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Escuchar death metal aporta alegría y paz interior a sus seguidores

Ayer les contaba aquí que la ciencia aún no ha podido reunir pruebas convincentes de los beneficios específicos del mindfulness, esa técnica de meditación cuya popularidad ha explotado de tal modo que la onda expansiva nos ha alcanzado incluso a quienes estamos en el radio más distante. Pero aclaré también que esto significa exactamente lo que la frase expresa literalmente: la ciencia no niega los beneficios del mindfulness, sino que hasta ahora no ha podido encontrarlos.

Y no puede decirse que no se hayan buscado; como conté ayer, ya se han hecho casi 5.000 estudios. Por supuesto que algunos sí encuentran efectos positivos, pero no así otros, y la ciencia no consiste en lo que en inglés llaman cherry-picking o coger cerezas (aquí tal vez podríamos hablar de coger setas), elegir los estudios que nos convienen, sino en analizarlos todos en su conjunto. Cuando se examinan globalmente los trabajos válidos publicados, esos beneficios no afloran claramente, o al menos no superan a los que pueden obtenerse de otras actividades como la psicoterapia o el simple ejercicio físico. Y si debemos fiarnos de la experiencia, cuando cuesta tanto demostrar algo… tiende a ser más bien improbable que realmente haya algo que demostrar.

Todo lo cual no supone un alegato científico en contra del mindfulness, sino una llamada al escepticismo frente a cualquier tipo de proclama exagerada que pretenda vender esta práctica como el milagro capaz de cambiarnos la vida. A algunas personas tal vez les aporte beneficios. A otras no. Y en cambio, puede que algunas de estas alcancen la alegría y la paz interior con otras actividades tan alejadas del mindfulness como pueden estarlo la meditación y el death metal.

Cannibal Corpse en concierto en Washington en 2007. Imagen de Chris Buresh / Wikipedia.

Cannibal Corpse en concierto en Washington en 2007. Imagen de Chris Buresh / Wikipedia.

No, no es un ejemplo metafórico. Esto es precisamente lo que descubre un estudio elaborado por tres psicólogos de la Universidad Macquarie de Australia y que se publicará próximamente en la revista Psychology of Popular Media Culture. A través de un ensayo experimental y mediante un amplio arsenal de tests y cuestionarios, los investigadores trataron de saber qué tipo de emociones evoca el death metal en un grupo de 48 fans de este subgénero, en comparación con otro grupo de 97 voluntarios que no escuchan este tipo de música.

Quienes visiten este blog de tanto en tanto quizá recuerden que a finales del año pasado publiqué aquí una serie de artículos (que comenzaba aquí) sobre estudios científicos relacionados con la música, y en especial sobre géneros musicales extremos como el metal y el punk. Un viejo cliché asocia estos estilos de música con la agresividad, la violencia, la conducta antisocial y las vidas desestructuradas. Pero la música solo es música, y si en algunos casos es más que música, lo que hay de más no es realmente música. Con esta frase más propia de Rajoy quiero significar que los científicos no parecen encontrar una relación de causa –escuchar decibelios y guitarras distorsionadas– y efecto –acabar tarado–, a pesar de que algunos claramente abordaron sus investigaciones dándolo por hecho.

Si es que en algunos casos existe una relación, tal vez sea de otro tipo; ya sea que ciertas personas de por sí problemáticas encuentren su nicho en el metal o el punk, o que reaccionen inadecuadamente a un estigma social, o incluso que exista un cierto perretxiko-picking a la hora de destacar ciertos rasgos de los protagonistas de sucesos concretos. Creo evidente que la mayoría de quienes hemos frecuentado estos géneros musicales desde hace décadas no hemos salido tan tarados. Incluso en el caso del black metal, que en los años 90 sirvió de escenario a varios sórdidos crímenes en su Noruega natal, es evidente que la práctica totalidad de sus seguidores jamás ha decapitado a nadie.

Los investigadores del estudio que vengo a contar eligieron el death metal por ser uno de los subgéneros que suelen asociarse con contenidos más violentos en sus letras y su iconografía. Esto es más que innegable en algunos (no todos) de los ocho grupos elegidos por los psicólogos, Cannibal Corpse, At the Gates, Arch Enemy, Nile, Autopsy, Obituary, Carcass y Bloodbath. La canción de Cannibal Corpse utilizada para el estudio, Hammer Smashed Face (Cara aplastada por un martillo), describe una repugnante escena de tortura brutal y asesinato a manos de un psicópata que lo cuenta en primera persona.

(Atención: creo que debo advertir de que el siguiente vídeo no es apto para menores, y probablemente tampoco para muchos mayores).

Fuerte, ¿no? Si nos atenemos a la interpretación más simple, cabría imaginar que los fans de Cannibal Corpse están a un hervor de lanzarse a la calle a descuartizar a sus semejantes. Pero naturalmente, el ser humano es bastante más complicado de lo que sugiere esa lógica simple. Como era de esperar, la música provoca emociones diferentes en fans y no fans del death metal: en los segundos predominan la tensión, el miedo y la furia, pero a los primeros la música que escuchan habitualmente les inspira sobre todo fuerza o energía (3,93 sobre 5), alegría (3,58) y paz (2,73). Según los autores, «parece que los fans pueden atender selectivamente a atributos particulares líricos y acústicos de la música violenta de un modo que promueve objetivos psicosociales».

El estudio está en consonancia con otros que he contado aquí anteriormente y que encuentran diferencias parecidas: la escucha de estilos musicales extremos resulta perturbadora y desagradable para quienes no son aficionados a estos géneros, pero a sus seguidores les induce generalmente emociones positivas. Y por otra parte, si alguien decidiera estudiarlo, es bastante concebible que ocurriera justo lo contrario en un análisis inverso, sometiendo a los metalheads a una selección de grandes éxitos de Operación Triunfo.

Según uno de los fans participantes, «tiene algo que ver con el grito primario dentro de nosotros, es una descarga, aceptación y empoderamiento«. Los autores destacan que probablemente los fans del death metal buscan cosas diferentes en la música que los aficionados a otros estilos musicales, y que las letras violentas se contemplan con distanciamiento psicológico porque no son reales.

¿Obvio? Es un caso parecido al de las películas violentas, aunque los autores aciertan al señalar una diferencia: las convenciones del cine establecen unos criterios morales con respecto a la presentación de la violencia en un contexto narrativo que la explica; los malos pierden y sufren castigo, y cuando los buenos son violentos es porque los malos empezaron primero, o para evitar un mal mayor. Sin embargo, nada de esto existe en Hammer Smashed Face.

Pese a todo, esto nos lleva a esa eterna pregunta que ronda las mentes de padres y madres: ¿la violencia audiovisual (películas, música, videojuegos…) lleva a la violencia real? Pero esta es otra historia más amplia, y si acaso ya repasaremos otro día qué dicen los científicos de ello. Por el momento y por si Cannibal Corpse les ha dejado un regusto demasiado visceral (literalmente), les dejo con First Kill de los grandes Amon Amarth, death metal melódico con esas octavas de guitarra que tanto nos gustan a quienes ya peinamos canas.