¿Habrá un nuevo telón de acero en el espacio?

Cuando la guerra entre EEUU y la URSS ya parecía inminente y casi inevitable, tanto que la revista Time ilustraba su portada con los retratos de los líderes de ambas potencias bajo el título «WAR?», los dos gobiernos ordenaron a sus astronautas que se retiraran a sus respectivos habitáculos y cerraran la comunicación entre ambas zonas, creando un telón de acero en el espacio.

Esto no ha ocurrido en la vida real, sino en la película de 1984 2010: Odisea dos (2010: The Year We Make Contact), basada en el libro de Arthur C. Clarke que sucedía a la genial 2001 creada 16 años antes por Clarke y Stanley Kubrick. De hecho, los rostros de los presuntos líderes de EEUU y la URSS que aparecían en la falsa portada de Time eran en realidad los de Clarke y Kubrick. En la ficción, un conflicto no explicado que prometía desembocar en la Tercera Guerra Mundial finalmente se aplacaba gracias a lo que ocurría en el espacio.

Para lo que vengo a contar hoy no sobra insistir en que todo lo demás queda empequeñecido frente a los muertos de la guerra, personas que hace solo unos meses no podían imaginar que todo su mundo se derrumbaría ni que sus vidas iban a acabar tan pronto. Hay una imagen sin fuego, escombros ni cadáveres que personalmente me transmitió la tristeza de la guerra: en los primeros días de la invasión rusa, una caravana interminable de coches abandonaba Kyiv circulando bajo un puente de autopista del que colgaba un cartel anunciando un concierto de Iron Maiden para mayo de este año. Aquel cartel representaba la normalidad, cómo era la vida antes; una normalidad y una vida anterior que los miles de personas que huían de la ciudad en sus coches dejaban atrás.

Pero bien sabemos todos que las repercusiones de la guerra se están dejando notar en infinidad de aspectos más allá de los territorios invadidos por Rusia. El mundo es global, afortunadamente, pero desafortunadamente cuando eso también significa que toda guerra entre potencias ya es, en cierto modo, mundial. La ciencia es más global incluso que el comercio. Y como el comercio, también va a verse afectada de maneras que hoy casi no podemos predecir.

La carrera espacial de los años 50 y 60, que terminó con la llegada de las misiones Apolo a la Luna, dio paso al comienzo de una colaboración muy fructífera entre EEUU y Rusia en el espacio que se ha mantenido hasta hoy. Algunos comentaristas han hablado de que la cooperación espacial comenzó con la caída de la URSS, pero esto no es cierto, sino que empezó mucho antes. En 1975, todavía en plena Guerra Fría, una nave Apolo estadounidense y una Soyuz rusa se anclaban en el espacio, a lo que siguió un apretón de manos entre el astronauta Thomas Stafford y el cosmonauta Alexei Leonov que fue aplaudido en todo el mundo como un signo de paz. Esto fue el arranque de posteriores colaboraciones que se detallan en este artículo publicado en la web de la NASA.

Curiosamente, la cooperación en el espacio fue una isla de concordia durante la Guerra Fría. Los intentos de entendimiento habían comenzado mucho antes, aún en plena carrera espacial. Y aunque entonces no llegaron a cuajar, a partir de 1975 se fundó una alianza en el espacio entre los dos bloques que se ha mantenido a lo largo de décadas, sobreviviendo al eterno tira y afloja de las tensiones entre ambas potencias.

Durante casi medio siglo, astronautas y cosmonautas han trabajado en colaboración en el espacio —junto con los astronautas de muchos otros países— sin importar nacionalidades ni las rivalidades entre sus líderes, y se han forjado grandes amistades. Hasta tal punto se daba por sentado que el espacio era territorio de cooperación que EEUU jubiló sus transbordadores espaciales (los shuttles) sin tener un vehículo de reemplazo y sin que esto importara demasiado, porque ya estaban los Soyuz rusos para llevar a los norteamericanos a la Estación Espacial Internacional (ISS) y traerlos de vuelta.

La Estación Espacial Internacional en noviembre de 2021. Imagen de NASA / Crew-2.

