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Bienvenida al mundo, ciencia cubana

Cuando yo trabajaba en mi tesis doctoral, no era raro que científicos cubanos nos visitaran para estancias cortas o sabáticos; sobre todo en mi campo de investigación, la inmunología (aclaración: para los científicos, un año sabático tiene un significado diferente que para el resto de la humanidad; no es un período destinado a extraerse parsimoniosamente las pelusas del ombligo, sino a trabajar como siempre pero en otro laboratorio distinto del propio, preferiblemente en otro país).

Imagen de Bryan Ledgard / Flickr / CC.

Imagen de Bryan Ledgard / Flickr / CC.

Los investigadores cubanos demostraban excelente formación y avidez por trabajar, aprender, discutir y enseñar. Venían adornados por una fama de lograr meritorios resultados con medios deficientes e inadecuados, y además se veían obligados a completar su formación en condiciones penosas: recuerdo a una investigadora que se había visto obligada a dejar en La Habana a su marido, también científico, y a su niña de corta edad.

Según ella misma me contó, por razones descriptibles el régimen castrista no permitía de ninguna manera que dos investigadores casados trabajaran en el extranjero al mismo tiempo, por lo que ambos debían turnarse para sus sabáticos, condenando a la pequeña a la ausencia casi perpetua de uno de sus progenitores. Y lo que siempre me dejó patidifuso era que, a pesar de las cosas que dejó en La Habana, ella era castrista hasta el tejido esponjoso de la médula ósea; pero también es preciso mencionar que, justo al contrario que aquí, su salario le daba vueltas al del trabajador cubano medio.

El régimen cubano ha mantenido el empeño de apoyar intensamente las ciencias, al menos la biomedicina, la biotecnología y la geología, como manera de abastecer sus necesidades sanitarias, agrícolas, energéticas, minerales y alimentarias en una situación de autarquía y bloqueo. Y a lo largo de décadas la ciencia cubana ha aprovechado el acceso al fondo común de conocimiento, pero también ha desarrollado independientemente sus propias soluciones de espaldas a la corriente global liderada por EE. UU.; la versión académica de lo que por allí llaman «resolver».

Los investigadores cubanos no han estado aislados de todo el resto del mundo; hasta el desplome del bloque soviético, disfrutaban del acceso a la potente ciencia rusa. Y como menciono más arriba, fluían hacia y desde Europa con relativa facilidad. Pero teniendo roto el cable de conexión con su ancestral enemigo que, casualmente, es la primera potencia científica del planeta y que, como tal, es el corazón que bombea gran parte de la ciencia que discurre por las venas del globo, esto les cerraba (y aún les cierra) el grifo del acceso a equipos, reactivos, ordenadores, internet y casi todo lo demás.

Con la nueva política de apertura promovida por ambas partes, los convenios han empezado a caer uno tras otro. Y entre ellos, ya han empezado a firmarse los que comunicarán definitivamente la ciencia cubana con la estadounidense y con sus potentes instituciones y publicaciones. El ejemplo previo lo tenemos en China, que en poco más de una década ha pasado de la ciencia de clausura a la presencia habitual en las mejores revistas como la norteamericana Science o la británica Nature.

El ejemplo de China ilustra a la perfección lo que no es un despegue científico, sino una apertura de su ciencia al mundo. La base de datos Medline, el mayor recurso mundial de publicaciones científicas sobre biomedicina y ciencias de la vida, registra 123.680 estudios publicados en 2014 desde China. En 2010, el país asiático aportó 66.589 estudios. En 2000, unos ridículos 8.108. Y en 1990 China aún no existía para la ciencia mundial, con 1.454 estudios registrados en Medline.

Las cifras de Cuba son irrisorias: 465 estudios en 2014, 324 en 2010, 236 en 2000 y 89 en 1990. Pero teniendo en cuenta que la biotecnología es actualmente la segunda fuente de ingresos del país después del turismo, es fácil comprender que no se trata de impotencia científica, sino de otra cosa. La abundante y valiosa ciencia que se practica en Cuba es mayoritariamente aplicada; sus resultados son patentes más que publicaciones, y estas últimas son sobre todo de consumo interno. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la isla ya cuenta con unas 1.200 patentes internacionales y comercializa productos farmacéuticos y vacunas en más de 50 países, con más de 90 nuevos productos actualmente bajo prueba en más de 60 ensayos clínicos. De hecho, muchos de estos fármacos ya se han probado y exportado fuera de la órbita norteamericana, en Europa y Japón. Y todo esto, teniendo en cuenta que la primera tesis doctoral se leyó en la isla en 1973, según un artículo publicado esta semana en Science.

Una primera muestra de este nuevo clima de colaboración científica entre la isla y EE. UU. será CimaVax-EGF, una vacuna terapéutica contra el cáncer de pulmón desarrollada durante 25 años en el Centro de Inmunología Molecular (CIM) de La Habana y que en Cuba se administra gratuitamente desde 2011. Se trata de un medicamento de concepto muy simple, una proteína que inmuniza contra un factor de crecimiento empleado por las células cancerosas. Aunque no es una cura, los ensayos clínicos de fases II y III en Cuba han demostrado que puede prolongar unos meses la supervivencia de los pacientes. Y todo ello, según Wired, a un coste para el gobierno de un dólar la dosis.

Según informó Reuters el mes pasado, la visita a la isla del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, sirvió para firmar un convenio que llevará el CimaVax-EGF al Roswell Park Cancer Institute de Búfalo, uno de los centros de oncología clínica y científica más importantes de EE. UU. Allí los investigadores solicitarán los permisos para lanzar un ensayo clínico el próximo año, pero también tratarán de exprimir nuevas posibilidades del producto, como su aplicación a otros tipos de cáncer o su empleo como vacuna preventiva en lugar de terapéutica. El nuevo clima de cooperación entre EE. UU. y Cuba, entre recursos y talento, potencia y capacidad innovadora, promete una sinergia interesante y fructífera que dará un nuevo empujón a la ciencia mundial y del que todos nos beneficiaremos.

En resumen, la ciencia cubana es un filón por excavar, un cofre de tesoros dispuesto a abrirse por completo al mundo. A los científicos cubanos solo les hará falta ahora superar la misma barrera que anteriormente debieron saltar los investigadores chinos: aprender inglés. Y mientras tanto, tal vez a quien corresponda debería acuciarle la idea de que compartir el idioma en el que este tesoro está escrito es una oportunidad que cualquier país aspirante a potencia científica no debería desaprovechar.