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El delirio de la homeopatía: el caso de la saliva de perro rabioso (II)

A finales del siglo XVIII las enfermedades humanas eran aún en gran parte un misterio. No se conocían los microbios patógenos, ni mucho menos los procesos celulares y moleculares del organismo. Los médicos actuaban más por intuición o por experiencia común que por conocimiento científico, y en muchos casos los remedios eran peores que la enfermedad; por ejemplo la sangría, por entonces muy popular y que en la mayoría de los casos era perjudicial para el paciente.

En aquel contexto, muchos médicos desarrollaron teorías más o menos intuitivas y fantasiosas sobre el origen de la enfermedad y sus posibles formas de curación, que pusieron a prueba con los rudimentarios métodos de la época. Uno de ellos fue el alemán Samuel Hahnemann, quien traduciendo un tratado médico se encontró con la proclama de que la corteza de un árbol servía para tratar la malaria.

Samuel Hahnemann en 1841. Imagen de Wikipedia.

Samuel Hahnemann en 1841. Imagen de Wikipedia.

Intrigado, Hahnemann probó aquel presunto remedio y al parecer sintió ciertos síntomas parecidos a los de la malaria. Ello le llevó a inspirarse en el trabajo previo de otro médico austríaco para promover una hipótesis: lo similar cura lo similar; es decir, la enfermedad viene provocada por sustancias que también tienen la capacidad de curarla, siempre que la dosis sea ínfima para evitar su toxicidad.

La idea no tenía ningún fundamento científico. Pero en el batiburrillo de teorías locas de su época, cuando la medicina corría como pollo sin cabeza, era una más. El propio Hahnemann propondría alguna otra hipótesis absurda, como que muchas enfermedades venían causadas por el café. Pero fue en 1796 cuando publicó su método, consistente en diluir las sustancias una vez tras otra hasta que típicamente no quedaba ninguna molécula en la disolución.

Entre las diluciones era necesario agitar el recipiente de una manera determinada para conseguir lo que llamaba «potentizar» el líquido, o que de alguna manera sus propiedades beneficiosas pasaran a la solución aunque la sustancia en sí ya no estuviera presente. El resultado era un preparado capaz de actuar contra las «miasmas«, un tipo de ente indefinido que para Hahnemann era el causante de la enfermedad. Había nacido la homeopatía.

Aunque por entonces la medicina era una incubadora de teorías descabelladas y tiros al aire, tampoco quisiera dejar aquí la impresión de que en su día la teoría homeopática era plausible o que fue aplaudida. La medicina era primitiva, pero por entonces ya era mucho lo que se conocía sobre la física de la naturaleza, y aquello de las miasmas, la dilución y la potentización sonaba para numerosos científicos más a alquimia medieval que a la química de la época. John Forbes, médico de la reina Victoria de Inglaterra, calificaría la homeopatía como “una atrocidad contra la razón humana”.

Pero luego llegaron los siglos XIX y XX, y con ellos, la ciencia médica moderna. Se descubrió que la corteza del árbol que había tomado Hahnemann contenía quinina, un compuesto que mataba el parásito causante de la malaria. Que muchas enfermedades estaban causadas por microbios, no por miasmas. Que otras enfermedades estaban causadas por los genes, por agresiones ambientales, por mutaciones u otras causas bien definidas. Que no existe ningún fantasma de los fármacos pasados que quede presente en el agua cuando se le ha retirado hasta la última molécula de dicho fármaco, por mucho que se agite. Que el agua es solo agua. Y que el método y la teoría de Hahnemann podrían enseñarse hoy en la asignatura de pociones del colegio Hogwarts de Harry Potter, pero que no se corresponden con ningún principio o fundamento físico conocido en la naturaleza.

Pese a todo, para entonces la homeopatía se había convertido en una industria floreciente y enormemente rentable, ya que resulta muy barato producir los preparados: cualquier nuevo fármaco lleva detrás muchos años de investigación y de ensayos preclínicos y clínicos, mientras que a la homeopatía le basta con su propia tradición, ya amortizada sobradamente. Es lógico que quienes explotaban este negocio no estuvieran dispuestos a renunciar a él, pero reducirlo todo a un fraude inspirado por el ánimo de lucro sería demagógico. Es probable que algunos practicantes de homeopatía observaran beneficios individuales, y que incluso algún estudio los recogiera.

