La confusión sobre el nuevo coronavirus llega incluso al nombre

La ciencia necesita tiempo, reposo y análisis meditado para progresar. Las condiciones de un brote epidémico amenazante, cuando la onda expansiva del pánico viaja por delante de la del propio virus, no son ni mucho menos las adecuadas para que la ciencia vaya construyendo un conocimiento fiable que ayude a atajar la epidemia.

Así, ni siquiera hay que entrar en los bulos deliberados o en las conspiranoias para encontrar la confusión que está alimentando el coronavirus antes llamado provisionalmente 2019-nCoV, ahora tentativamente llamado SARS-CoV-2, que provoca una enfermedad a la que se le ha puesto el nombre de COVID-19.

Estos nombres son una muestra más de este estado de confusión, si bien lo que razonablemente menos importa al público en general sobre el virus y su enfermedad son los nombres que se les asignen. Pero es una curiosidad que refleja también cómo esta crisis está aprovechando las fisuras en los sistemas científicos, académicos y de salud para mostrar sus debilidades.

Imagen al microscopio electrónico de partículas del coronavirus 2019-nCoV/SARS-CoV-2/virus de COVID-19 (amarillo) emergiendo de una célula en cultivo (rosa). Imagen de NIAID/RML.

Imagen al microscopio electrónico de partículas del coronavirus 2019-nCoV/SARS-CoV-2/virus de COVID-19 (amarillo) emergiendo de una célula en cultivo (rosa). Imagen de NIAID/RML.

El pasado día 11 el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, informaba en rueda de prensa del nombre que la OMS ha asignado a la enfermedad del coronavirus: COVID-19, de COronaVIrus Disease 2019. Por lo tanto, es oficial que a partir de ahora podremos referirnos al patógeno que lo causa como el virus de la COVID-19. Pero el mismo día, el Grupo de Estudio de Coronavirus del Comité Internacional de Taxonomía de Virus (CITV) difundía un preprint (un estudio aún sin publicar) en el que designaba el nuevo virus como SARS-CoV-2, o Coronavirus 2 del Síndrome Respiratorio Agudo Grave.

No es algo excepcional, aunque no sea lo más común, que un virus y su enfermedad reciban nombres distintos. Pensemos en el VIH y el sida. Pero normalmente suele haber un motivo para esto. En el caso del sida, la enfermedad fue nombrada cuando el virus aún no se conocía. Un año después, el virus fue aislado de forma independiente en dos laboratorios, en EEUU y Francia. El primero lo denominó Virus Linfotrópico Humano de Células T, o HTLV (con el número 3, por similitud con otros ya conocidos de este tipo), y el segundo lo llamó Virus Asociado a Linfadenopatía, o LAV. Para fumar la pipa de la paz (qué incorrecta resulta ahora esta expresión clásica), se acordó un nipatinipamí: Virus de Inmunodeficiencia Humana, o VIH.

Pero esto es importante: cuando estos dos laboratorios aislaron y caracterizaron el virus, todavía era necesario demostrar que era el culpable de la enfermedad. Es decir, que no se publicó «el virus del sida», sino que se publicó un nuevo virus, probable causante del sida, aún a falta de que esto quedara demostrado fehacientemente.

Evidentemente, este no es el caso del nuevo coronavirus. Entonces, ¿por qué dos nombres? La revista Science lo explicaba al día siguiente. La respuesta es: confusión. La OMS y el CITV actuaron cada uno por su cuenta sin saber lo que estaba haciendo el otro, y ambos nombres saltaron a los medios el mismo día por pura casualidad.

De hecho, según Science, a la OMS no le gusta el nombre de SARS-CoV-2 elegido por el CITV, ya que evocar el SARS, dicen, es alimentar el miedo ante un coronavirus que es menos peligroso que el del SARS original. Por ello, la OMS dijo que ignorará la denominación oficial de los taxónomos de virus y continuará refiriéndose al patógeno como el virus de la COVID-19. Por su parte, el CITV no hizo sino aquello que debe, nombrar el virus de acuerdo a su especie, y el análisis genómico muestra que pertenece a la misma especie (un término que en el caso de los virus ya es de por sí algo espinoso) que el del SARS.

Como resultado de todo ello, cuenta Science, este baile de nombres ha sido criticado por los expertos. Una de las fuentes consultadas se refería a ello como «un poco caótico» y «desafortunado». En ocasiones anteriores, con brotes de nuevos virus, el CITV y la OMS se han puesto de acuerdo siguiendo las reglas que ahora establece la OMS; por ejemplo, ya no se acepta nombrar a los virus patógenos humanos por los lugares geográficos donde han aparecido, como solía hacerse, para no estigmatizarlos (a pesar de ello, la propia OMS sigue refiriéndose a la gripe de 1918 como «gripe española», cuando ni siquiera surgió aquí).

Como resultado de todo ello, casi no es de extrañar que un corresponsal de salud de Forbes haya publicado un artículo refiriéndose al virus como el coronavirus de la «COVAD-19». Pero como decía más arriba, el del nombre, siendo un ejemplo evidente de la confusión, es el asunto que menos preocupará al público en general. Más grave es que incluso los papeles científicos, con todas las bendiciones de la publicación, estén proponiendo o dando por hechos ciertos datos que luego resultan ser dudosos o falsos.

Por ejemplo, a finales de enero un estudio publicado afirmaba que las serpientes eran un probable huésped intermedio del nuevo coronavirus, algo que fue rápidamente cuestionado por otros expertos. Un preprint (por lo tanto, este aún sin publicar) sugería similitudes entre el nuevo coronavirus y el VIH; fue después retirado. Un estudio que decía demostrar la transmisión asintomática del virus resultó fallido, ya que la paciente en cuestión sí tenía síntomas (esto no implica que la transmisión asintomática no sea posible, sino solo que aquel estudio no la demostraba). Se habló de la transmisión vertical del virus de la madre gestante al feto; luego se ha señalado que aún no existen pruebas concluyentes de esto. El posible foco original del virus en el mercado de marisco de Wuhan ha sido sucesivamente propuesto y disputado.

Por último, el repentino cambio en el método de diagnóstico empleado en China –solo por los síntomas, sin esperar a la confirmación genética de la presencia del virus– hizo crecer en un solo día el número de casos en un 33%, algo que para los expertos tiene sentido desde el punto de vista de salud pública, cuando se trata de actuar rápidamente con cada paciente. Y puede tener aún más sentido cuando se ha puesto en duda la validez de los test de diagnóstico genético. Pero esto también suma a la confusión.

Todo lo anterior no revela sino lo dicho al principio: la ciencia necesita tiempo, reposo y análisis meditado para progresar. Pero nada de esto está disponible cuando hay una emergencia de salud global. Cuando la OMS definió las enfermedades infecciosas prioritarias sobre las que es necesario centrar la investigación, dejó al final una «enfermedad X», una seria epidemia internacional causada por un patógeno aún desconocido. El nuevo coronavirus ha sido desde entonces el primer caso, pero los expertos aseguran que habrá más.

Y dado que, puestos a elegir el mal menor, es preferible que las fisuras y debilidades de todo el sistema científico-sanitario se revelen con un virus mortal en el 3% de los casos que con otro de una letalidad mayor como la del MERS o el ébola, la conclusión viene resumida en el título de un reciente artículo de Nature: «a medida que el coronavirus se extiende, el momento de pensar sobre la próxima epidemia es ahora».

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