«Emergencia climática», el consenso de 14.000 científicos

El negacionismo del cambio climático, como los demás negacionismos, o casi como cualquier otra cosa, viene en distintos niveles y colores. Desde el de tarjeta oro, el de «vale, pero eso está bien, más calorcito, más tiempo para ir a la playa», que incluye de regalo el «¡pero hombre, si el CO2 es bueno para las plantas!», pasando por el de tarjeta platino, el de «sí, hay un calentamiento, pero es por el ciclo solar o la órbita de la Tierra o nosequé» (la «evolución» del clima, lo llamaba uno en respuesta a un comentario mío en Twitter), hasta el de tarjeta black, el de «¿Calentamiento? ¡Ja! ¿Y Filomena?».

En honor a la verdad y en mi humilde opinión, debo decir que creo que a menudo el cambio climático no se explica lo suficiente. Por curiosidad he hecho alguna búsqueda en Google sobre el cambio climático «explicado de forma sencilla» (un amigo con un alto puesto en un medio nacional me decía recientemente que ahora triunfan los contenidos del tipo «loquesea explicado en dos minutos», y que nadie lee más allá del tercer párrafo), y casi siempre encuentro lo mismo: la explicación del cambio climático se liquida con una sola frase o en cinco segundos, al estilo de «la quema de combustibles fósiles emite CO2 que aumenta el efecto invernadero», y punto. El resto de los párrafos, o de los dos minutos, no se dedica realmente a explicar el cambio climático, sino sus efectos actuales y las predicciones sobre sus consecuencias futuras. Pero en fin, esto será materia de otro día.

El caso es que recientemente se ha puesto en evidencia el negacionismo por parte de ciertos sectores ideológicos que pretenden borrar el término «emergencia climática», porque, al parecer, creen que esto es un invento de ciertos sectores ideológicos contrarios (todo un clásico, proyectar en el otro el defecto propio). Como justificación políticamente presentable (para ocultar, me temo, lo que realmente piensan), alegan que no hay una emergencia como lo que se entiende por una emergencia, algo inminentemente amenazador que exija una acción inmediata. ¿La avería del Apolo 13 no era una emergencia, dado que los astronautas no iban a morir de inmediato, sino que iban a tardar algunos días en consumir el oxígeno y asfixiarse? Era la respiración de entonces la que iba a provocar su muerte en diferido.

Pancarta ante el Parlamento de Alaska. Imagen de Gillfoto / Wikipedia.

Desde 1992 la comunidad científica comenzó a organizarse para llamar la atención del mundo sobre el cambio climático y sus previsibles consecuencias. Después de otras iniciativas previas, en 2020 un grupo de científicos del clima publicó en la revista BioScience un artículo titulado «Aviso de los científicos del mundo sobre una emergencia climática», que fue actualizado después en 2021 y que ha sido ratificado con su firma por más de 14.000 científicos de todo el mundo; nunca un artículo científico recibió una adhesión tan masiva, y nunca ha existido un consenso científico explícitamente ratificado de forma tan abrumadora.

En el artículo los autores presentan un resumen de indicadores de los signos vitales del planeta en relación con el cambio climático, basado en el análisis de 40 años de datos, y escriben: «Los científicos tienen una obligación moral de advertir claramente a la humanidad de cualquier amenaza catastrófica y de decir ‘las cosas como son’. Basándonos en esta obligación y en los indicadores gráficos presentados, declaramos, con más de 11.000 científicos firmantes de todo el mundo [en el momento de la publicación], clara e inequívocamente que el planeta Tierra se enfrenta a una EMERGENCIA CLIMÁTICA» (las mayúsculas son mías).

