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Cosméticos con liposomas, otro timo que tampoco se irá

Apostaría mi calavera a que la reciente absolución científica del colesterol como gran satán de la dieta apenas va a cambiar el concepto que está tan instalado en la calle.

Como recordatorio de lo que ya he contado aquí, sucesivos estudios fracasaron al intentar demostrar esa idea preconcebida hace varias décadas sin ningún fundamento real, a saber, que a más colesterol en la dieta, más colesterol en sangre. En vista de las tozudas pruebas de que esto sencillamente no funciona tan sencillamente, y que incluso obligaron a una retractación por parte del proponente original de esta errónea idea, la nueva edición de las recomendaciones nutricionales de EEUU publicada a principios de este año ha eliminado la restricción del colesterol en la dieta, dando luz verde a que cada uno se sirva lo que le apetezca sin aumentar su riesgo de caer fulminado por un patatús coronario.

Resumo para que quede más claro: la primera potencia científica del mundo ya ha reconocido oficialmente que comer alimentos ricos en colesterol no perjudica la salud.

Pero como digo, difícilmente va a lograrse que el conocimiento de esta realidad permee en la calle. Por desgracia, la publicidad es mucho más poderosa que la divulgación científica. Hay mucha gente que duda de que el hombre llegara a la Luna, de que las vacunas sean seguras o de que la actividad humana haya alterado el clima terrestre, y sin embargo muchos parecen tragarse sin masticar la milonga que un fulano muy serio les cuenta en los intermedios de las pelis sobre lo necesario que es meterse entre pecho y espalda una ración de crustáceo antártico a la salsa de omega-3 (a pesar de que el omega-3 tampoco hace lo que dicen que hace).

En torno a las grasas de la dieta hay montado un inmenso negocio nutracéutico que va a explotar todos los recursos a su alcance para lograr perpetuar las falacias, del mismo modo que la industria del tabaco trató durante décadas de impedir un cambio de percepción que empañara la imagen pública de su producto. Es cierto que en el caso del tabaco este cambio acabó produciéndose, pero cabe preguntarse si habría ocurrido lo mismo en ausencia de las campañas promovidas por las autoridades oficiales.

En el caso del colesterol es dudoso que exista este apoyo, dado que los alimentos bajos en colesterol no hacen nada malo. Simplemente, tampoco hacen nada bueno, y este planteamiento es el mismo que mantiene en la calle y en la legalidad, por ejemplo, a los productos homeopáticos, o a los videntes radiotelevisivos que en sus anuncios evitan escrupulosamente arrogarse ninguna capacidad de videncia; se limitan a presentarse como psicólogos alternativos: «si hay algo que te preocupa, nuestro equipo de profesionales [¿?] puede ayudarte», dicen, viajando por el universo sobre un estrellado fondo de constelaciones.

Ilustración del corte de un liposoma. Imagen de Wikipedia.

Ilustración del corte de un liposoma. Imagen de Wikipedia.

Ahora tenemos otros dos ejemplos de timos derribados por la ciencia, pero tan rentables que también están destinados a perdurar. El primero (el segundo, mañana) es un viejo conocido de la mitología parafarmacéutica: los liposomas en las cremas cosméticas. Los liposomas son una especie de microcélulas artificiales vacías que pueden rellenarse con lo que uno desee. La idea es que se pueden encapsular sustancias en su interior para que lleguen al lugar deseado. Y de hecho, pueden utilizarse de este modo como vehículos para administrar fármacos dentro del organismo. Pero otra cosa es que sean capaces de atravesar la piel, como aseguran las compañías cosméticas.

Y no, no lo hacen. Ya no recuerdo cuándo leí el primer estudio demostrando que los liposomas sobre el cutis hacían lo mismo que cualquiera que no sea Harry Potter tratando de atravesar la entrada al andén 9¾. Pero sí recuerdo el último, porque se ha publicado esta misma semana, y las técnicas de análisis cada vez más avanzadas ya no dejan lugar a dudas.

Investigadores de la Universidad del Sur de Dinamarca ya habían demostrado en 2013 que los liposomas se desbaratan y pierden su carga útil en el momento en que tocan la piel, lo que deja ahí, sencillamente tiradas sobre el cutis, a las moléculas presuntamente beneficiosas que debían viajar cómodamente en su vehículo hasta las capas profundas de células vivas. Ahora, el mismo equipo ha perfeccionado su método, basado en una avanzada nanoscopía que permite observar directamente los liposomas individuales, y su conclusión es tajante.

Así lo cuenta el director del estudio publicado en la revista PLOS One, Jonathan Brewer: «De una vez por todas, establecemos que los liposomas intactos no pueden penetrar la superficie de la piel. Por tanto, debemos revisar la manera en que percibimos los liposomas, especialmente en la industria del cuidado de la piel, donde los liposomas se perciben como esferas protectoras que transportan agentes a través de la barrera cutánea».

Contrariamente a lo que cualquiera acostumbrado a otros campos de la actividad humana podría sospechar, el propósito de estos científicos, como el de tantos otros, no es encabezonarse en tener razón para no ceder ni un ápice desde sus planteamientos previos (por favor, ni se les ocurra pensar que me estoy refiriendo a la política), sino simplemente poner a prueba un principio comúnmente aceptado sin la debida validación científica. Es probable que a estos investigadores les hubiera resultado mucho más rentable demostrar que los liposomas funcionan a las mil maravillas, porque la industria cosmética pone mucho dinero en juego.

Pero la realidad es la realidad. Y con honestidad, los científicos precisan que no pueden negar la posibilidad de que alguna reacción química en la piel pudiera ayudar a que los agentes encerrados en los liposomas atraviesen la frontera cutánea: «Cuando los liposomas tocan la piel y se rompen, no es seguro que los agentes activos se pierdan; pudiera ser que se iniciara alguna reacción química que de alguna manera ayudara a los agentes a viajar a través de la barrera de la piel». De hecho, como también conté aquí, algunas cremas o esas soluciones antisépticas de manos que se usan en hospitales y baños de oficinas pueden facilitar que ciertos compuestos penetren en la piel, incluyendo contaminantes del entorno que preferiríamos mantener fuera de nosotros.

Pero para lograr esto, construir algo tan sofisticado como un liposoma es una manera inútilmente costosa de matar moscas a cañonazos, porque incluso si hacen algo «es de una manera diferente a como nos cuenta la industria de la belleza», dice Brewer.