Ahora, por primera vez, todo esto amenaza con romperse, en una época en que la interdependencia de los países en las misiones científicas y civiles en el espacio es mayor que nunca. Y en este terreno, los mayores perjudicados serían otros países distintos al que ha iniciado esta guerra. En la ISS conviven astronautas de EEUU y otros países occidentales y orientales con los cosmonautas rusos, y la propia estación está formada por segmentos cuyo control está repartido entre los bloques: el lado occidental suministra electricidad al ruso, pero este es el responsable de encender periódicamente los propulsores que mantienen la estación en órbita evitando que caiga.

Desde que empezó la guerra de Ucrania el director de la agencia espacial rusa Roscosmos, el político nacionalista Dmitri Rogozin, se ha dedicado a lanzar bravatas amenazando con abandonar a los astronautas estadounidenses en la ISS y a dejar caer la estación sobre los países opuestos a la invasión rusa. Esto último es lo que podría llamarse un asustaviejas, ya que incluso sin propulsión la ISS tardaría meses, quizá más de un año, en caer a la Tierra. Rogozin es el primer director de Roscosmos sin un perfil técnico o científico —su predecesor fue un economista, pero por entonces la agencia estaba en proceso de transformación a corporación estatal—, y al parecer es conocido en los ámbitos políticos por sus bravuconerías cuando era embajador de Rusia ante la OTAN. Durante la guerra ha publicado vídeos que muestran a los operarios tapando las banderas de otros países en un cohete ruso, o simulando un desacoplamiento de la sección rusa de la ISS, y ha mantenido una discusión en tono bastante vergonzoso con el astronauta estadounidense Scott Kelly.

Pero aunque las fanfarronadas de Rogozin hasta ahora no hayan afectado a las operaciones en la ISS, y la agencia oficial TASS haya aclarado que Roscosmos continuará cumpliendo sus compromisos —incluyendo el de traer de vuelta a la Tierra esta semana a un astronauta de la NASA desde la estación—, otros proyectos ya se han visto seriamente afectados.

Europa esperaba lanzar este año su rover Rosalind Franklin con destino a Marte, en la segunda fase de la misión ExoMars largamente esperada, ya que lleva posponiéndose desde 2018. El problema es que ExoMars es una misión ruso-europea que iba a despegar desde el cosmódromo de Baikonur, bajo control ruso en Kazajistán, en un cohete ruso y con un aterrizador ruso. Ahora la colaboración se ha roto, y los responsables europeos de ExoMars deberán encontrar otro sistema de lanzamiento. Esto retrasará la misión al menos otros dos años más, debido a que solo se lanzan misiones a Marte durante la ventana temporal en que los dos planetas se encuentran más próximos.

ExoMars se ha llevado hasta ahora la peor parte, pero hay otras muchas colaboraciones, en marcha o en proyecto, que amenazan con romperse, incluyendo experimentos comunes e instrumentos científicos en la Tierra y en el espacio. En junio del 21 Rusia y China anunciaron una colaboración de cara a la futura construcción de una base lunar, invitando a otros países a sumarse. Tal vez se termine llevando a cabo o tal vez no (ahora hay tantas especulaciones respecto a las bases lunares que es difícil saber si algo de ello saldrá adelante), pero ahora es dudoso que este consorcio pueda ampliarse. Algunos analistas apuntan que probablemente en los próximos años Rusia tenderá a buscar una mayor alianza con China en sus proyectos espaciales. Y es bien sabido que la NASA tampoco colabora con China.

Los grandes avances de la ciencia y tecnología espaciales han sido el fruto de colaboraciones que se han mantenido incluso por encima de los conflictos y los vaivenes políticos en la Tierra. Ahora estamos en riesgo de ver cómo todo esto se rompe. Y si ocurre, si se impone un telón de acero en el espacio que no existía desde el fin de la carrera hacia la Luna, será un paso atrás en todo lo que el ser humano puede llegar a lograr cuando el conocimiento y la concordia se imponen a la barbarie.

Los comentarios están cerrados.