Sin embargo, el progreso de la medicina no solo consiste en tecnología, sino también en metodología. Con el tiempo los estándares para los ensayos clínicos se fueron volviendo más rigurosos y científicos, y nacieron los metaanálisis o metaestudios. Un efecto puede ser evidente, como el de un antibiótico contra las bacterias. Pero cuando se trata de posibles efectos más sutiles y pequeños, como saber si las propiedades anticoagulantes de la aspirina pueden prevenir la enfermedad cardiovascular a largo plazo, no basta con un estudio, tres o diez. Son necesarios muchos estudios amplios para poder agregar sus datos y extraer conclusiones estadísticas que aclaren si hay un efecto real, por pequeño que sea, o nada de nada.

Homeopatía. Imagen de pxhere.

Homeopatía. Imagen de pxhere.

Es aquí donde los metaestudios han mostrado una y otra vez que la homeopatía no produce ningún efecto distinto al placebo o que no pueda explicarse por otros motivos, como la remisión espontánea en dolencias que se curan solas (por ejemplo, en un catarro, una gripe o un dolor muscular). Hay material más que de sobra que apoya la misma conclusión; puede encontrarse un buen resumen (en inglés) aquí. Merece la pena destacar un metaestudio del gobierno australiano sobre 1.800 estudios, o una metarrevisión (revisión de revisiones de estudios, una vuelta de tuerca más) de 2002 que concluía: “no hay un remedio homeopático para el que se hayan demostrado efectos clínicos que sean convincentemente diferentes del placebo”.

Y continúan llegando. Por curiosidad, hoy mismo he consultado en Cochrane, una revista online/base de datos que es como la regla de oro de los metaestudios, y me he encontrado el último de ellos publicado el día 9 de este mes. La conclusión: “los productos medicinales homeopáticos no muestran ningún beneficio en comparación con el placebo para la recurrencia o las tasas de curación de las infecciones agudas respiratorias en los niños”.

Y así. Para aquella razón a la que se refería Forbes debería ser innecesario explicar nada más sobre por qué la teoría de la homeopatía es un disparate, y que además en la práctica no funciona. Pero a pesar de todo, la popularidad de la homeopatía no ha disminuido; más bien al contrario, continúa en auge, y según conté ayer, un estudio de mercado pronostica que entre 2015 y 2024 la facturación de esta millonaria industria, con mucho poder en países como Francia (sede de la multinacional Boiron), va a multiplicarse casi por cinco.

Pero ¿qué alegan los defensores de la homeopatía? Ayer conté el caso de Anke Zimmermann, la médica naturópata que administró a un niño un preparado homeopático basado en saliva de perro rabioso, encendiendo una gran controversia en Canadá y EEUU. Zimmermann, que como también conté cobra cifras astronómicas por sus servicios, cita en su favor una larga lista de estudios, la gran mayoría de ellos –aunque no todos– publicados en revistas dedicadas a la homeopatía o medicinas alternativas, lo que desfigura la neutralidad de la revisión por pares (aunque entiendo que quizá esto no sea tan obvio para los no familiarizados con el proceso de publicación científica).

Entre estas referencias se encuentran, salvo que se me haya escapado alguno, solo tres metaestudios para sendas aplicaciones concretas: la diarrea en niños, la alergia al polen y el íleo postoperatorio. Uno de ellos parece encontrar algún resultado positivo, pero concluye que “varias advertencias impiden adoptar un juicio definitivo”, además de detallar que la exclusión de los estudios metodológicamente flojos no cambiaba el resultado. Otro pequeño metaestudio dice que un preparado homeopático reduce en unas horas la duración de la diarrea infantil. Ambos metaestudios tienen valores de significación estadística (valor p) inferiores a los estándares actuales. El último de ellos sugiere que la homeopatía es comparable a los antihistamínicos, pero reconoce que “los resultados pueden estar sesgados”. De hecho, de los 11 estudios incluidos, cuatro no cumplen los estándares mínimos necesarios, por lo que los autores deberían haberlos desechado.

En resumen, detrás de la larga lista de Zimmermann, esto es todo lo que queda: tres metaestudios metodológicamente dudosos y estadísticamente flojos sobre tres aplicaciones concretas, frente a miles de estudios y cientos de metaestudios rigurosos que desmontan cualquier utilidad de la homeopatía para una multitud de aplicaciones. Históricamente, en ciencia han existido teorías falsas mucho más sustentadas. Pese a todo, Zimmermann nos califica de ignorantes a todos los que desacreditamos sus proclamas. Me apunto voluntariamente, reivindicando con orgullo mi derecho a ser llamado ignorante por Zimmermann.

