La cuarentena de 10 días podría quedarse corta con la variante británica de COVID-19

Una de las confusiones comunes referentes a la COVID-19 es pensar que una persona que pasa meses en el hospital está durante meses batallando con el virus hasta que finalmente logra, con suerte, librarse del patógeno y curarse. No es así. La infección aguda por el SARS-CoV-2 dura una media de una semana. Este es el periodo en el que el virus está activo en su organismo y puede transmitirse a otras personas.

Un dato preciso nos lo da un reciente estudio publicado en Nature por investigadores del Centro Médico de la Universidad Erasmus de los Países Bajos (por cierto, deberemos acostumbrarnos a llamar así al país que antes solíamos llamar Holanda, siguiendo la denominación oficial adoptada el 1 de enero de 2020 por el gobierno de Holanda, perdón, de los Países Bajos): el periodo infeccioso dura una media de ocho días desde el comienzo de los síntomas, descendiendo a una probabilidad de infección de menos del 5% pasados los 15 días.

Otro estudio reciente publicado en el New England Journal of Medicine por investigadores de la Universidad de Corea en Seúl y el Hospital Chung-Ang arroja una cifra de siete días de duración del periodo infeccioso desde el inicio de los síntomas. Después de eso, los restos del virus pueden detectarse por PCR a una media de 34 días, pero esto ya no corresponde a virus infeccioso, sino a trozos de virus roto. El caso más largo de infección en este estudio fue de 12 días. Teniendo en cuenta que el periodo medio de incubación del virus se sitúa también en torno a una semana desde la infección hasta el comienzo de los síntomas, esto nos deja el siguiente cuadro general, aplicable a la gran mayoría de los pacientes:

  1. Día 1: comienza la infección.
  2. Día 5-6-7: la persona infectada empieza a ser contagiosa para otras.
  3. Día 7-8: aparecen los síntomas.
  4. Día 14-15: el virus deja de ser infeccioso y la persona infectada ya no puede contagiar a otras.
Imagen tomada con microscopio electrónico y coloreada del coronavirus SARS-CoV-2. Imagen de NIAID.

Imagen tomada con microscopio electrónico y coloreada del coronavirus SARS-CoV-2. Imagen de NIAID.

Por supuesto que muchas personas permanecen enfermas durante semanas o meses, pero esto se debe a los estragos que la infección ha provocado previamente en su organismo y que pueden persistir indefinidamente. Aún es mucho lo que falta por conocer sobre estos estragos, pero hay un denominador común, y es que es el propio sistema inmune del paciente el que los causa.

Por tanto, esa típica frase en los medios, «…recibe el alta después de meses batallando contra el virus», es del todo incorrecta, ya que esa persona no ha estado meses batallando contra el virus, sino contra la reacción rebelde y nociva de su propio organismo a la infección previa. No ha estado meses batallando contra el virus, sino contra la enfermedad que el virus ha dejado. Pero más allá de esto, las implicaciones son importantes.

Por ejemplo, y dado que los test de antígenos no confirman o descartan la infección, sino que solo evalúan si una persona representa un riesgo de contagio para otras, la ventana temporal en la que estos test sirven para algo es muy estrecha, de solo unos días; motivo por el cual el cribado por test de antígenos solo es realmente útil si se repite regularmente, por ejemplo una vez a la semana. Un testado masivo de antígenos a la población de forma única en un momento determinado no es una maniobra científica, sino política.

Por ejemplo también, no tiene ningún sentido que una persona que ha dado positivo en un test de anticuerpos se someta además a un test de antígeno, dado que para el momento en que esa persona ha seroconvertido –posee anticuerpos, sobre todo del tipo IgG, los que aparecen de forma más tardía y perdurable–, hace ya días o semanas que dejó de ser infecciosa.

También por esto mismo es por lo que en muchos lugares el periodo de cuarentena se ha rebajado de dos semanas a 10 días; en la gran mayoría de los casos, 10 días son un margen suficiente para asegurar que esa persona, si realmente está infectada, ya no es contagiosa para otras.

Pues bien, quizá ahora debamos repensar todo lo anterior. Porque, según un nuevo estudio preliminar aún sin publicar, elaborado por investigadores de la Universidad de Harvard y otras instituciones de EEUU, la razón por la que la variante británica del SARS-CoV-2 (¡no «cepa«, por favor!), llamada B.1.1.7, puede ser más transmisible que las variantes más comunes es porque ese periodo infeccioso se alarga hasta casi duplicarse. Y a más tiempo de infección, mayor posibilidad de infectar a más gente.

Comparar directamente el nivel de infecciosidad de dos variantes de un virus es complicado. Se conocen las diferencias genéticas entre ambos, se conoce cómo varían las proteínas del virus en función de esas diferencias genéticas, se conoce si esas variaciones en las proteínas resultan en una mayor o menor facilidad de unión a la célula o de invasión de la célula, se conoce si esas dos variantes se están transmitiendo más o menos entre la población, con mayor o menor frecuencia. Pero ni los resultados son siempre extremadamente claros, ni necesariamente todos ellos apuntan siempre en la misma dirección, motivo por el cual han aparecido informaciones discrepantes sobre la mayor transmisibilidad o no de la variante británica.

Si los resultados de este nuevo estudio se confirman –aún se ha probado solo con 65 pacientes, y solo siete de ellos infectados con la B.1.1.7–, el hallazgo podría explicar por qué la variante británica es más contagiosa: si el virus permanece activo durante una media de 13,3 días, en lugar de los 8,2 de otras variantes, esto significa mucho más tiempo para infectar a otros. Los investigadores no encontraron mayor carga viral en el caso de esta variante; solo más días con alta carga viral. «Estos datos ofrecen evidencias de que la variante B.1.1.7 del SARS-CoV-2 puede causar infecciones más largas con una concentración viral máxima similar comparada con la del SARS-CoV-2 no-B.1.1.7, y esta duración extendida puede contribuir a su mayor transmisibilidad«, escriben los autores.

Los investigadores reconocen que sus resultados son preliminares y deberán ser confirmados, pero lanzan una señal de alarma: «Si los datos posteriores lo confirman, podría necesitarse un periodo de aislamiento superior al actualmente recomendado de 10 días desde el comienzo de los síntomas«. Del mismo modo habría que replantear las ventanas temporales que actualmente se manejan, como los plazos de seguridad para los test de antígenos.

Los comentarios están cerrados.