Esto es lo que quedará de nuestro mundo cuando hayamos desaparecido

En 2007 el periodista y escritor Alan Weisman publicó The World Without Us (El mundo sin nosotros), un aclamado ensayo en el que imaginaba qué sería del mundo si los humanos desapareciéramos por completo de la noche a la mañana. Naturalmente, la premisa planteada por Weisman no era novedosa; ha sido propuesta incontables veces en la ciencia ficción, antes y después de su libro. Pero a diferencia de otras obras, Weisman trató de ir más allá de la mera fantasía para plantear escenarios creíbles, para lo cual contó con la asesoría de varios expertos en diversas ramas científicas.

Así, el autor describía cómo la vegetación comenzaba a colonizar las ciudades y las construcciones comenzaban a ceder y derrumbarse por la acción de los elementos, mientras los suelos cedían por la acción de las corrientes subterráneas. Cientos, miles y cientos de miles de años después del fin de la humanidad, nuestro legado permanecería en forma de cacharros de acero inoxidable, piezas de electrodomésticos, estatuas de bronce, construcciones como el Monte Rushmore de EEUU o el eurotúnel del Canal de la Mancha –inundado, pero aún ahí–, residuos radiactivos y, cómo no, plástico, mucho plástico.

El libro de Weisman sigue y seguirá incluso más vigente que el día de su publicación; no porque el fin súbito de la humanidad sea algo más probable hoy que entonces, sino porque en los últimos años ha cobrado fuerza entre los científicos la propuesta de declarar oficialmente el fin del Holoceno, el periodo geológico que comenzó al terminar la última glaciación hace unos 12.000 años, y dar la bienvenida al Antropoceno, la era del ser humano.

Las épocas geológicas son los capítulos de la historia de la Tierra que quedan grabados en los estratos de roca del suelo, cada uno con su composición particular. Geólogos, paleontólogos, paleobiólogos o paleoclimatólogos leen estas páginas de roca para comprender cómo era el mundo en cada periodo del pasado. Desde hace décadas, los científicos debaten cómo nuestra época dejará una huella definida en ese libro rocoso de la Tierra a través de nuestros residuos plásticos, las construcciones de hormigón, las pruebas nucleares, el boom poblacional o el cambio climático antropogénico.

En 2016, el Grupo de Trabajo del Antropoceno de la Comisión Internacional de Estratigrafía (CIE) decidió votar la declaración oficial de esta nueva época geológica, cuyo comienzo se situaría en torno a 1950, con los primeros ensayos nucleares. El pasado año este grupo aprobó la presentación de una propuesta formal que la CIE deberá votar en 2021.

Esa capa rocosa del Antropoceno será todo lo que quedará de nuestro mundo millones de años en el futuro, cuando el ser humano haya desaparecido. Quizá entonces alguien, si es que existe algún alguien que no seamos nosotros, excavará y analizará esos estratos en busca de los testimonios de nuestra época. Y entre los distintos artefactos y materiales, cuando los paleontólogos de ese lejano mañana estudien los fósiles del Antropoceno para entender cómo era entonces la vida terrestre, ¿qué encontrarán? Por supuesto, a nosotros. Pero también algo más:

Sobre todo, huesos de pollo.

Huesos de pollo. Imagen de pixabay.

Huesos de pollo. Imagen de pixabay.

Sí, los huesos de pollo se contarán entre los restos fósiles que mejor definirán nuestra época. Desde sus orígenes salvajes en Asia, este animal se ha convertido desde mediados del siglo XX en uno de los alimentos más consumidos del mundo: cada año se comen unos 60.000 millones de pollos en todo el planeta. La mayoría de sus restos acaban en vertederos; cuando estos se fosilicen, allí quedará para siempre la huella del ave más abundante de la era humana.

Junto a los pollos, también se encontrarán a mansalva fósiles de vacas, ovejas, cabras y cerdos. Esta es la conclusión de la paleobióloga Karen Koy y el paleontólogo Roy Plotnick, que acaban de publicar un estudio en la revista Anthropocene en el que han condensado la información de más de 200 trabajos previos para entender cómo será el registro fósil del Antropoceno.

Según Plotnick y Koy, entre tal avalancha de fósiles de humanos y sus animales –que incluyen también perros y gatos–, será difícil encontrar restos de alguna especie salvaje. Además, añaden los autores, los cementerios y vertederos ofrecerán mejores condiciones de conservación de los restos que los lugares de fosilización natural, por lo que a esos hipotéticos paleontólogos del futuro les costará mucho hacerse una idea de cómo era la biodiversidad salvaje de nuestra época. «La posibilidad de que un animal salvaje forme parte del registro fósil es muy pequeña», escriben. Una posible excepción, dicen, serían ciertos animales de caza como el ciervo.

¿Qué llegarán a saber de nosotros esos hipotéticos visitantes del futuro? Por desgracia y a no ser que encontremos un modo de preservar toda la información de nuestra civilización en un formato que resista el paso de los evos y que no necesite un soporte tecnológico para ser leída e interpretada, solo podremos pasar a la historia del universo, si llega a existir tal cosa, como los comedores de pollo.

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