La naturópata no solo se agarra al sesgo cognitivo a través de su engañosa lista de estudios, sino que también apela a la falacia ad populum; o sea, si mucha gente lo cree, es cierto: “cientos de miles de clínicos en todo el mundo [¿?] y unos 600 millones de personas están utilizando remedios homeopáticos”, escribe en su web. Pero no, no se trata de que otros 7.000 millones de personas no los utilicen, ya que esto sería caer en el mismo error argumental; se trata simplemente de que la Tierra tampoco era plana cuando toda la humanidad entera creía que sí lo era. El funcionamiento de la naturaleza no es una democracia.

Hay un aspecto de la argumentación de Zimmermann que me interesa destacar especialmente. La naturópata cree a pies juntillas en eso de la potentización, esa especie de fantasma que queda en el agua después de diluir un compuesto hasta que desaparece por completo. Zimmermann escribe: “en este momento no hay un mecanismo de acción sobre el que exista un acuerdo científico”. La frase, junto con la declaración de la naturópata a otro medio de que “no hay un consenso común”, parece transmitir la idea de que existe una especie de debate entre los científicos sobre diferentes posibles mecanismos de acción de la homeopatía.

Lo cierto es que se trata de otra falacia más: como he contado aquí, un rasgo típico de la pseudociencia es disfrazarse de ciencia para pasar por tal. En la ciencia actual no existen varios mecanismos, ni tan siquiera uno solo, que pueda sostener la potentización (en una próxima ocasión les contaré un experimento que ha desmontado incluso una hipótesis de por sí totalmente implausible). Hoy esto es terreno de la magia, no de la ciencia. Pese a todo, Zimmermann se permite añadir: “eso no significa que no pueda funcionar. No sabemos cómo funcionan muchas cosas, es parte de la diversión tratar de averiguarlo”.

Homeopatía. Imagen de pxhere.

Homeopatía. Imagen de pxhere.

Pero no todos los usuarios de la homeopatía parecen creer y ni siquiera conocer la potentización. En ocasiones, cuando explico esto a algún consumidor de estos preparados, frunce el ceño y dice haber oído que esto no es así, sino que existe algo de sustancia en el “remedio”; la teoría de la potentización parece ruborizar incluso a algunos de los consumidores de homeopatía. A estos quiero traerles otro entrecomillado de Zimmermann, para que no quede ninguna duda:

Después de repetir el proceso [de dilución] 12 veces, es básicamente imposible tener ni una sola de las moléculas originales en la solución, que en último término se emplea para medicar pastillas de lactosa o sacarosa [azúcar].

Por tanto, no hay ni una sola molécula de rabia en el remedio.

El remedio que he administrado consiste en unas pocas pastillas de lactosa medicadas.

En fin; más claro, agua, nunca mejor dicho.

Un último detalle para añadir al esperpento. Después del revuelo mediático contra Zimmermann, como expliqué, la naturópata retiró la explicación del caso del niño al que trató con Lyssinum, ese preparado con el fantasma del virus de la rabia. Pero lo más grotesco es que, al pie de su larga justificación/diatriba, Zimmermann ofrece un enlace a ¡otro caso anterior exactamente igual!

En septiembre de 2017 la naturópata publicó el caso de otra niña de cuatro años a la que trató con el mismo “remedio”. Y si el diagnóstico de Zimmermann para el niño fue que sus problemas de conducta se debían a la mordedura de un perro tiempo atrás, en el caso de la niña llegamos a un paroxismo surrealista: según la naturópata, la niña mostraba problemas de conducta porque ¡un perro mordió a su abuelo cuando tenía 20 años!

El delirio de la homeopatía: el caso de la saliva de perro rabioso (I)

Esta semana se publicaba en el diario The Washington Post un caso sobre homeopatía cuyas diversas facetas forman todas ellas una especie de poliedro perfecto de la aberración, un panorama que sobrepasaría el límite de lo descacharrante si no fuera por la enorme afrenta que supone jugar de este modo con la salud de las personas; sobre todo tratándose de las más indefensas, aquellas que no pueden decir: mamá, por favor, llévame a un médico titulado que practique medicina de cuyo funcionamiento e inocuidad existan pruebas científicas contrastadas, y cuyo practicante pueda explicar al menos alguna hipótesis sobre su mecanismo de acción.

