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Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí: tras dos meses confinados, estamos como hace dos meses

Como persona con un doctorado en eso de la inmunología, suelen preguntarme: ¿cuándo se irá el covid?

(Nota for the record: si no recuerdo mal, oficialmente mi título de la UAM, expedido bajo mis propios apellidos y no el de mi abuela con el que siempre firmo mis escritos, dice que soy Doctor en Ciencias, especialidad de Bioquímica y Biología Molecular; hice mi tesis sobre la interleuquina-2 en un laboratorio de inmunología).

Primero y sin ánimo de ser jodión, como dicen por allá, sino por un puro ejercicio didáctico, suelo aclarar que LA covid ni viene ni va a ninguna parte porque no es un virus, sino una enfermedad: COVID-19, COronaVIrus Disease surgida en 2019. La «D» no es de «diciembre», como creía la persona al frente de uno de los mayores gobiernos de España. Es de «Disease«, «enfermedad», y por eso es femenino. Es cierto que Fundéu tolera el masculino y la RAE hasta lo prefiere, amparándose en razones que se resumen en el desconocimiento de la población. Pero es curioso que en los 80 todo el mundo entendiera a la primera la diferencia entre el virus, VIH, y su enfermedad, sida (en este caso un síndrome, masculino), y en cambio ahora no. Pero también es cierto que el de la denominación del nuevo coronavirus y su enfermedad ha sido un ejemplo histórico de descoordinación y torpeza que ha favorecido esta confusión (como conté aquí en febrero).

Pero ¿cómo? ¿Descoordinación y torpeza? ¿No es esto una opinión y, por tanto, opinable? En efecto, lo es. Hoy toca. A menudo me escriben lectores de este blog refiriéndose a mis «opiniones», y siempre aclaro que mis opiniones personales solo las conocen mis amigos. Por lo general y casi siempre, aquí cuento solo ciencia: los datos y el análisis, que es la interpretación de los datos para explicarlos al público. Decía un famoso asesor de presidentes de EEUU que cada uno tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios datos. Hay personas que tienden a calificar como opiniones los datos que no les gustan, pero no lo son. Puede que no nos guste la gravitación porque sería más divertido flotar, pero no es opinable.

Y sin embargo, hoy toca opinar. Que, como decía el asesor, todos tenemos derecho. Vuelvo a la pregunta del primer párrafo, aunque corregida: ¿cuándo se irá el virus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19 o covid?

Mi respuesta: nunca. Probablemente, añado a veces.

Confinamiento. Imagen de EFE / 20Minutos.es.

Confinamiento. Imagen de EFE / 20Minutos.es.

Igual que no es concebible un mundo sin sarampión, gripe o paperas, hoy ya no es concebible un mundo sin covid. Que yo sepa, no existe constancia confirmada de ningún caso en el que un virus haya desaparecido de la naturaleza por arte de magia. El virus del SARS de 2002 (Síndrome Respiratorio Agudo Grave, del que ha tomado su nombre también el nuevo coronavirus, muy parecido a aquel) no ha resurgido desde entonces, pero los expertos piensan que sigue agazapado en sus reservorios animales. Las nuevas gripes más peligrosas, como la H5N1, reaparecen esporádicamente, lo mismo que el MERS (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio) o el ébola. Solo dos virus, el de la viruela y el de la peste bovina, han sido erradicados, pero ha sido gracias a enormes esfuerzos internacionales. Un virus no se va por sí solo mientras siga encontrando huéspedes susceptibles.

Y de esto de los huéspedes susceptibles se trata hoy. Mi respuesta a la pregunta, que obviamente nunca gusta a quien la escucha, no es la opinión a la que me refiero. Más bien es una previsión fundada en la ciencia; falible, pero alineada con lo dicho por los expertos: ayer, por fin, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha dicho clarito y con todas sus letras algo que los científicos llevan meses repitiendo: que el nuevo coronavirus «podría no irse nunca».

Las voces de esos expertos han sido mucho más claras en este aspecto desde hace meses, como conté aquí el 11 de marzo. Aquel día se cerraron los colegios en la Comunidad de Madrid, pero aún no se había decretado el estado de alarma y por tanto todavía no estábamos confinados. Y, sin embargo, la petición popular de confinamiento era un clamor en Twitter. Que después se concedió. Entonces escribí aquí (pido disculpas por la larguísima autocita, pero importa para continuar el hilo):

Todas las medidas de contención, incluso si causan perjuicios, son bienvenidas si se trata de conseguir un bien mayor. Pero ¿se está teniendo en cuenta si esas medidas procuran ese bien mayor, de acuerdo a los estudios científicos de los expertos y las experiencias previas? ¿Se tiene la seguridad de que los beneficios esperables superan a los perjuicios? ¿O incluso si esos beneficios son realmente esperables? ¿Esas decisiones se basan en ciencia, o corren los gobiernos como pollos sin cabeza, legislando para el miedo y arrojando a la gente a vaciar supermercados?

