¿Pudo el coronavirus de la COVID-19 haber sido creado por los humanos? 1. El ruido y la confusión

En esta pequeña serie en la que estamos actualizando los datos sobre el origen del coronavirus SARS-CoV-2 de la COVID-19, hoy llegamos a la que ayer definíamos como hipótesis 3: que el virus haya escapado de un laboratorio –presumiblemente, el Instituto de Virología de Wuhan (WIV) u otro laboratorio de esta ciudad– tras haber sido creado artificialmente.

Esta es sin duda la favorita del conspiracionismo, pero también intriga a muchos ciudadanos que no son naturalmente dados a creer en lo contrario de lo que dice la comunidad científica, pero que se sienten confusos ante la mezcla de datos, rumores y bulos que se abre paso no solo a través de las redes sociales, sino por desgracia también a veces de los grandes medios y de opinadores de gran tribuna que creen saber más de lo que saben o desconocen la calidad de las fuentes que citan.

Instituto de Virología de Wuhan. Imagen de Ureem2805 / Wikipedia.

Un ejemplo de esto último ha ocurrido en los días pasados, cuando un famoso opinador, cuyo nombre prefiero omitir –porque esto no es un ataque a dicha persona, sino un análisis–, revolvía el patio conspiranoico aludiendo a un artículo publicado por un antiguamente reputado periodista de ciencia, Nicholas Wade, en el que este apoyaba un origen artificial para el virus del SARS-2.

La anterior trayectoria de Wade –quien por otra parte no es un científico profesional, ni lo ha sido nunca– es muy respetable, en medios tan prestigiosos como Nature, Science o el diario The New York Times. Pero es demasiado frecuente en el mundo de la ciencia cómo ciertos personajes, antaño alabados, posteriormente y por razones que solo ellos sabrán se han deslizado estrepitosamente por el tobogán hacia la piscina de bolas de la pseudociencia (en este artículo conté algunos de los casos más célebres, incluido el del Nobel y codescubridor del virus del sida Luc Montagnier).

Wade ya apuntaba maneras polémicas antes de su salto definitivo: la publicación en 2014 de A Troublesome Inheritance: Genes, Race and Human History, un libro en el que defendía la existencia de diferencias mentales e intelectuales entre las distintas razas, determinadas por los genes y amplificadas por la educación. El libro de Wade, cuyos postulados son abiertamente contrarios a la ciencia actual, fue duramente criticado por la comunidad científica; 139 expertos profesionales firmaron una carta abierta de rechazo en el diario NYT, incluyendo varios cuyos trabajos Wade citaba como argumentos a favor de sus tesis y que acusaron al autor de haber tergiversado sus conclusiones. Los firmantes calificaban las proclamas de Wade como «especulativas y espurias», y el libro en su conjunto como «profundamente erróneo, falaz y peligroso». En otros círculos menos públicos, algunos han tachado el libro de Wade simplemente como un panfleto racista. Por cierto, elogiado por algún think tank ultraconservador de EEUU.

Esto, obviamente, se aparta del tema de hoy, pero sirve como información extra para situar en su justa órbita la figura actual de Wade como voz científicamente autorizada. Y sirve, además, como antecedente para introducir esta valoración personal sobre el citado artículo de Wade relativo al origen del virus del SARS-2: desde el comienzo de esta pandemia, es difícil encontrar otro artículo tan sesgado y engañoso. Para quien quiera leer en su lugar un artículo de un autor escéptico con el origen natural del virus, pero con un tratamiento equilibrado y honesto –cuyas objeciones son rebatibles–, recomiendo en su lugar este largo y bien trabajado artículo del escritor Nicholson Baker en el New York Magazine.

Básicamente, el artículo de Wade podría resumirse de este modo: el autor ha creído a priori en el origen artificial del virus, y a posteriori busca argumentos que justifiquen su prejuicio (esto es el ABC de la anticiencia). Para ello, afirma que todo lo descubierto no demuestra inequívocamente el origen natural del virus, lo cual es cierto. Pero retuerce los datos para afirmar, por ejemplo, que el origen de los anteriores coronavirus del SARS-1 y el MERS se estableció en solo unos pocos meses, lo cual es falso, como ya expliqué aquí.