Aunque la noticia ha circulado en los últimos días, su origen se sitúa hace algo más de dos meses. Fue en febrero cuando la canadiense Dra. Anke Zimmermann, médica naturópata (según ella misma firma), publicó una entrada más en el blog de su web.

Homeopatía. Imagen de pixabay.

Homeopatía. Imagen de pixabay.

Una aclaración, con un ejemplo. Durante mis primeros años de tesis, compartí poyata de laboratorio con una postdoctoral llamada Eva. En una ocasión recuerdo que Eva se me quejaba de este modo: «a mi hermana, que es médica pero no ha hecho un doctorado, todo el mundo la llama Dra. X; a mí, que soy bióloga pero soy doctora, me llaman señorita X». En este país hemos podido comprobar últimamente cómo los títulos parecen un bufé libre en el que cada uno pone en su plato lo que le apetece. Pero más allá de adornar el nombre con algún prefijo o sufijo rimbombante, lo esencial en el fondo de esto es que, sobre todo cuando se trata de la salud, el paciente pueda saber en manos de qué tipo de profesional está poniéndose.

En Norteamérica hay una regulación estricta para los diferentes tipos de médicos. Quienes firman como MD, o Medical Doctor, son los que han estudiado una carrera de medicina (no un doctorado, que se denota como PhD o Doctor of Philosophy en todas las disciplinas), y pueden ejercer cualquier especialidad de medicina y cirugía de forma ilimitada. Lo mismo se aplica a quienes firman DO, Doctor of Osteopathic Medicine. No voy a entrar en los detalles, pero el médico osteopático en EEUU es radicalmente diferente del osteópata tal como aquí lo entendemos (este asunto es complejo; escribí un reportaje detallado aquí); allí tiene también una titulación en medicina y un acceso ilimitado a practicar la medicina y la cirugía en todo el país y en otros muchos.

No es el caso del ND o Naturopathic Doctor. En este caso se trata de una persona que ha estudiado una carrera específica de medicina naturópata, y que solo está autorizada a practicar la medicina de forma ilimitada en algunas provincias de Canadá y en 16 o 17 estados (según las fuentes) de los 50 totales de EEUU; en el resto solo pueden hacer una labor, digamos, parafarmacéutica. Todo esto no clarifica demasiado la situación para el sufrido paciente, y por ello hay multitud de webs en las que se explica la diferencia entre unas titulaciones y otras para que el usuario sepa a qué atenerse.

En el caso de Zimmermann, su currículum detalla que además de ND es licenciada en Psicología, profesora de yoga y que está formada en cosas como homeopatía, medicina tradicional china, acupuntura, quinesiología aplicada o varias «técnicas de sanación por energía».

En resumen, el mensaje de todo ello es este: Zimmermann está perfectamente autorizada a presentarse como doctora, pero lo que no debería inferirse es que se trata de una médica (sin apellidos) que ha preferido favorecer la prescripción de medicina naturópata fruto de una experiencia comparativa o analítica con la medicina llamada por algunos convencional.

Pues bien, lo que Zimmermann publicó en su blog fue uno de los que define como «casos exitosos». Lo resumo, pero quien quiera comprobar todos los detalles puede acudir al artículo original de Lindsey Bever en el Post. A su consulta acudió una madre con un niño de cuatro años que al parecer presentaba ciertos problemas de comportamiento: dormía mal y en el colegio se escondía debajo de las mesas, gruñendo a la gente.

Interrogando a la madre, Zimmermann supo que el niño había sido mordido por un perro en el pasado, y coligió que este y no otro era el origen de su problema. Así que le administró un preparado homeopático llamado Lyssinum o Hydrophobinum cuyo principio activo (nótese la cursiva) es la saliva de perro rabioso, y que está aprobado en Canadá. Según relataba Zimmermann, la curación fue instantánea: «al minuto o dos de darle el remedio, Jonah me sonrió abierta y hermosamente, como si de repente se hubieran encendido todas las luces».

Otra aclaración. La rabia es una enfermedad vírica mortal si no se trata, transmitida por las secreciones corporales de los animales infectados (incluyendo la saliva) cuando entran en contacto con la sangre, las mucosas o los ojos. Es posiblemente lo más parecido que existe en el mundo real al virus zombi de películas como 28 días después. Obviamente aquel niño no padecía rabia, ya que de ser así habría muerto tiempo atrás.