En la actualización de la declaración en 2021, la que a fecha de hoy han firmado 14.664 científicos, los autores añadían: «Basándonos en las tendencias recientes de los signos vitales planetarios, NOS REAFIRMAMOS EN LA DECLARACIÓN DE EMERGENCIA CLIMÁTICA [otra vez, mayúsculas mías] y llamamos de nuevo a un cambio transformativo, que se necesita ahora más que nunca para proteger la vida en la Tierra y permanecer dentro del máximo número de fronteras planetarias [estas son las líneas rojas que los científicos han marcado] como sea posible. La velocidad del cambio es esencial, y las nuevas políticas climáticas deberían ser parte de los planes de recuperación de la COVID-19. Debemos unirnos ahora como comunidad global con un sentido compartido de urgencia, cooperación y equidad».

Y añaden: «Toda la acción transformadora sobre el clima debería enfocarse en la justicia social para todos priorizando las necesidades humanas básicas y reduciendo las desigualdades. Como prerrequisito para esta acción, la educación sobre el cambio climático debería incluirse en los currículos escolares fundamentales en todo el mundo. Esto resultaría en un mayor reconocimiento de la emergencia climática, empoderando a los alumnos para actuar».

Ahora, las objeciones. Pero no, las objeciones no lo son al sentido de la declaración. No hay ya una sola voz experta reconocida que cuestione de ninguna manera el consenso científico. Recientemente una revisión de miles de estudios científicos publicados revisados por pares cifraba el consenso científico actual sobre el clima en un 99,9%, en comparación con la cifra del 97% aportada anteriormente por otro análisis en 2013. «La cuestión ha quedado sobradamente establecida, y la realidad del cambio climático antropogénico no tiene mayor discusión entre los científicos que la tectónica de placas o la evolución», escriben los autores, para añadir: «No persiste ninguna incertidumbre científica sobre la urgencia y la gravedad de esta tarea». Lo cual se parece bastante a lo que entendemos por una «emergencia».

Las objeciones se refieren, en cambio, a la conveniencia de usar un lenguaje tan contundente, incluso si la realidad a la que se refiere lo es. En The Conversation, los expertos en lingüística Dimitrinka Atanasova y Kjersti Fløttum repasan cómo ha cambiado el lenguaje referente al cambio climático. «Cómo etiquetamos un asunto determina cómo lo afrontamos», escriben. En 2003 el estratega político republicano de EEUU Frank Luntz, entonces negacionista (hoy ya no lo es), convenció al presidente George W. Bush para cambiar la expresión «calentamiento global» por «cambio climático», que sonaba menos amenazadora. Por motivos similares, la comunidad científica, junto con diversos medios de todo el mundo que se han sumado, abandona este término tramposamente aséptico en favor de otro que expresa más fielmente el cariz del problema.

Pero, argumentan los dos lingüistas, el lenguaje fuerte puede tener un efecto opuesto al buscado. Los políticos y los medios pecan en exceso del uso de un lenguaje grandilocuente y efectista; guerras contra la obesidad o la pobreza, crisis de todo tipo. La gente se desensibiliza y cae en la indiferencia y la apatía. «Cuando la gente ve un problema como demasiado grande, puede dejar de creer que hay un modo de solucionarlo».

En cambio, proponen los lingüistas, los medios deberían centrarse en las soluciones, en lo que puede hacerse y en cómo hacerlo con la participación de todos; optimismo y compromiso. Para ello, dicen, debe abordarse un enfoque de periodismo constructivo. Hace unos días mi vecino de blog César-Javier Palacios hablaba de esto mismo en su crónica de un seminario internacional sobre cambio climático y periodismo organizado por el Parlamento Europeo. Huir del periodismo policía, del periodismo que juzga, en favor de otro centrado en las soluciones, en la cooperación y no en la disensión, en el progreso y no en la amenaza.

No creo que nadie pueda cuestionar el valor de esta aportación. Pero el periodismo tampoco puede abdicar de su deber de denuncia. Y cuando existen estamentos en el poder que no solo niegan que el cambio climático —lo crean real o no— sea una emergencia, sino que además envían a sus millones de seguidores y votantes el mensaje de que todo reconocimiento de una emergencia climática es una toma de postura ideológica contraria a la suya, ni el periodismo ni la ciencia deberían permanecer callados. Taparse los ojos ante la desinformación es abandonar un espacio que esta ocupará para continuar subsistiendo.

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