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Asgardia, el país espacial, ya tiene medio millón de ciudadanos

El primer país en el espacio ya tiene más ciudadanos que Islandia, Malta o Bahamas. Aunque en realidad aún no exista, y sea muy dudoso (siendo generosos en la valoración) que jamás llegue a existir.

Imagen oficial de Asgardia, de su Twitter.

Imagen oficial de Asgardia, de su Twitter.

Claro que esto no detiene a sus fundadores, empezando por su cabeza visible, el científico y empresario ruso Igor Ashurbeyli, un señor con aspecto de abuelo de anuncio de Milka que en numerosos medios aparece presentado como «presidente del Comité de Ciencia del Espacio de la Unesco»; esto, si dejamos aparte el hecho de que la web de la Unesco solo recoge una mención a Ashurbeyli a propósito de la concesión de una medalla, y que tampoco incluye ningún comité con ese nombre.

La idea de Ashurbeyli es nada menos que fundar el primer país de pleno derecho en el espacio con el reconocimiento de Naciones Unidas. Asgardia, que así se llamará, recibe su nombre de Asgard, el Reino de los Cielos de la mitología nórdica donde se sitúa el Valhalla, el paraíso de los guerreros muertos en combate. El padre fundador de esta aspirante a nación pretende que su primer territorio sea un satélite no tripulado –probablemente un nanosatélite en el que apenas cabría un vikingo muerto, previa incineración–; pero en el futuro, Ashurbeyli confía en poner en órbita una estación espacial habitable con plena soberanía: aprended, nacionalistas terrestres.

Junto a Ashurbeyli se encuentra un puñado de personajes relacionados de un modo u otro con el espacio, como el astrofísico David Alexander, director del Instituto Espacial de la Universidad Rice (EEUU), el jurista Ram Jakhu, director asociado del Centro de Investigación Legal del Aire y el Espacio de la Universidad McGill (Canadá), el ingeniero Joseph Pelton, director emérito del Instituto de Investigación del Espacio y las Comunicaciones Avanzadas de la Universidad George Washington (EEUU), o el cosmonauta rumano Dumitru Dorin Prunariu.

Todos ellos han puesto en marcha una iniciativa presentada recientemente en rueda de prensa, y que ya cuenta con lo básico que se necesita para ser tomado en serio en el planeta Tierra: una página web y una cuenta de Twitter. En el anuncio de la creación de la nueva nación sin referéndum de ninguna clase, Asgardia abrió uno de esos «¡llame ahora!» como los de la teletienda: una barra libre de nacionalidad (sin perder la propia, naturalmente) para los primeros 100.000 solicitantes.

Cuando escribo estas líneas, ya son 531.846 los asgardianos; y por si les interesa, España es el undécimo país con mayor número de solicitantes: 10.462. Con todo ello, Asgardia ya ocupa el puesto 169 del mundo por número de habitantes, justo por debajo de Luxemburgo y por encima de Cabo Verde.

Pero no se me amontonen: debido al efecto llamada que provocó una avalancha de solicitudes, por el momento los gobernantes fácticos de Asgardia (a los que en junio de 2017 sucederá el primer gobierno legítimamente elegido por sufragio y que llenará una docena de carteras ministeriales, entre ellas, ¡sí!, un MINISTERIO DE CIENCIA) han suspendido el registro de nuevos asgardianos. Y tampoco confíen demasiado en que Ashurbeyli les lleve de excursión: «todavía no es posible llevar a todo el mundo al espacio. Así que no hay planes de llevar a los asgardianos al espacio en este momento», dice la web en su sección de preguntas frecuentes.

Por lo demás, Asgardia mantiene un concurso público abierto a cualquier humano con ideas para definir su bandera, su escudo y su himno. Esto último parece especialmente complicado. No solo porque cada vez es más difícil escribir la letra de un himno (que nos lo digan a los de aquí) sin recurrir a esos hoy inaceptables estribillos clásicos sobre pisotear las cabezas de los enemigos y hacer correr su sangre; sino porque ¿qué se puede decir de un país que está en el espacio y, además, no existe? ¡Oh, Asgardia, Asgardia…! ¿…que en el espacio haces guardia?

Porque en realidad, ese el propósito de todo ello. Sí, lo hay, y es actuar como defensa del ser humano en el espacio contra amenazas cósmicas, tales como tormentas solares extremas o asteroides errantes. Pero en realidad hay algo más, el motivo por el que hoy traigo aquí esta curiosa historia.

No piensen que pretendo tomarme a chufla esto de Asgardia. Por mucho que el asunto invite a afilar el colmillo del sarcasmo, y que el adjetivo «inviable» se le quede francamente corto, en realidad la iniciativa de Asgardia es un síntoma más de algo muy interesante, otra señal de que algo por fin se está moviendo.

Durante décadas, desde el fin del programa Apolo de la NASA, y con la excepción de ese carísimo ganso orbital llamado Estación Espacial Internacional, el espacio se ha mantenido como un coto exclusivo de la ciencia y las máquinas (y si acaso, los usos militares).

Por supuesto que la ciencia espacial es inmensamente valiosa y necesaria, y que la mejor manera de hacerla es con sondas robóticas. Pero siempre que el ser humano ha sabido de nuevos mundos, no se ha conformado con verlos desde lejos, ni los ha vedado solo para uso científico. Somos una especie viajera por naturaleza. Y si la carrera espacial pareció propiciar el comienzo de la exploración de esas nuevas fronteras, fue solo una ilusión: se acabó el dinero, cambió la mentalidad, y durante medio siglo hemos mantenido anestesiada esa ambición de llegar a donde jamás hemos llegado antes. El espacio no es solo ciencia: es la continuación natural de la historia humana.

Hace unos días contaba aquí el proyecto del magnate tecnológico Elon Musk de fundar una colonia en Marte. El plan de Musk y la iniciativa Dharma, perdón, quiero decir Asgardia, son solo dos ejemplos de entre otros muchos que están sacando del armario y desempolvando ese viejo anhelo del ser humano. Tal vez piensen que pese a todo aún carecemos de la tecnología, y no les falta razón. Pero si piensan que es la tecnología la que limita la ambición, en esto debo discrepar: pienso que es la ambición la que limita la tecnología. Y ahora, la ambición ha vuelto.

Y perdónenme… pero no puedo refrenarme de terminar con mi propuesta para el himno de Asgardia, a cargo de los inimitables Monty Python.