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Publicado en Nature: La cultura de los bancos promueve el engaño

No es que a estas alturas necesitemos más pruebas del comportamiento deshonesto de los bancos. Pero el hecho de que un estudio publicado en la revista Nature lo certifique nos dará, a partir de ahora, el argumento de que es un hecho científicamente demostrado. El trabajo es, además, uno de esos brillantes ejemplos de que es posible producir una investigación relevante, significativa y de gran impacto en la prensa utilizando como herramienta exclusiva un cerebro bien equipado: ni siquiera las monedas, el único material del experimento, pertenecían a los investigadores, sino a los propios participantes en el estudio.

Los investigadores, del Departamento de Economía de la Universidad de Zúrich (Suiza), reclutaron por internet a un grupo de 208 empleados de banca, 128 procedentes de una gran entidad multinacional –lógicamente, sin especificar– y el resto de otros bancos. A cada uno de los voluntarios se le pidió que tomara una moneda para jugar a cara o cruz, con las instrucciones de repetir el lanzamiento diez veces según las siguientes reglas: en cada tirada se le informaba previamente de la ganancia asociada a cada resultado, 20 dólares si salía cara y 0 si salía cruz, o al revés. Es decir, que en total el beneficio podía ascender a 200 dólares si el participante lograba en todos los casos la jugada ganadora. Ahora bien, se informaba a los voluntarios de que solo podrían cobrar su ganancia si esta igualaba o superaba la de un sujeto de un estudio piloto seleccionado al azar. Los participantes debían realizar el experimento en la intimidad de sus casas y luego informar del resultado.

Billetes de 5.000 en diferentes divisas. Imagen de Wazouille / Wikipedia.

Billetes de 5.000 en diferentes divisas. Imagen de Wazouille / Wikipedia.

Los responsables del estudio añadieron un factor para distinguir entre la conducta personal y profesional de los voluntarios. Todos debían completar una encuesta antes de comenzar el experimento, pero para algunos el cuestionario estaba referido a su labor profesional –por ejemplo, ¿cuál es su función en el banco?–, mientras que el resto recibía solo preguntas de carácter personal –como ¿cuántas horas ve la televisión a la semana?–. Por último, a modo de control, se repitió el experimento con otros dos grupos de voluntarios formados respectivamente por estudiantes y por empleados de empresas no relacionadas con la banca.

El resultado fue que el grupo de banca al que se había orientado hacia su labor profesional informó de un 58,2% de jugadas ganadoras, frente al 51,6% en los que habían contestado a las preguntas personales. La estimación de mentiras en el grupo del experimento fue de un 16% (frente a un 3% en los controles), correspondiente a un 26% de individuos que falsearon sus tiradas. En los grupos de control, el porcentaje fue similar al de los empleados de banca orientados al terreno personal.

Los autores concluyen que los empleados de banca no son intrínsecamente deshonestos, pero que practican conductas fraudulentas inducidos por la cultura corporativa de su entidad. «Nuestros resultados sugieren que las normas sociales en el sector de la banca tienden a ser más indulgentes con el comportamiento deshonesto, contribuyendo así a la pérdida de reputación del sector», señala el coautor del estudio Michel Maréchal. Otro de los autores, Alain Cohn, propone que los empleados de banca –es de suponer que también los directivos– prometan ser honrados. «Los bancos podrían fomentar la conducta honesta cambiando las normas sociales implícitas del sector», dice Cohn. «Varios expertos y autoridades de supervisión sugieren, por ejemplo, que los empleados de banca deberían pronunciar un juramento profesional, similar al juramento hipocrático de los médicos».

Como dato adicional curioso, los investigadores condujeron una encuesta destinada a examinar la reputación de los empleados de banca entre la población. Para ello preguntaron a los participantes cuál creían que sería el porcentaje de jugadas ganadoras declarado por los empleados de banca. A otros encuestados se les hizo la misma pregunta, pero relativa a otros colectivos, como los presos, los médicos o la población general. El resultado fue que la percepción de la honestidad de los bancarios es aún más negativa que la realidad, ya que la encuesta arrojó un 64% de jugadas declaradas como ganadoras, lo que corresponde a una tasa de fraude del 27%. Los empleados de banca quedaron peor retratados que los presos, siendo los médicos percibidos como los más honestos a juicio de los encuestados.

En un comentario adjunto al estudio, la investigadora en economía Marie Claire Villeval escribe que «los incentivos y la cultura de negocio desarrollada en el sector financiero pueden minar las normas de honestidad de los empleados ordinarios». «Estos resultados confirman algunas opiniones populares sobre las prácticas del sector financiero y tienen implicaciones directas: es crucial asegurar una cultura de negocio de honestidad en este sector para restaurar la confianza en él». Por último, Villeval añade un interesante corolario: «Se podría utilizar el mismo método para probar si la honestidad de los políticos se ve afectada negativamente por un condicionamiento hacia el entorno político cuando los participantes se enfrentan con oportunidades de ganancia política».

Quizá algún lector habitual de este blog se esté preguntando qué ha sido de mi escepticismo respecto a los estudios basados únicamente en datos estadísticos, como los epidemiológicos o los conductuales. Para este estudio concreto, como para otros de metodología similar, sigo pensando que existen multitud de variables ocultas que podrían provocar una reagrupación de los participantes insospechada por los investigadores y con resultados muy diferentes. Y continúo sosteniendo que otro posible estudio dirigido al mismo objetivo, pero diseñado con condiciones distintas, aunque igualmente sólidas que las presentadas, podría arrojar resultados también muy distintos. E incluso que el mismo estudio repetido en verano en lugar de en invierno, o en papel en lugar de por internet, o con monedas de dólar neozelandés en lugar de francos suizos, podría haber dibujado un panorama alternativo. Es más; en este, como en otros estudios de su clase, siempre parece existir una brecha a salvar entre resultados y conclusiones que para mí, como biólogo, es considerable (y que debe de ser enorme para un físico y atroz para un matemático). Pero si al menos el estudio provoca el eco suficiente para que las sugerencias de los autores sean tenidas en cuenta, algo habremos ganado.