[…]

En el fondo, la diferencia entre la moderación y el alarmismo apocalíptico es que quienes defienden esta segunda postura parecen creer que esto es cosa solo de unos meses, que si resistimos lo suficiente, podremos apechugar con ello y el virus se esfumará por sí solo. Un artículo publicado ayer en la revista The Atlantic bajo el título de “Cancel Everything” (“Cancelarlo todo”), y cuya autoexplicativa tesis es que hay que cancelarlo absolutamente todo, dice sin embargo: “¿Estás organizando un congreso? Retrásalo al otoño”.

¿Al otoño? Es decir, que el autor (como dato adicional, experto en política, no en epidemias), quien defiende cancelarlo todo –“la gente se pondrá furiosa contigo. Serás ridiculizado como un extremista o un alarmista. Pero aun así, es lo correcto”–, parece dar por naturalmente supuesto que en otoño esto habrá terminado. Que en solo unos meses nos sacudiremos las manos, el coronavirus se habrá desvanecido por arte de magia, y podremos retomar nuestras vidas coronavirus-free.

Solo que no es esto lo que dicen ni la experiencia ni los epidemiólogos. En cuanto a lo primero, ¿qué fue del virus de la gripe pandémica de 2009? Pues ahora es una de las gripes que regresan todos los inviernos. No desapareció, sino que ya está con nosotros para siempre. Y la gripe causa cada año hasta 650.000 muertes.

Y respecto a lo segundo, ¿qué es lo que están diciendo los epidemiólogos respecto a la futura evolución de la COVID-19?

Maciej Boni, epidemiólogo de la Universidad de Pensilvania: “Con seguridad, hay cientos de miles de casos, quizá un millón de casos que simplemente no se han registrado”. “Como balance, es razonable asumir que la COVID-19 infectará a tantos estadounidenses durante el próximo año como la gripe en un invierno normal: entre 25 millones y 115 millones”.

Stephen Morse, de la Universidad de Columbia: “Puedo imaginar un escenario donde este se convierte en el quinto coronavirus endémico en los humanos”. “Dependiendo de lo que haga el virus, posiblemente podría consolidarse como una enfermedad respiratoria que volvería estacionalmente”.

Amesh Adalja, de la Universidad Johns Hopkins: “Creo que es muy posible que el brote actual termine con este virus convirtiéndose en endémico”.

Michael Osterholm, de la Universidad de Minnesota: “Muy bien podría convertirse en otro patógeno estacional que causa neumonía”.

Marc Lipsitch, de la Universidad de Harvard: “Pienso que el resultado probable es que al final no podrá contenerse”. En el año próximo, calcula Lipsitch, entre el 40 y el 70% de la población mundial habrá contraído el virus de la COVID-19.

Allison McGeer, del Hospital Mount Sinai: “Cuanto más sabemos de este virus, mayor es la posibilidad de que su transmisión no podrá controlarse con medidas de salud pública”. “Estamos viviendo con un nuevo virus humano, y sabremos si se extenderá por todo el globo”.

Robert Redfield, director del CDC de EEUU: “Pienso que este virus estará probablemente con nosotros más allá de esta estación, más allá de este año, y que finalmente se instalará”.

Nathan Grubaugh, de la Universidad de Yale: “Sin una vacuna eficaz, no veo que esto acabe sin millones de infecciones”.

También en este caso podríamos continuar, pero parece claro que el consenso emergente entre los epidemiólogos no sugiere precisamente que el coronavirus vaya a desaparecer, sino que ha venido para quedarse. ¿Podrían todos los epidemiólogos estar equivocados? No puede descartarse, dado que nadie tiene una bola de cristal. Pero ahora mismo no parece probable. Y dado que sus predicciones parecen los argumentos más fiables a los que ahora podemos agarrarnos, estos deberían ser los que guiaran la toma de decisiones.

Hoy, más de dos meses después, muchos se muestran sorprendidos y desalentados por los resultados del gran estudio del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) de la seroprevalencia en España: solo hay un 5% de población seroconvertida, que ha desarrollado anticuerpos contra el SARS-CoV-2. En un informe del 30 de marzo que conté aquí, los epidemiólogos del Imperial College London (ICL) calculaban un 15% para España.

Es cierto que la cifra real del 5% puede parecer muy alejada del 15% estimado por el ICL. Pero no olvidemos esto: la estimación del ICL para un intervalo de credibilidad del 95% era de entre el 3,7% y el 41% de seroprevalencia. Así que puede decirse que no andaban tan desencaminados. Y menos aún lo estaban en que la seroprevalencia era mayor en España que en otros países europeos, como están revelando los datos.

