No, la Tierra no va a volcar sobre su eje

Ateniéndonos a lo publicado en varios medios hace unos días, cualquiera podría creer que, si pensábamos que con el relativo respiro que nos está dando la pandemia habíamos pasado lo peor que podíamos esperar, ahora estaríamos amenazados por la posibilidad de que de repente la Tierra se dé la vuelta como el Poseidón aquel de la película, lo que sin duda nos llevaría al apocalipsis final del que tantos tuiteros llevan tiempo advirtiéndonos.

El origen de la historia es un estudio publicado en Nature Communications que aporta pruebas a favor de un desplazamiento de los polos geográficos de la Tierra hace 84 millones de años, durante el Cretácico, antes de la extinción de los dinosaurios.

Primero, conviene aclarar de qué estamos hablando, y para ello nada mejor que aclarar de qué no estamos hablando. Quienes tengan por costumbre seguir la actualidad científica probablemente habrán oído hablar de la inversión de los polos magnéticos terrestres, cuando el campo magnético se da la vuelta y el norte magnético pasa a ser el sur y viceversa. Esto ha ocurrido en la historia de la Tierra, y sucede en el Sol cada 11 años, en el máximo del ciclo solar. Pues bien, esto no es de lo que se trata.

Quienes tengan interés general por las cosas de los planetas y sus circunstancias quizá también hayan oído hablar del movimiento de precesión terrestre. En el colegio estudiábamos la rotación y la traslación. La precesión ya es para nota: consiste en el movimiento circular que describe el eje de rotación de la Tierra. O más exactamente, el movimiento circular lo describe uno cualquiera de los puntos del eje de rotación, de modo que lo que describe el eje es un cono (mejor dicho, dos conos unidos). Este movimiento completa una vuelta cada 25.776 años. La mejor manera de entenderlo es observar el giro de una peonza, que aparte de rotar suele bambolearse de manera que su eje también gira. Pues bien, tampoco aquí estamos hablando de la precesión.

El desplazamiento polar, o True Polar Wander (TPW), es cuando el eje de rotación se mueve con respecto a la superficie terrestre, de manera que los polos geográficos –los dos lugares donde el eje de rotación y la superficie se intersecan– cambian de lugar. Pero en este caso, una imagen vale más que mil palabras, aunque sea tan fea como esta:

Desplazamiento polar. Imagen de Victor C. Tsai / Wikipedia.

Desplazamiento polar. Imagen de Victor C. Tsai / Wikipedia.

¿Y por qué iba a ocurrir esto? Los objetos astronómicos grandes como la Tierra tienden a adoptar una forma esférica, y la rotación se produce por el eje en el que toda esa masa encuentra una mayor simetría, con las estructuras más densas en torno al Ecuador. Pero esta simetría nunca es perfecta, y la Tierra tampoco es una masa estática. Así, con el tiempo puede ocurrir que llegue un momento en que se produzca una corrección de la posición del eje de rotación para equilibrar mejor la masa del planeta. Esto ocurre mediante un desplazamiento de toda la masa sólida exterior del planeta, la corteza y el manto, sobre el núcleo.

Los desplazamientos polares se producen habitualmente a pequeña escala, lo que hoy puede detectarse en las mediciones por satélite. Pero en el pasado de la Tierra han ocurrido TPW de mayor magnitud. Debe entenderse que este no es un fenómeno discutido; ocurre en otros planetas, y se ha documentado en escalas de cientos de millones de años en la historia terrestre. Así que no se trata del descubrimiento de un fenómeno raro y único, sino de una aparente solución a una larga discusión entre los geofísicos sobre si ocurrió un TPW hace 84 millones de años.

El nuevo estudio, dirigido por el geofísico Joseph Kirschvink, de Caltech y el Earth-Life Science Institute del Instituto de Tecnología de Tokio, aporta pruebas a favor de la existencia de ese TPW, refutando la idea previa de que el eje terrestre ha permanecido prácticamente estable en los últimos 100 millones de años. Las partículas magnéticas atrapadas en las rocas antiguas sirven para estudiar cómo los polos geográficos se han movido, ya que la dirección del campo magnético depende de las corrientes de metal en el núcleo terrestre, las cuales a su vez se mueven alrededor del eje de rotación. Los investigadores han descubierto que el desplazamiento neto del eje hace 84 millones de años fue de 12 grados, como resultado final de un viaje de ida y vuelta durante cinco millones de años en el cual el eje recorrió un total de 25 grados.

Rocas del Cretácico en los Apeninos italianos donde los investigadores han recogido muestras para estudiar el desplazamiento polar. Imagen de Ross Mitchell.

Rocas del Cretácico en los Apeninos italianos donde los investigadores han recogido muestras para estudiar el desplazamiento polar. Imagen de Ross Mitchell.

Cabe decir que Kirschvink es un científico tan destacado como a veces polémico. Suya es la expresión Snowball Earth («Tierra bola de nieve») que describe una supuesta congelación global del planeta hace unos 700 millones de años, antes de la gran explosión cámbrica de la vida en la Tierra. La hipótesis de la Snowball Earth también ha provocado grandes discusiones entre los científicos. Kirschvink fue el descubridor de los primeros magnetofósiles, partículas magnéticas presentes en las bacterias, y defendió que el meteorito marciano Alan Hills 84001 contenía restos de vida (fue aquel meteorito el que llevó al famoso discurso de Bill Clinton sobre el descubrimiento de vida marciana).

En sus investigaciones sobre el biomagnetismo, desde hace años Kirschvink mantiene una línea de investigación destinada a probar la existencia de un sentido magnético en los humanos, algo sobre lo que merecería la pena hablar con más detalle otro día. Recientemente el científico se ha visto envuelto en otra nueva polémica cuando se le ocurrió que era una buena idea perforar sin permiso junto a unos petroglifos sagrados para los nativos americanos de California.

Pero por hoy, no, la Tierra no va a volcar sobre su eje. Y dicho sea de paso, presentar un estudio sobre algo ocurrido hace 84 millones de años como si fuera algo que puede ocurrir mañana mismo es como presentar un estudio sobre el asteroide que extinguió a los dinosaurios no aviares (las aves también son dinosaurios) alertando de que, como ocurrió aquello, el mundo está en peligro de irse al carajo mañana mismo. Bastante tenemos ya como para bromitas.

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