Además se permite el lujo de descalificar como «opiniones» estudios profundos y rigurosos sobre la genómica del virus, amparándose en el hecho de que se publicaron a través de una vía que no exigía la revisión por pares –lo cual puede atribuirse no solo al formato, sino también a la urgencia del momento–, presentando en cambio conjeturas con las que rellena los huecos como si tuvieran un mayor valor probatorio, incluso otorgando una mayor solvencia y credibilidad a ciertas fuentes extravagantes que a los científicos expertos.

Por ejemplo, Wade se apoya en un larguísimo estudio colgado en una web de prepublicaciones por Steven Carl Quay, quien en su web se autodefine como «mundialmente famoso científico, autor y empresario», un médico y emprendedor que trabaja en medicamentos contra el cáncer de mama, no en nada relacionado con virus. El estudio es un análisis bayesiano –un método estadístico que estima probabilidades de distintos parámetros y refina sus estimaciones a medida que avanza el análisis– del cual el autor concluye, según reza su impublicable título, «más allá de una duda razonable que el SARS-CoV-2 no es una zoonosis natural, sino derivada de un laboratorio».

Lo que hace Quay es ir aplicando diferentes observaciones para reducir la probabilidad de que el origen del virus sea natural. Los dos puntos clave de su análisis son la falta de diversidad del virus y la presencia del llamado sitio de corte por furina, un segmento del genoma del virus que no aparece en el SARS-1 ni en el virus conocido más parecido al SARS-2, un coronavirus de murciélago llamado RaTG13.

Ambos argumentos son rebatibles, lo que derriba todo el análisis y por tanto aborta esa reducción progresiva de la probabilidad de un origen natural que defiende el autor. Con respecto a la escasa diversidad del virus, es perfectamente compatible con un origen natural en el que el salto a los humanos se haya producido una única vez o unas pocas; de hecho, creo que nadie asume otra cosa. Y en cuanto al sitio de furina, aquí entramos ya en harina, y perdón por el pareado.

Hace algo más de un año, en los primeros tiempos de la pandemia, ya expliqué aquí por qué es difícil explicar los motivos por los que la inmensa mayoría de los científicos relevantes expertos se inclinan a favor de la hipótesis de un virus cien por cien natural, ya fuese contraído en la naturaleza o escapado por accidente de un laboratorio. Y por qué incluso los pocos más escépticos –siempre dentro de los científicos expertos relevantes– miden mucho sus palabras a la hora de expresar su escepticismo.

Y la razón está en lo que sigue a partir de ahora: biología molecular. No hay manera de explicarlo sin entrar en una materia que a muchos les resultará inatractivamente compleja y de la que no querrán saber nada. Pero esta es la razón, y no hay otra; la hipótesis del virus natural no se basa en especulaciones de barra (o ahora más bien de mesa) sobre si mira qué curioso que el WIV esté en Wuhan, o si algún trabajador del centro tosió o no tosió, o si los laboratorios tenían el nivel de bioseguridad suficiente, o si los murciélagos están cerca o lejos de Wuhan, o si las autoridades chinas esto, o si el mercado nosequé, o si la línea 2 del metro tal. Se basan en ciencia, y esta ciencia está en el propio genoma del virus. Si tienen la bondad de seguirme, mañana intentaré explicarlo de la mejor forma que me sea posible.

Pero conviene hacer una advertencia previa. Y es que, como he dicho, cuando Wade dice que todo esto que viene a continuación no demuestra de forma taxativa y sin fisuras un origen natural del virus, tiene razón. Es una trampa argumental, porque la ciencia no funciona demostrando, sino refutando, algo que Wade sin duda sabe (es el ABC de la ciencia), pero calla. Por lo tanto, el enfoque en este caso no debe ser si el estudio del genoma del virus demuestra su origen natural, dado que esto es imposible, sino si lo refuta. Y no, no lo hace, como veremos mañana.

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