 años que había sido empujado, con tan mala suerte que se clavó en el hombro una tachuela de 5 centímetros que llevaba otro tipo en la espalda de su chupa de cuero. Al parecer, en el momento el afectado estaba tan borracho que apenas se enteró, pero a la mañana siguiente tuvo que hacer una visita a Urgencias. La herida le había causado un enfisema subcutáneo, una acumulación de aire bajo la piel. Todo quedó en un susto.

Moshing. Imagen de Wikipedia / Harald S. Klungtveit.

Moshing. Imagen de Wikipedia / Harald S. Klungtveit.

Este mismo mes, tres médicos de urgencias de la Universidad de Massachusetts (EEUU) acaban de publicar una recopilación de lesiones causadas por el moshing. Los autores han reunido los casos de atención médica durante ocho grandes conciertos celebrados en un mismo recinto entre 2011 y 2014, con una asistencia total de más de 50.000 personas. Los resultados del estudio no son sorprendentes: la mayoría de los afectados, en el orden de varios cientos, eran varones con una edad media de 20 años, y que en el 64% de los casos llegaban con lesiones en la cabeza. El 28% de los heridos eran menores de 18 años; el más joven tenía 13. Y aunque el moshing era la causa más común de lesiones, un 20% de los casos se debía al crowd surfing, eso de pasar a alguien sobre las cabezas.

De todo lo anterior, tal vez les haya quedado la idea de que el heavy metal y el punk pueden ser nocivos para la salud. Pero no crean que otros géneros musicales son necesariamente más inocuos. Para la próxima entrega les reservo una sorpresa: ¿qué tipo de conciertos dirían que origina más casos de atención médica? Ni se lo imaginan.