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Y el animal más largo del océano es… (pista: ni ballena ni calamar)

Mi hijo RJ viene del colegio con el encargo de buscar una leyenda para llevar a clase. Entre los dos elegimos la del Kraken. Los animales míticos y fantásticos siempre tienen un gancho irresistible para un biólogo, desde los bestiarios medievales que mezclaban observación y ficción hasta el reino de la criptozoología con sus monstruos ocultos. Desde el punto de vista científico, imagino que la posibilidad de la existencia de criaturas imposibles sazona la realidad con un poco de picante, haciendo la naturaleza un poco menos previsible y burocrática. Supongo que es un caso parecido al de Stephen Hawking cuando confiaba en que el bosón de Higgs jamás fuera encontrado; cuando la realidad contradice las predicciones, el problema adquiere un cariz más interesante, ya que obliga a regresar a la pizarra y rehacer los esquemas.

En biología se ha producido alguno de estos casos, como el descubrimiento del celacanto en 1938, un pez que se creía extinguido desde el Mesozoico. Sin embargo, todos los intentos de demostrar la existencia del monstruo del lago Ness o del yeti han fracasado; una pena, ya que la prueba de tales criaturas revolucionaría muchas de las cosas que ahora creemos saber sobre evolución y ecología de poblaciones, y la ciencia necesita revoluciones de cuando en cuando.

En el caso del yeti, recientemente nos hemos llevado la última decepción. En 2014, un equipo dirigido por el científico de la Universidad de Oxford (Reino Unido) Bryan Sykes determinó que el material genético de unos pelos atribuidos al yeti era similar al de un oso polar del Paleolítico que vivió en el archipiélago ártico de Svalbard. El estudio, publicado en la revista Proceedings of the Royal Society B, proponía la apasionante hipótesis de que el yeti era en realidad una nueva especie de oso, un híbrido del polar o una variedad coloreada de este. La posibilidad de que en el Himalaya se ocultara un tipo de oso desconocido de origen ártico era un bombón biológico. Pero el yeti se nos ha vuelto a escapar: el próximo febrero, la misma revista publicará una réplica de otros dos investigadores –uno de ellos también de la Universidad de Oxford– que refuta las conclusiones de Sykes y sus colaboradores, proponiendo que en realidad las muestras corresponden simplemente a un oso pardo del Himalaya, una subespecie rara pero conocida. Y que, por cierto, se ha asociado tradicionalmente al mito del yeti.

En el caso del Kraken, cuyo origen más probable es el avistamiento de calamares gigantes por los marinos, a la aureola terrorífica y misteriosa del monstruo se unen sus referencias culturales, ideales para el territorio de las Ciencias Mixtas que me gusta abordar aquí: Alfred Tennyson le dedicó un poema, Poe lo mencionó en su Manuscrito hallado en una botella, y Verne lo consagró en sus 20.000 leguas de viaje submarino. Todo ello sin olvidar que Aviador Dro le dedicó un tema en su mítico Alas sobre el mundo, ni que el monstruo hace una aparición estelar en la saga cinematográfica Piratas del Caribe, lo que resulta ideal para un trabajo escolar.

El Kraken ataca la 'Perla Negra' en 'Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto'. Imagen de Walt Disney Pictures.

El Kraken ataca la ‘Perla Negra’ en ‘Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto’. Imagen de Walt Disney Pictures.

Todo lo anterior, en el fondo, no es más que una digresión de lo que vengo a comentar hoy. Un nuevo estudio publicado ayer en la revista online PeerJ ha comparado los tamaños de las 25 mayores bestias oceánicas, identificando los ejemplares más grandes avistados para cada una de las especies y analizando sus variaciones de talla. Los investigadores dirigidos por el biólogo marino y bloguero de la Universidad de Duke Craig McClain repasan las especies más grandes de cada grupo animal, como la esponja gigante de barril (Xestospongia muta), un porífero caribeño que alcanza los 2,5 metros de diámetro en su base; el isópodo gigante (Bathynomus giganteus), un crustáceo con el aspecto de un bicho bola alienígena de medio metro; el cangrejo gigante japonés (Macrocheira kaempferi), con sus casi cuatro metros de extremo a extremo de las patas; o la almeja gigante (Tridacna gigas), cuyas valvas sobrepasan holgadamente el metro de diámetro. En el palmarés no puede faltar el depredador más temido de los mares, el tiburón blanco (Carcharodon carcharias) con sus siete metros, y uno de cuyos mayores ejemplares conocidos fue capturado en 1969 cerca de la costa de Mallorca.

Gráfico comparativo de las mayores especies marinas de cada grupo. Imagen de McClain et al, PeerJ (2015).

Gráfico comparativo de las mayores especies marinas de cada grupo. Imagen de McClain et al, PeerJ (2015). Versión original aquí.

Por supuesto, el estudio incluye los parientes reales del Kraken: el pulpo gigante del Pacífico (Enteroctopus dofleini), cuyo ejemplar récord alcanzó los 9,8 metros, y el famoso calamar gigante (Architeuthis dux), con una marca histórica de 17,37 metros de longitud, que en el caso de ejemplares verificados científicamente se reduce a unos considerables 12 metros. Por encima de este gigantesco cefalópodo están los colosos de los mares: el tiburón peregrino (Cetorhinus maximus), con 12,27 metros, el tiburón ballena (Rhincodon typus), el mayor de los peces con 18,8 metros, y los dos mayores mamíferos: el cachalote (Physeter macrocephalus), con 24 metros, y el ganador del mayor número de óscars, al mayor misticeto (cetáceos con barbas), mayor cetáceo, mayor mamífero y mayor animal que ha existido jamás en la Tierra, la ballena azul (o rorcual azul, Balaenoptera musculus), con 33 metros y más de 190 toneladas de peso.

Una medusa melena de león (Cyanea capillata) capturando un ctenóforo (Pleurobrachia pileus). Imagen de USGS / Wikipedia.

Una medusa melena de león (Cyanea capillata) capturando un ctenóforo (Pleurobrachia pileus). Imagen de USGS / Wikipedia.

Sin embargo, ninguno de estos llega al récord de longitud de todos los océanos, que no pertenece a una ballena o un calamar gigante, sino a una medusa: Cyanea capillata, la medusa melena de león gigante. Los autores citan un documento histórico de 1865 que recoge un ejemplar de 2,3 metros de diámetro cuyos tentáculos alcanzaban los 36,6 metros. Según los autores, no existen otras mediciones documentadas de estos cnidarios, que viven en aguas frías y profundas del hemisferio norte, con posibles parientes en las latitudes antárticas.

Como otros monstruos marinos, la medusa cuyos tentáculos semejan la melena de un león también ha inspirado la imaginación humana. En 1926, Arthur Conan Doyle publicó un relato titulado La melena del león en el que su inmortal Sherlock Holmes resolvía un caso de asesinato que finalmente no era tal, sino una muerte accidental causada por la picadura de una de estas medusas. No es necesario ser biólogo para sentir esa fascinación por las criaturas fantásticas. Y aunque la ciencia nos las reviente, seguiremos imaginándolas. En el estudio, los autores citan las palabras de John Steinbeck en su libro Por el mar de Cortez: «Hay alguna cualidad en el hombre que le hace poblar el océano con monstruos, y uno se pregunta si están ahí o no. En un sentido están, ya que continuamos viéndolos… Los hombres realmente necesitan monstruos marinos en sus océanos personales».