Como no podía ser de otra manera, el caso levantó un enorme revuelo, e incluso una representante de la sanidad de la provincia canadiense de Columbia Británica, Bonnie Henry, expresó su preocupación por el diagnóstico de Zimmermann y por el hecho de que se administrara a un niño un producto basado en saliva de perro rabioso, cuya autorización Henry se comprometió a cuestionar ante las autoridades de Canadá. Por cierto que la postura de Henry es incluso demasiado benevolente: aunque aclara que «no existen pruebas que [ella] conozca de que el Lyssinum tenga ningún beneficio terapéutico», también añade que «la homeopatía juega un papel complementario para la salud de algunas familias», lo cual es una afirmación no sustentada científicamente en labios de una responsable de salud pública.

Pero como resultado de todo y de, según ella misma, los insultos y amenazas que recibió, Zimmermann decidió retirar el caso de su web y lo sustituyó por un largo escrito en el que trata de justificarse y carga a diestro y siniestro contra el «relato de ignorancia» de quienes la han criticado, incluyendo la Dra. Henry (que sí es médica sin apellidos), a la que se refiere como «Dra. Bonnie», e introduciendo el clásico argumento de que la homeopatía es una maravilla, pero que la poderosa industria médico-farmacéutica conspira para destruirla porque quiere mantener drogada a la población para lucrarse con ello.

Homeopatía. Imagen de pxhere.

Homeopatía. Imagen de pxhere.

Casi voy a comenzar por esto último, porque no requiere una introducción. Dado que probablemente Zimmermann conoce bien la industria homeopática, ¿acaso pretende convencer a sus pacientes y lectores de que estos productos los prepara una abuelita hippy en su jardín, y de que no los fabrican potentes multinacionales como la francesa Boiron, presente en 50 países y que factura más de 600 millones de euros al año? ¿Que los preparados homeopáticos se despachan gratis, y que por tanto no sostienen una industria de 3.800 millones de dólares (dato de 2015) a la que se le pronostica una facturación de 17.400 millones de dólares en 2024? ¿Que las compañías homeopáticas no incentivan a los médicos tanto o más que las farmacéuticas? ¿Que los farmacéuticos minoristas no reciben iguales o mayores márgenes por la venta de homeopatía que por la de fármacos? ¿Que la propia Zimmermann recibe a sus pacientes gratis y prescribe sus tratamientos por caridad?

Respecto a esto último, la propia doctora publica sus tarifas en su web, y prepárense a darle a la palanca de la máquina registradora: un mínimo de 170 dólares (138 euros) por una consulta de una hora. Hagan la cuenta; ¿alguno de ustedes los gana? Pero sigue: 95 dólares por media hora de consulta, y 50 dólares por una consulta por email de 15 minutos (pago por anticipado). Y aún más: 485 dólares por un «programa de homeoprofilaxis» que incluye kit de «remedios» y folleto. Y lo mejor de todo: 1.300 dólares por un pack para el tratamiento del autismo durante un año. Que incluye las consultas, pero no los «remedios» ni los «suplementos».

Por supuesto que Zimmermann tiene todo el derecho a ganarse la vida y establecer libremente sus tarifas, siempre que ejerza dentro de la normativa legal de su país y que haya alguien dispuesto a pagarlas; exactamente igual que los médicos de verdad y todos los involucrados en la industria farmacéutica o cualquier otra. Recurrir al argumento pueril de lo perversas que son las multinacionales de los otros y de lo codiciosos que son los practicantes de lo otro puede estar bien para una asamblea de facultad, pero no debería engañar a ninguna mente lo suficientemente adulta, formada e informada.

Hasta aquí por hoy. Mañana entraremos en el meollo de la homeopatía y la saliva de perro rabioso. Pero les anticipo el mensaje: por mucho que reunir en la misma frase a un niño necesitado de atención especializada y un líquido potencialmente letal resulte inconcebiblemente alarmante, en el fondo da lo mismo que se trate de saliva de perro rabioso, veneno de mamba negra o extracto de cerebro de vaca loca, porque en la homeopatía ese supuesto principio activo (de ahí la cursiva) no está presente de ninguna manera en el preparado final. La homeopatía es agua, o azúcar en el caso de pastillas, como reconoce la propia Zimmermann. Es placebo, algo que sin embargo no reconoce Zimmermann. Funciona hasta cierto punto en algunos casos, porque los placebos funcionan hasta cierto punto en algunos casos, como está ampliamente demostrado. No es medicina alternativa. No es medicina.