Pero si la conclusión del estudio es desalentadora (el porcentaje del 60% necesario para la inmunidad grupal que hoy se está difundiendo en los medios está desactualizado; con una R0 que ahora se estima probablemente más cercana al 6 que al 2, los expertos están calculando ahora más de un 80%), en cambio no debería ser sorprendente: después de dos meses confinados en casa, ¿qué esperábamos?

Desde el comienzo de esta crisis han existido dos posturas, la moderada y la apocalíptica. La apocalíptica defendía un cierre total de la sociedad confiando en que un par de mesecitos en casa bastarían para exorcizar el maldito virus. Por nuestra parte, los moderados decíamos esto que escribí aquel mismo 11 de marzo:

En contra de lo que parece entenderse, la postura de la moderación, frente al alarmismo apocalíptico, no se basa en la idea de que esta epidemia sea poco relevante o de que vaya a desaparecer pronto, sino justamente en todo lo contrario: que no va a desaparecer, y que más tarde o más temprano es probable que la mayoría de nosotros vayamos a contraer el virus, a no ser que una vacuna llegue sorprendentemente antes de lo esperado. ¿Durante cuánto tiempo estamos dispuestos a vivir con colegios y centros de trabajo cerrados, sin espectáculos ni reuniones públicas, sin viajar, sin salir de casa? ¿Quince días? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Siempre?

Todo sea dicho, las medidas de contención sí consiguen un objetivo esencial: comprar tiempo para retrasar el avance de una epidemia. Como ya están explicando las autoridades sanitarias, reduciendo la interacción social se logra que la curva de contagios se aplane, repartiéndose más a lo largo del tiempo; el número final de infectados será el mismo en cualquier caso, pero un largo goteo en lugar de un chorro instantáneo tiene la ventaja de no saturar los sistemas de salud, y de que estos tengan en todo momento la capacidad de atender en óptimas condiciones a los enfermos para reducir al mínimo el número de muertes. Eso sí, el autor de The Atlantic lo ha entendido justamente al revés: cancelarlo todo ahora no conseguirá que en otoño haya terminado, sino lo contrario, que dure más.

Así que, de acuerdo, compremos ese tiempo. Pero cuanto antes asumamos que todo esto es como tratar de detener el mar con una raqueta de tenis, y cuanto antes avancemos hacia la mitigación, antes nos libraremos del pánico, la histeria constante del recuento de infectados, los telediarios monotemáticos, los tertulianos desinformados, los supermercados vacíos y la locura de las mascarillas. Sí, quizá haya algunas cosas que cambien para siempre. Pero tarde o temprano tendremos que continuar con nuestras vidas. Incluso si es el coronavirus el que les pone fin.

Si después de dos meses encerrados en nuestras casas se hubiera descubierto de repente que la mayoría de la población ya ha pasado la infección, esto obligaría a buscar una explicación no científica, sino mágica. Pero la magia no existe. Y el resultado de dos meses de confinamiento es el que no debería sorprender a nadie: solo una pequeña parte de la población está inmunizada, de un modo que, además, si se cumplen las previsiones de los científicos, será solo temporal, de uno o dos años. Y dentro de uno o dos años el virus seguirá aquí. Así que hoy es el día adecuado para rescatar el mil veces citado microrrelato de Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».

Una vez más: el confinamiento no estaba destinado a, porque no podía lograr que, el virus desapareciera. Su objetivo era aplanar la curva, y en cierta medida probablemente lo ha conseguido. Pero el virus no va a marcharse. Continuará propagándose hasta que alcance su máximo natural de infecciones, que será muy elevado, dada su alta capacidad de transmisión. La mayoría nos contagiaremos tarde o temprano. Los expertos del ICL recomendaban repartir los contagios de forma equitativa entre los distintos picos como mejor estrategia para reducir la mortalidad.

Un confinamiento tan estricto como el impuesto en España solo retrasa lo inevitable. Medidas menos drásticas y más llevables a muy largo plazo, sobre todo el distanciamiento social y el lavado de manos (no tanto las mascarillas, cuya protección es mínima), junto con el famoso «test-trace-isolate» que han puesto en práctica diversos países con más éxito que el nuestro, son el camino a seguir.

Podemos seguir confinados durante un mes. Dos. Un año. Un lustro. Cerremos el mundo el tiempo que se quiera. Por mi parte, he respetado estrictamente el confinamiento porque lo marca la ley. Pero no importa cuánto dure, algún día acabaremos saliendo. Y el virus no tiene ninguna prisa, porque seguirá aquí. Frente a la opción de que sea la aclamación popular (léase Twitter) la que continúe marcando las líneas de actuación de los distintos gobiernos, he aquí una sugerencia alternativa: escuchar a la ciencia. Y sí, es solo una opinión.